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El papel de la vocación en los futuros abogados

El papel de la vocación en los futuros abogados
La columnista, Natalia Fernández Vega, es directora de Personas y Transformación en la Mutualidad de la Abogacía.
16/1/2021 06:46
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Actualizado: 15/1/2021 22:38
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Hay una serie de máximas innegables respecto a la profesión de la abogacía: se trata de una práctica exigente, requiere disciplina, demanda altas dosis de persistencia, conjuga bien con cierta cantidad de ambición y resulta imprescindible el gusto por la indagación.

Si bien, por encima de todo ello, hay un elemento crucial y que considero la piedra angular para el ejercicio de la doctrina: una incansable búsqueda de la vocación profesional.

Tal y como nos recuerda el escritor francés Jean Giradoux “no hay mejor forma de ejercitar la imaginación que estudiar la ley. Ningún poeta ha interpretado la naturaleza tan libremente como los abogados interpretan la verdad”.

Por ello, no existe profesión más conectada con la razón y el corazón que aquella que permite la observación tranquila y meditada de un asunto.

Sea como sea, ese asunto provoca un dolor a alguien o algo (según diferentes formas jurídicas) y resulta misión del abogado redactar su contexto, hilar sus argumentos y utilizar las palabras adecuadas para narrar la verdad.

Al menos, la parte de la verdad que en suerte le ha tocado.

Y es que los abogados son una palanca clave del progreso de la sociedad, tanto que su influencia es imprescindible en la esfera política, económica y social.

Sin embargo, los jóvenes estudiantes de derecho no están observando una versión demasiado amable de su vida adulta como abogados ejercientes.

Hemos pasado de la tiranía de Mr. Wonderful a mostrar las aristas de una profesión que requiere plena y consciente dedicación.

De esta manera es difícil que los jóvenes sientan la llamada del servicio social desde temprano, y no creo equivocarme si digo que los que lo hayan hecho son una excepción en cualquier generación.

Sin lugar a dudas se trata de un oficio atractivo, en gran parte debido a su halo de misterio y a la más que suficiente oferta de diferentes formas de ejercicio y monetización.

Aun así, más allá de algunos jóvenes que han sido inspirados por conexión cósmica, el firme propósito de querer dedicar los sueños y, sobre todo los desvelos, a la práctica legal surge con el tiempo, la edad y la experiencia.

EL OBSERVATORIO

Así, tres de cada diez alumnos del grado de derecho no tienen claro ejercer la abogacía al acabar sus estudios, y se sienten poco preparados para la práctica profesional cuando finalizan su etapa universitaria.

Es una de las conclusiones del reciente informe de El Observatorio, «think tank» enfocado en el sector legal, y, sinceramente, no me extraña. Los estudiantes que ponen los ojos y oídos en el exterior saben que el abogado del futuro es más que un jurista con vocación.

Es un profesional transversal, altamente especializado, experto en gestión, con conocimientos de tecnologías transformativas, que debe saber diferenciarse de una competencia atroz en un mundo global e hiperconectado.

Ya no resulta suficiente saber un poco de cada rama jurídica; la cualificación técnica es como el valor del soldado, se le supone.

El problema es que empezamos a presuponer la tenencia de otros muchos atributos que no van de serie: mentalidad emprendedora, preparación en áreas de negocio, competencias digitales, gestión de proyectos, análisis de datos, conocimientos de la psicología del comportamiento, y un largo etcétera de habilidades complementarias.

Por eso, empresas, asesorías, despachos y clientes apuestan por el abogado 360 grados.

El abogado completo y holístico que está más cerca de encarnarse en un personaje del mundo de Marvel que en un profesional que acompaña en la resolución de asuntos legales. Porque recordemos que esa es la esencia.

El resto solo son añadidos; muy necesarios en esta época de vertiginosos cambios exponenciales, pero, en definitiva, solo añadidos.

Con todo esto no es de extrañar que el 63 % de los profesionales de la abogacía española sufra agotamiento laboral, según un reciente estudio promovido por la asociación Humanizando la Justicia.

Resulta, además, reseñable que el 15 % experimente un profundo desgaste laboral.

Recordemos que el «burnout» ha sido reconocido como enfermedad laboral por la Organización Mundial de la Salud y aparece en la nueva clasificación de enfermedades para 2022.

Seguramente esto no sorprende demasiado porque es bien sabido que las políticas de flexibilidad, conciliación y salud laboral todavía son incipientes en una profesión donde, de manera tradicional, al cliente se le ha otorgado la varita mágica de poder decidir cuándo, cómo y en qué cantidad el profesional debe estar disponible.

Todo tiene un límite: casi un tercio de los abogados participantes del primer estudio sobre la salud y bienestar de la abogacía española (ISMA) reconoce que no ejercería la misma profesión.

¿Qué ha sucedido con su vocación?

¿Se ha perdido o no llegaron a encontrarla?

Este es el reto que como sociedad tenemos para con nuestros futuros juristas: desarrollar entornos sofisticados de gestión del talento legal de manera coordinada desde el ámbito académico, empresarial y social.

Porque a aquellos jóvenes que ya han dado el paso de estudiar derecho les debemos la oportunidad de encontrar la estimulante chispa que les haga conectar la pasión por ejercer la abogacía con su propósito vital.

Así, ya no habrá para ellos mejor vocación que servir y proteger a la sociedad desde la práctica legal.

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