‘In memoriam’ de María Rózpide

“Era todavía demasiado joven para saber que la memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y que gracias a ese artificio logramos sobrellevar el pasado”. Gabriel García Márquez en «El amor en los tiempos del cólera».

Tratándose de María Rózpide, un escritor colombiano es idóneo para enmarcar un tributo, un pequeño homenaje tras su fallecimiento el pasado 24 de noviembre.

Cualquier intelectual de la América que ella tanto transitó, con esfuerzo y entusiasmo para mantener la buena sintonía de la abogacía iberoamericana, a través de la UIBA y del CIAR, habría sido perfecto.

Pero García Márquez proporciona con esta cita la síntesis de lo que María fue, de lo que María es para quienes tuvimos la suerte de tratarla, conocerla y quererla.

La memoria del corazón es, efectivamente, la que hace grandes las experiencias de la vida que merecen la pena y pequeños, apenas insignificantes, los malos ratos. María fue una maestra para mí en muchas cosas, pero en la que más, en la memoria del corazón.

El esfuerzo, la alegría, el tesón, la disciplina, la inteligencia, la experiencia, el saber estar, la lealtad, la eficiencia, el sentido de lo práctico, son virtudes que ella llevaba puestas, con la elegancia y la naturalidad con la que vestía, con la hermosura con la que sonreía y con la soltura y prestancia con la que vivía cada día de esta vida que, tristemente, se le ha interrumpido antes de tiempo.

Conocí a María cuando me incorporé al Colegio de Abogados, en el año 1998, siendo yo una becaria y ella la mano derecha del Decano y maestro Luis Martí Mingarro, además de ocuparse con brillantez de múltiples y diversas tareas institucionales.

Un regalo de la vida

Encontrarla fue un regalo de la vida: ella me ha enseñado mucho, casi sin querer, sin pretenderlo, sino sólo con la compañía y el cariño verdadero. Estar a su lado ha sido un privilegio.

Su amistad me acompañará toda la vida y también muchas cosas importantes que gracias a ella aprendí, junto con buenísimos ratos que hemos pasado juntas, durante tantos viajes, campañas electorales, recuentos, cursos de verano y jornadas de todo tipo, con buenos amigos y compañeros.

Pero además, se da la circunstancia de que compartíamos barrio, un barrio, como me decía Luis Martí el otro día, un tiempo alegre, un tiempo después, preocupado y, hoy, triste.

Triste porque María ya no está; no espero verla subirse en el 14 y hacerle hueco a mi lado para ir juntas charlando; no espero encontrarla comprando flores ni en la iglesia, no espero que me invite a merendar, ni que me recuerde cómo hacía su madre la sopa de la reina para Nochebuena.

Ya no tiene sentido mandarle mensajes al móvil ni esperar sus siempre cálidas respuestas, o el intercambio de fotos de mis hijos con las de esas tres nietas que tuvo la suerte de disfrutar.

Tan sólo espero ya que María, desde su descanso en la paz de los justos, nos acompañe y nos anime a seguir caminando felices en esta vida y que su memoria, la del corazón, nos ayude a cuantos la quisimos a sobrellevar su ausencia que hoy nos rodea “como la cuerda a la garganta, el mar al que se hunde” como describe el gran Borges, como un mal rato, que quede postergado por la grandeza de haberla contado entre los nuestros.

Gracias María Rózpide Urreiztieta, nunca te olvidaremos. Descansa en paz. Hasta siempre.