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El Departamento de Periodismo I, de la UCM, un enjambre con síndrome de mentalidad de grupo

El Departamento de Periodismo I, de la UCM, un enjambre con síndrome de mentalidad de grupo
Felicísimo Valbuena es catedrático, periodista y consultor .
28/7/2017 04:58
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Actualizado: 07/9/2022 11:15
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Tengo escrita hace ya tiempo esta columna sobre el Departamento de Periodismo I. La razón de no haberla publicado antes es que prefiero espaciar mis informaciones y juicios sobre ese Departamento y algunos profesores/as concretos/as. Como mis artículos anteriores sobre ese Departamento  son extensos, publicarlos con pocos días de diferencia puede inducir sobrecarga en el lector.

Doy por supuesto algunos de los anteriores:

Comisión de quejas de la FAPE: La herencia de José Luis Martínez Albertos

María Jesús Casals Carro: De las rabietas a las bravatas

El Departamento de Periodismo I, de la UCM o cómo los malos caminos no llevan a buen pueblo

José Luis Dader presenta su último, por ahora, parto de los montes

Una reflexión sobre todo lo que José Luis Dader ignora u oculta

¿Cómo explicar los comportamientos y escritos que conforman el estilo de ese Departamento? En esta columna presento dos explicaciones: La filosófica y la comunicativa.

La explicación filosófica es que los profesores que deciden en ese Departamento desconocen conceptos básicos. Más en concreto, no saben qué son las categorías distributivas y atributivas. Esa ignorancia se nota en su “obra” y en su forma de tratar los problemas; mejor dicho, de maltratar la resolución de los conflictos.

Gustavo Bueno afirmaba que las categorías distributivas agrupan sus partes (elementos o individuos) de tal manera que lo que se dice de todos se dice también de cada uno de los miembros en particular: «la totalidad constituida por el conjunto de monedas procedentes de un mismo cuño»; «todos los mamíferos son vertebrados». «Los todos distributivos forman «colectivos» («el ejército», «el parlamento», «la policía») lo que permite un uso colectivo de los mismos. Cuando decimos «el ejército enemigo ocupó el país», nos referimos a la totalidad de los soldados y no a cada uno en particular. En cambio, «la policía lleva pistola» significa que cada miembro individual porta uno de sus artefactos».

Las categorías atributivas se constituyen por acumulación de partes, que guardan entre sí relaciones asimétricas. «Los todos aparecen ahora como agrupamientos y sus partes son heterogéneas. Aunque tienen propiedades comunes predominan entre ellos los aspectos diferenciales…» como cuando nos referimos al conjunto de todos los vivientes, al de los poliedros regulares, al de los continentes, al de las especies mendelianas, al de partes del cuerpo humano o al de todos los elementos de la tabla periódica. Es decir, no todas las notas genéricas parciales se combinan siempre y de la misma manera y en la misma proporción.

María Jesús Casals, José Luis Dader, y otros, desfilan por la vida con un correaje mental

 Entonces, comprender lo que ocurre en un grupo o colectivo como Periodismo I es sencillo: Ven el mundo sólo con categorías distributivas. A través de la historia, los autores de comedias siempre han tomado como objeto de sus mejores críticas a los personajes rígidos, a los que ven el mundo distributivamente. Los presentan como absurdos y ridículos, precisamente por la gran distancia que hay entre las palabras que emplean y su manera de enfrentarse a los problemas más simples de la vida.

El profesor José Luis Dader, a quien se refiere el autor de esta columna.

Profesores como José Luis Martínez Albertos, María Jesús Casals, José Luis Dader, Pedro Paniagua, y otros, pueden lograr poder en diversos aspectos de la vida, pero cuando nos paramos a examinar detenidamente sus escritos, nos damos cuenta de que su mercancía conceptual está muy averiada.

