Javier Urra: «Esta sociedad tiene que plantearse la educación en la igualdad y en la ruptura»
Javier Urra, autor del libro "La huella del dolor. Estrategias de prevención y afrontamiento de la violencia de género", sobre el que versa esta entrevista. Carlos Berbell/Confilegal.

Javier Urra: «Esta sociedad tiene que plantearse la educación en la igualdad y en la ruptura»

|
20/8/2018 06:15
|
Actualizado: 15/2/2024 13:04
|

Javier Urra, hay que decirlo, es un tipo brillante. Un gran psicólogo que conoce muy bien su materia. Lo que dice está exento del típico «suajili» técnico. Habla en el lenguaje de la calle, para que se le entienda. Y se le entiende.

El doctor Urra fue el primer defensor del Menor de la Comunidad de Madrid; sirvió como psicólogo de la Fiscalía del Tribunal Superior de Justicia y de los Juzgados de Menores de Madrid, ahora en excedencia.

En la actualidad es el presidente de la Comisión Rectora del Programa RECURRA-GINSO, donde, junto a un equipo de profesionales, atiende a menores de entre 4 y 18 años que están en conflicto con sus padres y que presentan graves dificultades en su relación familiar.

El pasado año fue invitado por Susana Camarero, presidenta de la Comisión de Igualdad del Senado, a participar ante el grupo de senadores que estaban elaborando la Ponencia de estudio para la elaboración de estrategias contra la violencia de género y que generó 266 medidas para combatir esa lacra.

Su intervención le valió una carta de agradecimiento de Camarero, en la que reconoció que la suya había sido «una contribución decisiva para el acuerdo conseguido».

De aquella intervención nació un libro que Urra dio a la luz recientemente, titulado «La huella del dolor. Estrategias de prevención y afrontamiento de la violencia de género». Obligado para todo aquel que esté interesado en el tema.

Podrías haberlo titulado, Javier, «Manual para hacer frente a la violencia de género con eficacia». 

El libro nace de una necesidad social que a mí me responsabiliza. A mí me llama el Senado, como experto en violencia de género. No lo soy. Pero sí soy experto en menores.

Voy allí, me preparo mi documento, lo llevo, etcétera, y comienzo mis palabras preguntando cuál es el mayor insulto que hay en España. Se callan. Pero yo se lo contesto. Es hijo de puta.

Y la segunda pregunta que les formulo es cuántos directores y directoras ha tenido la Real Academia de la Lengua y cuántas de ellas son mujeres. No lo sabían. La respuesta era cero.

Un 33 por ciento de los jóvenes creen que los celos son una prueba inequívoca de amor

Con esas dos preguntas, y las respuestas consiguientes, estaba todo contestado.

A partir de ahí yo me quedó con ¿qué tenemos que hacer?

Yo aporté aquí dos o tres cosas. Una tiene muy mal pronóstico: La violencia de género. Por varias razones. Una, por lo que se ha dado en llamar la paradoja nórdica. En los países del norte hay más igualdad pero hay más muertes por violencia de género.

Puede ocurrir que en España, a medida que la mujer vaya alcanzando cada vez más igualdad, quede un reducto no pequeño de hombres que no lo vayan a admitir. Y más en los procesos de ruptura y separación.

Tú hablas de dos factores: El resentimiento por parte de los hombres y el alcohol.

El alcohol es muy importante. Allí el problema está en que la gente bebe sola. Y esa soledad y el salir menos a la calle, hace que el sufrimiento se genere en el hogar.

El varón en España tiene un pequeño riesgo de ser atracado o atacado en la calle. La  mujer lo tiene dentro del hogar. Esa es una realidad. Sea pareja o expareja.

Ese es un problema, pero lo otro que yo expuse en el Senado, que conozco muy bien, son los jóvenes. Un 33 por ciento de los jóvenes creen que los celos son una prueba inequívoca de amor.

