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Opinión | Un abismo generacional está socavando la alianza entre Estados Unidos e Israel
Jorge Carrera, abogado, exmagistrado, exjuez de enlace de España en Estados Unidos y consultor internacional relata como los componentes de las generaciones de Millenials y de Generación Z ya no ven a Israel como un débil "David" luchando por su superviviencia sino como un "Goliat" militar regional.
25/6/2025 05:35
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Actualizado: 25/6/2025 00:44
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Durante más de cincuenta años, el apoyo de Estados Unidos a Israel ha sido una de las pocas constantes sagradas en la volátil política exterior de Washington. Una alianza «férrea», cimentada por un ecosistema de influencia formidable y bipartidista conocido como el «lobby israelí, ha canalizado miles de millones de dólares en ayuda y ha garantizado un respaldo diplomático casi incondicional.
Sin embargo, bajo esta superficie de consenso duradero, se está produciendo un terremoto silencioso pero implacable en los Estados Unidos. Una profunda falla geológica generacional amenaza con redefinir los cimientos de esta «relación especial», planteando el desafío estructural más formidable al que se ha enfrentado la influencia pro-israelí en su historia.
La raíz de esta transformación no es una mera fluctuación en las encuestas, sino un cambio fundamental en la cosmovisión de las generaciones más jóvenes.
Los Millennials (nacidos entre 1981-1996) y la Generación Z (1997-2012) no fueron moldeados por la Guerra Fría o los primeros conflictos existenciales de Israel. Sus experiencias formativas son las ambiguas guerras post-11S, la crisis financiera de 2008 y el auge de movimientos por la justicia social como Black Lives Matter.
Para ellos, la narrativa de Israel como un frágil «David» luchando por sobrevivir ha perdido resonancia; en su lugar, ven a un «Goliat» militar, una potencia regional tecnológicamente avanzada.
Este cambio de percepción es crucial. El conflicto ya no se enmarca principalmente en términos de geopolítica, sino a través del prisma de los derechos humanos, la justicia social y el derecho internacional. El coste de la alianza no se mide solo en dólares, sino en la credibilidad moral de Estados Unidos en el escenario mundial.
La evidencia inequívoca de la brecha
Los datos de encuestas de instituciones como Pew Research Center y Gallup documentan esta divergencia con una claridad abrumadora:
Favorabilidad en caída libre: En 2024, la favorabilidad hacia Israel entre los jóvenes de 18 a 34 años se desplomó 26 puntos en un solo año, pasando del 64% al 38%.
Inversión de simpatías: Por primera vez en la historia del seguimiento de Gallup, una mayoría de demócratas (49%) simpatiza ahora más con los palestinos que con los israelíes (38%). Entre los adultos menores de 30 años, un tercio simpatiza más con los palestinos, frente a solo un 14% que lo hace con los israelíes.
Críticas en ambos partidos: Si bien el epicentro del cambio está en el Partido Demócrata, la erosión es visible en todas partes Los republicanos menores de 50 años están ahora casi divididos en sus opiniones sobre Israel (50% de opinión negativa frente a 48% de opinión positiva), un cambio drástico desde 2022.
Divisiones internas: Este cisma generacional se replica incluso dentro de los pilares tradicionales del apoyo a Israel. Solo el 48% de los judíos de 18 a 29 años se sienten apegados a Israel, en comparación con el 67% de los mayores de 65 años. El apoyo también está disminuyendo significativamente entre los jóvenes cristianos evangélicos.
El cortafuegos institucional y la nueva estrategia del «lobby»
A pesar de este cambio masivo en la opinión pública, la política de Washington parece moverse con una inercia glacial. Esto se debe a un formidable cortafuegos institucional y financiero. El «lobby» pro-israelí, consciente de su menguante influencia ideológica, ha pivotado de una estrategia de persuasión a una de intervención electoral directa y punitiva.
El caso de estudio es la elección primaria de 2024 en Nueva York, donde el super-PAC de AIPAC, United Democracy Project (UDP), gastó la cifra récord de 14.5 millones de dólares para derrotar al congresista progresista Jamaal Bowman, un crítico de la ayuda incondicional.
Esta táctica demuestra una intención clara: utilizar el poder financiero para castigar la disidencia y mantener la disciplina política, creando una barrera entre la voluntad de los votantes más jóvenes y la representación real en el Congreso.
Este poder, combinado con la participación electoral históricamente más baja de los jóvenes, amortigua el impacto político inmediato de sus opiniones.
Aceleradores del cambio: redes sociales y solidaridad
Si el cambio generacional es el movimiento tectónico, los acontecimientos recientes y el ecosistema digital son los terremotos que aceleran las grietas.
Las generaciones más jóvenes no consumen noticias a través de los medios tradicionales, sino de plataformas como TikTok e Instagram. Allí, acceden a un flujo de información sin filtros: vídeos virales de ataques aéreos, testimonios de civiles y relatos de primera mano de periodistas palestinos que crean una narrativa visceral y empática que a menudo contrasta con la cobertura de los grandes medios.
Este activismo digital se fusiona con un marco de derechos humanos cada vez más potente. El debate ya no es sólo político, sino también legal, con un enfoque creciente en la aplicación de leyes estadounidenses como la Ley Leahy, que prohíbe la ayuda a unidades militares implicadas en violaciones de derechos humanos.
Además, la causa palestina se ha integrado en un movimiento de justicia social más amplio a través de la «solidaridad interseccional».
Activistas trazan paralelismos directos entre la lucha palestina y movimientos como Black Lives Matter, enmarcando ambas como luchas contra la opresión estatal y la deshumanización.
Un futuro de conflicto inevitable
El panorama actual es una colisión frontal: una ola de opinión pública juvenil que se aleja del apoyo incondicional choca contra un muro de poder institucional y financiero decidido a mantener el statu quo. Un colapso repentino de la influencia del «lobby» es improbable. Su capacidad para influir en primarias clave sigue siendo una poderosa herramienta defensiva.
Sin embargo, los pilares fundamentales de su poder —el consenso bipartidista y el dominio de la narrativa— se están erosionando de forma irreversible. El coste político para los líderes, especialmente los demócratas, de mantener una postura tradicional pro-israelí seguirá aumentando a medida que su base electoral se mueva en la dirección opuesta.
La brecha entre la plataforma del partido y las opiniones de sus votantes se volverá, con el tiempo, insostenible.
La alianza entre Estados Unidos e Israel, que una vez pareció grabada en piedra, se asienta ahora sobre un cimiento cambiante.
A medida que los Millennials y la Generación Z adquieran un mayor peso demográfico y político en la próxima década, un realineamiento de la política estadounidense no solo es posible, sino probable.
La pregunta ya no es si ocurrirá un cambio, sino cuándo y cuán turbulenta será la transición política que lo preceda.
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