«La Calderona», amante de Felipe IV: Así eran antes las relaciones de los reyes con sus queridas
En la antigüedad –y también en tiempos relativamente cercanos– los reyes tenían patente de corso para mantener relaciones sexuales al margen de sus matrimonios. El caso de la actriz María Inés Calderón, conocida como "La Calderona", quien fue amante de Felipe IV, al que le dio un hijo que este reconoció, es un ejemplo claro de cómo funcionaban las cosas.

«La Calderona», amante de Felipe IV: Así eran antes las relaciones de los reyes con sus queridas

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08/12/2021 06:48
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Actualizado: 17/8/2022 07:55
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Los reyes de la historia, hasta hace bien poco, tenían una doble vida. Por una parte, la familia, basada en matrimonios de conveniencia forjados por el interés político, y, por otra, la amante, o amantes.

Solo hay que remitirse a las pruebas de la actualidad, donde un Rey Emérito, a día de hoy, se las está viendo ante la «High Court» inglesa con su antigua amante, Corinna zu Sayn-Wittgenstein, quien le ha demandado por los supuestos daños personales que dice la mujer que le han producido agentes del Centro Nacional de Inteligencia de España, por orden de su director, Luis Sanz Roldán.

Una mujer a la que don Juan Carlos supuestamente le regaló 65 millones de euros que ella no está dispuesta a devolver.

Esto que ahora sucede, antiguamente era imposible que ocurriera. Principalmente porque ni existían medios de comunicación, ni imperaba la libertad de expresión ni el derecho a la información de nuestros días, que hace que todo se sepa, como en el caso de Corinna y el Rey Emérito.

Los reyes podían hacer, literalmente, lo que les viniera en gana sin esperar consecuencia alguna de ningún tipo precisamente por eso, porque eran reyes.

Como en el caso de María Inés Calderón, una actriz madrileña, conocida popularmente como «La Calderona».

María Inés Calderón tenía dieciséis años en 1627 cuando conoció a Felipe IV, quien era seis años mayor que ella.

«La Calderona» no era una belleza al uso. Su estatura era mediana y su cuerpo no cumplía con los cánones que regían la hermosura de la época porque era más bien delgada. Pero tenía una gracia especial, una voz, penetrante y sugestiva, que cautivaba hasta el hechizo. 

A esa edad ya estaba casada con un tal Pablo Sarmiento. Era hija de Juan Calderón, proveedor y prestamista de las gentes del teatro.

El duque de Medina de las Torres, un “don Juan” y un hombre de muchos posibles, rivalizaba de forma pública con otro “play boy”, el conde de Villamediana, pero se llevó el gato al agua y se convirtió en su amante.

Una primitiva publicación de la época, “Razón de la sinrazón” contaba que fue Medina de las Torres -yerno de Gaspar de Guzmán y Pimentel Ribera y Velasco de Tovar, conde-duque de Olivares, primer secretario o valido del rey–, quien llamó la atención a Felipe IV sobre “una propiedad oculta” (que no nombraban por decencia) de “la Calderona”, lo que provocó su curiosidad por conocerla.

De esa forma, el conde-duque, el hombre que dirigía el país con mano de hierro, mantenía entretenido al monarca, alejado de los asuntos del gobierno.

Sobre este rey, el cuarto de la dinastía de los Austrias, Torrente Ballester escribió una divertida novela, «Crónica del rey pasmado», que luego el director Imanol Uribe llevó al cine como comedia con el título de «El rey pasmado».

Gabino Diego, como Felipe IV, bordó el papel. Tenía como nudo central el deseo del monarca de contemplar el cuerpo desnudo de su mujer, la reina Isabel de Borbón, francesa, interpretada por Anne Roussel, después de haberse quedado pasmado al contemplar el cuerpo desnudo (con medias rojas) de una prostituta que recordaba a la Venus del espejo de Velázquez.

Esto provocó que el Gran Inquisidor, interpretado por Fernando Fernán Gómez, se viera obligado a convocar una junta de teólogos para debatir el asunto en cuyo seno se produce un debate. Por un lado el fraile Villaescusa (Juan Diego) se muestra en contra porque supone un pecado y eso puede tener malas consecuencias para el país. Por otro, el padre Almeida, misionero jesuita, que argumenta que el deseo del rey es un asunto privado.

La reina, por su parte, está dispuesta a complacer los deseos del rey, Villaescusa y sus acólitos tratan de impedirlo por todos los medios.

Al final, gracias a la ayuda del jesuita, el rey consigue reunirse con la reina a solas en el monasterio de San Placido y logra su objetivo: ver a su mujer desnuda.

La novela de Torrente Ballester describió muy bien como la historia había juzgado a Felipe IV y sus instintos básicos.

