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Honorarios altos, honorarios bajos: Valoremos nuestra experiencia y decidamos sosegadamente

Honorarios altos, honorarios bajos: Valoremos nuestra experiencia y decidamos sosegadamente
Luis Romero reflexiona en su columna sobre los honorarios de la Abogacía y llega a la conclusión de que hay que valorar una serie de factores, antes, para decidir sosegadamente cuál es el valor que hay que darle al trabajo que se va a realizar.
04/9/2020 06:40
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Actualizado: 14/3/2023 11:20
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Hace unos días, una abogada de mi bufete recibió sus honorarios para la defensa en un juicio penal poco antes de la celebración del juicio en el que iba a ejercer como defensora.

Se dio la circunstancia que la cliente había nombrado simultáneamente otro abogado defensor y ambos recibieron un cheque con el importe que habían presupuestado por separado.

Mi compañera supo que nuestra minuta era el cuádruple que la del compañero por el mismo trabajo.

No por esa razón sino por la antigüedad y otras cuestiones, acordaron ambos letrados que mi colega sería quien ejercería la defensa en el plenario y el otro abogado le acompañaría y ayudaría.

Los honorarios del compañero eran similares a los que otros abogados de la provincia suelen fijar para esa clase de juicio. Sin embargo, nosotros no podríamos considerar altos nuestros honorarios sino muy moderados.

Y es que la libertad de honorarios converge con la ley de la oferta y la demanda, siendo el cliente quien toma la última decisión.

Cuando cuento a mis amigos no juristas lo ocurrido no comprenden cómo pueden variar tanto los honorarios entre un abogado y otro. Obviamente, entre nosotros los abogados es algo que suele ocurrir con frecuencia y desde siempre.

En realidad, siempre ha existido la libertad de honorarios aunque hasta hace unas dos décadas se recomendaran unos “honorarios mínimos” reflejados en los baremos de honorarios.

Según el pleito y la cuantía del mismo, esos honorarios mínimos podrían considerarse muy baratos, adecuados o carísimos.

Lo que nunca ha existido son unos honorarios máximos.

Un amigo procurador me decía en mis primeros años de ejercicio que la gente siempre ha querido tener un buen médico y un buen abogado y no les ha importado cuánto les ha costado si han considerado que esos profesionales eran los mejores.

Mi padre era médico y siempre me aconsejó que valorase mi trabajo y mi tiempo, aunque él muchas veces no lo hiciese y pesase más su vocación.

También me ilustró muy bien mi maestro aunque él incumpliese a menudo sus propios consejos.

Reconozco que la mayoría de las veces he sabido presupuestar adecuadamente mis servicios de abogado pero igualmente debo observar que con frecuencia he abaratado demasiado mi trabajo.

ESTE TIEMPO ES MUY DIFERENTE A LOS ANTERIORES

Hoy en día las cosas son muy distintas a como eran hace treinta años en un despacho de abogados.

Había clientes que solicitaban cita con el abogado todas las semanas y los que llamaban sin cesar por teléfono a la secretaria del abogado.

Pero entonces no había móviles, ni WhatsApps ni correos electrónicos.

Hoy he recibido una llamada a las 08.00 horas por un caso que no era urgente de la misma cliente que ayer por la noche en la cena me retuvo en el móvil veinte minutos y no más pues le advertí que no estaba cenando solo.

Esta cliente me ha remitido unos treinta Whatsapps en cinco días hábiles desde que me he personado en su expediente, unos diez correos, múltiples llamadas, por no mencionar los mensajes de voz.

Muchas veces el contenido de dichas comunicaciones no estaba relacionado con el concepto del encargo profesional. Si bien casos como éste son excepcionales y el abogado debe advertir desde el primer momento al cliente sobre los límites y normas en las relaciones entre abogado y cliente, y, ¡cómo no!, sobre la libertad del abogado a la hora de ejercer la defensa y no estar sujeto a las órdenes y deseos del cliente, pues el cliente ha depositado la confianza en el abogado en el momento de contratarlo y éste es el responsable de las consecuencias si comete cualquier error.

