Luis Zarraluqui se hace novelista: «Nada de lo que he contado es invención, personajes como Aurelia Villalba existen»
Es su primera novela. Su protagonista es una "colega" que ejerce el derecho de familia, Aurelia Villalba, una abogada de 45 años, mujer de nuestro tiempo, que se las tiene que ver con casos que tienen base real y que nacen de una experiencia acumulada de 32 años viéndose las caras con la otra parte ante los tribunales. Foto: Carlos Berbell/Confilegal.

Luis Zarraluqui se hace novelista: «Nada de lo que he contado es invención, personajes como Aurelia Villalba existen»

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04/10/2020 00:45
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Actualizado: 07/10/2020 13:42
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Luis Zarraluqui Navarro, de 60 años, socio director de la firma Zarraluqui Abogados de Familia, que en 2026 cumplirá cien años de existencia, ha dado el salto a la literatura.

«Aurelia Villalba, abogada de familia», su primera novela, bebe de la experiencia acumulada durante 32 años de ejercicio profesional y del conocimiento sobre los seres humanos en los momentos más conflictivos a los que tienen que enfrentarse en sus vidas: cuando les llega el divorcio.

La protagonista es una abogada de 45 años, soltera pero con un hijo, cuya custodia la tiene el padre, y que vive entregada a su profesión y a disfrutar de la vida a fondo. Refleja un tipo de abogada no conocida para el gran público, peculiar. Y un mundo que, por desconocido, llama mucho la atención.

Su lectura augura una segunda parte y, quien sabe, si una serie de televisión. Porque base, tiene.

«Aurelia Villalba» se lee de forma muy fácil y amena lo que quiere decir que el autor le ha puesto mucho esfuerzo y muchas horas. Sobre todo para un jurista como Zarraluqui. La novela, además, posee claras marcas de oficio de escritor.

«Esto tiene dos explicaciones. Tanto a mi padre como a mi abuelo, que nos llamamos igual, siempre nos ha gustado escribir. No novela, no literatura, pero sí sobre cosas que no tenían que ver directamente con cosas jurídicas», explica Zarraluqui.

«Por otro lado, me divertía, me apetecía. Fíjese si me apetecía que escribí el libro de 5 a 6 de la mañana todos los días», añade.

O sea, usted es de mañanas, ¿no?

Sí. Te tiene que apetecer mucho una cosa. Yo me levanto todos los días a las 6 de la mañana.

Por lo tanto, deduzco que usted se va pronto a la cama por la noche. 

A las 9.30 o 10 de la noche estoy en la cama. Los días que tenemos fútbol, un poco más tarde, porque soy muy futbolero. Pero si no, muy prontito.

Como tenía muchas ganas, y solamente podía escribir a trozos y en los fines de semana no avanzaba, me dije, ‘se acabó’. Así que puse todos los días el despertador a las 5 de la mañana. Escribía todos los días una hora, más los fines de semana y los ratos sueltos.

Yo tenía ganas de escribir una novela de entretenimiento, para que la gente se lo pasara bien con el tema de los abogados de familia.

El mundo de los abogados de familia es desconocido para el gran público. 

Absolutamente. Y lo que es conocido está mal explicado o mal entendido. Porque hay muchas cosas que se creen, pero son de otra manera.

Me dije, yo para hacer esto tengo un activo mayor que cualquier otro que quiera hacerlo, que son los temas del despacho y mi conocimiento del campo en el que me iba a mover.

Yo he querido hacer una novela de entretenimiento sobre las tres partes que tiene un abogado de familia: Primero, su vida personal, porque aquí todos somos personas; segundo, la vida del despacho en el que estás, yo me paso aquí 12 horas todos los días; y la tercera, los casos, que a su vez están mezclados con el propio despacho y con tu vida personal.

En mi novela he querido reflejar esta mezcla de forma clara.

Según Zarraluqui, en el campo del derecho de familia, la mayoría de sus componentes son mujeres. Foto: Carlos Berbell/Confilegal.

¿Y por qué ha elegido a una mujer, a Aurelia Villalba, como protagonista?

Por realismo. En estos momentos, el 85 por ciento de los profesionales que se dedican a esta jurisdicción, abogados, jueces, fiscales y equipos psicosociales ­–también están los procuradores, pero son de todo–, son mujeres.

Hay muchas veces en las que en la sala del juicio solamente está el señor y yo y todos los demás, la juez, la abogada contraria, el fiscal, el letrado de la Administración de Justicia, son todos mujeres. Y los hombres callados como puertas. Sin decir nada.

