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La maldad no es una enfermedad

La maldad no es una enfermedad
José Bretón mató a sus dos hijos menores y los incineró. Un buen ejemplo del planteamiento de la columna de Carlos Berbell.
18/8/2020 06:51
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Actualizado: 14/8/2023 08:32
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Los psicópatas son gente que distingue entre el bien y el mal. Y eligen libremente hacer el mal. No son enfermos. Vinieron así «de fábrica». No tienen remedio alguno. Son malos. Y lo que es peor, habitan entre nosotros. Nos rodean y nos hacen la vida difícil, insoportable e imposible.

Porque sí.

¿Y por qué la ciudadanía cree que son enfermos?

Cuando mi amigo, Salvador Ortega Mallén y yo, publicamos en 2003 «Psicópatas Criminales. Los más importantes asesinos en serie españoles» –con un prólogo de nuestro amigo, el desaparecido psiquiatra José Antonio García Andrade-, tuvimos muy claro que la palabra psicópata inducía a error y a malentendidos.

Psicopatía etimológicamente significa «enfermedad de la mente» (psico, mente, y patía, enfermedad), o sea, locura, en lenguaje de la calle.

Por ello, la gente piensa que los psicópatas son enfermos.

O lo que es lo mismo, que la maldad es una enfermedad.

En consecuencia, se piensa que lo que hay que hacer con estos «elementos» es ingresarlos en hospitales penitenciarios para que los «loqueros» -dicho con todo mi respeto- se encarguen de someterlos a tratamiento y rehabilitarlos para la sociedad.

Gente como José Bretón, que mató a sus dos hijos, menores, y los incineró.

¿De verdad puede haber gente que crea  que Bretón está enfermo? No. Bretón es simplemente malo. Quiso infligir tanto dolor a su esposa que acabó con lo que más quería, sus hijos.

¿Venganza? Seguro.

No hace mucho emitieron por televisión la mini serie de dos capítulos titulada «Nuremberg». Trata del juicio que llevaron a cabo los aliados contra 23 jerarcas nazis, entre ellos Herman Goering, lugarteniente de Adolf Hitler -que se suicidó previamente en su bunker-, al final de la Segunda Guerra Mundial.

Nuremberg fue una ciudad muy importante durante la Alemania Nazi porque se encontraba en el centro del país. Por esa razón los nazis la escogieron como el escenario para llevar a cabo los mítines del partido.

Desde 1933 a 1938 Nuremberg fue el epicentro de la propaganda nazi, con un Hitler dirigiéndose, desde el atril, a decenas de miles de soldados.

Una estética que luego copiaron en La Guerra de las Galaxias.

Fue allí, en Nuremberg, en 1935, cuando Hitler ordenó al Reichstag, reunido en esa ciudad, aprobar las leyes antisemíticas de Nuremberg que despojaron de la ciudadanía alemana a los judíos a otros ciudadanos de origen no ario.

La elección de Nuremberg, por lo tanto, no fue inocente. Los aliados querían que el juicio fuera un ejemplo para el mundo entero. La ciudad que los vio elevarse sería el lugar de su juicio final y su tumba.

Juicio de Nuremberg
Los jerarcas nazis que sobrevivieron a Adolf Hitler; todos compartían una carácterística: la ausencia de empatía, de ponerse en el lugar de sus semejantes.

PSICÓPATAS O MALOS DE LIBRO

El protagonista de la mini serie es Alec Baldwin, que interpreta al fiscal estadounidense Robert H. Jackson, quien dirigió la acusación pública.

Jackson, en un momento dado, mantiene una conversación con el capitán -y psicólogo judío- Gustav Gilbert (que interpreta Matt Craven), a cargo de los 23 líderes nazis, quien se encarga de asistirlos y, al mismo tiempo, de estudiarlos.

Veintitrés psicópatas de libro.

Sus palabras son tan claras como el agua y merecen ser reproducidas.

