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De las prisas y malos humores de algunos jueces

De las prisas y malos humores de algunos jueces
La columnista, Bárbara Royo, es socia fundadora del despacho Royo & Becerro & Peñafort Abogados. Foto: Carlos Berbell/Confilegal.
15/2/2021 06:47
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Actualizado: 14/2/2021 23:29
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Mucho se ha escrito acerca de lo que a los jueces les molesta de los abogados. Que si somos pesados en nuestras conclusiones, o alargamos nuestras exposiciones innecesariamente, que si interrumpimos sin respetar el turno de palabra, que si leemos jurisprudencia, que si nos enfadamos mucho en sala, etc.

He leído varios artículos que recogen las opiniones de algunos jueces en este sentido, pero ninguno que de voz a los letrados.

Y créanme, nosotros tenemos mucho que decir y sí, también nos molestan varias actitudes y comportamientos de Sus Señorías.

Voy a empezar por las cosas que los magistrados dicen que les enojan de nuestro trabajo.

Soy penalista, así que sitúense en el ámbito penal, en el de los delitos y las penas. Tanto si actuamos de defensa, como si lo hacemos de acusación, nuestros clientes se juegan mucho.

En unos casos la libertad, en otros el nombre y el prestigio, los antecedentes, a veces el patrimonio, en algunos el sentimiento de que se ha hecho justicia que, en ocasiones, se convierte en algo vital, en una misión, una promesa.

Los jueces imparten justicia, sí, pero nosotros tenemos que poder desplegar en el contexto de una vista oral nuestros argumentos, incluso convencerles de que nuestra versión es justamente la única con la que se lograría la ansiada justicia.

Cuando un letrado se extiende en sus conclusiones es porque cree que necesita exponer con detalle todos y cada uno de los puntos alrededor de los cuales gira su defensa.

El letrado piensa en su cliente, en la sentencia que ese juez va a dictar y trata de convencerle de que le asiste la razón y lo hace con todas las armas de las que dispone legalmente.

Es su trabajo y para eso le paga su cliente: para que mate defendiéndole.

Lo que no puede ser es que la Ley nos conceda determinadas armas y que un juez las limite.

Me es indiferente que sea porque se aburre (hay pocos, pero existen), porque tiene prisa o tres juicios más programados esa misma mañana, pues ese es problema de la organización de su juzgado o tribunal.

El justiciable no puede heredar el contratiempo, suficiente tiene sobre su espalda como para que Su Señoría encima merme el tiempo a su defensa por cuestiones ajenas a él.

Los letrados también tenemos otros procedimientos, vencimientos, llamadas telefónicas, reuniones, visitas a prisión y también una familia y una vida fuera del juzgado.

A CAMBIO DE QUÉ SE LES PAGA SU SUELDO A LOS JUECES

Me importa un bledo que el juez crea que el letrado ya ha hablado suficiente, porque Su Señoría no sabe si lo que viene después es más importante y ahí vaya a encontrar la clave de su sentencia.

Sea como fuere, al Juez le pagan no sólo por poner la sentencia, sino por motivarla adecuadamente y sobre la base del resultado probatorio que se desprenda de la prueba resultante de un juicio que tiene que presenciar, dirigir y analizar diligentemente.

Y no tiene derecho a aburrirse ni a poner nerviosos a los letrados con las prisas, lo cual, dicho sea de paso, seguramente prefieran estar de paseo por el retiro en vez de trabajando.

Pero les pagan para ello, y por ello están “en sala hablando”.

Igual que al juez, que debe estar “en sala, escuchando”.

Nada se dice tampoco de las horas que los letrados esperan en los pasillos porque el juzgado o tribunal ha estimado previamente que puede pasar tres, cuatro, cinco juicios en una mañana y, obviamente, las previsiones casi nunca se cumplen.

Los letrados no se quejan, salvo cuando, tras la dos o tres horas esperando, escuchan el famoso “letrado, tiene tres minutos para informe”.

¿Y qué decir de esos jueces, pocos, pero “haberlos, haylos” que se dedican a interrumpir constantemente al letrado, ridiculizarle, evidenciar su posición de supuesta superioridad, demostrar una y otra vez sus conocimientos jurídicos, darle lecciones y dinamitar literalmente la intervención del letrado y hasta su autoestima?

Con alguno me he encontrado que ha llegado a advertirme sin pudor alguno: “Tenga usted cuidado conmigo”.

Y por temor a que la represalia fuese contra el cliente, tener que asentir y disculparme sin tener que hacerlo mientras pensaba: “¿Peeeerdón?, ¿¡¡cuidado conmigo!!?”

Cierto es que esto me ha pasado, curiosamente, en unas declaraciones en instrucción y en un juicio por delito leve, también en instrucción.

Y digo curioso porque, en mi experiencia, cuanta más capacitación, conocimiento, o posición ostenta un juez, más educado, respetuoso y profesional es, quizá porque nada tiene que demostrarle, en primer lugar, a su ego y, en segundo lugar, a los pobres y plebeyos picapleitos.

A los letrados nos molesta y mucho llegar a una sala y encontrarnos con un juez que se muestra enfadado desde el inicio, que ni saluda, que sus primeras palabras son en tono altivo como si los letrados fuéramos sus enemigos.

También nos repatean aquellos otros que gesticulan con desprecio moviendo los ojos, la boca o incluso haciendo aspavientos con las manos para evidenciar a los presentes que, a su juicio, el letrado esta diciendo tonterías.

Imagínense por un momento qué estará pensando el cliente mientras ve estas reacciones de la persona que tiene que decidir sobre su futuro.

Pueden ir desde “que se calle mi abogado ya”, hasta “Me he confundido al contratar a este abogado, debería haber elegido a alguien mejor”.

Imagínense la gracia.

Los abogados sólo pedimos que nos dejen trabajar, que escuchen con educación, respeto y diligencia nuestros argumentos y que no cuestionen nuestra capacidad profesional con todo tipo de gestos cargados de malhumor delante de nuestros clientes.

Lo que pedimos es de justicia.

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