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Opinión | ¿90 días para qué?: Un tablero geopolítico intrincado y en movimiento
Jorge Carrera, abogado, exmagistrado, exjuez de enlace de España en Washington y consultor internacional, avanza el escenario que resta durante los tres próximos meses, que revelan un reordenamiento de fuerzas mundiales. En el fondo, la confrontación entre Estados Unidos y China, entre Donald Trump y Xi Jinping. Foto: Grok.
12/4/2025 05:38
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Actualizado: 12/4/2025 07:58
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El mundo parece navegar en una bruma de incertidumbre, pero bajo la superficie se dibujan estrategias calculadas.
Los últimos movimientos en la política internacional —desde las tensiones comerciales hasta las negociaciones encubiertas— revelan un reordenamiento de fuerzas que podría definir el siglo XXI. ¿Qué está pasando? Lo que sigue es un análisis de las piezas en juego.
1. Estados Unidos: presión y táctica
La decisión de Donald Trump de conceder 90 días de tregua arancelaria parcial, manteniendo niveles elevados como amenaza latente, es una muestra de debilidad y a la vez de pragmatismo. Estados Unidos busca reorganizar su estrategia para aislar a China, su gran rival.
Durante este periodo, Washington presionará a aliados y socios comerciales —incluyendo a la Unión Europea— para que reduzcan su dependencia económica del gigante asiático.
La meta es clara: crear una red de economías que, a cambio de acceso privilegiado al mercado estadounidense, limiten su cooperación tecnológica, industrial y financiera con Pekín.
Profundizando en esta hipótesis, la misma se revela como una jugada estratégica con oportunidades y riesgos significativos.
La principal oportunidad radica en la posibilidad de reconfigurar las alianzas económicas globales en detrimento de China. Al ofrecer acceso privilegiado al mercado estadounidense, Washington buscará incentivar a sus socios comerciales tradicionales, como la Unión Europea, Japón y Corea del Sur, a realinear sus cadenas de suministro y reducir su dependencia tecnológica e industrial del gigante asiático.
Esto podría fortalecer la posición negociadora de Estados Unidos a largo plazo y crear un bloque económico más cohesionado frente a la creciente influencia china. Se trataría de un desacoplamiento progresivo con el gigante chino.
Sin embargo, esta estrategia también conlleva riesgos considerables.
En primer lugar, la presión excesiva sobre los aliados (muchos de los cuales deberán asumir aranceles aunque menores) podría generar resentimiento y resistencia, llevando a estos a buscar alternativas o incluso a fortalecer sus lazos con China para contrarrestar la influencia estadounidense.
La Unión Europea, por ejemplo, podría priorizar su autonomía estratégica y buscar un equilibrio en sus relaciones comerciales. En segundo lugar, la incertidumbre generada por la amenaza latente de aranceles podría dañar la confianza empresarial y frenar la inversión global, afectando también a la economía estadounidense.
Además, China podría responder a esta estrategia con sus propias medidas coercitivas, dirigidas tanto a Estados Unidos como a sus aliados, lo que podría desencadenar una escalada de tensiones comerciales y geopolíticas.
Finalmente, la efectividad a largo plazo de esta estrategia de aislamiento depende de la capacidad de Estados Unidos para ofrecer alternativas económicas viables y competitivas a sus socios, así como de la respuesta de China, que podría buscar nuevas alianzas y mercados para mitigar el impacto de esta política.
2. China: contraataque con diplomacia económica
China no se quedará de brazos cruzados.
Una de las principales líneas de acción será la intensificación de su presencia económica y diplomática en países clave del Sur Global. África, América Latina y el Sudeste Asiático, donde China ya ha establecido una influencia considerable a través de inversiones en infraestructura y acuerdos comerciales, se convertirán en focos prioritarios.
Pekín buscará consolidar estas relaciones ofreciendo condiciones más favorables, financiación para proyectos de desarrollo y acceso a su vasto mercado interno, presentándose como un socio confiable y alternativo a las potencias occidentales.
Además, la alianza estratégica con Rusia se fortalecerá aún más.