– He pasado meses buscando la forma de entrar en su mente. Esperando conocer cómo esa gente pudo cometer tales atrocidades contra mi pueblo. Creo que hay un par de factores que pueden explicarlo. Primero, Alemania es un país donde la gente hace lo que le dicen. Obedeces a tus padres, a tus maestros, a los sacerdotes, a los oficiales superiores. Y desde niño te educan para no cuestionar la autoridad. Así que cuando Hitler llega al poder tenía toda una nación que creía que era perfectamente natural hacer todo lo que él decía. Segundo, propaganda. Durante años los alemanes fueron bombardeados con ideas como los judíos no son seres humanos, o son la corrupción de la raza. Así que cuando el Gobierno dijo que estaba bien privar a los judíos de sus derechos y libertades, y luego dijo que era imperativo matar a este pueblo inferior, obedecieron. Aunque fueran vecinos o amigos -le explica el capitán Gilbert al fiscal.

– ¿Algo más? -le pregunta éste.

Le dije que estaba buscando la naturaleza del mal. Creo que estoy muy cerca de definirla. Es falta de empatía. Es una característica que comparten todos los acusados. La incapacidad genuina de sentir algo por los seres humanos. El mal, creo yo, es la ausencia de empatía -responde Gilbert.

Sus palabras son la síntesis más precisa que he encontrado, hasta ahora, para definir a este tipo de personalidades.

«El mal es la ausencia de empatía».

Esta frase habría que escribirla en piedra.

Psicólogo y fiscal
Matt Craven, a la izquierda, dando la vida al capitán del Ejército estadounidense y psicólogo Gustav Gilbert, en la escena mencionada. A la derecha, Alec Baldwin, como el fiscal estadounidense, Robert H. Jackson, que dirigió la acusación en el juicio de Nuremberg.

ES UNA FORMA DE SER QUE NO TIENE TRATAMIENTO ALGUNO

El estadounidense Harvey Cleckley fue el perfilador de la definición de la maldad, vista desde un punto de vista clínico, en su libro «La Mascara de la Cordura», publicado en 1941.

En él las define como personas con un encanto superficial, egocéntricas, con una menor reacción afectiva, un razonamiento insuficiente, que no aprenden de la experiencia, no pueden amar, son mentirosas patológicas y unas personas fantasiosas que se inventan historias; inteligentes y manipuladoras que no tienen sentido de la culpa o remordimiento y que actúan bajo unos códigos «éticos» propios, diferentes de los del resto de la sociedad.

«La belleza y la fealdad, excepto en un sentido superficial, la bondad, la maldad, el amor, el horror y el humor no tienen sentido real, no constituyen ninguna motivación para él. Es como si fuera ciego a los colores, a pesar de su aguda inteligencia para esos aspectos de la existencia humana«, escribe Cleckley en su libro.

Los psiquiatras estadounidenses publicaron la primera edición de su «biblia» de las enfermedades y tastornos mentales, el DSM, en 1962, definiendo esta forma de ser como sociopatía, que en 1980 cambiaron -en su tercera edición- por el de «trastorno antisocial de la personalidad».

No es, por lo tanto, una enfermedad. Es una forma de ser que no tiene tratamiento alguno.

Así lo certificó once años más tarde, en 1991, Robert D. Hare, psicólogo canadiense, profesor de Psicología Forense, Psicofisiología y Cerebro y Comportamiento en la Universidad de Vancouver, de la Columbia Británica, uno de los grandes especialistas en psicópatas del mundo, creó la llamada Lista de Control de la Psicopatía o LCP.

Un auténtico «detector de psicópatas».

Hare prefirió seguir utilizando el término «psicópata» en el sentido popular de hoy en día, pero con la conciencia de que se estaba refiriendo al especímen más malvado de la especie humana.

La LCP es el recurso más utilizado internacionalmente para identificar, diagnosticar y medir de un modo científico a los presos psicópatas.

Consta de 20 ítems que comprenden factores de la conducta y factores interpersonales o afectivos, cada uno de los cuales puntúa de 0 a 2. El total máximo es de 40 puntos. Se identifica a un verdadero psicópata con aquel que obtenga 30 puntos o más, en lo que se conoce como la «escala Hare» entre los profesionales de la salud mental.

Según el doctor Hare, «Los psicópatas no sienten que ellos tengan problemas psicológicos o emocionales y no ven que haya ninguna razón para cambiar su conducta con el fin de conformarla con los estándares sociales con los que ellos no están de acuerdo. Están muy satisfechos consigo mismos. No ven nada malo en ellos, experimentan poca congoja y encuentran su conducta racional, reconfortante y satisfactoria; nunca miran atrás con lamento y preocupación. Se perciben a sí mismos como seres superiores en un mundo hostil y sienten que es legítimo manipular y engañar para obtener ‘sus derechos’. Por eso la terapia no funciona con ellos«, escribió Hare en su clásico «Sin conciencia. El inquietante mundo de los psicópatas entre nosotros».

