«Gordo», «feo» y «calvo»: ¿la censura a las novelas de Roald Dahl por lo «políticamente correcto» podría replicarse en España?
Roald Dahl es autor de novelas como "Matilda", convertida hoy en un musical de plena actualidad en España. Anteriormente Danny De Vito la llevó al cine con gran éxito.

«Gordo», «feo» y «calvo»: ¿la censura a las novelas de Roald Dahl por lo «políticamente correcto» podría replicarse en España?

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25/2/2023 06:48
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Actualizado: 25/2/2023 01:29
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La comunidad literaria internacional se ha visto sacudida por una nueva polémica: la casa editorial británica Puffin, división de Penguin Random House, ha decidido reeditar los libros del autor Roald Dahl habiendo suprimido las palabras y expresiones que consideren inapropiadas u ofensivas. Adaptándolos a los «políticamente correcto» de nuestro tiempo.

Lo que ha contado con todo con el consentimiento de sus herederos, reunidos en The Roald Dahl Story Company.

Entre los cambios señalados en las ediciones en inglés se encuentran algunos calificativos sobre la apariencia de las personas que opinen que se perciben de manera negativa, como «gordo», «feo» y «calvo». Estos cambios no se verán reflejados en las ediciones en castellano, como han afirmado desde las editoriales Alfaguara y Santillana.

Además, se han eliminado palabras como «loco» y «atractiva» , expresiones como «madres y padres» y «hombres-nube» se vuelven de género neutro y se borran varias referencias a los colores blanco y negro, como una escena de «El gigante bonachón», donde el protagonista usa una capa negra, o la oración «se volvió blanco como una sábana».

En un par de casos particulares, el libro «Las brujas» incluirá la aclaración de que «hay muchas razones por las que una mujer podría usar una peluca, y eso no tiene nada de malo», y una mención del autor Rudyard Kipling se sustituye por la de la escritora Jane Austen.

Varias figuras del mundo editorial se han pronunciado en contra de esta estrategia, con el autor británico-estadounidense Salman Rushdie como una de las de mayor perfil, afirmando que Puffin y los herederos de Dahl deberían «sentirse avergonzados» por esta «censura absurda».

También el primer ministro del Reino Unido, Rishi Sunak, se ha sumado a las críticas diciendo que «las obras literarias y de ficción deberían ser preservadas, no retocadas».

Otro de sus grandes éxitos fue «Charlie y la fábrica de chocolate», que en el cine dirigió Tim Burton y a cuyo personaje principal, Willy Wonka, dio vida Johnny Depp, en la foto con sombrero de copa. Foto: Tim Burton.

Estas acciones son más difíciles de llevar a cabo en España, donde la Ley de Propiedad Intelectual (LPP) reconoce los derechos morales «irrenunciables e inalienables» de los autores, más allá de los de comercialización y explotación (que se pueden gestionar, ceder y vender), en su artículo 14, incluyendo el respeto a la integridad de la obra y la modificación de su obra para respetar los derechos de terceros. Cabe reiterar que estos derechos son intransferibles.

«Las obras literarias tienen su propia autonomía, incluso del autor», apunta Roger Dedeu Pastor, socio de Gabeiras & Asociados, señalando que la autoría es imprescriptible y se liga para siempre como un elemento de personalidad.

Sin embargo, añade que es responsabilidad del autor indemnizar a los afectados por la decisión de retirar o suprimir una obra publicada, como las editoriales, distribuidoras y librerías, sea por daños y perjuicios o con una sustitución.

Ponderación entre derechos fundamentales

El artículo 15 de la LPP indica que en el régimen ‘mortis causa’, los herederos (en caso de que no se nombre a otra persona) pasan a defender los derechos morales del autor sin que esto signifique que alcancen la misma condición ni que tengan los mismos derechos. A falta de herederos, estas responsabilidades sobre la obra pasan a la Administración pública, a nivel del Estado, comunidades autónomas, ayuntamientos u otros cuerpos.

Dedeu aclara que «la ley designa los defensores de la obra, pero no contempla que estos pidan su modificación», con lo que no podrían alcanzar un acuerdo con la editorial para modificar un contenido que no les parezca inapropiado para un público infantil. «Hay un conflicto al suponer que el autor vivo no cambiaría su propia obra, o si se puede entrar en su personalidad».

Así, compara la LPP con la Ley de Patrimonio Histórico, que regula los objetos de relevancia cultural histórica. «En este caso, todos entienden que no se le puede poner un taparrabo al David de Miguel Ángel porque esté desnudo o quitar las referencias a judíos y moriscos del manuscrito del Quijote«.

Los herederos de Roald Dahl se mostraron conformes con esta «adaptación» de los textos de su antepasado, del que ostentan los derechos de autor, a lo «políticamente correcto» de nuestro tiempo. Foto: Roald Dahl.

Surgen otras dificultades al considerar la ponderación entre el derecho a la protección de los menores de edad, a quienes están dirigidas obras literarias como las de Dahl, y los de la libertad de creación literaria y artística y de acceso a la cultura.

En cuanto a este último, Dedeu afirma que los poderes públicos deben saber cuándo actuar para proteger a otros de un hipotético daño, pero que «si una persona privada impide el acceso a la cultura modificando una obra, sí podemos hablar de censura».

«En una situación de colisión entre estos derechos, el criterio aplicado en tribunales decide cuál preservar en cada caso, pero no es lo mismo alabar el asesinato de homosexuales o negar el Holocausto en un libro para niños que usar palabras como ‘gordo’ o ‘calvo'», subraya

El abogado tacha la supresión de estos calificativos de «aberración» y recuerda que «la censura previa está prohibida en España». En el entorno literario actual, dice, «se revisa continuamente la cultura histórica bajo valores y premisas contemporáneas».

«Cualquier bien artístico es producto de su época, incluyendo momentos terribles en que se alteraban las condiciones básicas de convivencia humana, pero las generaciones futuras deberían poder ver cómo fueron desde un punto de vista crítico», comenta, ironizando con que «los niños ya no van a poder ir al Museo del Prado porque hay desnudos, temas machistas y antisemitas y aliento a la guerra».

En todo caso, declara que «solo en los casos en los que evidente y flagrantemente se contravengan los valores constitucionales deben tomarse acciones no para prohibir las obras, sino para condicionar su exhibición», con advertencia sobre el contenido que atenten contra los principios de igualdad, libertad y diversidad, limitación por edades, entre otros.

Dedeu se identifica, en principio, como una persona «en contra del revisionismo», prefiriendo «que las obras se expliquen bien», e indica que «muchas situaciones entran dentro de la categoría de censura», pero advierte de la autocensura en las situaciones en los que los creadores se cuidan de generar contenidos que puedan ser censurados, limitando su libertad.

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