Gabino Diego en el papel de Felipe IV en la escena en la que ver a una prostituta, con la que ha tenido relaciones, desnuda, con lo que se queda pasmado y provoca su deseo de ver a su esposa, la Reina, desnuda.

VISITA DE INCÓGNITO AL TEATRO

La curiosidad fue para Felipe IV lo mismo que el queso para un ratón. Aprovechando el debut de la actriz en el madrileño teatro del Corral de la Cruz, el monarca decidió asistir de incógnito para observarla desde un palco.

En las piezas de entonces lo habitual era que la protagonista intercalara sus diálogos con canciones y bailes.

Uno de estos bailes, que había sido bautizado con el nombre de marizápalos, se convirtió en un gran éxito del momento. La propia “Calderona” terminó por ser identificada con él y llamada “la Marizápalos”. 

Como era previsible, Felipe IV quedó prendado de la actriz.

De acuerdo con la condesa de d’Aulnoy, una cómica francesa que visitó entonces la corte española, y cuyas experiencias plasmó en un libro -“Diario de un viaje a España”-, cuando el rey le pidió relaciones a “la Calderona” esta propuso a su amante, el citado duque de Medina de las Torres, que huyeran juntos, lejos del alcance de Felipe IV, para vivir su amor.

El duque consideró, sensatamente, un suicidio quitarle al rey una mujer de la que se había encaprichado, por lo que rechazó la propuesta de «La Calderona». Aunque, a cambio simuló un viaje a sus posesiones andaluzas, para quedarse secretamente hospedado en casa de “la Calderona”.

Aprovechando, claro está, una larga ausencia del marido.

El rey y el duque, por lo tanto, compartieron la misma mujer durante meses, hasta que ocurrió lo que debía de ocurrir: el monarca descubrió el engaño.

La mencionada condesa relató también el suceso: “Un día sorprendió el rey al duque de Medina de las Torres con su querida, y en un arrebato de cólera se acercó a él puñal en mano, resuelto a matarle. María se interpuso, diciendo que se vengara en ella si ofendido se creía. El rey no pudo negar su perdón, pero desterró el amante”.

Del marido nada más se supo. Desapareció debidamente compensado por el conde-duque.

EL REY NO LA OCULTÓ

Felipe IV estaba tan embelesado con “la Calderona” que no se recataba en ocultarla.

Nunca fue, sin embargo, una “reina bis” ni llegó a alcanzar la influencia de la Pompadour o la Montespan en Francia. El conde-duque de Olivares nunca lo hubiera permitido.

Olivares gobernaba España y se encargaba de entretener al rey organizándole partidas de caza y fiestas y facilitándole todo tipo de mujeres, una tarea que él consideraba como parte de sus obligaciones.

No importaban que fueran solteras o casadas.

Los padres o maridos recibían, a cambio, jugosas prebendas, como fue el caso del conde Chirel, que aceptó el mando de las galeras españolas en Italia a cambio de que el rey desflorara a su hija.

A Felipe IV, por otra parte, le aburrían tremendamente las cosas del gobierno.

“Paralítico de la voluntad”, lo definió el profesor Gregorio Marañón. Con su reinado se inició la ineludible decadencia española. 

El soberano español había sido casado por razón de Estado a los 9 años con la francesa Isabel de Borbón, quien también era una niña: 10 años: Ninguno de los dos mantuvo relaciones sexuales con el otro hasta mucho más tarde.

Según dice la historia, Felipe IV nunca le hizo de menos a propósito, aunque en una ocasión, su falta de previsión hizo que su esposa la expulsara de un acto oficial,

Fue en una fiesta en la Plaza Mayor de Madrid, donde se celebraba una fiesta real. El monarca colocó a «la Calderona» en uno de los mejores balcones del lugar. La reina, que sabía quien era la actriz, dio orden de que la echaran.

Cuando Felipe IV conoció lo ocurrido ordenó que, en lo sucesivo, a “la Calderona” se le fijara un balcón en la plaza, esquina a la calle de Boteros, que el vulgo bautizó como “el balcón de Marizápalos”.

FELIPE IV TUVO 34 HIJOS ILEGÍTIMOS PERO SOLO RECONOCIÓ A UNO: EL HIJO DE LA CALDERONA

La pasión del rey por María Inés Calderón tuvo su fruto casi dos años después, el 7 de abril de 1629: Un niño, al que bautizaron con el nombre de Juan José.

Quedó registrado como “hijo de la tierra”, que era como se definían legalmente a los hijos ilegítimos.

Doce años más tarde, en 1641, Felipe IV -quizá para imitar a su bisabuelo Carlos V-, lo reconoció como propio y así creó un nuevo Juan de Austria, aunque el hijo de “la Calderona” fue poco más que una sombra de su antecesor.