La más que probable decisión de dejar de comprar petróleo estadounidense, impulsada por los altos aranceles, no solo puede ser una respuesta económica, sino también un gesto político que afianzará la cooperación energética con Moscú.
Rusia, necesitada de mercados y capital, se beneficiará enormemente de esta relación, consolidando su papel como un proveedor energético crucial.
Paralelamente, China utilizará su poder financiero como herramienta de influencia, ofreciendo préstamos, inversiones y paquetes de ayuda a naciones que se muestren reticentes a plegarse a las demandas de Washington.
La Iniciativa de la Franja y la Ruta, criticada por algunos pero atractiva para muchos países en desarrollo por su promesa de infraestructura y conectividad, se convertirá en un escudo estratégico contra el aislamiento, facilitando el comercio y la inversión con una red de socios que no necesariamente comparten la visión de Estados Unidos.
Sin embargo, esta estrategia china también enfrenta desafíos, como la sostenibilidad de la deuda en algunos países receptores de la inversión china y la posible reacción de otras potencias regionales que puedan sentirse amenazadas por la creciente influencia de Pekín.
A pesar de estos riesgos, y de los altos costes que también se generarán a nivel doméstico, la determinación de China para contrarrestar la estrategia estadounidense es clara, y su enfoque en fortalecer lazos en el Sur Global y con socios estratégicos como Rusia representa una respuesta lógica y potencialmente efectiva.
3. Rusia: el actor en la sombra
Algunos analistas sugieren que tanto Rusia como Estados Unidos habrían ya alcanzado un acuerdo sobre el fin de la guerra, y estarian únicamente esperando el momento político oportuno para ponerlo sobre la mesa. Con todo, esta afirmación carece de evidencia sólida que la respalde en su totalidad.
Partiendo de lo anterior a nivel de hipótesis, se revela una estrategia rusa con oportunidades claras, pero también con riesgos significativos. La principal oportunidad para Rusia reside en la posibilidad de alcanzar sus objetivos estratégicos en Ucrania con una menor resistencia internacional, especialmente por parte de una Europa debilitada.
El retraso de una solución definitiva le permitiría a Putin consolidar su influencia en el este y sur de Ucrania, desgastar al gobierno de Kiev y eventualmente imponer con el beneplácito de Estados Unidos un cambio de régimen favorable a sus intereses.
La promesa de una futura inversión masiva para la reconstrucción podría ser una herramienta poderosa para legitimar este nuevo orden ante una población agotada por el conflicto.
Lo anterior introduce riesgos significativos para China, especialmente si la hipotética entente entre Rusia y Estados Unidos se extiende al ámbito comercial estratégico o si Rusia logra mantener un equilibrio que le permita beneficiarse de ambos polos de poder.
Si Rusia y Estados Unidos cierran acuerdos comerciales estratégicos, esto podría tener varias consecuencias negativas para China. En primer lugar, reduciría la dependencia económica de Rusia hacia China, lo que podría debilitar su alianza estratégica actual, basada en parte en la necesidad mutua de contrarrestar la influencia occidental.
En segundo lugar, podría generar competencia directa en ciertos mercados donde China y Rusia actualmente tienen intereses convergentes, como el energético o el de materias primas. Además, un acercamiento económico entre Washington y Moscú podría alterar las dinámicas geopolíticas globales, disminuyendo la capacidad de China para maniobrar y ejercer influencia en un mundo donde la rivalidad entre Estados Unidos y Rusia ha sido un factor clave.
Por otro lado, si Rusia es capaz de mantener un doble estatus, cultivando relaciones tanto con Estados Unidos como con China, esto también plantea desafíos para Pekín.
Aunque a corto plazo podría parecer beneficioso para Rusia, a largo plazo podría convertirla en un socio menos confiable para China. Moscú podría verse tentado a jugar a dos bandas, utilizando su relación con cada potencia para obtener beneficios, lo que podría generar desconfianza en Pekín.