Para que se haga una idea, Madrid capital, por ejemplo, tiene, en estos momentos, catorce juzgados de familia. Nueve de esos juzgados están ocupados por mujeres y cinco por hombres.

La mayoría de los fiscales, mujeres, los equipos psicosociales, mujeres, salvo un hombre.

Y la mayoría de los abogados que se dedican a familia son mujeres.

Por eso la protagonista tenía que ser mujer, lo que supuso un reto para mí: conocer si era capaz de hacer una novela en primera persona desde el punto de vista de una mujer. Una mujer de 45 años, 1,82 de estatura, atractiva y moderna.

¿Es un perfil real?

Completamente. El tema, por ejemplo de la custodia, parece que una mujer que cede la custodia parece que fuera un bicho raro, una mala madre. No es verdad. Cada vez hay más mujeres que, por su tema profesional, por su tema personal, deciden que la custodia la tenga el hombre.

Y hay muchas más custodias compartidas. Sin que por ello sean ni malas madres. Es gracioso que cuando un hombre cede la custodia exclusiva a la madre no se dice que sea un mal padre. ¿Por qué una mujer que cede una custodia es una mala madre?

Muchas veces es por un tema de generosidad.

¿El instinto maternal es un mito? Porque la protagonista, Aurelia Villalba, no lo tiene.

Es verdad que tiene que haber una relación especial entre una madre y un hijo, porque lo ha tenido dentro. Pero, claro, como todo hay que dimensionarlo. No me creo eso que se dice que los niños son de las madres. No son de nadie. Los niños, si son de alguien, son de la madre y del padre.

Y luego ya influye muchísimo la relación que has tenido con tus hijos.

No es solo una relación de cantidad de tiempo, también es de calidad, de interés. Hay muchas cosas que se mezclan. No podemos simplificarlo.

«Cuando tengo la primera reunión con un cliente les digo: ‘Mira te voy a decir una cosa que es muy fácil verbalizar, pero muy difícil de interiorizar: Hay tres cosas que no tienes que mezclar, justicia, legalidad y sentido común'»

«En su libro su protagonista les dice a los clientes, en la primera consulta: tiene que saber que justicia, legalidad y sentido común son tres cosas absolutamente distintas y que, aunque puedan parecer lo mismo, está lejos de serlo. ¿Es lo que le dice usted a los suyos?

Sí, claro. Cuando tengo la primera reunión con un cliente les digo, “Mira te voy a decir una cosa que es muy fácil verbalizar, pero muy difícil de interiorizar: Hay tres cosas que no tienes que mezclar, justicia, legalidad y sentido común.

La justicia la imparte Dios, Buda, Alá…, en quien tú creas. El sentido común lo puedes tener tú, una enfermera del Ruber, Cristiano Ronaldo y el taxista de la esquina. Aquí lo único que cuenta es la legalidad.

Y la legalidad son unos libritos, unos libritos cambiantes.

Lo mejor que puedes hacer es estar con un abogado que conozca los libritos para ayudar con su interpretación. Pero no cuestionarlos. Porque si lo haces es como si cuestionaras el reglamento del fútbol. ¿Por qué jugamos once contra once si el campo es tan grande? ¿No deberíamos ser trece…?

Así no avanzamos. Esto es así.

Al principio, mis clientes se quedan un poco en estado de “shock”. Ahora el reglamento, la legalidad. Por aquí es por donde tenemos que ir.

¿Por qué Aurelia Villalba es un pibón que te mueres, 45 años, liberada, sin problemas para mantener sexo con extraños…?

Este es un perfil que existe. Yo no me lo estoy inventando. He mezclado en un personaje una serie de características que he comprobado que se dan.

Abogadas de entre 40 y 55 años tienes un montón. Abogadas de esa edad que están divorciadas o separadas y que hayan tenido hijos, también. ¿Qué sean deportistas? Hoy las mujeres se cuidan, muchas, pero que muchas van al gimnasio. ¿Liberada? Es que este es el mundo de hoy.

Nada de lo que relato es invención, personajes como Aurelia Villalba existen.

Me ha llamado mucho la atención la app que refiere en la narración. Una app para mantener relaciones sexuales inmediatas con extraños. ¿Existe?

Con nombre distinto. Pero existe. Y hay distintas modalidades. Yo no tengo ni Facebook, ni Twitter, ni WhatsApp. No estoy en redes sociales. Nada.

Entonces, ¿cómo llegó a su conocimiento?

