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Opinión | La peligrosa apuesta en Irán: una amenaza multifacética para Occidente
Sobre estas líneas uno de los tres bombarderos B‑2 Spirit estadounidenses que han actuado esta madrugada contra los centros de investigación nuclear iraníes de Fordo, Natanz e Isfahán, sobre los que han arrojado bombas antibúnker GBU‑57/B Massive Ordnance Penetrator. Jorge Carrera, abogado, exmagistrado, exjuez de enlace de España en Estados Unidos y consultor internacional, analiza en esta nueva columna lo que supone la intervención de Estados Unidos en apoyo de Israel y cómo afecta a tablero de ajedrez geopolítico en el mundo. Foto: Generada por IA.
22/6/2025 13:52
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Actualizado: 22/6/2025 13:52
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Los recientes ataques aéreos coordinados entre Estados Unidos e Israel contra las instalaciones nucleares de Irán —Fordo, Natanz e Isfahán— representan una escalada sin precedentes en el conflicto regional, desencadenando una cascada de riesgos multifacéticos para los intereses occidentales a nivel global.
Lejos de ser una solución, esta acción militar directa ha sumido a la región en una espiral de incertidumbre y ha puesto de manifiesto la frágil interconexión de la seguridad global.
Las ramificaciones inmediatas son alarmantes.
Existe una alta probabilidad de que Irán, que ya ha prometido una «operación de castigo» , responda con represalias directas contra activos y aliados estadounidenses en la región, incluyendo las decenas de miles de tropas estadounidenses estacionadas en países del Golfo.
La cercanía de estas bases a Irán deja poco tiempo de advertencia ante posibles ataques con misiles o drones.
Además, la activación de la extensa red de representantes de Irán, como los hutíes en Yemen, amenaza con exacerbar las interrupciones en el transporte marítimo en puntos de estrangulamiento cruciales como el Estrecho de Bab el-Mandeb en el Mar Rojo, lo que ya ha provocado el desvío de rutas comerciales y un aumento de los costos logísticos globales.
Quizás una de las amenazas más insidiosas es la guerra cibernética.
Investigadores de seguridad han advertido sobre un riesgo creciente de ataques maliciosos por parte de grupos alineados con Irán contra la infraestructura crítica occidental, incluyendo el sector del agua y las redes eléctricas en Estados Unidos.
Esta capacidad asimétrica permite a Irán infligir costos significativos a Occidente sin necesidad de una confrontación militar directa, llevando el conflicto más allá de los teatros de guerra tradicionales.
En el ámbito económico, el impacto ya es palpable.
Los precios mundiales del petróleo han experimentado un aumento inmediato, con ganancias significativas tanto en el crudo de referencia estadounidense como en los futuros del crudo Brent.
La capacidad de Irán para amenazar con el bloqueo del Estrecho de Ormuz, por donde transita aproximadamente el 30% del petróleo mundial transportado por mar, subraya la persistente vulnerabilidad de la economía global a las interrupciones en los puntos clave de energía de Oriente Medio.
Esta situación no solo contribuye a la inflación global, sino que también ejerce una presión económica significativa sobre las naciones importadoras de petróleo.
Las implicaciones geopolíticas a largo plazo son igualmente preocupantes.
La intervención estadounidense aumenta el riesgo de una conflagración regional más amplia, como ha advertido el Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, calificándola de «escalada peligrosa» con «consecuencias catastróficas».
Si bien la acción militar refuerza la superioridad militar de Israel, crea un dilema estratégico complejo para Estados Unidos en relación con sus otros aliados del Golfo. El reciente acercamiento de Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos con Irán sugiere una posible disminución de la confianza en las garantías de seguridad a largo plazo de Estados Unidos.
Estados Unidos debe equilibrar su apoyo a Israel con la necesidad de tranquilizar y estabilizar a sus otros socios regionales, cuyos intereses económicos y de seguridad se ven directamente amenazados.
CHINA Y RUSIA
A nivel internacional, la operación de Estados Unidos ha generado una condena generalizada y llamamientos a la desescalada y la diplomacia.
China y Rusia han advertido contra la intervención militar y han instado a una resolución pacífica. Los aliados occidentales, incluido el G7 y la Unión Europea, han expresado su «profunda preocupación» y enfatizan que «la seguridad duradera se construye a través de la diplomacia, no de la acción militar».
Quizás la consecuencia más grave a largo plazo sea el posible socavamiento de las normas globales y el riesgo de proliferación nuclear.
El ataque de Estados Unidos a las instalaciones nucleares de Irán, particularmente si se dirige a capacidades de enriquecimiento que Irán insiste que son para fines pacíficos, podría interpretarse como una violación del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP).
Si Irán percibe que sus disuasiones convencionales han fallado, podría verse incentivado a acelerar su programa nuclear, lo que podría conducir a una proliferación nuclear más amplia en Oriente Medio.
Como advierte Trita Parsi, del Quincy Institute, esto podría hacer que los estados no nucleares se sientan inseguros sin un disuasivo nuclear, lo que llevaría a una mayor proliferación, y a que Irán se convierta en un estado con armas nucleares en un plazo de 5 a 10 años.
Esta acción militar, destinada a prevenir la proliferación, podría paradójicamente acelerar la determinación de Irán de adquirir un arma nuclear como la disuasión definitiva contra futuros ataques.
Finalmente, las consecuencias humanitarias son inmensas. Un conflicto prolongado o un colapso del régimen en Irán, un país con más de 92 millones de habitantes, podrían desencadenar una crisis de refugiados a una escala sin precedentes, potencialmente «muchas veces mayor y mucho más destructiva que la crisis de refugiados sirios».
Esto impondría cargas humanitarias, económicas y sociales inmensas a los países vecinos y a Europa, reavivando tensiones políticas sobre las políticas de inmigración y desviando recursos significativos.
El panorama estratégico para Occidente exige una vigilancia constante y una estrategia integral. Esto debe incluir una defensa robusta de los activos, la búsqueda activa de vías diplomáticas para la desescalada, la aceleración de la diversificación de la seguridad energética y una preparación humanitaria proactiva para posibles flujos de refugiados.
El delicado equilibrio entre disuadir la agresión iraní y prevenir una conflagración regional más amplia y catastrófica sigue siendo el desafío central.
La acción militar en Irán ha abierto una Caja de Pandora, y ahora Occidente debe navegar por las complejas y peligrosas ramificaciones con una estrategia basada en la diplomacia, la resiliencia y la anticipación de los riesgos, tanto inmediatos como a largo plazo.
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