Firmas
Conciliación de la vida personal y profesional en los abogados
30/7/2017 04:58
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Actualizado: 23/11/2017 10:43
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Hay al menos dos actividades donde parece que la jornada laboral no tiene límites; la del banquero de inversión y la de abogado, especialmente en los grandes despachos nacionales y en los internacionales. No hablo aquí de los abogados internos, que normalmente no tienen ese problema.
La razón de este disparatado régimen es múltiple:
– Ambas actividades están ligadas, porque los banqueros de inversión están ligados a los abogados; están acostumbrados a que los abogados ofrezcan en tiempo real forma jurídica a sus a veces rocambolescas ocurrencias;
– El cliente, al terminar la jornada laboral, encarga lo que sea a los abogados, con la esperanza de que al día siguiente, al retomar su jornada laboral, el abogado le diga cómo hacerlo -en ningún caso, que no puede hacerlo-;
– Hay mucha competencia entre los despachos de abogados: si un abogado dice que no, siempre podrá encontrarse otro que diga que sí,
– Siempre ha sido así; la profesión de abogado siempre se ha caracterizado por vivir al margen de horarios convencionales;
– La actividad no está sindicalizada: no hay nadie que vele por los derechos laborales de los abogados;
– Las horas adicionales no se pagan: el abogado tiene su sueldo, en el que caben todas las horas que se le digan.
Sean unas u otra las razones, lo cierto es que el ritmo de actividad frenético de los abogados es insostenible: no se trata de no reconocer que puedan existir puntas de trabajo en un momento dado, lo que no puede ser es que esas puntas sean permanentes, en cuyo caso estamos ante un tema estructural. A menudo ocurre que la estructura de los despachos es inadecuada, que falta gente en los niveles inferiores.
Esos horarios ilimitados son las razones de varias cosas:
– Las mujeres abandonan la actividad laboral para dedicarse al cuidado de sus hijos. Vivimos -se quiera o no- en una sociedad machista en la que el rol de cuidado de los hijos se atribuye normalmente a la mujer. Por ello, si la pareja tiene hijos, habitualmente es la mujer la que sacrifica su carrera profesional;
– Notable dificultad para conciliar la vida personal y familiar con la profesional: las largas jornadas de trabajo impiden o dificultan mucho esa conciliación, pues cuando se llega a casa, los niños estarán ya dormidos y, en cualquier caso, el trabajador llegará tan cansado, que no le quedarán ganas de hacer nada;
– El profesional que se ajusta a su horario es penalizado, no sólo por el despacho, sino incluso por sus compañeros y jefes inmediatos;
– Los abogados sobreexplotados rinden menos, aparte de estar frustrados. Nadie puede pretender que el abogado que se acuesta tarde y duerme poco sistemáticamente, al día siguiente esté en buenas condiciones para rendir óptimamente.
Y eso ocurre fundamentalmente en España. En otros países, como por ejemplo, Inglaterra, “se les cae el boli” a las cinco đe la tarde.
¿Qué medidas habría que implantar para hacer posible esa conciliación?:
– Imponer un horario estricto y cerrar físicamente el despacho fuera de ese horario;
– Verificar la urgencia del trabajo: a menudo se pide al abogado para ya un informe urgente, que se pasa semanas sin ser ni visto por el cliente;
– Acostumbrar al cliente a que el buen trabajo necesita su tiempo; una parte del trabajo del socio, debe ser “gestionar las expectativas del cliente”;
– Cobrar más por el trabajo urgente: el cliente debe saber que el trabajo urgente cuesta más; cuando se cobre “por horas”, las horas fuera del horario ordinario deberían ser más caras;
– Pagar las horas extras de los abogados fuera de la jornada laboral ordinaria;
– Dejar de “mirar mal” al que se va a “su hora”: lo normal debería ser irse a “su hora”, por lo que no debería considerarse “un escaqueo” a quien cumple su hora;
– Hacer un uso más eficiente de las “nuevas tecnologías”, trabajando desde casa cuando haya que hacerlo fuera de la jornada ordinaria.
Todas estas medidas se reducen a una: “cambiar la cultura de despacho” y exigen más que “medidas legales. Y sé muy bien que una cosa es predicar y otra dar trigo. Ay, ¡que bien se ven los toros desde la barrera…!
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