También creen que el amor es bidireccional. Si yo quiero a una persona esa persona necesariamente me tiene que querer a mí. Si yo diera la vida por esa persona, esa persona tendría que dar la vida por mí. Luego es un problemón.

El tercer factor es el tema del respeto a la intimidad. Si un noviete le dice a una chica, mándame una imagen tuya desnuda lo va a hacer. Y lo va a hacer porque cree que está obligada por el cariño y el amor.

Si después esa pareja no va bien, es posible que alguno de estos chicos, con rencor, lo cuelgue en las redes sociales.

Por otro lado, veo jóvenes varones muy convencidos de que lo primero es su propia dignidad, su propio honor, su propio orgullo. De él nadie se ríe.

Así, cualquier decisión de separarse que tome la mujer le genera un gran problema.

En las chicas que yo tengo en el centro, y lo cuento en el libro, hay bastantes que te dicen ‘yo me acuesto con mi novio y no quiero’. Entonces, ¿por qué lo haces?, les pregunto.

‘Pues muy sencillo, porque si no se iría con otra’.

El doctor Urra hace un repaso a la realidad de las relaciones tóxicas que mantienen los jóvenes. Carlos Berbell/Confilegal.

A eso se llama inseguridad personal.

Hay muchas chicas que no quieren quedarse solas. Lo niegan todas. Me dicen, señor Urra, si me quedo soltera, pues muy bien. Pero no es verdad. Y lo sabes porque te lo dicen sus amigas. Esta no sabe qué hacer por pillar uno.

Y luego tenemos un tema, que es muy complejo, y es que gusta el ‘malote’.

Después de ver la película Casablanca les planteas, ¿te irías con ese hombre gris o bueno o te quedarías con Humphrey Bogart?

Eso mismo dice Javier Pérez Reverte. Las mujeres se quedan con los malos, porque piensan que pueden cambiarlos.

Claro. Ahí está el quid de la cuestión. Conocemos casos de personas que han hecho cosas terribles y que, por eso, están cumpliendo condena. Y entonces una novia, una trabajadora social, una buena samaritana, que inicia una relación con la idea, ‘lo voy a cambiar’. Ya lo veremos. A lo mejor le cambias mucho, pero no lo suficiente.

Y luego, el ‘malote’, que va con la moto, sin tubo de escape, que vacila, que es chulo, que defiende ese amor antiguo, que ha renacido.

Y no es verdad. Tú tienes tu pareja, que es como es. Vas pasando del amor pasión al amor ternura, pero cediendo en muchas cosas, cogiéndote vacaciones de vez en cuando para que corra el aire y teniendo tus propios amigos.

En tu libro también revelas que los jóvenes inducen a las chicas a no usar preservativos en sus relaciones sexuales y a que tomen la píldora del día después para no quedarse embarazadas.

Eso está pasando. Ese es un tema que ha hecho un repunte en enfermedades de transmisión sexual. No sólo SIDA, también gonorrea y sífilis. Esto, que estaba en descenso, ahora está aumentando, de forma clara.

Es una sociedad que te deja, como especialista, muy perplejo.

Las prostitutas te cuentan que hay en torno a un 20 por ciento de los varones que pagan más con la condición de no tener que ponerse un preservativo. Lo cual es muy llamativo, porque supone ponerse en riesgo él y a su pareja. Es una realidad.

Yo, que soy muy positivo en todo, en este tema no lo soy. Porque, además, otra cosa que digo, es que en vez de ganar en respeto, estamos actualizando mucho lo que es el criterio del cliente.

El cliente puede exigir. Según la Diputación de Aragón, que sacó un libro interesantísimo, cada 14 kilómetros hay un “puticlub”.

Yo pago y le exijo a que haga lo que yo quiero. Esa es una realidad patente.

Los jóvenes inducen a las chicas a no usar preservativos en sus relaciones sexuales y a que tomen la píldora del día después para no quedarse embarazadas

La temática que abordas en tu libro es dura. ¿Te ha dejado alguna cicatriz en el alma?

