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Opinión | La contribución de la genética forense en la resolución de casos criminales: el caso de Elisa Abruñedo

Opinión | La contribución de la genética forense en la resolución de casos criminales: el caso de Elisa Abruñedo
El supuesto asesino de Elisa Abruñedo, Roger Serafín Rodríguez Vázquez, un vecino de Narón de 49 años, fue detenido el pasado mes de octubre tras una ardua investigación de la Guardia Civil y de su Servicio de Criminalística. La profesora de Derecho Procesal de la Universidad Autónoma, Susana Álvarez de Neyra, cuenta los pormenores de este éxito. Foto: EP.
01/1/2024 06:32
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Actualizado: 02/1/2024 09:31
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Hace apenas unos meses que la investigación del homicidio de Elisa Abruñedo, ocurrido hace 10 años en Cabanas (A Coruña), dio un importante vuelco gracias a los avances en genética forense.

Para llegar a la identificación del presunto autor de los hechos, se analizaron unas muestras biológicas halladas en la escena del delito, utilizando los avances en esta materia: los análisis fenotípicos.

Para poder comprender en qué se basan estos análisis conviene partir de diferenciar las regiones de ADN que se utilizan en identificación genética que son, por imperativo del artículo 4 de la Ley Orgánica 10/2007, reguladora de las bases de datos policiales sobre identificadores obtenidos a partir del ADN, las llamadas no codificantes.

Estas regiones, que funcionan como un “código de barras” de una persona, por sí solas no ofrecen información de cómo es o de cómo se comporta el individuo, pero el ADN de esas muestras también cuenta con otras regiones codificantes, llenas de información.

Es precisamente ahí donde la genética forense tiene su mayor campo de extensión en los últimos años: el fenotipado forense, que ha permitido a los investigadores arrojar cierta luz en la investigación de este caso (y en otros tan tristemente conocidos como el de Eva Blanco).

Esta técnica puede predecir el aspecto humano a partir de una muestra de ADN hallada en la escena del delito a fines de investigación criminal.

No se trata, pues, de comparar los resultados de los análisis de identificación genética, buscando una coincidencia de perfiles (match), sino de averiguar el origen biogeográfico de una persona o conocer sus características físicas.

Hasta la irrupción de esta técnica, cuando se encontraban restos biológicos en la escena del delito o sobre el cuerpo de la víctima que pudieran conducir al esclarecimiento de los hechos y/o de la autoría, era necesario encontrar una coincidencia de los perfiles genéticos en la base de datos (es decir, que la persona estuviera previamente “fichada”).

Si esto no ocurría, entonces no se podía saber a quién pertenecía esa muestra biológica.

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El 1 de septiembre de 2013, Elisa Abruñedo, de 46 años, salió a pasear sola en su municipio de Cabanas, en A Coruña. Aquella misma tarde, sobre las 8, se encontró su cuerpo a unos 500 metros de su casa, cerca del camino por el que solía pasear, con hasta tres heridas de arma blanca. Había sido violada y asesinada. Diez años después se ha resuelto el crimen. Foto: EP.

PUEDE IDENTIFICAR CARACTERÍSTICAS FÍSICAS DEL DUEÑO DEL ADN

El éxito de la investigación pasaba, en gran medida, por poder identificar (con nombre y apellidos según los resultados que arrojara la base de datos policial) a quien había dejado ese rastro genético.

El fenotipado se aleja del principio general de cotejo, para experimentar con las características físicas probables del propietario de la muestra genética, por lo que resulta de especial utilidad cuando, una vez que se encuentre en la escena del hecho delictivo o sobre el cuerpo de la víctima ADN de otra persona que pudiere estar relacionada con el delito, tras introducir el resultado del análisis genético en la base de datos policiales, no saltaba ninguna coincidencia.

Es decir, tenemos un vestigio, pero no sabemos a quién pertenece.

Los análisis fenotípicos pueden dar mucha información relevante sobre el aspecto físico de la persona (color de los ojos, de la piel, del pelo, etnia de ascendencia, etc.), lo que permite que las pesquisas se centren en grupos poblacionales (no en individuos concretos).

Esto también puede tener un efecto indeseado, pues puede suponer una cierta discriminación respecto de dichos grupos, especialmente si son minoritarios.

De este modo, la investigación no se centra, de entrada, en un individuo, sino en un grupo de personas que comparten una misma ascendencia biogeográfica y unas similares características físicas.

Y si estas son tan específicas como en el caso de Elisa Abruñedo, en el que el análisis fenotípico concluía que la muestra hallada pertenecía a una persona pelirroja, entonces se abre una nueva vía de investigación que puede dar unos resultados positivos de identificación.

De hecho, la población pelirroja en España es muy infrecuente, siendo la mutación del gen MC1R (principal explicación genética de los rasgos físicos de las personas pelirrojas) inferior al 5% de la población.

GRACIAS A ESTE ANÁLISIS EL CERCO SE FUE CERRANDO

Gracias a ello, en el caso de Elisa Abruñedo el cerco sobre el presunto autor de los hechos se fue cerrando cuando, en base a dichos análisis, los servicios de criminalística de la Guardia Civil se centraron en la búsqueda de un varón (el ADN discrimina fácilmente entre sexos), de piel blanca y pelirrojo, iniciándose una búsqueda de un sujeto de dichas características entre los vecinos de la zona.

Para ello, los agentes se valieron de otras fuentes de prueba (entre ellas, la indagación en el archivo diocesano del obispado de Mondoñedo-Ferrol, cuando, a partir de 1563, las iglesias se convirtieron en custodias de las líneas genealógicas de sus feligreses), realizando un rastreo estirpe por estirpe.

No fue esta la única línea de investigación basada en la genética que ayudó a resolver el caso.

Y es que todos compartimos códigos genéticos comunes con nuestras familias biológicas, de tal modo que podemos encontrar similitudes con quienes participamos de un mismo árbol genealógico.

En el asunto de Elisa Abruñedo se realizaron cribados de carácter voluntario en miembros de distintas familias y las muestras se fueron analizando, hasta que saltó una coincidencia parcial (no total).

Es decir: se estaba sobre la pista genealógica de la familia del “propietario” de la muestra biológica hallada en el cuerpo de Elisa.

Cuando el cotejo de muestras ofrece una coincidencia total de los perfiles genéticos, podemos afirmar, con un altísimo índice de probabilidad, que se trata de la misma persona.

Cuando la coincidencia es sólo parcial, nos indica que se trata de un sujeto que comparte el código genético, que pertenece a esa familia (en mayor o menor grado de parentesco).

Y es que los análisis de ancestralidad sirven también a los propósitos de identificación de las personas, al compartir los familiares esa carga genética.

De este modo, uniendo los resultados de ambas pericias y de otras pruebas (como datos existentes sobre el coche utilizado por el presunto autor), se pudo dar con el dueño de ese rastro de ADN, a quien, a posteriori, se le tomó una muestra de su ADN para cotejarlo, ya sí, con el hallado en el cuerpo de la víctima, resultando una coincidencia total de perfiles analizados.

Una vez más, la ciencia se ha puesto al servicio de la sociedad y de la investigación forense, avanzando en la determinación del presunto autor de los hechos cometidos hace más de 10 años.

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