A través de un cliente. Me puse a investigar. Me puse a mirar cómo funcionan algunas. ¿Se quedaría asombrado? A mí lo que ha llamado la atención no es que el juego se produzca sin que las personas se conozcan previamente, porque ese es el juego, y da lo mismo que sea hombre o mujer –y si no entras en el juego, la propia aplicación te saca–, sino el componente de seguridad.

No el componente sexual o de hormonas o de adrenalina, pero también. A mí me sorprende más que puedas quedar con un desconocido, o desconocida, en un piso que no conoces. ¿Cómo sabes que es seguro? Porque puede haber tres asesinos que te van a robar, agredir o matar.

«Las cosas hay que demostrarlas, acreditarlas. Pero no solo la parte jurídica. Tienes que aportar las pruebas de lo que cuestan las cosas para poder reclamar… En fin, pruebas, pruebas, pruebas»

Bueno, Aurelia Villalba tiene una experiencia de esas.

Ahí pongo de manifiesto uno de mis temores. Me sorprende mucho que esto tenga lugar. Que la gente se meta en esas cosas, que esté dispuesta a correr esos riesgos sin que le preocupe lo más mínimo.

Y no nos imaginemos que son gente depravada la que se mueve por esos canales. No, no. Son padres y madres, con hijos, gente muy normal. Gente que tiene muchos miedos para determinadas cosas y luego es capaz de meterse en la cama con desconocidos, a ver lo que pasa.

¿Y cómo se financia la aplicación?

Por la publicidad. Esa es la respuesta que me dan los que saben de esto.

El bufete que dirige Aurelia Villalba es una boutique, un despacho en el que trabajan dos o tres personas, especializado en un sector muy concreto de la abogacía. En ese bufete trabaja el padre de ella, cuya función me recuerda mucho la de los detectives estadounidenses. ¿Es una invención o se utilizan, de verdad?

Alfredo, que también existe en la realidad y no es abogado, es un personaje de más años, que tiene el colmillo retorcido, que ha tenido vidas muy raras y que ha hecho muchas cosas, sirve a la directora del despacho, su hija, como chico para todo.

Es un tipo que tiene pocos escrúpulos, que es capaz de meterse en los líos que haga falta. En los despachos, en ocasiones, son necesarias personas de ese perfil.

¿Utilizan ese tipo de personajes ustedes, en su especialidad?

A veces son necesarios para llegar a cosas a las que no eres capaz de llegar o que te costaría más tiempo alcanzarlas o simplemente prefieres no dedicarle ese tiempo.

Hoy en día se valora cada vez más la gestión y la eficacia. Como en el resto del derecho, en el de familia tienes que acreditar las cosas. Por mucho que se diga que una persona tiene un nivel de vida tal, no vale si no se puede acreditar.

Las cosas hay que demostrarlas, acreditarlas. Pero no solo la parte jurídica. Tienes que aportar las pruebas de lo que cuestan las cosas para poder reclamar… En fin, pruebas, pruebas, pruebas.

Muchas veces esas pruebas no son fáciles de obtener. Y tú dispones de estos personajes, que no tienen porqué ser detectives, para poder encontrar determinadas cosas, que son luego las que tú utilizas para atacar o defender en los procedimientos.

Zarraluqui recuerda que, desde 2005, ya no es necesario probar las causas para obtener un divorcio. Sin embargo, las pruebas son muy útiles a la hora de negociar con la otra parte.

En uno de los casos que relata, el tal Alfredo se encarga de conseguir unas fotos comprometidas para demostrar un caso de infidelidad. Sin embargo, eso ya no es importante en nuestros días. La última reforma legal ya no lo precisa.

Correcto. Ya no hay causas.

Sin embargo, la gente sigue pensando que hay que demostrarlo.

La reforma de 2005, que es a la que te refieres, ya desaparecen las causas. Antes, para poderte divorciar, tenías que estar separado 5 años. Primero tenías que obtener la separación legal y luego el divorcio.

Y para la separación legal tú tenías que tener una causa. No podías separarte porque te diera la gana. Se alegaban diversas causas, como incompatibilidad de caracteres y cosas por el estilo. Había que demostrarlo. Después, el juez tenía que ‘comprarte’ el argumento. Generalmente se lo creían.

La reforma de 2005 acaba con las causas. Tú ahora te puedes divorciar directamente con tal de que lleves tres meses casado. Eso judicialmente.

Luego está la parte extrajudicial. Muchas veces se llegan a acuerdos. Y ahí sí tienen que ver las causas. Y no es lo mismo que tú te quieras divorciar de tu mujer porque ya no tienes nada que ver con ella.