Es muy dura, sí. Tengo que reconocerlo. Antes de publicarlo, además, se lo he enviado a la fiscal de Sala del Tribunal Supremo para la Violencia de Género, a la delegada del Gobierno, y a una serie de personas que me merecen especial respeto y admiración.

Muchos de ellos aparecen en la página de agradecimientos. Pero no todos.

¿Por qué causa?

Porque me he encontrado con catedráticos muy prestigiosos de distintas áreas a los que les he pedido que leyeran el libro.

Después de tirarse dos tardes leyéndolo, me han dicho ‘yo cambiaría esto, esto y matizaría esto’. Y no lo he hecho porque después de eso, en papel aparte me han dicho otra cosa. ‘Ahora te voy a contar mi opinión personal, como hombre’. Y no se compadecía con lo que me habían contado antes.

¿Y cómo se pueden tener dos opiniones?

Una es la políticamente correcta, la que tengo que decir y digo, y la otra es la que, como varón, pienso.

Y me encuentro con profesionales que dan una imagen y que siguen creyendo, uno, que a veces se está poniendo demasiado el foco en esto, cuando realmente la mortandad, siendo grave –llevamos 1.000 mujeres-, comparada con otros hechos, como homicidios, etcétera, por lo que tampoco es tan relevante.

Dos, no son pocos los que dejan entrever que ven la legislación como profundamente injusta. En un proceso de separación la mujer va a obtener, casi seguro, la custodia de los hijos, se va a quedar con el piso… Hay un porcentaje de varones que dicen, tú me has desgraciado la vida, bueno, comprenden que ocurran cosas como las que tienen que ocurrir.

Claro, que todo eso no se diga, no se plantee, nos genera un incendio subterráneo peligroso.

A esta gente les he dicho, ‘después de vuestra incoherencia personal, no os voy a agradecer nada. Vuestras opiniones no van a aparecer en el libro porque me han dejado un mal regusto’.

Hay que educar en la ruptura. Esto es como unos socios que montan un negocio. Las posibilidades de que se rompan son altas, pero hagámoslo de tal manera que no generemos muchísimo daño

Una propuesta que haces en tu libro es que los extranjeros que quieran ser españoles pasen por un examen sobre igualdad de género.

Esta es una sociedad que tiene que plantearse la educación en igualdad y también en la ruptura.

Aquí hay un tema del que no se está hablando. Desde Aristófanes se ha implantado la idea de la media naranja. Nuestros cálculos son que el 75 por ciento de los jóvenes se van a separar. 3 de cada 4 parejas se divorciarán. Porque viven muchos más años, porque se aguantan menos, porque se ha diluido el tema del pecado.

Antes la gente tenía una cierta hipocresía. Es muy fácil que el abuelo tuviera un amante en el pueblo de al lado y que toda la familia lo supiera. Y cuando el abuelo moría, la segunda familia estaba en el funeral, en el entierro, en un aparte, pero estaba.

Esa hipocresía mantenía ciertas cosas. Hoy eso no pasa. La lucha, por lo tanto, es más encarnizada.

Por eso creo que hay que educar en la ruptura. Esto es como unos socios que montan un negocio. Las posibilidades de que se rompan son altas, pero hagámoslo de tal manera que no generemos muchísimo daño.

El daño es que llevamos, en los últimos años, 24 niños muertos directamente. A manos de sus padres. 8 en 2017. Y un número importante de niños que pierden a su madre, que quedan huérfanos, o en el caso reciente, de Azuqueca de Henares, en el que hombre mata a la mujer y la mata delante de los niños.

A mí me parece muy interesante que un tercio de esos hombres se suicide. Hay un pensamiento de que esta mujer me ha destrozado la vida. Esto no va a ser. Y, una de dos, o le mato a los hijos, que son míos, pero son suyos, porque a ella le va a hundir la vida.

