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In memoriam de Miguel Ángel Fernández-Ballesteros

In memoriam de Miguel Ángel Fernández-Ballesteros
José Antonio Caínzos, autor de esta columna, es presidente del CIAM y abogado del Estado en excedencia.
22/1/2022 06:53
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Actualizado: 22/1/2022 10:53
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Todavía bajo la impresión de haber perdido un amigo, escribo estas líneas.

En estos días tristes ya se han hecho múltiples elogios y se han aportado valoraciones de Miguel Ángel por voces mucho más autorizadas que la mía.

Me alegran, porque es una buena señal que, dentro de una profesión tan exigente y competitiva como es la abogacía, prime el afecto personal, el respeto profesional y el reconocimiento de las aportaciones de los compañeros de profesión.

Creo que quienes trabajamos habitualmente en el mundo del arbitraje, a pesar de que nuestra actividad gira sobre disputas, tenemos la suerte de disfrutar del buen ambiente que impera en lo que llamamos “comunidad arbitral”, un amplio conjunto de personas que prestan sus servicios como árbitros, abogados, peritos o en instituciones arbitrales.

Ese clima seguramente no habría existido tal como hoy lo conocemos si no hubiera existido el Club Español del Arbitraje, el CEA, como cariñosamente le llamamos, del que Miguel Ángel fue uno de sus fundadores.

Los españoles podemos estar orgullosos de lo que hemos construido en los últimos 20 años para hacer de España un país de primera fila en un campo en el que todos los estados quieren ocupar un lugar de privilegio.

El despegue español en el arbitraje, singularmente en el internacional, se inicia con la Ley de Arbitraje de 2003. Ha sido un trabajo colectivo, de equipo, en el que muchas personas han hecho valiosas contribuciones en diferentes momentos y en distintas áreas.

Miguel Ángel es, sin duda, una de ellas. Lo ha hecho en diferentes posiciones y responsabilidades. Yo voy a destacar dos que me parecen especialmente relevantes y en las que he tenido la suerte de ver de cerca su papel.

El primer terreno en el que Miguel Ángel ha prestado un gran servicio es la revista del CEA.

Desde su creación, Miguel Ángel fue el director y verdadera alma de esta publicación que hoy puede presumir de más de catorce años de vida y más de cuarenta números publicados, de la calidad y variedad de sus artículos, el número de profesionales que la reciben y leen, y su reconocida internacionalidad, manifestada en muy diversas formas, entre otras, los idiomas en que se han publicado artículos o números completos (español, portugués, inglés, francés) y la nacionalidad de los autores (creo no equivocarme si digo que los hay de los cinco continentes).

Hoy todos estos datos nos pueden parecer normales, pero no lo eran cuando la ‘Spain Arbitration Review’ dio sus primeros pasos. En España pocas revistas jurídicas resisten el paso del tiempo y, menos aún, si se centran en una materia que, en 2005, era bastante minoritaria, como el arbitraje.

En la actualidad nuestro país cuenta no ya con una, sino con tres revistas de calidad centradas en los medios alternativos de resolución de disputas y especialmente en arbitraje. Un verdadero lujo con el que la revista del CEA tiene mucho que ver al haber animado a opinar y a publicar sobre estas materias, dentro y fuera de nuestras fronteras.

En este campo puedo ofrecer dos testimonios. El primero es la cariñosa insistencia con la que Miguel Ángel me “animaba” a hacer pequeñas contribuciones sobre otra de las joyas del CEA, sus Capítulos internacionales.

Miguel Ángel era incansable a la hora de reclamar las notas que esperaba, pero te lo decía de una forma que era imposible negarte por difícil que te resultara encontrar el tiempo para hacerlo. Estoy seguro de que en esa paciencia y en esa perseverancia reside buena parte del éxito de la revista.

Además, Miguel Ángel abría sus puertas a todos los que querían hacer aportaciones serias. A lo largo de los años tuve ocasión de presentarle a amigos de diferentes países que conocían la revista y estaban ilusionados por participar en ella, pero no conocían a su director.

El resultado siempre fue el mismo: tras una rápida presentación, Miguel Ángel se hacía cargo de todo, los conocía y los incorporaba al amplio elenco de firmas que han colaborado en la revista. Todos estos amigos me destacaron el calor con el que eran recibidos y las facilidades que se les daba para incorporar sus artículos.

Otro aspecto en el que el papel de Miguel Ángel ha sido muy destacado es el acercamiento entre jueces y árbitros. Fiel defensor de la necesidad de crear un clima de confianza entre dos colectivos que, históricamente, habían vivido un tanto a espaldas, Miguel Ángel tendió puentes con el Consejo General del Poder Judicial, con jueces y magistrados relacionados con el arbitraje o interesados en él, con asociaciones judiciales.

Todo lo que se haga por mejorar la solución jurídica de conflictos de manera eficiente es bueno para España, su imagen ante el mundo, la creación de riqueza y el mantenimiento de puestos de trabajo, para la paz social y la generación de oportunidades para las nuevas generaciones. Quiero pensar que hoy nadie ve en los árbitros a competidores de los jueces, pero no siempre fue así.

Derribar muros de desconfianza o de prejuicios es algo que no se consigue fácilmente y solo hay una receta: conocerse y hablar. Eso es lo que Miguel Ángel procuró por muy diversas vías.

Concluyo con una anécdota referida a estos encuentros que Miguel Ángel patrocinaba. Un día me llamó y me dijo que tenía que proponerme algo a lo que no podría negarme. Estaba organizando con un ilustre magistrado un congreso de jueces y árbitros en La Coruña, mi ciudad natal, a la que Miguel Ángel sabía que tengo un enorme cariño.

Su idea se convirtió en una magnífica realidad. El Congreso se celebró en octubre de 2018 bajo el título “1º Congreso de Arbitraje y Jurisdicción” y fue un enorme éxito. La pandemia hizo imposible la segunda edición de ese evento, otra vez en La Coruña. Confío en que la vuelta a la ansiada normalidad permita celebrarla y rendir tributo de agradecimiento y afecto a Miguel Ángel.

Hasta siempre, querido amigo.

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