Los ingleses tienen un verbo, «to grow apart», crecer aparte, que también puede traducirse por distanciarse, separarse gradualmente…

Claro, es que es así. Es muy difícil que una pareja evolucione en la misma dirección y a la misma velocidad.

Si ese es el motivo del divorcio, la negociación no puede ser difícil.

Ahora, si los motivos son otros. Si el motivo es que tu marido, o tu mujer, te la está pegando… Eso es lo que hay que acreditar.

Esas pruebas son fundamentales para negociar, para hacer palanca y para defenderse o alegar el complejo de culpabilidad.

Este es un factor brutal. Había un presidente de la Audiencia Provincial de Madrid, que se ha retirado hace poco, que hablaba de ese complejo de culpabilidad.

Muchos convenios están firmados bajo los influjos del complejo de culpabilidad. Bajo ese complejo la persona es capaz de dar mucho más de lo que le correspondería en el Juzgado.

¿Qué problema tiene? Que es como las botellas de champán. Que el tapón sale a gran presión pero el efecto desaparece después.

Por eso tienes que manejarlo bien.

En el minuto uno te pueden dar de todo. Porque el complejo de culpabilidad tiene mucha fuerza. Ahora bien, cuando pasa un momento, el efecto se pasa. La persona empieza a pensarlo, a relativilizarlo y…

Y eso desemboca en recursos judiciales para reformar las condiciones aceptadas bajo ese efecto de culpabilidad.

Correcto. Ese convenio que tú habías firmado bajo esas condiciones es el que quieres modificar cuando se ha pasado el efecto pasado un año o dos. Pero luego no es tan fácil.

«Muchos convenios están firmados bajo los influjos del complejo de culpabilidad. Bajo ese complejo la persona es capaz de dar mucho más de lo que le correspondería en el Juzgado»

Otro aspecto muy interesante de su novela es la relación de los abogados con los jueces…

Aunque estamos en el mismo negociado, nuestros puntos de vista son distintos. Yo tengo amigos jueces y la verdad es que, como en casi todas las profesiones, los mejores y los más inteligentes son los más sencillos y los más humildes.

Luego hay otros jueces, como otros abogados, que son más mezquinos, más pequeñitos, en los que las envidias juegan un papel importante.

El problema con las envidias es que la fuerza que tiene un juez es tremenda. Había una frase de un abogado muy conocido que decía “Juzgar es un oficio de dioses, es muy difícil”.

Un juez puede arruinar la vida a  una persona por una equivocación.

Hace muchos años tuve un caso en el que una madre con tres hijos, uno de ellos con un problema grave diagnosticado, solicitó el divorcio. Conseguimos un buen resultado en primera instancia. Logramos una pensión compensatoria para ella y otra para los hijos.

La sentencia fue recurrida a la Audiencia Provincial por el exmarido. Y la sentencia, una sentencia horrorosa, fue un copia y pega de otra sentencia. A la mujer le quitaron la pensión compensatoria, afirmando que podía trabajar en un sector desconocido para ella, en el que nunca trabajó, en Madrid y en Panamá.

Un disparate. Dejaron de reconocer, además, la gravedad del tercer hijo.

Un drama tremendo. Fin de la película.

¿No había casación?

Para estos temas no hay casación. No se podía hacer nada. Intentamos una nulidad de actuaciones, el Consejo General del Poder Judicial… Nada.

Hicimos mucho ruido en medios de comunicación. A consecuencia de eso comenzaron a salir resoluciones del tribunal diciendo que “nos hemos equivocado y no es verdad que pueda trabajar, pero el resultado lo dejamos”. Fueron corrigiéndose pero mantuvieron el resultado final.

Con el paso del tiempo descubrimos la sentencia de la que se había hecho el copia y pega. Era el caso de otro caso distinto y de otra señora diferente.

Pero se supone que el recurso de apelación que presentó el exmarido lo vieron tres magistrados, ¿no?

Teóricamente. Y uno es el ponente. Es mentira. El ponente es el que se estudia el caso, el que hace lo que le da la gana, y los otros dos no se meten con él para que él no se meta con sus ponencias.

Y esto hace que, al final, estemos cambiando un juez por de primera instancia por otro juez en apelación, y no una sala de tres.

La fuerza que tiene una sentencia equivocado de un juez es tremenda. Se pueden equivocar, como todo el mundo. Pero que no me hagan un copia y pega, porque para el justiciado, que ve cómo aparecen nombres de otros en su sentencia, con los que no tiene nada que ver, y en la que dice que puedes trabajar en Panamá, cuando no has estado en Panamá nunca no es serio.

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