Muchos de los parricidas a los que ha entrevistado Javier Urra, y que están cumpliendo condena por el asesinato de sus parejas, afirman que volverían a hacerlo. Carlos Berbell/Confilegal.

El síndrome de Medea.

Exacto. O bien, yo la mato y me suicido.

Yo no niego que haya rupturas que son muy violentas. No niego que haya personas, hombres y mujeres, con los que es imposible convivir, que los hay. Lo que sí digo es que hay que educar a la gente en esto. Porque no se puede vivir en un ambiente tóxico.

¿Las relaciones tóxicas tienen algo de adictivo por ambas partes, por parte del hombre y de la mujer?

Sí. Eso está muy estudiado. Es la indefensión aprendida. El ejemplo que se pone es el del elefante grande que está atado al suelo con una estaca pequeña.

¿Por qué el elefante no se va? Se estudia que cuando era una cría pusieron una estaca que era muy grande, comparada con su volumen. Tiró varias veces, no pudo y ha aprendido que no puede irse. Sí podría, pero cree que no puede.

La película de Itziar Bollaín, “Te doy mis ojos”, lo explica maravillosamente bien.

Porque el varón genera luz de gas. Por un lado, un día la agrede, la ridiculiza, la veja, y por otro lado, otro día se pone de rodillas, se apasiona, dice es que te quiero tanto. No volverá a pasar.

Genera una situación donde va manejando las emociones de la otra persona, va rompiendo las relaciones de la otra persona, creando inseguridad en esa persona. No tiene nada que ver con el tema económico. Y si tiene hijos o no.

Llega un momento en que esa luz de gas la mujer no sabe salir de esa espiral, entre otras cosas porque también tiene mucho miedo de decir, ‘pues hasta aquí hemos llegado’.

Porque sabe e intuye, y es verdad que el riesgo es altísimo.

Y el hombre se suicida, en muchas ocasiones, porque una vez que ha matado a la mujer  no tiene una razón de vida.

Como su vida ha sido tener una persona dependiente de él, es como si tú manejas un muñecos y de pronto cortas lo hilos.

Sí, hay relaciones que se hacen muy perversas.

La violencia de género es instrumental. Mi mujer va a ser una esclava mía. No quiere eso decir que el hombre entienda que eso es realmente así. El hombre lo ve como normal. Yo le impongo las cosas y es un potro al que hay que domar

Cuando en tu libro preguntas a aquellos hombres que han matado a mujeres si volverían a hacerlo, dadas las mismas circunstancias, te contestan que sí. ¿No te sorprende?

Yo he estado en las cárceles de Navalcarnero o Soto del Real entrevistándome con muchos de ellos. Algunos dicen arrepentirse. Hay otros que no. Dicen, ‘la maté. Yo estoy cumpliendo por ello, pero hice lo que tenía que hacer’.

En el año 92 nosotros pusimos en marcha una tertulia en el Café Gijón el primer jueves de cada mes, salvo que coincida en festivo.

Por ella ha pasado mucha gente. Jueces, fiscales, abogados, personas que han estado, incluso, en el corredor de la muerte… Sólo una vez le dije a una persona que no volviera.

Era un señor que había matado en su día a su mujer. Había estado en la cárcel, había cumplido su pena, y había salido.

En el almuerzo habló sobre la realidad a la que lleva eso. Estuvo bien. Pero cuando nos íbamos a los postres, le hice una última pregunta: ‘Si volviera a nacer y pasar por todo lo que ha pasado, por esa desesperación de la que nos ha hablado, ¿volvería a matarla?’. ‘Sin dudarlo’, me contestó.

No había entendido nada.

En absoluto. Le dije, tómese el café muy a gusto, pero no vuelva por aquí.

A la gente le sorprendió mucho. A mí no me sorprendió tanto porque la gente suele hacer lo que quiere hacer. Es decir, quien mata a su mujer lo tiene previsto.

No es nada pasional, como muchas veces se comunica.

