Martí Mingarro sobre el pleito de Pérez Galdós con su editor: «Era un gran escritor y también un manirroto»
Luis Martí Mingarro, abogado y exdecano del Colegio de Abogados de Madrid, acaba de publicar "En el centenario de la muerte de Galdós", en el que relata el pleito que mantuvo con su editor por los derechos de autor. Foto: Carlos Berbell/Confilegal.

Martí Mingarro sobre el pleito de Pérez Galdós con su editor: «Era un gran escritor y también un manirroto»

EL NOVELISTA CREÍA QUE SU EDITOR NO LE ESTABA DANDO EL DINERO QUE LE CORRESPONDÍA
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01/11/2020 06:50
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Actualizado: 03/11/2020 14:51
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Luis Martí Mingarro, abogado y exdecano del Colegio de Abogados de Madrid, acaba de publicar un interesante libro titulado «En el centenario de la muerte de Galdós. Un episodio jurídico» en el que narra el pleito que el gran novelista español, Benito Pérez Galdós, mantuvo con su editor Miguel Honorio de Cámara y Cruz a finales del siglo XIX para recuperar los derechos de propiedad intelectual de sus obras.

«Pérez Galdós era un gran escritor pero también un manirroto, cosa que se constató en sede judicial», explica Martí Mingarro. «Le gustaba la buena vida, los lujos caros, las mujeres. Vivía en un piso de la calle Génova, en pleno centro de Madrid, y poseía la finca San Quintín, en Santander, donde se pasaba cuatro meses de vacaciones cada año», relata el abogado.

El autor de los celebérrimos Episodios Nacionales se solía quejar entre sus amigos que estaba siendo explotado por su editor, Cámara y Cruz, ingeniero de profesión, director de un periódico local de Canarias, quien se estableció en Madrid y creó la editorial que le contrató el 20 de julio de 1874 y que le publicó toda su obra desde esa fecha hasta 1897.

Los dos eran canarios.

«Tengo más de cincuenta obras publicadas… los Episodios se venden como el pan en España y en la América española.. de algunas novelas hemos tirado ya varias ediciones… de toras se han recibido del extranjero las cantidades debidas por las traducciones… me consta que a la administración, río caudal, fluyen mil… Y, sin embargo, yo no logro tener una peseta… ¿qué pasa aquí?». Federico Carlos Sáinz de Robles, primer presidente del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Supremo, recoge esta opinión de Pérez Galdós en su libro «Don Benito Pérez Galdós: su vida, su obra, su época, que cita Martí Mingarro en su libro.

Es decir, el autor creía que el editor se estaba quedando con la parte del león y él no estaba recibiendo todo el fruto de su talento y de su trabajo.

Algo que no era verdad, como después se pudo comprobar.

Pérez Galdós contrató a un amigo suyo, Antonio Maura, uno de los grandes abogados del momento, con quien había hecho una gran amistad en Las Cortes, cuando coincidieron como diputados.

Una amistad entre un canario diez años mayor que un mallorquín, que hundía sus raíces en el respeto y la admiración mutua, a pesar de sus visiones distintas de la política. El escritor había sido elegido por el Partido Liberal, y Maura por el Partido Conservador.

El novelista sabía que en otros países, como Francia y Gran Bretaña se habían aprobado legislaciones de protección de los derechos de autor. En España se había aprobado, en 1847, la Ley de Propiedad Literaria que, en 1879, se vio «afinada» por una nueva Ley su Reglamento. Hasta que en 1889 se incluye en el Código Civil el derecho sustancial la autoría y las reglas por las que se rige.

«Pérez Galdós había oído campanas. Está claro. En 1886 se adoptó el Convenio de Berna, por el que se protegían las obras y los derechos de los autores», apunta el autor.

Benito Pérez Galdós retratado por Joaquín Sorolla cuando tenía 51 años. Galdós, según Martí Mingarro, aunque ejerció de político en dos legislaturas, una con el Partido Liberal y otra con el Partido Republicano, no poseía el don de la oratoria.

DISOLUCIÓN DE LA SOCIEDAD

Maura diseño una operación muy inteligente. Logró, primero, que el Juzgado de Madrid del distrito la Inclusa resolviera, el 3 de noviembre de 1896, declarar disuelta la sociedad que unía a Pérez Galdós y a su editor.

Como administrador judicial de la sociedad fue designado el abogado Manuel Marañón y Gómez Acebo, padre del que después fuera la eminencia española de la medicina, el doctor Gregorio Marañón.

Y segundo, para evitar un pleito interminable en los tribunales, consiguió que tanto el novelista como el editor admitieran que se dirimiera por medio del arbitraje. 

El recurso al arbitraje se contempló en la Constitución de 1812 y luego tuvo su desarrollo en el Código de Comercio, y la Ley de Enjuiciamiento Civil, pero no era frecuente.

El tribunal arbitral fue compuesto por tres juristas que, como se diría hoy, eran de «Champions League»: Gumersindo de Azcárate, catedrático de Legislación Comparada en la Universidad de Madrid y escritor, Germán Gamazo, jurista y exministro de Fomento, exministro de Ultramar y exministro de Hacienda, y Eugenio Montero Ríos, exministro de Gracia y Justicia y exministro de Fomento. Al año siguiente se convirtió en presidente del Consejo de Ministros, o presidente del Gobierno, como se denomina en nuestros días a ese puesto.

Los tres juristas, según relata Martí Mingarro –vicepresidente de la Fundación Antonio Maura–, hicieron una radiografía hasta la última peseta a la sociedad que publicaba los libros de Pérez Galdós.

Concluyeron, por una parte, que sí, que las obras de Pérez Galdós se habían vendido –y se seguían vendiendo– como churros. Y que habían dado mucho dinero, pero los resultados no beneficiaban al escritor. 

«Pérez Galdós se pasaba pidiendo adelantos a su editor y este se los daba. Lógico, era una máquina de trabajar tocada con el don del éxito. Pero el novelista gastaba y gastaba. Eso es lo que afloró en esa, llamemos, auditoría que hicieron a la empresa Azcárate, Gamazo y Montero Ríos. Al final, el editor quedó reivindicado como un editor compasivo porque resultó que Pérez Galdós le debía 29.571,31 pesetas, ‘exceso de lo recibido sobre lo devengados por el señor Pérez Galdós en efectivo metálico’, dice el laudo arbitral», explica Martí Mingarro.

La producción literaria de Pérez Galdós, según Martí Mingarro, podría tener un valor al cambio actual de casi un millón y medio de euros.

«El laudo final es un monumento al pragmatismo: los derechos de propiedad intelectual, lo que precisamente reivindicaba Pérez Galdós, serían para siempre suyos», apunta el autor de «En el centenario de la muerte de Galdós. Un episodio jurídico».

«Y se cumplió bien y fielmente. Galdós pudo abrir su propia editorial ‘Obras de Pérez Galdós’, que no duró mucho. Cerró en 1904. El novelista tenía el don de escribir relatos pero no el de llevar negocios», subraya el abogado.

Maura le cobró a Pérez Galdós 7.500 pesetas como minuta, que tardó en cobrar, eso sí. Fue comprensivo con su amigo en cuanto a los plazos, pero no le perdonó ni una peseta. 

En 1899 nació la Sociedad de Autores –antecedente de la actual Sociedad General de Autores de España– de la mano de Sinesio Delgado y Ruperto Chapí, de la que fue presidente Pérez Galdós en 1904.

Pero por poco tiempo.

No era lo suyo.

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