El abogado, además, debe trabajar con la serenidad suficiente y siempre que lo permitan los plazos, sin prisas.

No debe atosigarse al abogado con “vigilancias” día sí, día no, sobre si ha redactado ya un escrito o recurso, sobre si ha contactado ya con la parte contraria, sobre si ha ido a suplicar al juzgado que le entreguen copia del expediente, sobre si ha consultado ya toda la jurisprudencia aplicable a su caso que el cliente –así es en muchos casos– ya ha examinado (posiblemente con la ayuda de otros abogados).

Tanta es la presión que sufrimos, al menos los que trabajamos en el ámbito penal y no digamos si el cliente está privado de libertad, que a mi me han llegado a escribir “¡Hace varia horas que ha leído mi mensaje de Whatsapp y aún no me ha respondido!”.

Naturalmente, debemos poner las cosas en su sitio y advertir a los clientes pesados y desconfiados que así no podemos trabajar, aunque sean muchos los que sí respetan nuestro tiempo y nuestra profesión.

Pero son numerosos los que interpretan el pago de unos honorarios como razón suficiente para ejercer el control absoluto sobre nosotros y no dejarnos ni respirar.

HAY MUCHAS CIRCUNSTANCIAS A TENER EN CUENTA A LA HORA DE CALCULAR LOS HONORARIOS CORRECTOS

Antes, desde luego, acertábamos más los letrados a la hora de calcular una minuta, pues tomábamos como referencia casos similares en los que ya habíamos intervenido en cuanto al tiempo dedicado al estudio, las dificultades procesales, las diligencias a practicar, comunicaciones con el cliente, etc.

Sin embargo, hoy hay que pensar más en la clase de persona que tenemos enfrente desde la primera consulta, debiendo valorar lo exigente que va a ser nuestro defendido y las horas adicionales innecesarias que tendremos que dedicarle aunque estimemos que deberíamos ser nosotros los que fijásemos las reuniones, llamadas, etc.

Cómo no, hay muchas más circunstancias a tener en cuenta a la hora de calcular los honorarios correctos: la trascendencia del caso, la cuantía económica, los intereses en juego, la complejidad del asunto, el tiempo que habremos de dedicar, etc.

Pero frecuentemente no sabremos ver al principio las dificultades con las que nos podremos encontrar más adelante y aún tomando la referencia de otros asuntos similares llevados en nuestro bufete, nos sorprenderán las circunstancias inesperadas que asumiremos gracias a nuestra sagrada vocación pero siempre pagando un precio que puede hacer mella en nuestra salud como hemos podido comprobar al conocer la súbita pérdida de compañeros luchadores a causa de infartos, ictus y otras dolencias, siendo algunos muy jóvenes.

Pero, una y otra vez, volvemos a caer en el error de no “sobrepasarnos” en la cuantía de la minuta y cuando todavía el cliente está en el pasillo de nuestro despacho ya nos hemos arrepentido de la cantidad que le hemos presupuestado estando ya la hoja de encargo firmada.

Ahora ya es tarde para modificar esos honorarios, o no.

Las prisas nunca son buenas para valorar nuestros honorarios y a no ser que exista un plazo perentorio, debemos dejar pasar un día, dos días o más, a la hora de fijar el valor de nuestros servicios.

Desde luego, si hemos de consultar una documentación extensa, el tiempo que sea necesario.

¿CUÁNTO VALE NUESTRA HORA?

Otro factor que hemos de tener en cuenta es cuánto vale nuestra hora. Fijar el precio de la hora no depende solo de nuestro tiempo sino de nuestra experiencia, especialización, éxitos en nuestra carrera, etc.

Pero naturalmente hay que concretar ese valor del tiempo valorando el coste de nuestra hora de trabajo en relación con los costes de nuestro bufete.

