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¿Súper Liga? El cuento de la «ruina económica» de los 12 grandes de Europa

¿Súper Liga? El cuento de la «ruina económica» de los 12 grandes de Europa
Manuel Álvarez de Mon Soto, ha sido magistrado, fiscal y funcionario de prisiones. Actualmente es letrado del Colegio de Abogados de Madrid. [email protected]. Foto: Carlos Berbell/Confilegal.
20/4/2021 13:30
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Actualizado: 20/4/2021 16:43
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La propuesta de los 12 clubs de fútbol más ricos y laureados de Europa, liderados por el Real Madrid, de crear una «Súper Liga» de Europa, reservada solo a ellos –a la que se espera que se sumen el Bayern de Munich, el  Borussia Dortmunt y el París Saint Germain, que todavía no han dicho nada– y 5 «invitados» anuales debe ser rechazada de plano.

Se justifica sobre razones económicas. Para resolver una pretendida –falsa–»ruina».

«Ruina» que se solucionaría con patrocinios de financiación, dada la alta rentabilidad que supondría televisar semanalmente a nivel mundial partidos del máximo interés para el espectáculo deportivo.

Como consecuencia de ello se destrozaría la actual «Champions», heredera de la ya legendaria Copa de Europa, que tanta gloria trajo para el Real Madrid, mitificado con la conquista seguida de las 5 primeras desde 1956 a 1960. Liderado por el inolvidable Alfredo Di Stefano y que, además, sirvió de embajada política de España en aquellos años de aislamiento político, por la dictadura imperante.

La «Súper Liga» también afecta de forma directa a las ligas nacionales, que se verían gravemente debilitadas por los diversas consecuencias de esta nueva competición.

Por ello es lógico que, no solo, la UEFA sino varios gobiernos europeos hayan salido al paso para evitar que se consume este proyecto.

El fútbol es mucho más que dinero.

Para mucha gente tiene un importante componente emocional y simbólico que no se produce en otros deportes.

Sirve para cohesionar un interés común en una misma competición, primero a nivel de los estados, como vemos en algunos, distanciados internamente, como Bélgica o España –nuestro país en mucha menor medida que Bélgica, aclaro–, en que uno de los pocos elementos aglutinadores que quedan es el fútbol, concretamente la Liga y la Copa del Rey, competiciones que permiten enfrentarse a los clubes medianos y pequeños con los grandes, con posibilidades de éxito con ejemplos actuales como la Real Sociedad, el Sevilla o el Athletic de Bilbao y pasados como el Deportivo de A Coruña, Betis, Sporting de Gijón, etcétera.

Esto lo entendió muy bien Nelson Mandela cuando se convirtió en el primer presidente negro de Sudáfrica, tras la caída del régimen racista del Apartheid.

Lo contó muy bien en su libro «El factor humano», el periodista británico John Carlin.

Y mucho mejor Clint Eastwood en su película «Invictus», basada en ese libro, con Morgan Freeman como Nelson Mandela y Matt Damon como François Pienaar, el capitán de los Springboks, el apodo del equipo nacional de rugby sudafricano.

El deporte como aglutinador, como cohesionador social. Mandela se inspiró en nuestros Juegos Olímpicos de 1992 para unir a un pueblo dividido, como era el suyo, en un objetivo común: conseguir la Copa del Mundo de Rugby de 1995. Que los Springboks conquistaron sobre una dura Nueva Zelanda.

Llegó a ponerse la camiseta y la gorra de los Springboks, que fue como si Felipe González, como presidente del Gobierno, se hubiera puesto la camisa de la Falange. Esa victoria unió, cohesionó a un pueblo enfrentado y profundamente dividido.

Por eso la propuesta de los doce clubs de fútbol más ricos de Europa es un disolvente letal para esa cohesión que debe permanecer fuerte y vigorosa en el Viejo Continente.

Las competiciones europeas permiten periódicamente a clubs que no son de la élite económica, despuntar, como, por ejemplo, el Oporto, el Steaua de Bucarest, el Ajax de Amsterdam en su día o, actualmente, el Villarreal Leipzig o el Atalanta.