En las mismas fechas en que dio a luz la actriz, la reina Isabel también trajo al mundo al infante Baltasar Carlos, que falleció prematuramente y al que Velázquez inmortalizó a caballo.

Con este motivo circuló después una leyenda -se dice que alentada por el propio Juan de Austria- que contaba que ambos niños fueron cambiados al nacer, por petición de la comediante, con el fin de que su hijo, mucho más sano y robusto que el de la reina, heredara el trono.

Así, según esta versión, el superviviente sería el vástago legítimo. La historia no tuvo mucha base. Hoy sería un buen material para una película.

Juan de Austria fue el único ilegítimo reconocido como hijo suyo por Felipe IV.

¿Cuántos hijos ilegítimos conocidos tuvo este monarca en total?

La cifra asciende a treinta y cuatro.

La mayoría se perdieron en el anonimato de la historia.

Otros, consiguieron ascender en el escalafón social, como Fernando, que fue gobernador de Navarra; fray Antonio de Santo Tomás, relevante dominico; Ana María, una religiosa agustina; Juan, que fue sacerdote y cuyo parecido con su padre provocaba todo tipo de comentarios; y Antonio, que llegó a ser obispo de Cuenca. 

¿Qué le dio “la Calderona” a Felipe IV? Seguro que las más depuradas técnicas sexuales no hubieran servido de mucho si esta mujer no hubiera hecho sentir al monarca ese éxtasis que se encuentra por azar en otra persona y que obedece más a los designios de la desconocida química humana que a cualquier otro factor.

Pero hasta eso se acaba. Seis años después de comenzada la relación, y cuando esta se iba apagando, “la Calderona” comunicó al rey que había decidido meterse a monja en el monasterio benedictino de Valfermoso, en Guadalajara.

Tenía tan solo 22 años. No pudo hacer nada el rey para cambiar su decisión. María Inés Calderón ingresaría en el convento poco después y no lo abandonaría nunca, llegando a la dignidad de madre abadesa. 

Esto, si se cree lo que se decía en la época, no hubiera sido impedimento para Felipe IV, caso de haber querido continuar su ayuntamiento con la ex actriz.

No le hacía ascos el rey a los hábitos religiosos si debajo había una mujer apetecible.

Se cuenta que en una ocasión el rey supo que en el convento de San Plácido había una hermosísima monjita, y virgen, por supuesto, llamada Margarita de la Cruz. Sus cortesanos, con el conde-duque de Olivares al frente, le organizaron todo para que pudiera profanar la clausura y entrar en la celda de la monja. 

La madre superiora, advertida a tiempo por un confidente, defendió la virtud de la joven con un ardid en extremo teatral: la vistió con el hábito blanco que ponían a las hermanas fallecidas y le colocó cuatro velas alrededor de la cama.

Cuando el rey entró en la estancia y vio a “la muerta” salió huyendo, presignándose y pidiendo perdón a Dios por las “malas intenciones” que le habían llevado allí. Sin embargo, el rey se enteró después de que todo era mentira y regresó al convento exigiendo que le dieran lo que le habían negado.

La superiora cedió ante el monarca y entregó la monjita al rey. 

Esta historia, de la que existen muchas versiones y que muchos historiadores consideran apócrifa, da una idea del poder del rey cuando deseaba alguna mujer. También se extendió por la corte otra historia de monjas y el mismo convento, pero con el conde-duque de Olivares como protagonista.

Se decía que el estadista, preocupado por su falta de descendencia, había hecho el amor con su esposa en la Iglesia del convento y en presencia de todas las religiosas mientras estas rezaban al cielo para que la mujer quedara embarazada en el intento.

No dejó nunca Felipe IV de encamarse con toda mujer que le llamase un poco la atención. De él se ha dicho que fue un rey “democrático”, pues no hizo ascos a ningún tipo de mujer por su condición social.

Prefería una plebeya hermosa a una aristócrata fea.

El destino, sin embargo, le jugaría una mala pasada al final de su vida.

Tanto su esposa, Isabel de Borbón, como su hijo, Baltasar Carlos, murieron, lo que le empujó a tomar una nueva esposa en la persona de su sobrina, Mariana de Austria, que trajo al mundo al que después sería Carlos II, un niño débil y endeble.

El propio Felipe IV confesaría a uno de sus íntimos amigos que fue concebido la última vez que tuvo relaciones con la reina, estando ya achacoso y viejo.

Era, por lo tanto, la última partida de una fábrica esplendorosa de espermatozoides que regó España de hijos ilegítimos.

Y fue el penúltimo rey de la Casa de los Austrias que ocupó el trono de España.

Felipe IV murió en 1655, tras treinta y cuatro años de reinado, arrepintiéndose por sus muchos pecados y solicitando el perdón.

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