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Cartas desde Londres: Los Diez Mandamientos del contrainterrogatorio, según Irving Younger (III)

Cartas desde Londres: Los Diez Mandamientos del contrainterrogatorio, según Irving Younger (III)
En esta tercera entrega, Josep Gálvez aborda el quinto y el sexto mandamiento del profesor estadounidense Irving Younger.
26/10/2021 06:48
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Actualizado: 29/10/2021 23:09
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Durante años, el profesor Younger detectó la existencia un extraño y sorprendente fenómeno que se producía en algunos abogados durante el desarrollo de los juicios.

Tras analizarlo con detenimiento, formuló la siguiente regla que, aunque pueda parecer obvia, no lo es tanto, sobre todo cuando nos enfrentamos a un difícil contrainterrogatorio.

QUINTO MANDAMIENTO: ESCUCHARÁS LAS RESPUESTAS DE LOS INTERROGADOS

Imagínense la situación: una sala de vistas durante un largo y duro interrogatorio a un testigo hostil. De repente, este contesta con una respuesta muy favorable a los intereses del abogado.

Su declaración es totalmente inesperada y echa por tierra relato de la parte contraria, destruyendo toda su argumentación y toda su prueba. Un jaque mate en toda regla.

Pero, para sorpresa de todos, el abogado no dice nada y sigue con su interrogatorio, como si nada hubiera pasado.

Younger tenía su teoría acerca de esta extraña situación y lo exponía del siguiente modo a sus alumnos:

“¿Saben ustedes por qué sucede esto?

Pues muy sencillo, porque el abogado no estaba escuchando.

¿Y saben por qué no estaba escuchando?

Porque dicho comportamiento es una reacción típicamente humana y natural a la presión que supone para algunos abogados al tener que abordar un contrainterrogatorio.”

En efecto, según Younger, al estar tan ensimismados en nuestros pensamientos internos, es normal que no nos enteremos de lo que está realmente sucediendo en ese momento en la sala de vistas, “ya que no tenemos ni energía para ello”.

Esto sucede sobre todo cuando se tienen preparadas una serie de preguntas y únicamente estamos tan concentrados esperando a que el testigo conteste para formular la siguiente, que no atendemos al contenido efectivo de sus respuestas.

Para Younger, tal comportamiento lleva a que el abogado pierda oportunidades de oro.

Por este motivo, el profesor ilustraba este problema con un divertido ejemplo de finales del siglo XX que, aunque no era “literalmente cierto”, al menos sí lo era “poéticamente”.

EL CURIOSO CASO DEL PRESUMIDO SENADOR GURNEY

Como sabrán, sobre todo los que peinan canas, el escándalo Watergate fue un gravísimo terremoto político que tuvo lugar en Estados Unidos a principios de la década de 1970 y que llevó a la dimisión del Presidente del país, Richard Nixon.

El asunto tuvo su origen en el robo de una serie de documentos en la sede del Comité Nacional del Partido Demócrata, en Washington, las oficinas denominadas “Watergate”, de ahí el nombre.

Como consecuencia de este robo, el Congreso de los Estados Unidos, inició una investigación que destapó la existencia de actividades ilegales en las que estuvieron involucradas distintas personalidades de la administración Nixon.

Durante estas investigaciones, en el seno del Congreso norteamericano se hicieron una serie de audiencias públicas y televisadas, donde un grupo de senadores interrogaban a determinados miembros del gobierno con cientos de preguntas incómodas.

Algo parecido a las Comisiones de investigación que se hacen en España en el Congreso de los Diputados, con el desfile de ciertos personajes, como esta última del excomisario Villarejo.

Y nos cuenta Younger:

“Ninguno de esos senadores me sorprendió por ser unos gigantes intelectuales, precisamente.

Pero de entre todos ellos, mi favorito era el Senador por Florida, Edward Gurney, sin duda alguna.

Nunca lo había escuchado antes de esas audiencias, pero tras verlo durante la primera hora de interrogatorios televisados, Gurney era mi preferido ya que encajaba con la idea que se tiene de un senador.

