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In Memoriam | José María Palmero, abogado
Luis Romero, junto a su amigo, el también el abogado José María Palmero (a la izquierda), recientemente fallecido, en una imagen de archivo en Lhardy.
05/8/2024 12:32
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Actualizado: 06/8/2024 09:01
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En agosto de 2019, pasaba unos días con mi familia en Madrid. Por la mañana, había recibido en mi despacho de Gran Vía a una cliente y al terminar había quedado con mi amigo y compañero José María Palmero en Lhardy.
Al salir a la avenida aún me quedaba tiempo para visitar La Casa del Libro, donde consulté algunos ejemplares, y de ahí continué caminando en dirección al restaurante. Iba muy contento porque iba a ver a mi amigo José María, quien siempre estaba dispuesto a compartir un buen rato de conversación charlando sobre los más variados temas.
Cuando llegué a la primera planta subiendo la escalera, nuestro compañero ya estaba allí como siempre tan puntual.
Nos sentamos en una mesa tranquila en el salón japonés.
De ese día tengo una fotografía que me ha recordado hoy aquella cita en la que contemplo el semblante de buena persona y gran caballero de José María, con el gran espejo como testigo de aquel grato encuentro.
José María era un gran jurista que tuve la suerte de conocer hace unos diez años gracias a José Joaquín Gallardo, decano emérito del Ilustre Colegio de Abogados de Sevilla, quien me lo presentó con las mejores referencias.
De todos los abogados con los que he colaborado en Madrid, Palmero ha sido uno con los que he tenido más confianza. Pues además de ejercer en el foro brillantemente y como un caballero del Derecho, logramos tener una cercanía desde el principio que nos permitía tratar cualquier cuestión, ya fuese seria, ya fuese jocosa.
José María Palmero sabía escuchar y guardar silencio mientras hablabas. Él te daba confianza para hablar de cualquier cosa que tú quisieras. Era como un confesor que te daba buenos consejos. Siendo quince años mayor que yo, me aprovechaba de su larga experiencia como abogado y como hombre bregado en la vida.
Recuerdo el año pasado también por estas fechas veraniegas cuando tuve que pasar casi una semana en Madrid y quedé una tarde con él para tapear por Puerta Cerrada, lugar que le encantaba, y tomar después un gin tonic en el patio del Hotel Pestana de Plaza Mayor.
Estoy viéndolo ahora ahí sentado a mi lado en el sofá cuando ya refrescaba la noche madrileña y tomábamos ese combinado que sabía mejor compartiéndolo con un buen amigo, siempre dispuesto a acompañarte para hablar de lo divino y de lo humano.
Después, al terminar, me acompañó desde allí, desde el Madrid de los Austrias hasta la Gran Vía y desde ahí a la Puerta de Alcalá donde estaba mi hotel. Más de una vez le propuse acompañarle yo a su casa pues siempre lo hacía él, pero no me lo permitía.
Cuando hago largas caminatas en Sevilla por la ribera del río Guadalquivir o por el centro de la ciudad, tengo la costumbre de llamar a amigos y amigas de confianza con los que el tiempo se detiene y las conversaciones se alargan indefinidamente.
Con José María he hablado en innumerables ocasiones aprovechándome de su bondad y amistad asaltándole al teléfono. Siempre estaba disponible descolgando el auricular con ese saludo amable y caballeroso, iniciando una conversación que podría transcurrir por los más variados asuntos no queriendo yo que terminase pronto pues era un placer conversar con este compañero y amigo inolvidable.
¿Qué haremos ahora tus amigos cuando queramos charlar contigo, José María?
Se me hace difícil tolerar tu ausencia, no poder llamarte para oír esa voz amable y amiga. Hablo estos días con amigos y amigas tuyos que te echan mucho de menos. Hablamos todos de lo difícil que será suplir el vacío que dejas en la abogacía, en los amigos y en la familia.
La Virgen Esperanza Macarena de Sevilla, a la que tanto querías, velará por ti, José María.
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