De hecho, los estudios realizados sobre estos especímenes han concluido que los psicópatas tratados en un régimen de comunidad terapéutica reinciden dos veces más que los no tratados.

Más claro: la terapia empeora a los psicópatas.

EL SUPREMO CONCLUYÓ QUE NO ESTABA LOCO, ES QUE ERA MALO

La Sala de lo Penal de nuestro Tribunal Supremo tuvo que verse con uno de estos casos en una sentencia muy reciente, de mayo de 2022 (sentencia número 513/2022). El de un hijo que asesinó a su hermano y a sus padres a cuchilladas.

En su recurso de casación el asesino adujo que estaba loco.

La Sala, compuesta por los magistrados Manuel Marchena Gómez, presidente, Juan Ramón Berdugo Gómez de la Torre, Pablo Llarena Conde, Vicente Magro Servet –ponente– y Ángel Luis Hurtado Adrián, concluyeron que no era así.

Es que era malo.

Y lo sintetizó de esta forma: «todo el desarrollo del escenario descrito puede también contemplarse desde la mera ‘maldad’ que existe en algunos seres humanos que les lleva a cometer actos tan crueles como los de acabar con la vida de las personas de su propio núcleo familiar».

«Y sin que por esta circunstancia pueda llegar a entenderse que este tipo de actos solo puede concebirse desde la afectación mental, ya que la crueldad descriptiva de los hechos se describe desde la lucidez y voluntad con la que se actúa desde un prisma de pura maldad, y no desde una afectación de la salud mental que no existía y
que no tiene por qué relacionarse siempre y en cualquier caso con hechos ilícitos», añade el Supremo.

«El triple crimen se perpetró por pura maldad del autor y con conocimiento de lo que estaba llevando a cabo. Era imputable y lo hizo a sabiendas de lo que estaba realizando. Fue esperando a sus víctimas/familiares hasta acabar con la vida de todos ellos», concluye el Alto Tribunal.

PSICÓPATAS CRIMINALES Y PSICÓPATAS SUBCRIMINALES

¿El psicópata nace o se hace? No existe una respuesta a esta pregunta. No existe una respuesta científica definitiva.

Pero lo que sí está muy claro es que no todos los psicópatas son criminales.

Según la Organización Mundial de la Salud la prevalencia del trastorno antisocial de la personalidad está entre el 1 y el 3 por ciento de la población (entre 470.000 y 1.410.000), lo que no es moco de pavo. 

Hare distingue, en este sentido, dos tipos de psicópatas. Los criminales y los subcriminales.

Los primeros son los que han cometidos delitos. Los segundos no lo han hecho.

«Pero son tan egocéntricos, fríos y manipuladores como el psicópata criminal medio; sin embargo, su entorno familiar, sus habilidades sociales y circunstancias les permiten construirse una fachada de normalidad y obtener lo que quieren con relativa impunidad».

Algunos comentaristas se han referido a ellos como «psicópatas de éxito», un término que Hare deplora en beneficio del de «psicópatas subcriminales porque su conducta, aunque técnicamente no es ilegal, viola los estándares éticos convencionales».

Tanto los psicópatas criminales como subcriminales son plenamente responsables de sus actos.

Saben lo que hacen y por qué lo hacen. Y lo hacen voluntaria y libremente. Por lo tanto, son responsables de sus actos.

No son enfermos y no tienen tratamiento.

Y lo peor: No tienen ninguna solución.

El paso del tiempo es lo único que atempera sus apetitos y su carácter.

El paso del tiempo. ¿Y qué mejor sitio que tras las rejas, si han cometido delitos tan graves como los de José Bretón?

Si la sociedad no los controla son ellos los que controlan a la sociedad.

Y si no que se lo pregunten a los ciudadanos de Siria e Irak, donde los psicópatas más desalmados del planeta han montado, como bien explica mi amigo, el psiquiatra José Miguel Gaona, un auténtico «parque de atracciones» en el que los milicianos del Daesh disfrutan cada día torturando, violando y matándolos sin ningún tipo de cortapisas ni control.

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