Para empezar, Gurney era el más guapo de todo el grupo de senadores, con un impresionante pelo canoso y un perfil con rasgos perfectos, propios de un senador de la Roma clásica.

Pero sin rastro de coeficiente intelectual alguno.

Ya desde un buen principio me di cuenta de que, durante todas las audiencias, Gurney aparecía a la derecha del presidente de la comisión preparándose para su turno de preguntas.

Por eso, Gurney se iba acicalando cada poco con un peine, e incluso hacia gestos al director de la televisión para asegurarse que la cámara tomara su mejor perfil.

Y cuando la luz roja se encendió, ahí estaba el Senador Gurney en todo su esplendor.

La cuestión es que estaba bien claro que, para Gurney las respuestas a sus preguntas no tenían ningún interés. Solamente estaba interesado en sí mismo.

Para él lo importante era quedar bien durante su interrogatorio a los miembros del gobierno, fuera cual fuera la respuesta y por comprometidas que fueran. Nada más.

Es decir, no escuchaba a nadie más que a su yo interior.”

Por tanto, advierte Younger, “nunca se comporten nunca como el Senador Gurney y estén siempre preparados para cuando aparezcan respuestas inesperadas, actuando en consecuencia y cumpliendo con el Quinto Mandamiento”.

Está claro que la advertencia de Younger es que, si no estamos atentos a aquello que dice el interrogado perdemos oportunidades durante este acto procesal.

En primer lugar, porque no podremos contrarrestar una respuesta desfavorable formulando otra que pueda llevar a una respuesta más propicia para nuestros intereses, para lo que hay que estar preparados.

Y en segundo lugar, porque nunca debemos suponer que el juez está escuchando en ese momento, ya que puede haber desconectado también del juicio llevado por la actitud pasiva del abogado en el interrogatorio.

O incluso peor, que el juez detecte que se están haciendo preguntas que sugieran o evidencien que el abogado no está escuchando realmente, perdiendo cualquier atisbo de credibilidad.

Por tanto, no deberemos simplemente oír, sino escuchar las respuestas.

SEXTO MANDAMIENTO: NO DISCUTIRÁS CON EL INTERROGADO

Para Younger, el abogado de litigios debe tener unas características psicológicas, un determinado temperamento que lo hagan estar siempre predispuesto para el combate, para discutir y nunca rehusar la batalla por complicada que pueda parecer, formando parte del llamado Arte de la Abogacía (“Art of Advocacy”).

Por eso, independientemente de otras habilidades, un abogado interesado en obtener éxitos profesionales ante los tribunales deberá gozar de cierta tendencia y gusto por la lucha, dentro de las reglas y limitaciones que siempre impone el proceso, pero tendencia por las tortas, al fin y al cabo. Sobre todo en darlas.

Esto supone que el abogado de litigios estará constantemente tentado en infringir el Sexto Mandamiento, “enganchándose” en una discusión con la persona que está siendo objeto del interrogatorio. Un grave error.

A grito pelado, Younger advertía en sus clases que “aunque el interrogado conteste con una respuesta contraria a todas las leyes y reglas conocidas del Universo, nunca discutirás con el interrogado.”

Bien al contrario, estas afirmaciones deberán guardarse para las conclusiones, porque si entras en discusión con el testigo, este podrá darse cuenta de su error y tratar entonces de matizar sus palabras o cambiar completamente el tenor de sus declaraciones. 

En cualquier caso, queda feo siempre discutir con el interrogado, por lo que Younger sazonaba el Sexto Mandamiento con una historia verídica acaecida durante los famosos Juicios de Nuremberg tras la Segunda Guerra Mundial.

EL INTERROGATORIO DE GÖRING EN NUREMBERG

De entre todos los llamados “Juicios de Nuremberg”, el más famoso fue el primero que se llevó contra los líderes nazis por parte de jueces seleccionados por los países vencedores. 

Según cuenta Younger, uno de los miembros del grupo jurídico británico fue Sir John Wheeler-Bennett, quien curiosamente era historiador de formación y no abogado.