No. Hombre, yo no te digo que un día un cazador que llega a casa y encuentra una situación tal y echa mano de la escopeta… Pero normalmente ya lo ha pensado.

Lo ha pensado varias veces.

Y se lo ha dicho. Como esto siga así, esto va a tener un desenlace terrible. No le dice contra ti, o contra mí, o contra los dos. O va a ser un homicidio ampliado.

En mi libro digo que es estructural, que ocurre en todos los países del mundo, y que hay países en los que se les arroja ácido a la cara para dejarlas marcadas para siempre.

También es instrumental. Mi mujer va a ser una esclava mía. No quiere eso decir que el hombre entienda que eso es realmente así. El hombre lo ve como normal. Yo le impongo las cosas y es un potro al que hay que domar.

Y para darse valor toma alcohol o drogas.

Eso tendrá también un componente sexual muy fuerte, ¿no?

La sexualidad tiene ahí un juego de sadomasoquismo ligero, que en otros casos se agrava mucho.

La gente piensa de antemano lo que va a hacer. Se da valor tomando alcohol o drogas y lo hace. Tú sabes que es atenuante o eximente en el Código Penal.

Mi pronóstico no es bueno. Por eso el libro se llama “La huella del dolor”. La portada son los zapatitos rojos de Ciudad Juárez. La huella, porque deja mucho dolor no sólo en la persona que es maltratad y vejada sino también en su entorno y su familia.

Ahí sí denunciaría que cuando una mujer le dice a su entorno, ‘Pepe me maltrata’, la gente no le da trascendencia. No estamos muy sensibilizados en que puede pasar lo peor.

Y que ese tipo que en las reuniones es, más o menos agradable y encantador, puede ser en su casa un auténtico depredador de la mujer si entiende que incumple lo que ha de hacerle.

Y cuando ese varón rompe con esa pareja y se va con otra, vuelve a repetir.

Javier Urra es el presidente de la Comisión Rectora del Programa RECURRA-GINSO; en la foto señalando al equipo que capitanea. Carlos Berbell/Confilegal.

También ocurre con ellas, ¿no?

También. Eso a las feministas, en particular, no les gusta oírlo. Como tampoco les gusta oír que hay algunas denuncias falsas.

Me van a decir, ‘la estadística no lo demuestra’. Es verdad, porque no se persiguen.

Hay mujeres que, por circunstancias de relaciones con el padre, normalmente complejas, tienden a buscar un hombre que sea muy protector, pero que, al mismo tiempo, sea muy dominante.

Sí es verdad que tenemos mujeres que van buscando un hombre no que la maltrate, pero sí con un perfil que es de muchísimo riesgo.

Hay que tratar a los agresores para que no reincidan. Y a las víctimas. ‘Mira el mundo, con quien te relacionas. Eres libre, pero tus conductas son patológicas. Tenemos que romper ese círculo. Tienes que buscar una relación de igual a igual’.

Hay que tratar a ambos. No siempre es factible. Sobre todo con algunos agresores que no tienen la más mínima intención de cambiar. No la tienen.

Tú has escrito que la terapia de pareja no funciona.

Es que la terapia de pareja no debe de existir. Tampoco la mediación. Porque es un tema muy desigualdad. Es como si pones a un terrorista y a la víctima.

Una vez que ha pasado todos los años en la cárcel, y que ha pagado a la sociedad por su delito, tú le puedes decir a la víctima si quisiera perdonar, tener una relación, un día puntual, bien manejada… No es, ‘te perdono y yo ya no voy a la cárcel’.

Hay algunos hombres que no tienen ningún sentimiento de culpabilidad. Eso es realmente grave.

¿Se está educando a los niños y a las niñas en la igualdad?

Pareciera que sí. Pero si rascas y profundizas, categóricamente, no.

Tú explicas que la terapia con hombres violentos el abandono es muy alto. Y que el gran problema que hay está en controlar los celos y la cólera. ¿Son bombas andantes?

