Jarndyce y Jarndyce, un caso de ficción que provocó la reforma del sistema judicial inglés
El novelista Charles Dickens, con su novela "Casa desolada", logró que se reformara el corrupto sistema de justicia inglés en el siglo XIX.

Jarndyce y Jarndyce, un caso de ficción que provocó la reforma del sistema judicial inglés

La que fuera una crítica feroz del entonces escritor popular y hoy clásico de la literatura se convirtió en motor de cambio de un sistema corrupto que desangraba y devoraba a sus litigantes
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08/6/2019 06:15
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Actualizado: 09/6/2019 15:27
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Han pasado más de 150 años desde su publicación, pero el caso Jarndyce y Jarndyce, eje central de la novela de Charles Dickens «Casa Desolada», sigue citándose en los tribunales como ejemplo de lo que no debe ser una Corte de Justicia, ni entonces ni ahora.

La que fuera una crítica feroz del entonces escritor popular y hoy clásico de la literatura se convirtió en motor de cambio de un sistema corrupto que desangraba y devoraba a sus litigantes.

Se ha especulado mucho sobre cuál fue el caso real que inspiró a Charles Dickens en  «Casa desolada» (Bleak House, 1853, en inglés), la denuncia del corrupto sistema legal del Alto Tribunal de Cancillería  y verdadera sátira del sistema judicial inglés que terminó de impulsar una importante reforma legal en la década de 1870.

Pudo ser la herencia de Charles Day, magnate del betún, que amasó su fortuna contratando un ejército de hombres bien vestidos para que preguntasen por su producto en todas las tiendas de Londres (marketing puro del siglo XIX).

O la de William Jennens, que se archivó porque las minutas de los abogados consumieron todo el patrimonio a heredar.

O bien quizás se trataras del caso de Thellusson and Woodford, un pleito testamentario que duró sesenta y dos años, claro ejemplo de que la realidad imita a la ficción.

«Casa Desolada» se publicó en 20 entregas entre marzo de 1852 y septiembre de 1853.

El núcleo de la novela es el caso legal interminable llamado «Jarndyce y Jarndyce», una herencia con varios testamentos contradictorios.

En el prefacio de la primera edición en forma de libro, el mismo Dickens afirmaba que había muchos casos de la época precedentes del de la novela.

La profesión legal tildó la ficción de exagerada, pero lo cierto es que su publicación ayudó sobremanera al impulso de las reformas contra la corrupción y la ineficacia que habían convertido la Cancillería en un nido de aprovechados de una clase media indefensa y empobrecida.

Dickens conocía de sobra el Alto Tribunal de Cancillería, en el que había trabajado de joven como taquígrafo.

Hasta 1873 fue la más alta instancia de Inglaterra y por su origen, en la capellanía del rey, se suponía que sus veredictos se inspiraban en principios de conciencia, más que de derecho.

A partir del siglo XVI se dedicó sobre todo a asuntos civiles en materia económica, como hipotecas, herencias o fideicomisos, utilizando como norma  su propia jurisprudencia.

Dickens, en su novela, «Casa desolada», describe cómo era el sistema de justicia inglés en el siglo XIX, que conocía bien porque trabajó como escribiente durante unos años.

Dickens, que era un novelista de párrafo largo, lo describe así de crudamente en su novela:

«Es el Alto Tribunal de Cancillería, que tiene sus casas en ruinas y sus tierras abandonadas en todos los condados; que tiene sus lunáticos esqueléticos en todos los manicomios, y sus muertos en todos los cementerios; que tiene a sus litigantes, con sus tacones gastados y sus ropas gastadas, que viven de los préstamos y las limosnas de sus conocidos; que da a los poderosos y adi­nerados abundantes medios para desalentar a quienes tienen la razón; que agota hasta tal punto la hacienda, la paciencia, el valor, la esperanza; que hasta tal punto agota las cabezas y destroza los corazones que entre todos sus profesionales no existe un hombre honorable que no esté dispuesto a dar —que no dé con frecuencia— la advertencia: «¡Más vale soportar todas las injusticias antes que venir aquí!»».

Descrito el infausto lugar, pasemos al pleito eterno alrededor del cual gira toda la obra: «Jarndyce y Jarndyce» es un agujero negro que se traga a cancilleres y abogados, juristas y testigos, herederos, familiares y a todo el que pase por allí aunque sea de casualidad.

Un pleito sobre una herencia con varios testamentos y demasiados beneficiarios, parientes lejanos entre ellos, que llevan décadas pugnando por un patrimonio ya casi totalmente consumido por los costes del pleito.

La descripción del autor no tiene desperdicio: “Jarndyce y Jarndyce se arrastra. Este pleito de es­pantapájaros se ha ido complicando tanto con el tiempo que ya nadie recuerda de qué se trata».

«Quienes menos lo com­prenden son las partes en él, pero se ha observado que es imposible que dos abogados de la Cancillería lo comenten durante cinco minutos sin llegar a un total desacuerdo acerca de todas las premisas».

«Durante la causa han nacido innume­rables niños; innumerables jóvenes se han casado; innumera­bles ancianos han muerto».

«Docenas de personas se han en­contrado delirantemente convertidas en partes en Jarndyce y Jarndyce, sin saber cómo ni por qué; familias enteras han heredado odios legendarios junto con el pleito».