No se trata, como ocurría antiguamente con el abogado que tenía el despacho profesional en su casa, de valorar solo el valor de nuestro tiempo y el de los abogados que trabajan con nosotros, además de nuestras necesidades.

Sino que hay que sumar la renta del alquiler de nuestra oficina o el importe del recibo de la hipoteca por haber adquirido el inmueble sede de nuestro estudio, las nóminas, las cuotas de la seguridad social, nuestra mutualidad, los seguros, los impuestos, nuestros proveedores, suministros, asesores y otros gastos en los que incurre el desarrollo de nuestra actividad como la formación, bases de datos, etc.

Es más fácil conocer los costes de nuestro bufete que el valor de nuestro trabajo para fijar una retribución digna, al menos para los que nos dedicamos al derecho privado y no tenemos ingresos fijos periódicos, de modo que nuestros ingresos pueden variar mucho de un mes a otro.

Fijémonos en los profesionales de otros sectores. ¿Cuánto ganan a la hora? ¿Qué gastos tienen? ¿Trabajan por la tarde? ¿Trabajan por la noche? ¿Llegan a la hora de cenar con su familia? ¿Pueden tomarse algún día de la semana libre? ¿Pueden olvidarse de sus expedientes en sus vacaciones?

Pero es el cliente al que debemos poder seguir ejerciendo, es quien nos paga nuestra retribución y los gastos del bufete, quien nos puede recomendar, quien puede repetir de nuevo encargando otro asunto y quien en definitiva ha decidido confiar en nosotros y no en otro abogado.

Debemos pensar en él. ¿Qué piensa él?

Pongámonos en su lugar. ¿Por qué nos ha visitado? ¿Por qué piensa en nosotros cómo sus futuros abogados? ¿Cómo ha llegado a nosotros? ¿En cuánto puede valorar la resolución de su caso?

A veces creemos que el cliente pensará que somos muy caros y fijamos unos honorarios mínimos acordándonos de nuestros primeros tiempos cuando comenzábamos a ejercer, sin tener en cuenta que el cliente quizás aceptaría que cobrásemos mucho más debido a la complejidad del caso y el tiempo que habremos de dedicar, además de la responsabilidad asumida.

Pero yo me atrevo a decir que aún pensando mucho en el cliente y en el caso, debemos preocuparnos por nosotros mismos.

Nuestro sacrificio diario y nuestra agenda repleta bien valen unos honorarios que para unos serán astronómicos pero para nosotros ascienden al valor de nuestro trabajo, nuestra experiencia y nuestro esfuerzo.

No nos precipitemos y aunque el cliente nos exija unos honorarios fijos, a veces deberán ser también variables, a veces habrán de ser honorarios abiertos a cambios, pues no sabremos con qué circunstancias nos encontraremos y no deberemos hipotecarnos arrepintiéndonos de haber tomado una decisión errónea.

Aprendamos de nuestra experiencia y decidamos sosegadamente.

Nos sorprenderemos muchas veces de la aceptación por parte de nuestro cliente de unos honorarios que creíamos altos y de su satisfacción por el servicio prestado y los resultados conseguidos.

No dejo de sorprenderme, no obstante, de los honorarios que cobran algunos abogados y bufetes en mi ámbito, muchas veces inferiores a los de nuestro bufete, otras veces por ser muy altos y no porque me parezca mal, al contrario, sino que me pregunto por qué no he cobrado yo unos honorarios similares en casos parecidos.

Cómo no, hay que valorar las posibilidades del cliente en cuanto a la asunción de nuestra minuta.

Hay veces que por mucho que valga nuestro trabajo y el caso, el cliente no puede afrontar una minuta que se sale de su presupuesto.

Entonces deberemos decidir si rebajamos lo que para nosotros son unos honorarios mínimos, un importe que no deberíamos bajar, y quizás sería mejor que lo defendiese otro abogado.

O no, porque nos interese ese caso y como siempre nos venza nuestra vocación y nuestra pasión por la justicia y el derecho, nuestra vocación por ayudar y sacrificarnos.

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