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Marchena presenta «Algo va mal», la última novela de Fermín Bocos

Marchena presenta «Algo va mal», la última novela de Fermín Bocos
Manuel Marchena, a la derecha, y Fermín Bocos, durante la presentación. Foto: Carlos Berbell/Confilegal.
20/2/2020 13:46
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Actualizado: 20/2/2020 13:48
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En el salón de actos del Instituto Cervantes -portaaviones de la lengua española en el mundo- con un lleno de tarde memorable, comparten el estrado Pepa Fernández, periodista radiofónica que secuestra con su voz reposada en las mañanas de Radio Nacional de España, el Magistrado Manuel Marchena, que no necesita presentación, y el convocante, el autor de “Algo va mal”, su última novela, Fermín Bocos, uno de los maestros de la radio española, recordado director de Hora 25 en mis/nuestros años mozos.

Es su quinta novela (y no hay quinto malo, se dice en el mundo taurino).

Pepa Fernández es un medio centro de los que abre espacios.

Conduce la pelota sin mover la cabeza, mirando al tiempo a derecha e izquierda y la pone a los pies del interlocutor – en este caso, Manuel Marchena, aunque tal vez ya haya prescindido del nombre y sea un apellido que no necesita nombre- para que avance, regatee y remate.

Y Marchena demostró ser un extraordinario delantero que no se escondió ante ningún balón, un delantero culto, ameno, cercano, de voz melodiosa, templado, elegante y por supuesto, objetivo.

Tal y como es.

Sin aditivos ni colorantes, con su naturalidad y calidez canarias, con su sentido común de jurista de los que hacen época, con su seniority que rezuma desde la piel hasta el corazón.

Pero “Algo va mal” susurra Fermín Bocos.

¡Hemos venido a hablar de mi libro para ir bien!

El libro lo presenta un juez prudente (iurisprudens), ejemplo de equilibrio, personificación de la balanza de la justicia independiente e imparcial.

Está perfectamente justificado porque en el libro nos encontramos no pocos protagonistas del mundo del Derecho: un juez de la Audiencia Nacional que autoriza unas escuchas, un Fiscal de la misma perfectamente olvidable (lo siento, Jesús), una Juez (que no jueza) de reciente ingreso especialmente celosa de sus competencias al frente de un Juzgado en San Roque, un Abogado cuyo nombre, por cierto, es un guiño del autor a un buen amigo jurista, por supuesto la Policía Judicial, e instituciones jurídicas como “organización criminal”, “asesinato” (que en las manos de un profesional se convierte en “sanción”), “robo” y “falsificación” de obras de arte, incluso una ley holandesa, que, protege la vida privada de la gente (¿nosotros no, verdad?).

Pero también blanqueo de dinero a través de Gibraltar, coacciones y amenazas de todo género y condición incluida la de “plantar” una querella por injurias y calumnias, fraude fiscal, oscuras comisiones multimillonarias de algun dirigente político, reglamentos (“estamos en Alemania y el reglamento es el reglamento”, pág. 265; “la inexplicable muralla del reglamento” pág.176) y hasta el espacio Schengen y la Europol.

Y naturalmente, como hay con frecuencia, en los procesos nos encontramos con “filtraciones” y por supuesto, manipulaciones e intereses mediáticos variopintos, gargantas profundas, soplos, scoops, portadas sensacionalistas y pánico confesable ante el cuarto poder: “Anote bien el mensaje, dice Telmo Salcedo, no me preocupa la sangre, me preocupa la tinta.

La prensa, los medios y el escándalo político” (pág. 245), y lo refrenda el periodista Mikel Azuera, que no era un aventurero de oficio, y que “sabía que la tinta puede resultar tan letal como el plomo” (pág. 259).

Me viene a la cabeza un genial diálogo de G.K. Chesterton:

“-¿Cree usted en maldiciones?, preguntó Smaill con curiosidad.

-Yo no creo en nada, soy un periodista. Me llamo Boon, del Daily Wire”.

Como resumió Pepa Fernández, en el libro de Bocos todos (políticos, empresarios, jueces o policías) desconfían unos de otros, pero todos confluyen en desconfiar de los periodistas.

Segundos antes de comenzar la presentación de «Algo va mal», el salón de actos de la sede central del Instituto Cervantes, en Madrid. Foto: Carlos Berbell/Confilegal.

La novela tiene un ritmo vibrante pero acompasado.

Marchena confiesa su admiración por el autor, fusionado con tantos escenarios que ha narrado como periodista racial, siempre periodista como para Curro Romero un torero, que no deja de serlo ni cuando se acode en la barra de un bar a tomar un vino.

“Algo va mal” (que no todo) no es solo una novela negra – afirma Marchena (a lo que replica Bocos que negrísima) – pues, aunque cuenta con un investigador (el soñador y entusiasta policía Montañés) no es el protagonista y conductor de la narración como sí lo son Montalbano, Bevilacqua, Brunetti, o Maigret y, además, porque en la novela se encadenan varias tramas.

De esta forma desfilan personajes por doquier perfectamente definidos y de todo pelaje, alguno hasta bueno, aunque predominen los poco escrupulosos o directamente malvados.

El mal ejerce fascinación.

