In Memoriam de César García Otero: Evocación de la amistad
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20/9/2021 06:47
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Actualizado: 20/9/2021 06:47
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Cesar García Otero era vitalidad, entusiasmo, pura vida.
Pero se nos ha ido.
La enfermedad maldita empezó a atacarle vorazmente hace un par de años y César –como buen astur descendiente de don Pelayo– luchó y nos contagió el optimismo de que había logrado vencerla.
El vacío nos invade a sus amigos y nos sobrecoge el dolor de tu adorada Carmen y de tus dos extraordinarios y brillantes hijos, César y Jaime.
No podremos disfrutar de nuevo de esas conversaciones inacabables, de tu sonrisa… con ese gesto tuyo tan característico, de tus gracejos irónicos y de tus reflexiones más serias.
Solo nos queda disfrutar de tu recuerdo, que es poco pero que permanece en el corazón de tantos los que te queríamos y cito solo a algunos: Toni Doreste, Chilo Pintado, Juanito Avello.
¡Van por ti, Cesarín, estas líneas!
Asturiano, de Cangas de Narcea, como los Lago, otra familia ejemplar y también buenos amigos comunes. Por supuesto estudió Derecho en la ciudad de La Regenta, la vieja Vetusta, e ingresó en la carrera judicial allá por 1987.
Pasó un tiempo por los juzgados castellonenses y llegó en 1990 a las Palmas de Gran Canarias para hacerse cargo de uno de los entonces nuevos Juzgados de lo Penal que había creado la Ley Orgánica 7/1988, de 28 de diciembre, de reforma del Poder Judicial.
Llegó con otros tres compañeros con los que inmediatamente hizo piña: Pepe de la Mata, Pepe Merino y Víctor Cava.
Los dos primeros, después de algunos años, volvieron a la península, pero Víctor y César se convirtieron a la canariedad. Aunque nunca perdió su acento asturiano César se hizo un canario más.
Y no es de extrañar pues, como buen “disfrutón”, sentía el aliento de los afectos, el olor del mar cercano a su casa y el sabor de las tertulias tras las jornadas gastronómicas de turno.
Pasear con él por Vegueta o por Las Canteras se hacía interminable ante tantas paradas y saludos. César era de esas personas que ni contaba con enemigos ni generaba recelos.
Descubrió que había una jurisdicción que sí personificaba su vocación y accedió a la Sala de lo Contencioso-Administrativo que más tarde presidió.
En su segundo mandato como Presidente le ha atacado la cruel enfermedad.
UN MAGISTRADO CON UN PRESTIGIO INDISCUTIBLE
Como magistrado de lo administrativo alcanzó un prestigio indiscutible no solamente en archipiélago sino también en el Tribunal Supremo que reconoció su buen hacer interpretativo del Derecho en no pocas sentencias.
Para los no iniciados he de subrayar que el Derecho Administrativo –y, particularmente, el Urbanístico– constituye el centro de la mayor parte –o, al menos la más conflictiva– de las controversias jurídicas que en Canarias se suscitan.
César era muy fino para afrontar cualquier decisión, consciente de su trascendencia para las partes. Presidente, equilibrado, mesurado siempre, estudiaba, se empapaba del pleito, lo giraba por delante y por detrás hasta encontrar la luz de la respuesta, naturalmente en Derecho.
La injusticia de la muerte se torna dramática, incomprensible, cuando se lleva a un amigo que además es de tu misma generación. Me corroe una rebelión interior frente a este designio cruel.
Deleitarme en el sueño de nuestras vivencias conjuntas me parece nimio, evanescente, pero no puedo dejar de rememorar nuestros últimos encuentros.
Un paseo por la calle Lista de Madrid cuando viniste a buscar una segunda opinión.
Y una charla el pasado febrero en una de las tabernas con mejores guisos de Las Palmas, la del Navarro Pinín, en la calle Secretario Artiles.
Aunque te resistías a salir de casa –que era de todos cuando inaugurabas el Belén navideño– acudiste al café y disfrutamos de un rato (nuestro último rato) junto con Antonio Sánchez Tetares, Mari Carmen y Yolanda.
Resuenan en mi alma tus palabras, tu ánimo, tu fortaleza, tu compromiso con la vida, tus planes de futuro, mis consejos de reincorporarte (y me hiciste caso), pero, sobre todo, tu abrazo al despedirnos (nuestro último abrazo).
Gracias, César, por tu ejemplo.
En mi queda por siempre.
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