El «juicio de Dios», la justicia más primitiva

El «juicio de Dios», la justicia más primitiva

¿Han puesto alguna vez la mano en el fuego por alguien? En los tiempos que corren poca gente pone la mano en el fuego por otras personas. O por lo menos eso se suele decir en público.

Cuando ponemos la mano en el fuego por alguien queremos decir que confiamos y respondemos al ciento por ciento por esa persona. Que esa persona goza de nuestra total confianza.

Como ustedes ya saben, muchos de nuestros antecesores, en el pasado, creían que vivíamos regidos por las leyes de dios o de los dioses, dependiendo de la zona o región de la tierra en que se encontrara. Dios o los dioses nos dictaban las leyes a través de aquellos a los que había elegidos para dirigirnos, que solían ser los reyes o monarcas.

Se creía que Dios, o los dioses, se expresaban mediante actos cuasi milagrosos. Uno de ellos era, precisamente, este llamado juicio de Dios u Ordalía, una institución jurídica medieval que, literalmente, obligaba a poner las manos en el fuego al acusado para demostrar su inocencia. 

Uno de sus orígenes principales más conocidos es, por supuesto, pagano, en concreto germánico, pero podemos encontrar claros antecedentes en Asiria, Babilonia, Grecia y, por supuesto, en Roma, donde era conocida la leyenda de Mucio Escévola, de quien se dice que se dejó quemar la mano ante sus  enemigos etruscos para probar que decía la verdad.

En la Biblia hay una referencia a un juicio de Dios para demostrar si los celos de un marido eran fundados o infundados A la esposa, supuestamente adúltera, se le hacia ingerir un brebaje de agua y ceniza conocido como “agua amarga de la maldición”.

“Si no ha dormido contigo ninguno y si no te has descarriado, no has sido infiel a tu marido, indemne seas del agua amarga de la maldición; pero si te descarriaste y fuiste infiel, contaminándote y yaciendo con otro, Yahvé te maldice, entre esta agua de maldición en tus entrañas para hacer que tu vientre se hinche y se pudran tus muslos”, decía el sacerdote a modo de fórmula sagrada.

La Ordalía, en el mundo germánico tenía diferentes modalidades. La más conocida obligaba al acusado a meter ambas manos en el fuego durante un corto espacio de tiempo.

Una segunda modalidad obligaba al acusado a andar descalzo sobre seis u ocho rejas de arado al rojo vivo. En una tercera se preparaba un guantelete de armadura, también al rojo vivo, en el que se debía meter la mano.

En una cuarta versión se obligaba al acusado a sostener en las manos un hierro candente de un peso determinado y a dar nueve pasos con él encima. 

Si el acusado superaba la prueba sin sufrir apenas quemaduras entonces se decidía que “Dios había hablado” y que lo consideraba inocente, decretando entonces su puesta en libertad. 

Si el acusado, por el contrario –y era lo más normal- presentaba las quemaduras lógicas, entonces se deducía que “Dios” consideraba que era culpable y se le ejecutaba. 

En un antiguo códice hindú se dice que “aquél al que la llama no queme debe ser creído”. Como ven, esto del juicio de Dios no era sólo cosa del orbe occidental, pagano o cristiano. Prácticamente en todas las civilizaciones se pueden encontrar modalidades locales de este llamado “juicio de Dios”.

Los tribunales de la Inquisición hicieron mucho uso de este juicio divino, sobre todo en los casos en los que era vital demostrar la acusación de brujería contra alguien. En muchas ocasiones se utilizaba una variante de la prueba del fuego, que era la prueba caldaria. Consistía, como su nombre indica, en la preparación de una caldera hirviendo.

El acusado debía introducir la mano en el agua hasta la muñeca durante unos segundos, si la acusación era simple.

Si, por el contrario, era compleja, estaba obligado a sumergir el brazo hasta el codo. Al sacarlo, se envolvía el miembro y se dejaba que pasaran tres días. Trascurrido dicho periodo se comprobaba si se habían producido quemaduras. De ser así –y era la mayoría de las veces- se consideraba que el acusado era culpable de brujería y se le ejecutaba, principalmente quemándolo en la hoguera.

Aquél fue un periodo histórico negro para la humanidad. Un periodo de ignorancia y de oscuridad que, sin embargo, no debemos olvidar, desde nuestra era de democracia y de libertad.

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