De Dader ya me he ocupado en más de diez artículos y me seguiré ocupando. De María Jesús Casals, también, aunque volveré sobre sus publicaciones en diversas ocasiones. Creen que acumular una serie de citas es ciencia. Pues no. Es doxografía. Coleccionan opiniones, pero no ofrecen conceptos sólidos. No saben definir y escriben bastantes tonterías, sandeces y bobadas. Que hayan pasado controles de los jueces anónimos de sus artículos dice poco sobre la calidad científica de esos jueces.

En su ensayo “El simple arte de matar”, el novelista Raymond Chandler, al que Truman Capote consideraba un “artista absoluto”, criticó a fondo a autores de novelas policíacas de éxito. Demostraba que algunas de esas novelas no resistían una segunda lectura. Lo mismo ocurre con los escritos de Casals, Dader y otros profesores de ese Departamento.

Los términos “camelo”, “bluff” y otros sirven para denominar lo que Chandler demostraba que eran esas novelas. Y en filosofía, Nietzsche llamaba “schleiermachers” (fabricantes de velos) a quienes pasaban por filósofos sin serlo. Tomó ese nombre del para él “filósofo y teólogo”  Friedrich Scheleiermacher.

Al concebir la realidad solo con categorías distributivas, surge el problema de qué pasa cuando, digamos, una tesela, un gresite no cabe en ese sistema. “Peor para esas piedras”.

Con otra imagen, podemos decir que esos profesores desfilan por la vida con un correaje mental, queriendo que los demás marquen el paso que ellos fijan. De ahí su pasión por ocupar puestos burocráticos. Se parecen a aquel alférez de milicias que quería lucirse en el campamento de El Robledo cuando, por la tarde, acudían los familiares a ver a los suyos: “izquierda, derecha, izquierda, derecha, izquierda…”, hasta que quienes desfilaban, al pasar junto a sus familiares, cantaban: “Mire, mi alférez, cuánta europea. Mire mi alférez, cuántos bollullos…Sáinz de Baranda, cha, cha, cha, etc. ”. Es decir, respondían con categorías atributivas, indicando la riqueza de la vida en clave de humor.

Los continentes tienen unas notas comunes y otras que los diferencian. No tener en cuenta este aspecto lleva a los ridículos llamamientos a la unanimidad que revelan los escritos que el Departamento de Periodismo I difundió con motivo del “caso Cabezuelo”.

El estilo tontito, tonto y tontorrón

Algunos metereólogos utilizan la escala de Beaufort y distinguen entre fresquito, fresco y frescachón. Pues si ellos aplican esas categorías al viento, ¿por qué no aplicarlas al estilo? Así podemos distinguir entre estilo tontito,  tonto y tontorrón. Es lo que haré en los meses próximos, con los escritos de Dader y Casals.

María Jesús Casals.

Ahora, sólo me centro en los escritos que difundió Periodismo I durante el “caso Cabezuelo” . El estilo es tontorrón. Y lo es porque el redactor no se da cuenta de que, mientras está afirmando una cosa, intenta otra distinta, y además, cree que los demás no se dan cuenta.  Es como aquella señora de la que hablaba Eric Berne:

«Hoy en día no puedes fiarte de tus inquilinos. El otro día estaba examinando el escritorio de uno de ellos y ¡nunca adivinarías lo que encontré”. Su mundo mental es un mundo farisaico en el que ella tiene derecho a hacer toda clase de cosas equívocas, siempre que la finalidad sea descubrir la indignidad de los demás”.

El estilo tontorrón de Periodismo I tiene este colmo: El Master de Periodismo I supone unos ingresos económicos para sostener los privilegios de los más de 150 funcionarios -ninguno de ellos docente- que ganan igual o más que el Presidente del Gobierno y que los ministros. Pues bien, esos privilegiados, a los que pertenecen los de la Inspección de Servicios y de la Asesoría Jurídica de la Complutense, pueden llegar a expedientar a los profesores de Periodismo I.

