Firmas
Cena en el Hotel Watergate con la juez Ruth Bader Ginsburg
20/9/2020 06:47
|
Actualizado: 20/9/2020 11:43
|
La juez de la Corte Suprema de los Estados Unidos Ruth Bader Ginsburg, fallecida el pasado viernes, era ese tipo de persona que uno quiere tener cerca como profesora, consejera, tutora, amiga, confidente y a la que toleraríamos que nos hablara con crudeza de nuestros defectos y con templanza de nuestras virtudes.
Su persona era reverenciada no solo en la esfera judicial, también en la política y en la social. Prueba de ello ha sido la gran concentración de personas que a lo largo de ayer acudieron a las escaleras del edificio neoclásico que alberga a la Corte Suprema en Washington D.C. para dejar unas flores, poner unas velas y dejar testimonio escrito de su admiración por una juez menuda y llena de energía que hizo de la lucha por la igualdad, en todos los sentidos, la bandera de su vida.
Sí, su principal legado jurídico es su lucha por la igualdad de la mujer ante la ley.
Ginsburg, nacida en una humilde familia del barrio neoyorquino de Brooklyn, recogió el testigo de mujeres de generaciones anteriores que, desafortunadamente, no consiguieron levantar la totalidad de las barreras legales que limitaban los derechos de muchas mujeres.
Tuvo la visión de aprender y estudiar en profundidad la lucha judicial por los derechos civiles de los afroamericanos y una de las grandes sentencias de la historia de los Estados Unidos, el caso Brown contra Board of Education of Topeka que supuso el principio del fin de las leyes segregacionistas de Estados Unidos.
Como académica y jurista retó también al sistema norteamericano argumentando que Estados Unidos había cambiado y que en los últimos 20 años algunas mujeres, con muchas dificultades, empezaban a destacar en áreas profesionales muy diversas.
Sus innovadoras y vanguardistas visiones del concepto de igualdad constitucional tuvieron como resultado las primeras victorias del movimiento que defendía la igualdad entre hombres y mujeres; el caso Charles E. Moritz fue clave para el todavía más relevante Reed contra Reed (1971).
Este ultimo ha sido fundamental en la interpretación de la Constitución americana.
Porque, con esa decisión, la Corte extendió a las mujeres los efectos de la Cláusula de Protección igualitaria de la 14ª Enmienda.
No es un tema menor (nada en ninguna Constitución lo es) porque esta enmienda está incluida en las llamadas de «La Reconstrucción», que son las que surgieron tras la Guerra Civil estadounidense para igualar los derechos de todos los ciudadanos de ese país.
La Decimocuarta Enmienda había condicionado casos como el citado Brown contra Departamento de Educación, que eliminó la segregación en las escuelas; las polémicas Roe contra Wade, o Obergefell contra Hodges, sobre el aborto y los matrimonios del mismo sexo respectivamente. O incluso Gore contra Bush, que decidió las elecciones de 2000.
Ruth Bader Ginsburg no solo contribuyó de forma decisiva en lograr la igualdad efectiva de las mujeres ante la ley, sino en que ésta llegara a través de la jurisprudencia sobre una enmienda de la Constitución que data de 1868 y que habla de la igualdad de todos los ciudadanos del país.
Era una mujer abierta, tolerante y amiga de sus amigos, aunque pensaran de forma diametralmente opuesta a ella
Tenía orgullo en lucir la amistad que le unía al también desaparecido gigante de la judicatura y compañero en la Corte Suprema de los Estados Unidos, Antonin Scalia, uno de los pilares del ala conservadora del Alto Tribunal.
Unidos por Brooklyn y por su amor a la ópera, se criticaban en las opiniones de las sentencias pero siempre con admiración. Y en no pocas ocasiones, con humor: desde el amable al ácido.
La amistad era sincera. Ella mismo me comentó como disfrutaba cuando las dos familias se juntaban para celebrar el año nuevo.
Y ahora mi testimonio y tributo personal en la hora de su despedida.
PREMIO A LA PAZ MUNDIAL Y A LA LIBERTAD
El pasado mes de febrero tuve el honor de entregarle el «World Peace & Liberty Award» (Premio a la Paz Mundial y a la Libertad) en nombre de la «World Jurist Association» (WJA) –Asociación Mundial de Juristas–.
Con la participación y ayuda de Antonio Poncioni, Juan Luis Cebrián, Diego Solana, Gabriel Fernández, Miguel Larios, Jacky Rodríguez, Teresa del Riego, Kim Quarles, James Black, Teodora Toma y Bill Eshelman, organizamos el acto con gran meticulosidad.
Volvíamos a la sede de la «American Bar Assotiation» (Asociación Americana de Abogados), institución originalmente impulsora de la World Jurist Assotiation (WJA).
Era también mi primera visita a Washington D.C., sede de la WJA, desde que fui elegido presidente. Éramos conscientes de que cualquier acto publico con RBG, como también se la conocía –por sus iniciales– podría ser el ultimo, por su delicado estado de salud.
Hablamos en diferentes ocasiones para preparar la ceremonia. Definimos juntos los detalles. Estaba tremendamente ilusionada.
Me dijo, cuando hablé por teléfono con ella desde Europa, antes de emprender el viaje, que asistiría a la cena del día previo, pero que prefería no tener que hablar ante el público.
Le pregunté donde prefería. Indico que el hotel Watergate. Allí conocen bien los gustos, las costumbres y necesidades de la que hasta el viernes era la cara más conocida de la justicia y el derecho en el mundo.
Cuando nos anunciaron su llegada pedí a Maria Eugènia Gay, decana del Colegio de Abogados de Barcelona, y a Viviane Reding, primera comisaría de Justicia de la Unión Europea, que me acompañaran a recibirla.
Ambas estaban emocionadas, y habían emprendido, como Beatriz Becerra, el viaje con gran emoción interior por conocerla.
Fue un momento precioso.
En mitad de la cena, le dije que una chica joven, Leah Navalón, quería hablarle y entregarle un trabajo que había hecho sobre ella en su colegio en Nueva York.
Acepto encantada, y entonces comenzó a sonar la melodía. Yo le pedí a Leah que se dirigiera con el micrófono a la juez, a quien advertí que no se sintiera obligada a responder e intervenir.
Leah, de 11 años de edad, estuvo sensacional.
A continuación RBG cogió el micro y en ese momento la sala entera quedo galvanizada por la calidez y fuerza de su voz.
Una tras otra, cinco jóvenes diferentes, pudieron conversar con ella, en público. Casi una hora de deliciosa conversacion en la que con gran generosidad la jueza Ginsburg fue atendiendo las diferentes cuestiones que le fueron planteadas.
Con frecuencia eran testimonios sobre el planteamiento vital.
Nunca cuestiones técnicas.
Pero el derecho, la libertad, la justicia, siempre hilvanaban cada uno de los temas.
Creo que todos, los miembros del «Board» (Consejo) de la WJA y los invitados internacionales, fuimos conscientes del precioso momento histórico que la vida nos estaba regalando.
Al día siguiente varias de esas chicas se acercaron a acompañarla a recibir su premio.
Eran ya amigas para siempre. Así de buena e influyente era Ruth Bather Ginsburg.
Su legado, sin duda alguna, está a la altura de Louis Brandeis, Wendell Holmes, Earl Warren, William J. Brennan Jr, John Marshall… o su querido Antonin Scalia.
Otras Columnas por Javier Cremades: