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Por la desgracia del coronavirus

Por la desgracia del coronavirus
06/4/2020 06:35
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Actualizado: 06/4/2020 00:10
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Al momento de escribir este artículo se contabiliza en todo el mundo (datos de la O.M.S.) la escalofriante cifra de 1.199.162 casos diagnosticados y 66.566 personas fallecidas a consecuencia de la enfermedad infecciosa causada por el virus denominado COVID19 el cual no había sido antes detectado en seres humanos y del que aún no ha podido descubrirse la vacuna que pudiera prevenirlo. También se contabilizan 231.770 personas que se habían contagiado y ya han logrado curarse.

En España, los datos actuales, también nos congelan la sangre: 130.759 casos diagnosticados y 12.418 personas fallecidas. Por el lado positivo, hay 38.080 personas que ya se han curado.

Es seguro que, por desgracia, cuando lean este artículo, la pandemia se haya cobrado muchas más vidas.

Los datos son fríos, demoledores, propios de una contienda bélica.

Pero aún encoje más el alma porque esta sangría humana llega en tiempos de paz. Al menos, no hay una guerra abiertamente declarada.

No hay un enemigo contra el que defenderse ni luchar.

No vemos tanques, balas ni bombas, pero, por desgracia, lloramos igualmente por el inmenso luto de muerte y pena con el que un microscópico virus ha confinado a personas de todo el mundo.

Y, pese a datos tan sobrecogedores, aún contamos con los soplos de aire que se cuelan por nuestras ventanas para reconfortar nuestras almas heridas y fortalecer nuestro espíritu de lucha ante tanta adversidad.

Mientras que muchos de los contagiados hospitalizados dan la batalla para vencer a la enfermedad, los que tenemos la suerte de seguir con salud, alzamos juntos las voces para gritar y reclamar con fuerza que no vuelva a producirse una muerte más en el mundo por no existir un respirador con el que poder respirar.

Tras el duro y difícil camino que aún nos queda por librar contra la pandemia y, pese a que ya se ha llevado y se llevará por delante muchas más vidas y buena parte de lo que significa el estado de bienestar en el que vivíamos, saldremos reforzados.

No hablo, obviamente, en términos económicos, puesto que será una travesía por el desierto por la que tendremos que caminar para poder reconstruir lo mucho que se haya destruido, tanto en número de trabajadores desempleados, como de profesionales autónomos y empresas que se haya quedado atrás.

Pero sí reforzados como seres humanos.

El microscópico virus ha llegado para infectar, pero también, de alguna manera, para curar a la humanidad.

El COVID-19 está contagiando, despiadadamente, a millones de personas, pero también está sirviendo de cura de humildad.

Sin pretenderlo, el bicho, ha infectado y está atacando a algunos de los signos externos con los que caminábamos, como los presuntos aires de grandeza y de poder, a la riqueza, al aparente éxito de los triunfadores, pero este virus letal no ha podido infectar ni acabar con los valores más importantes de los seres humanos, los que están en el interior de los cientos de millones de buenas personas que existen en España y en el resto del mundo.

Cuando termine esta crisis sanitaria muchos países soportarán a sus espaldas una brutal deuda económica, pero será ínfima con la enorme deuda que todos debemos ya a los profesionales que han cuidado y siguen cuidando por nuestra salud, aun con el riesgo y, en muchos casos, ya realidad, de acabar contagiándose por realizar sus labores profesionales: médicos, enfermeros, auxiliares, celadores, cuidadores en residencias de mayores, todo el personal sanitario que trabaja sin descanso por todos los pacientes y residentes.

Lo mismo ocurre con los profesionales encargados de velar por nuestra seguridad y labores de apoyo para proteger a la población: las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, Guardia Civil, Protección Civil, bomberos, etc.

Pese a tanta adversidad, sigue entrando aire por nuestras ventanas. Vemos a los militares de la Unidad Militar de Emergencias (U.M.E.) y a otras unidades del ejército rescatando a personas mayores de las residencias de ancianos, ayudando a los cuidadores de estas residencias, quienes, desbordados, tratan de evitar la muerte de aquellas personas mayores y no dejarlos abandonados a la suerte de su posible soledad.

Un número importante de empresas han reconvertido sus cadenas de producción y fabricación originarias para ponerse también al servicio de la salud de la población.

El sector automovilístico, textil y otros, han pasado de fabricar coches o ropa de calle, a fabricar respiradores, guantes o mascarillas sanitarias. Sigue entrando aire por nuestras ventanas.

Muchos profesionales sanitarios, ya jubilados, se han vestido nuevamente con sus batas blancas y se han ido a los hospitales a curar a los enfermos.

Los estudiantes de medicina o enfermería han hecho lo propio.

Un gran contingente de hombres y mujeres a quienes no ha sido necesario llamarlos a filas, puesto que, voluntaria y rápidamente, se han remangado y puesto a disposición de la población afectada por esta pandemia.

Sin dejar de pensar el aire limpio y fresco que también entra estos días por nuestras ventanas, cuando vemos a esas mujeres octogenarias y nonagenarias, recogiendo retales de sus casas para coser, durante los días y las noches, las mascarillas para que otros puedan prevenirse y no contagiarse.

El maldito virus COVID-19 llegó con muy malas intenciones y sigue contagiando a todo aquel que se cruza en su camino. Hasta la fecha, ya ha causado muchas bajas y demasiado dolor a su paso.

El luto por las personas que nos han dejado es enorme.

El dolor por no haberlas podido velar ni haber tenido el tiempo necesario para despedirnos de ellas, aún es más doloroso.

Pero los seres queridos que ahora nos dejan, nos tendrán que ver más fuertes y unidos que nunca, esa deuda también es para con ellos.

No hay que olvidar tampoco a las personas mayores que están muriendo afectadas por esta crisis sanitaria.

Conviene recordar que ellos, los más mayores, hicieron un enorme sacrificio por todos nosotros en la última crisis económica vivida durante el periodo 2007-2013, mientras muchas familias perdían sus trabajos, ellos ponían sus ahorros, sus pensiones y sus medios a disposición de los hijos y nietos.

Ahora, debemos recordarlo y cuidar de nuestros mayores. No podemos abandonarlos. Tenemos que protegerles.

Precisamente, el último gran soplo de aire al que me quiero referir es el que entró por nuestras ventanas recientemente y lo protagonizó una mujer anciana, tenía 90 años, se encontraba contagiada por COVID-19 y estaba hospitalizada en la UCI de un hospital de Bélgica.

Cuando fueron a colocarla el respirador, la mujer dijo a los médicos: “No quiero respiración artificial. Guardadla para pacientes más jóvenes que lo necesiten. Yo ya he tenido una buena vida”.

La anciana murió y se pudo salvar a otro paciente con ese respirador.

Hay esperanza. Venceremos.

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