En resumen, cualquier escenario que implique un acercamiento significativo entre Rusia y Estados Unidos, ya sea a través de acuerdos comerciales o mediante la capacidad de Rusia de mantener un doble estatus, representa un riesgo potencial para la estrategia de China de contrarrestar la influencia estadounidense y establecer un orden mundial más multipolar. China se vería obligada entonces a recalibrar sus alianzas y estrategias en un panorama geopolítico significativamente alterado.
4. Ucrania y Europa: el precio de la «realpolitik»
El impacto de una entente entre Estados Unidos y Rusia en la Unión Europea es probable que sea profundamente negativo. Obligada a aceptar un cambio significativo en el panorama geopolítico de su flanco oriental, la UE se enfrentaría a un duro recordatorio de sus limitaciones para proyectar influencia y garantizar la estabilidad en su propio vecindario.
Sus luchas internas con vulnerabilidades económicas y una persistente falta de una política exterior unificada restringirían severamente su capacidad para responder eficazmente a esta nueva realidad.
La aspiración de la UE de actuar como una potencia global significativa se vería aún más disminuida a medida que navega por la compleja dinámica de equilibrar sus relaciones con Estados Unidos y China, una tarea que se vuelve aún más desafiante por una Rusia resurgente que ejerce una influencia considerable en su vecindad inmediata.
En última instancia, el escenario dibuja una imagen de una UE disminuida, lidiando con una Rusia más asertiva y un orden mundial cambiante donde su capacidad para moldear los acontecimientos está cada vez más limitada.
Es complicado pensar en escenarios en los que la Unión Europea no sufra a lo largo de las próximas décadas.
6. Oriente Medio
La tensión geopolítica entre EE.UU-Israel e Irán en 2024-2025 se desarrolla en un equilibrio inestable pero racional: todos los actores saben que una guerra abierta sería devastadora, mas ninguno quiere ceder en sus objetivos esenciales (Israel y EE.UU. no tolerarán un Irán con bomba nuclear, e Irán no aceptará sometimiento o pérdida de su régimen).
Las declaraciones belicosas de Donald Trump y las acciones de Israel en Gaza han elevado la desconfianza y sensación de amenaza existencial en Teherán. Irán, por su parte, muestra músculo militar y afila sus alianzas para que cualquier ataque en su contra tenga un alto costo.
Hoy, la probabilidad de un ataque preventivo limitado de Israel-EE.UU. contra Irán existe, pero va acompañada del peligro de arrastrar a la región a una conflagración mayor que nadie desea.
Las potencias globales –Estados Unidos, Rusia y China– se inclinan por evitar ese escenario, mientras Europa teme las repercusiones de otro incendio en su periferia. En última instancia, la situación puede resumirse con la doctrina de la disuasión mutua: ninguno de los tres principales rivales puede eliminar al otro sin ponerse a sí mismo en grave riesgo.
Este frágil equilibrio de fuerzas y miedos podría, paradójicamente, evitar la guerra directa y mantener las hostilidades contenidas en el terreno económico y proxy.
Con todo, el panorama sigue siendo altamente volátil. Una chispa mal calculada –un atentado, un incidente marítimo, un error de interpretación– podría encender un conflicto de proporciones históricas. La comunidad internacional observa con cautela y esperanza de que prevalezca la diplomacia sobre la confrontación, pues las consecuencias de lo contrario afectarían mucho más allá de las fronteras de Irán, Israel o Estados Unidos.
5. El futuro
Estados Unidos, China y Rusia emergen como los grandes arquitectos de este nuevo orden.
Washington y Moscú, pese a su rivalidad histórica, encuentran intereses comunes en debilitar a Europa y contener a China. Sin embargo, Rusia no romperá con Pekín: necesita su mercado y su respaldo diplomático. China, por su parte, jugará a dos bandas, aprovechando las grietas del sistema occidental.
Debilitamiento de Europa: La idea de que tanto Estados Unidos como Rusia podrían tener interés en un debilitamiento relativo de la Unión Europea tiene cierta base. Para Estados Unidos, una UE menos cohesionada y con dificultades económicas podría ser menos propensa a desafiar sus intereses o a buscar una autonomía estratégica completa.