Sobre estas líneas, el estadio del Real Madrid, el Santiago Bernabéu, en plena remodelación. Un equipo que, según su presidente, está «en la ruina». Foto: Carlos Berbell/Confilegal.

La presencia de esos clubs compitiendo con los grandes sirve de ilusión a sus aficiones y pone de relieve a sus ciudades, como los históricos enfrentamientos del Real o Barcelona con el maravilloso Benfica de Lisboa, de Eusebio.

El problema, es que la afición al fútbol y a su componente emocional, lo están destruyendo.

Desde que comenzó la mercantilización del fútbol a niveles intolerables e incompatibles con su esencia popular, con la conversión de muchos clubs en sociedades anónimas y su colonización exterior, la exigencia de una astronómica situación económica para acceder a las Presidencias, con las ganancias disparatadas de dinero más allá de lo razonable, por los futbolistas, intermediarios, entrenadores, directivos y demás gente que viven y se enriquecen con el fútbol.

Eso es lo que es insostenible pues, con unas ganancias razonables, sí lo sería.

Las actuales ganancias ya son un escándalo. Y también son una burla a una sociedad en crisis, con tanta gente con graves  problemas económicos.

En el caso del Real Madrid, su déficit viene agravado por la obras innecesarias de remodelación faraónica de su estadio, y un gran negocio para alguno.

La UEFA debe parar este proyecto egoista de una élite económica que busca solo el beneficio. Así lo han percibido el presidente de Francia, Emmanuel Macrón, el primer ministro británico, Boris Johnson, y otros altos mandatarios. Hoy mismo el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, se ha pronunciado en la misma dirección. 

Los promotores de la «Súper Liga» dicen que las sanciones anunciadas por la UEFA serían jurídicamente inviables porque los clubes son entidades privadas y sus medidas afectarían a los derechos laborales de los futbolistas.

No es cierto. Esas afirmaciones son «fake news» en estado puro. Porque la UEFA y la FIFA son también entidades privadas y pueden imponer sus propias normas, a los clubes y futbolistas que quieran participar en sus competiciones.

Desde el punto de vista jurídico, las condiciones de participación y exclusión serían por completo lícitas.

Eso no discrimina a nadie.

Lo que pasa es que clubes y futbolistas tendrían que elegir dónde quieren estar.

Eso es todo.

La UEFA y la FIFA, además, podrían impedir –y sería lícito– que un jugador que haya militado durante, pongamos, cinco años, en uno de esos clubes de la «Súper Liga» juegue en las ligas nacionales.

Con lo que se acabaría su vida profesional. Esto es algo que tienen que reflexionar los jugadores de élite. La vida profesional se acortaría, sin duda alguna.

Los que sí discriminan, son precisamente ellos, los clubes de la «Súper Liga», dentro también de su ámbito de libertad por supuesto, pese al maquillaje de los 5 invitados.

Esperemos que haya acuerdo y que los clubes reciban más dinero de la UEFA, que generan ellos ciertamente. Pero también esos clubes deben revisar profundamente los salarios y el régimen económico vigente en el fútbol. Porque todo es cuestión del reparto del dinero.

Aunque pedir eso pues ser utópico, dada la codicia que se vive en ese mundo, en que la pretendida ruina viene de una avaricia desmedida de dinero.

Para acabar, tengo que decir que es lamentable ver cómo Florentino Pérez, el presidente de Real Madrid, el equipo con más Copas de Europa en sus vitrinas, trata de convencer a no se sabe quién, por televisión, de que están en la ruina.

En la ruina están cientos de miles de pequeñas y medianas empresas y de autónomos por culpa de la pandemia. En la precariedad viven cientos de miles de sanitarios que se han batido el cobre durante todo un año para salvarnos.

Los 12 grandes no pueden encontrar ninguna simpatía entre el gran público hacia su proyecto.

Basta darse una vuelta por los aledaños del Estadio Santiago Bernabeu para darse cuenta de que un club «arruinado» jamás habría podido realizar una obra propia de lo tiempos del faraón Tutankamon con la más moderna tecnología del momento.

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