Si en Periodismo I hubiera el más mínimo atisbo de estrategia política, habrían negociado con el Rectorado para, con esas sumas de dinero, proveer algunas plazas de ese Departamento. Probablemente, esa profesora que perdió su plaza tendría otra similar mientras esperaba otra oportunidad.

¿No resulta tontorrón pagar la soga con la que pueden ahorcarles? Es lo que puede esperarse de quienes no saben encontrar solución a los conflictos.

¿Qué es el síndrome de la  «mentalidad de grupo»?

También podemos aplicar a Periodismo I la gran teoría que el ilustre profesor Irving Janis denominó «mentalidad de grupo» y a la que dedicó su Victims of Groupthink en 1972.

¿Sobre quiénes escribió Janis? No sobre enfermos mentales, sino sobre las crisis en política exterior por las que habían atravesado los norteamericanos y lo mal que las habían gestionado los presidentes y el grupo de asesores que les rodeaban.

Irving Janis acuñó el término síndrome de la mentalidad de grupo para reflejar el «nosotros», esa fuerte solidaridad que emana de los grupos muy cohesionados y que les hace realizar cualquier cosa por el grupo y obedecer sus normas. La cohesión les hace luchar por conseguir el acuerdo y ahí está el corazón de la mentalidad de grupo.

Después de publicar su libro, organizaciones muy importantes acudieron a Janis como consultor, porque veían que no sólo los políticos padecían esos «síntomas». Otros investigadores han aplicado los hallazgos de Janis a conductas que observan en organizaciones muy diversas. Las biografías y autobiografías de personas que han trabajado en los medios de comunicación confirman lo que Janis identificó.

He aplicado la teoría de Janis al estudio de la cadena norteamericana CBS, que estuvo a punto de desaparecer. Y eso que ocupaba el primer lugar en los índices de audiencia. También,  al SEPLA, sindicato español de líneas aéreas (sección Iberia), a los controladores aéreos, a los conductores del Metro de Madrid y a los estibadores.

Ahora bien, ¿por qué aplicar esa teoría a un grupo de tamaño reducido como Periodismo I? Pues precisamente porque su manera de actuar puede convertirse en rutinaria para cientos de Departamentos de muchas Universidades. Y los contribuyentes no tienen por qué resignarse ante el derroche de sus recursos en conflictos estériles.

Los ocho síntomas de la mentalidad de grupo y Periodismo I

Cuando un grupo muy cohesionado ha de decidir sobre un asunto muy importante y conflictivo aparecen ocho síntomas.

El primero es la ilusión de la invulnerabilidad. De hecho, Janis habla de un «grupo potente y cohesionado, pues se abren perspectivas para un futuro sin límites». La ilusión o fenómeno de la invulnerabilidad tiene su expresión en las siguientes palabras, unas veces pronunciadas explícitamente y otras sólo de forma implícita: «Si nuestro líder y todo el mundo en el grupo decide que está bien, el plan tiene que dar resultado. Aun cuando sea muy arriesgado, la suerte estará de nuestro lado».

Esta ilusión tiene lugar entre los diversos miembros del grupo que, al pensar en un acuerdo mítico, evitan tratar las dificultades con la razón.

Es exactamente lo que les ha ocurrido a los profesores de Periodismo I.

Durante la era de José Luis Martínez Albertos, en el asunto de la dirección académica del Master del ABC, el Rector Puyol le apoyó en contra de lo que los cuatro departamentos habían firmado; Albertos había convertido en catedráticos/as y en titulares a quien él había querido; además, en la última elección rectoral, habían apoyado al Rector Andradas y éste había nombrado a la profesora Yolanda Martínez Solanas, de Periodismo I, para que le llevase la imagen. Entonces, ¿cómo se iba a atrever alguien en el Rectorado a llevarles la contraria en sus decisiones? Pues porque se encontraron a una Vicerrectora que no se dejó avasallar.