Como el Wotan de “La Walkiria” wagneriana, Bocos “aspira a comprender lo que aún no ha sucedido”.

Con verbo fácil y lenguaje cinematográfico nos va arrebatando nuestro tiempo para hacernos esclavos de la lectura de “Algo va mal” -imposible de abandonar- para conocer el final de una obra trepidante que tiene de todo menos temperatura sexual.

Tienen cabida la venganza -excluida en el mozartiano templo de Sarastro- pero también la conspiración, los asesinatos a sueldo, los dossiers, la investigación policial y judicial, el mundo secreto del tráfico de obras de arte, la relación no poco oscura entre prensa y poder (a veces tensa, otras promiscuas), el pesimismo existencial sobre el estado actual de las cosas, no poco humor en forma de sarcasmo, corruptelas y corrupciones, bufetes de intereses, poderes en la sombra representados en el Club Bilderberg, (sanedrín conspiratorio), alta política internacional…, en fin, una combinación poliédrica escrita para entretener, pero que podría ser real. Me ocurre como al Padre Brown, que puede creer lo imposible, pero no lo improbable…, que perfectamente puede pasar.

¿La realidad se acompasa a la ficción, o es al revés?

El autor demuestra su fácil deambular por la senda de la ironía.

Valgan algunas frases como botón de muestra: “Sé que la paciencia es una virtud revolucionaria, pero no para los políticos que nos presionan” (pág. 235), confiesa el comisario Malvar al inspector Montañés; Cosme Damián, empresario de la comunicación carecía de escrúpulos “y retrasaría la llamada a los bomberos para publicar antes la noticia del incendio de su propio periódico, mientras el edificio estuviera siendo pasto de las llamas” (pág. 99).

“Al Duque de Ahumada no se le escapa nada. Ya, ya, pikoletos for president” (pág. 304”); “Relájate macho, que a este paso no llegas a cobrar la paga de jubilación” (pág. 256); “Rece porque la pista sea buena, porque si no lo veo en el Museo de la Policía, sacándole brillo al revólver con el que Angelillo mató a Cánovas del Castillo” (pág. 160); la improvisación la define como “agenda de geometría variable” (pág. 266).

Entre los asistentes al acto estaban el expresidente Felipe González, la ministra de Defensa, Margarita Robles, la exministra de Exteriores, Trinidad Jiménez, la exportavoz del Gobierno, Rosa Conde, los magistrados del Supremo, José María Bandrés e Isabel Perelló, el fiscal del Alto Tribunal, Félix Pantoja, el magistrado Alejandro Abascal, el expresidente de la Agencia EFE, Álex Grijelmo, y la también periodista y escritora, Julia Navarro, esposa de Fermín Bocos. Foto: Carlos Berbell.

Al sofisticado hotel acude “la gente que tiene mucho dinero pero tambien el buen gusto de no querer exhibirlo” (pág.204); “involucrar a la Audiencia Nacional es como entrar en territorio comanche” (pág. 201); “en la aduana tendría que declarar por exceso de ego” (pág. 81); “los policías en España van en burro y los jueces, a pie”.

Derrocha cultura aprendida de lecturas, viajes, y experiencias.

La viuda que presenció la ceremonia del pésame “parecía una reina miceica, hierática, bella y distinta” (pág. 296); “A la manera de los ajedrecistas, su cerebro ya estaba pensando dos o tres jugadas por delante” (pág. 273).

“En la calle lloré como si fuera la India los días de monzón” (pág. 236); “Primero la guerra y después la policía han convertido al Peñón en un curioso anacronismo histórico, y su población en una floreciente colonia de avispados comerciantes, intermediarios de dudosa moralidad y contrabandistas descarados” (pág. 133): “El tipo, de haber vivido en el siglo XVI en Ginebra, habría hecho carrera junto a Calvino” (pág. 94).

Destaco, en fin, su conocimiento de la politología no solo por sus referencias certeras a la guerra de Irak, a los métodos de “trabajo” de la Stasi en la RDA , a la Guerra de los Balcanes y a la caída del Muro, a los poderes fácticos en forma de clubes de influencia, sino por algunas de las reflexiones que la novela como ésta: “Cuando se forma una opinión sobre determinados acontecimientos, los individuos a quienes se manipula creen que están actuando de manera autónoma, pero en realidad disponen de poca libertad y acaban siguiendo un camino trazado por el poder a través de los medios que controla” (pág. 322).

O una, más de pie de calle, pero igualmente certera: “Me decía hace unos días un ministro, uno de tu partido, que no me preocupara, que resistir era vencer; estuve a punto de mandarle a la mierda y decirle que qué sabía él de cómo son y cómo van los negocios, si había llegado al Gobierno sin haber dado un palo al agua, sin cotizar a la Seguridad Social” (pág. 130).

en fin, la singular idea del jefe de campaña de convertir a Salcedo en “candidato transversal” (pág. 104), ahora que todo parece transversal y que debe ser políticamente correcto.

Fermín Bocos tiene cuerpo (y pasado) de periodista, pero su alma es de narrador, de creador de historias, de novelista, o sea, de arquitecto.

“Algo va mal”, sin duda, será un éxito. Su libro ha dejado de pertenecerle. Pasa a ser de quien lo lee y lo hace suyo y serán miles los que van a dejar atrapar por él.

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