Al parecer el Gobierno de Churchill consideró que sería útil para las generaciones futuras tener las anotaciones de un auténtico historiador para añadir el elemento humano a este proceso y no una fría transcripción de preguntas y respuestas.

Y así fue. Sir Wheeler-Bennett se sentó en la sala del juicio durante todas las vistas judiciales, tomando notas de todo el desarrollo de este proceso judicial como testigo excepcional. Por cierto, tal como el periodista catalán Carlos Sentís, único corresponsal español en los juicios de Nuremberg y cuyas crónicas del proceso en “La Vanguardia” les recomiendo vivamente.

En fin, la cuestión es que años después, Younger tuvo la oportunidad de coincidir con Wheeler-Bennett en la Universidad de Cornell en Nueva York y durante una cena, pudo preguntarle acerca de Nuremberg, estando el británico encantado de contar todos los detalles y entresijos del juicio.

Según explicó, lo más interesante durante las largas vistas judiciales fue el contrainterrogatorio de Hermann Göring, quien subió al estado y declaró en su propia defensa.

Göring, un laureadísimo héroe de la aviación alemana durante la Primera Guerra Mundial, era conocido por ser un hombre de una extraordinaria inteligencia pero también de gastar un temperamento como pocos. Vamos, un auténtico miura en el ruedo.

Bien, pues imagínense a Göring en el estrado, no luchando ya por su propia vida -ya que se sabía condenado a la soga- sino por ocupar su lugar en la historia, esperando a ser interrogado.

Una tarea nada fácil, ¿verdad?

Según Wheeler-Bennet, aunque él no era un abogado y por tanto, no conocía los tecnicismos del contrainterrogatorio, le sorprendió que los abogados en sus preguntas reprodujeran con precisión los estereotipos de su nacionalidad, como clichés vivientes de sus respectivos países.

Así, por ejemplo, del Juez del Tribunal Supremo de los Estados Unidos, Robert Jackson, quien intervino en el proceso como fiscal en representación del país, dijo que “era brillante en ocasiones”, pero más frecuentemente se metió en líos durante el interrogatorio porque “no estaba suficientemente preparado”.

Del abogado británico, por el contrario, dijo que “se ciñó exclusivamente en su interrogatorio a Göring a tratar de sacar a Jackson de los problemas en que se había metido con sus preguntas. No hizo nada más que eso.”

Del abogado francés dijo que “era encantador, pero completamente incompetente, una farsa”.

Pero Wheeler-Bennett advirtió: “De todos ellos el mejor fue el abogado ruso”,

Según el historiador británico, “ese abogado era como un tanque de veinte toneladas”.

“Cuando iniciaba su marcha, se movía inexorablemente hacia adelante y absolutamente nada podía pararlo.”

Para ello, este joven abogado de tan solo 38 años llamado Roman Rudenko se sirvió en primer lugar, de una montaña de documentos debidamente ordenados y hábilmente puestos delante de Göring, preguntándole desde un buen inicio:

– ¿Confiesa usted ser una bestia fascista?».

En el interrogatorio, el abogado ruso fue desmontando al jerarca nazi con la contundencia de un T-34, mostrándole, a cada instante un documento incriminador donde aparecía su firma.

Y así fue durante todo su interrogatorio, paso a paso hasta que se acabó la montaña de papeles, destruyendo la imagen de Göring para siempre.

“Ahora bien -advertía Younger con su característica ironía- “tengan en cuenta que preguntarle a un testigo si es una bestia fascista puede llevarlos a una agria discusión, por lo que mi recomendación es que traten de evitar ese tipo de preguntas durante los interrogatorios”.

Por eso, cumplan siempre con el Sexto Mandamiento y no discutan nunca con el interrogado, a no ser que se trate de Hermann Göring, claro está.

Si tienen ustedes interés en conocer más detalles sobre la experiencia de Sir Wheeler-Bennett en Nuremberg, tienen a su disposición su fantástica autobiografía de 1976, “Friends, Enemies and Sovereigns”, (Amigos, Enemigos y Soberanos) con prólogo del entonces Primer Ministro del Reino Unido, Harold Macmillan.

Seguimos con más mandamientos la semana que viene.

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