Entonces, de perseguidores del candidato a la plaza y del Rectorado, se convirtieron en víctimas, imitando en miniatura casi invisible el estilo japonés en Iwo Jima, cuando los japoneses se suicidaban lanzándose desde los lugares elevados. Casals dimitió como Vicedecana; María Luisa Sánchez Calero abandonó como directora del digital de la Facultad; también Yolanda Martínez Solanas dejó su puesto y pasó a dirigir académicamente el Master del ABC. Pedro Paniagua renunció a dirigir el Departamento. Y Dader dimitió en diferido, como los pagos a Bárcenas. Su renuncia tendría efecto cuando hubiese un cambio de decano. Me dicen que necesitaba todo ese tiempo para poder solicitar un año sabático. Si eso fuera verdad, eso indicaría que Dader sigue mostrando su fachada y su patio trasero.

Los profesores que han firmado los escritos han dimitido de algunos puestos. De donde deben dimitir es de todos los puestos que ocupan en Agencias de Acreditación. Incluso, si algún profesor averigua que uno de ellos interviene en un proceso que le afecta negativamente, harían muy bien en aportar, en sus recursos, informaciones que he ido aportando en varios artículos y seguiré facilitando en otros más.

Los miembros del grupo racionalizan para desechar las advertencias que podrían hacerles reflexionar las cosas que dan por supuestas. Quieren demostrarse a sí mismos que están haciendo lo correcto y por eso encuentran «razones» para justificar una posición ya tomada. Esas «razones», sumadas a las de los otros compañeros, aumentan la autoestima.

Los escritos de Periodismo I que examiné en uno de los artículos muestran que son capaces de racionalizar cualquier cosa. Hay muchos casos de listos que se creían visionarios y acabaron arruinados. Sólo hace falta que nos acordemos de Fórum Filatélico. Si los responsables se hubieran detenido a pensar, y no a racionalizar, ahora el caso sería enteramente distinto.

Es lógico que, al reforzarse así continuamente, mantengan una creencia incuestionable en la moralidad inherente del grupo, que lleva a sus miembros a ignorar las consecuencias de sus decisiones. Este síntoma explica que una persona teme perder la autoestima si viola los patrones éticos de conducta.

Ahora bien, si ve que otros compañeros de grupo a los que respeta, superan vergüenza y culpa fundiéndose en el consenso del grupo, se convencerá de que el grupo tiene una moral que obliga a realizar ciertas acciones para salvar objetivos y políticas. Los profesores de Periodismo I han seguido al pie de la letra este síntoma, no queriendo hacerse cargo de sus decisiones.

Tiene gracia que José Luis Dader se convierta en recogefirmas a favor de la libertad de expresión, cuando él, en lugar de responder con argumentos a una crítica, prefiere delatar ante diversas instancias. Con su barba de legionario, no duda en exclamar las veces que sean necesarias: “A mí la Inspección!”.

Al ser víctimas de su propia cohesión, surge la imagen negativa de «Éllos». Ven a los líderes enemigos con estereotipos: o demasiado malos como para garantizar intentos genuinos por negociar, o demasiado débiles y estúpidos, es decir, fáciles de vencer. De esta manera, la pérdida del sentido de la realidad está asegurada. María Jesús Casals puede convertirse en una persona muy mal educada y una auténtica campeona de los insultos cuando muestra su verdadera cara. Y Pedro Santamaría, de las injurias. Por eso, no conviene dejar que algunos profesores/as de Periodismo I se vayan de rositas ante la opinión pública.

A Dader, Casals y Santamaría les encanta entrometerse en los asuntos de los demás y muestran una gran afición a la soplonería. En mis artículos sobre Dader, he demostrado cómo es capaz de llegar a delatar un mismo asunto ante varias instancias a la vez. Al final, acaba derrotado.

Casals, en lugar de estudiar cien libros para ponerse al día, se interesa por si otros profesores “hacen doblete” en Universidades privadas, como ha escrito en un correo. Lo que de verdad tendría que hacer es poner este hecho, si es cierto, en conocimiento de las autoridades ministeriales que se encargan de las compatibilidades. Entonces, ¿por qué no lo hace? Porque prefiere difundir rumores.