Sí, son bombas andantes. Toda relación, de pareja o de trabajo, es una relación de poder. Freud ya se dio cuenta de que había sexo y poder. Yo creo que el orden es poder y sexo.

Pero hay que buscar el equilibrio.

Cuando una mujer escuche la frase si sigues por aquí aquí va a pasar una cosa muy grave le aconsejo que se vaya

En tu libro recoges frases que llaman mucho la atención. Por ejemplo, “Ya se sabe, los golpes, si son por amor, no duelen”. “Ya sé cómo se pone cuando salgo con mis amigas, aunque yo no le digo nada cuando sale con sus amigos”. “Necesito saber lo que ocurre siempre en su vida”. “Estoy enamorada de él y haré lo que me pida”. ¿Son avisos para navegantes?

Son síntomas, palabras, conductas, frases con las que hay que estar muy vigilantes. Cuando el hombre dice, eres una zorra, una perra, una cerda, la está deshumanizando. A partir de ahí le resulta más fácil maltratarla.

Es lo que hacían los nazis con los judíos.

Así es. Hay que señalar que hay hombres que padecen de un cierto complejo de inferioridad y eso lo compensa. Dicho eso, hay que decir que hay mujeres que son muy agresivas verbalmente. Van muy a la línea de flotación de donde a un hombre le pueden hacer muchísimo daño.

Eso es un craso error. Recuerdo que cuando dejé de ser defensor del Menor de la Comunidad de Madrid y mi sucesor nos invitó, a mi mujer y a mí, a cenar en su casa. Allí nos confesó que, como todas las parejas, discutían. ‘Pero sabemos que hay temas nos haría mucho daño hablar. Y jamás pasaremos esa línea, de atacar al otro, en aquellos puntos que son muy personales y que son muy peligrosos para la relación’, nos dijo.

Eso está muy bien. En la vida hay que saber cuáles son los límites.

En tu libro dices que los niños que presencian violencia en casa sufren de estrés postraumático y déficit de atención por hiperactividad. ¿Eso influye a esos niños a convertirse en maltratadores en un futuro?

Ahí hay dos cosas. Si tú ves que tu padre ridiculiza, insulta, veja o tira a la mujer en el pasillo eso, está estudiado, hace tanto daño como si físicamente te golpea a ti.

Eso es como cuando vas al odontólogo con un ser querido. A veces duele más lo que le están haciendo que si te lo hacen a ti.

Dos, esto sale con los chicos que tratamos aquí. A lo mejor sale que el padre ridiculiza, veja o pega a la madre. Entonces, el chaval de 16 años interviene, dice, ‘hasta aquí hemos llegado’. Coge el brazo al padre y le dice, ‘no le vuelvas a levantar la mano a mamá’.

Pero luego el padre se va de viaje, porque es camionero. Y el chico, cuando la madre no le deja salir, o no le compra lo que quiere, emplea la misma violencia que empleaba el padre.

Él defiende a la madre frente al padre agresor, pero el virus ha sido inoculado.

Estos temas son muy preocupantes.

¿Te atreverías a dar tres consejos a las mujeres para que puedan identificar que con quien conviven puede hacerlas mucho, mucho daño?

Uno, que les esté rompiendo las relaciones con su familia y su entorno; que la esté aislando. Dos, que cuando el varón discuta pierda realmente los nervios, tanto verbal como físicamente. Y tres, la amenaza que no es velada. Es decir, si sigues por aquí, si sigues tocándome los cojones, si continúas con el proceso de ruptura, aquí va a pasar algo y muy grave. No creas que esa frase está dicha al azar. Es una amenaza que va buscando un objetivo.

¿Qué hay que hacer cuando se llega a ese  momento?

Irse. El gran peligro para la víctima es el silencio. Hay que salir, hablar con los familiares, con los amigos.

 

Noticias Relacionadas:
Lo último en Profesionales