Para Rusia, una UE dividida y con problemas internos reduce el bloque occidental que se opone a su influencia en su vecindario. Esta convergencia de intereses, aunque no necesariamente una alianza formal, podría llevar a acciones que, de facto, debiliten a la UE. Con todo, las posibilidades, especialmente para Estados Unidos, son limitadas. Una UE acosada en exceso irremediablemente tendrá que llamar a la puerta de China.
Necesidad por parte de Rusia de China: La dependencia económica de Rusia hacia China, especialmente tras las sanciones occidentales, es un hecho. China se ha convertido en un mercado crucial para los recursos rusos y en una fuente importante de tecnología y financiación. Por lo tanto, la hipótesis de que Rusia no romperá con Pekín parece muy probable. Además, el respaldo diplomático chino es valioso para Rusia en foros internacionales.
Estrategia de doble juego de China: La política exterior china se caracteriza por su pragmatismo y por la búsqueda de maximizar sus propios intereses. Aprovechar las contradicciones y las debilidades del sistema occidental, sin comprometerse completamente con un solo bando, es una estrategia que China ha empleado y probablemente continuará empleando.
Ahora bien, todo lo anterior requiere algunas matizaciones:
Alianza formal entre Washington y Moscú: Si bien existen intereses puntuales, políticos y comerciales, que podrían converger, una alianza formal y de amplio alcance entre Estados Unidos y Rusia parece poco probable en el corto y medio plazo. La desconfianza histórica, los conflictos de intereses en diversas regiones (como Siria o el Ártico) y las profundas diferencias ideológicas siguen siendo obstáculos importantes. Sin embargo, la probabilidad de acciones coordinadas o tácitas en ciertos temas específicos no se puede en absoluto descartar.
Contención de China por parte de EE.UU. y Rusia: Aunque ambos países pueden tener reservas sobre el ascenso de China, sus motivaciones y estrategias difieren. Estados Unidos ve a China como su principal rival estratégico a largo plazo. Rusia, si bien puede sentir cierta incomodidad por la creciente influencia china en Asia Central, se beneficia actualmente de su asociación económica y política. Una contención coordinada de China parece menos probable que una competencia estratégica donde cada actor persigue sus propios objetivos.
¿Estabilidad o crisis permanente?
Este intrincado tablero geopolítico que hemos ido delineando no augura una paz duradera, sino más bien una competencia aún más sofisticada y multidimensional.
Los aranceles punitivos, las guerras comerciales larvadas y los acuerdos encubiertos se han convertido en herramientas preferentes para la redistribución del poder global, desplazando en muchos casos la confrontación militar directa entre grandes potencias.
La verdadera incógnita reside en si este delicado reajuste de fuerzas se llevará a cabo de una manera controlada y predecible, mediante la diplomacia y la negociación estratégica, o si, por el contrario, la interacción de intereses contrapuestos y las posibles lecturas erróneas de las intenciones ajenas generarán una cascada de conflictos impredecibles, posiblemente a través de terceros o en escenarios regionales volátiles.
Lo único que parece meridianamente claro es que las reglas del juego internacional están experimentando una transformación profunda y acelerada, obligando a una gran cantidad de países a tomar decisiones trascendentales: elegir un bando dentro de este nuevo esquema de poder o, con una habilidad casi circense, aprender a navegar con destreza entre las turbulentas aguas de dos o más grandes bloques de influencia.
Mientras tanto, la ciudadanía global observa con una mezcla de incertidumbre y expectación, formulándose la pregunta fundamental: ¿qué nos depara el futuro inmediato y a largo plazo?
La respuesta a esta interrogante crucial depende en última instancia de la voluntad de los grandes actores para ceder ciertas parcelas de poder o influencia, o de la magnitud de las pérdidas que estén dispuestos a asumir en la búsqueda de sus objetivos estratégicos. La paciencia, la astucia y la capacidad de adaptación serán, sin duda, las monedas de cambio en este nuevo orden en construcción.
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