Pedro Paniagua Santamaría (blogspot.com.es)

Y en cuanto a Pedro Santamaría, escribe así en un digital: “¿Será -me dije- que tanto X, como sus adláteres han dado, o dan, clases de máster en otras universidades distintas a la complutense vulnerando de forma flagrante cualquier precepto ético y temen que yo lo diga? Pero ni siquiera ahí veo el motivo. Yo, después de todo, nunca lo diría.
En fin, que sigo perplejo”.

Es una auténtica obsesión por espiar lo que él cree que es el comportamiento de otros profesores. Ya he señalado, a propósito de Casals, lo que una persona responsable debería hacer. Pues no, él prefiere difundir un rumor y, a la vez, afirmar que él “nunca lo diría”.

También, cuando una persona injuriada en un digital por Paniagua, le pone una querella criminal, en el obligatorio acto de conciliación previo al posible juicio, Paniagua no tiene impedimento en afirmar que él no ha dicho eso. No sólo lo ha afirmado. Lo ha escrito. Y se verá en los tribunales con una persona con la que no ha cruzado una palabra en toda su vida.

Estas cosas solo ocurren en Periodismo I.

Cerradas así las fronteras del grupo hacia afuera, vienen los esfuerzos para forzar todavía más la cohesión. El quinto síntoma es que cualquier miembro que razone contra las ideas fijas del grupo, incurre en deslealtad. La Teoría de la traición, con sus diecisiete puntos, de Hans Magnus Enzensberger, es una gran ampliación dramática de este punto. Las ideas de este autor alemán recuerdan 1984, de Georges Orwell. También el inglés Robert Conquest  ha escrito profundamente sobre este asunto. Estos tres autores reflejan estadios más enfermizos aún de la vida de los grupos.

Para evitar que los demás les rechacen, los componentes del grupo se autocensuran, quitando importancia a sus dudas y argumentos contrarios.

El séptimo síntoma es la ilusión de la unanimidad. Es uno de los rasgos de Periodismo I que resultan más cómicos, y que he analizado en una de mis columnas anteriores. Según Janis,

«Cuando un grupo de personas que respetan las opiniones mutuas alcanzan un punto de vista unánime, cada miembro probablemente siente que esa creencia debe ser verdadera. Confían en la validez del consenso y tienden a reemplazar el pensamiento crítico individual y la prueba de la realidad, a menos que los miembros discrepen claramente. Tienden a no romper al grupo suscitando temas controvertidos y obstáculos posibles. Existe una curiosa atmósfera de consenso supuesto. Es ilusorio, pues sólo pueden mantenerlo porque no revelan su propio razonamiento ni discuten sus particulares supuestos y vagas reservas».

Los miembros del grupo refuerzan esa ilusión de unanimidad con frases hechas: «Nosotros somos un grupo fuerte que al final ganaremos» y «Nuestros oponentes son estúpidos, débiles y malas personas».

Las ilusiones de invulnerabilidad y de unanimidad quedan corroboradas al suprimir las dudas personales, por temor a aparecer «blando» o «no viril».

Finalmente, surgen «guardaespaldas mentales», dedicados a proteger al grupo de la información adversa que podría hacerles despertar. Sin que nadie les nombre, se creen con derecho a reducir al silencio a los disidentes.

Conclusiones

“Para conocer a una persona de menos de 30 años, hay que consultar al psiquiatra o al psicólogo; cuando tiene más de esa edad, al historiador”. Podemos aplicar esta recomendación a algunos profesores de Periodismo I. Es decir, hay que seguir indagando en sus escritos y actuaciones y, finalmente, publicar una monografía que sirva para ayudar a otros profesores y estudiantes. Es también una forma de hacer que los impuestos vayan a su verdadero destino, no a comportamientos no positivos.

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