«El pequeño demandante, o demandado, al que prometieron un caballito de madera cuando se fallara el pleito, ha crecido, ha poseído un caballo de verdad y se ha ido al trote al otro mundo».

«Las jovencitas pupilas del tribunal han ido marchitándose al hacerse madres y abuelas; se ha ido sucediendo una larga procesión de Cancilleres que han ido desapareciendo a su vez».

«La legión de certificados para el pleito se ha transfor­mado en meros certificados de defunción; quizá ya no queden en el mundo más de tres Jarndyce desde que el viejo Tom Jarndyce, desesperado, se voló la tapa de los sesos en un café de Chancery Lane, pero Jarndyce y Jarndyce sigue arrastrándose monótono ante el Tribunal, eternamente un caso desesperado”.

A principios del siglo XIX, el tribunal británico de Cancillería se había convertido en sinónimo de disfunción procesal e injusticia, especialmente para la clase media.

La situación se denunciaba una y otra vez, pero no fue hasta la publicación en 1852 de la novela de Charles Dickens  cuando sea arrojó una luz aún más brillante tanto sobre la Corte como sobre las vidas arruinadas de sus víctimas.

Uno de los personajes centrales afectados por el caso, John Jarndyce explica que su caso no es más que un problema «sobre un testamento y los fideicomisos bajo un testamento», pero que «los abogados lo han torcido tan endemoniadamente que los méritos originales del caso han desaparecido de la faz de la tierra».

Sólo quedan los costos y «todo lo demás, por algún medio extraordinario, se ha derretido».

Todo, es decir, a excepción de los afectados.

Al mostrar estas vidas destruidas por un caso que no era más que una disputa sobre un testamento, Dickens reveló los lentos procedimientos de la Cancillería y los innumerables abogados cuyo sustento dependía de su ineficiente función.

El caso es una materialización del viejo dicho español, «tengas pleitos y los ganes»; el mejor parado era el abogado.

VICTIMAS DE LA CANCILLERÍA

Podría decirse que el tema central de «Casa Desolada» es la denuncia del daño que un caso podía infligir a un ser humano.

Ya sea en la forma del condenado Richard Carstone, la enojada Gridley o la desequilibrada Miss Flite, Dickens nos brinda el espectro de qué tipo de mal podría causar el tribunal en la vida de las personas que acudían a él para pedir ayuda.

«Espero un juicio», dice un personaje en la novela.

«Dentro de poco. En el día del juicio”, añade.

El momento histórico de la novela no pudo ser mejor, ya que al mismo tiempo que salió publicada por entregas, la Corte de Cancillería se embarcó en un período de cambio radical.

En 1852, una Ley del Parlamento modificó los métodos de obtención de pruebas, sustituyó salarios por honorarios y abolió muchos otros gastos y oficinas inútiles.

ABOGADOS INSTIGAN REFORMA

En el contexto de la disfunción de Chancery Court, «Bleak House» cuenta con un elenco de abogados y asesores jurídicos que abarcan toda la gama desde el «tímido» hasta el «mezquino e ignorante».

Una buena descripción de la profesión legal y de los abogados del siglo XIX, contentos con la ineficiencia de la Cancillería y satisfechos de prosperar a su costa.

En realidad –afortunadamente-, los abogados fueron los principales instigadores de la reforma de la Cancillería.

Por su parte, el canciller en ese momento, Lord Cottenham, fue el impulsor de la emisión en 1841 de las órdenes de reglamentación de las demandas, según la cual «algunas de las reglas más graves con respecto a las partes son demandas en equidad» fueron rectificadas.

Estas órdenes no solo regulaban los juicios, sino que también rectificaban algunos de los «males más evidentes en el sistema actual de súplicas de equidad» y tenían el mérito adicional de ser solo una parte de lo que serían reformas mucho mayores.

SU PROPIA VIDA

La crítica de Charles Dickens a los abogados y los tribunales se basaba en su propia experiencia con el sistema legal.

En 1827, a la edad de quince años, comenzó a trabajar para la oficina de abogados de Ellis y Blackmore.

Fue allí donde vio el lado más oscuro de la ley y frecuentó lugares como Fleet Prison, Newgate y Marshalsea, que luego describiría con todo lujo de detalles en sus novelas.

Más tarde aprendió taquigrafía y se convirtió en reportero en el tribunal.

El mismo autor litigó cuando solicitó una orden judicial tras publicarse imitaciones de su novela, «Cuento de Navidad» (A Christmas Carol, 1843).

Ganó pero tuvo que pagar las costas y la demanda terminó costándole más que cualquier beneficio que pudiera obtener.

De hecho, cuando le ocurrió de nuevo decidió que era menos costoso tolerarlo que recurrir nuevamente a los tribunales.

En una carta a su propio abogado, escribió: «Es mejor sufrir un gran error que recurrir a un error mucho mayor de la ley».

Más de ciento cincuenta años después de su primera publicación, «Casa Desolada» sigue siendo relevante, no sólo como una obra de literatura clásica y excepcional, sino como un magnífico retrato y denuncia del sistema judicial disfuncional británico del siglo XIX y de las denuncias que llevaron a su reforma y modernización, favoreciendo así tanto a los profesionales como a los litigantes y a todo el país.

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