Hitler contó con un «aliado secreto» en su ascenso al poder a través de las urnas: Las mujeres
Adolf Hitler contó, desde el principio de su carrera política, con el favor de buena parte de las mujeres alemanas que veían en el la fuerza y la seguridad del líder que pensaban que era necesario al frente del Gobierno.

Hitler contó con un «aliado secreto» en su ascenso al poder a través de las urnas: Las mujeres

Adolf Hitler, el caudillo fascista alemán, no era, en absoluto, un “don Juan” ni un “Casanova”. Sólo se le conoció un amante –pareja de hecho, según nuestro mundo–, Eva Braun, una joven muniquesa con la que contrajo matrimonio un día antes de que se suicidaran juntos en el bunker de Berlín, con las tropas rusas a pocas horas de penetrar en el edificio. 

Y es que existía una razón para esta conducta: Hitler padecía una malformación congénita; carecía del testículo izquierdo, lo que debía reducir bastante su potencia sexual, y, en consecuencia, sus deseo y su interés hacia el otro sexo.

Este fue el gran secreto que ocultó toda su vida el hombre que instauró el III Reich (Imperio) en Alemania, cuya inteligencia fue comparada con generales y estadistas de la talla de Alejandro Magno, Julio César, Augusto o Napoleón.

Nadie mencionó, por supuesto, otra similitud que igualaba a los cuatro: sus potencias sexuales.

Los cuatro pasaron a la historia como grandes fornicadores, lo que nunca pudo ser Hitler.

Este, en cambio, tenía un don especial: Podía provocar en miles de mujeres a la vez a un éxtasis parecido al orgasmo con su sola oratoria.

Hitler sabía instintivamente cómo hablar al público femenino.

En uno de sus discursos, pronunciado ante 20.000 mujeres en el Congreso del Partido Nacionalsocialista (NSDAP) de 1937, culminó con estas palabras: “¿Qué es lo que os he dado? ¿Qué os ha dado el nacionalsocialismo? ¡Os hemos dado al hombre!”.

Uno de los testigos del evento, Otto Strasser, describió las reacciones de las mujeres ante las palabras de su caudillo como un entusiasta delirio tan solo comparable con un orgasmo. No fue el único observador que llegó a tal conclusión.

Las mujeres siempre fueron el gran bastión sobre el que se apoyó Hitler en su conquista del poder. De hecho, en las elecciones democráticas de Alemania de 1930, en las que el partido nazi obtuvo su primer éxito real, de los 6,5 millones de votos que obtuvo el NSDAP, tres millones eran mujeres.

EL MAGNETISMO DEL HECHICERO

El caudillo nazi poseía el magnetismo del hechicero y el poder del orador iluminado. A eso se añadía su mirada, una mirada de ojos azules que nunca ocultó tras las gafas, aunque tuviera la vista cansada, porque sabía que eran su mejor arma en el cuerpo a cuerpo.

Algunos los definieron como “ojos de otro mundo”, ojos que expresaban un omnipotente poder de voluntad.

Era una mirada que taladraba con muchísima mayor intensidad a las mujeres que a los hombres.

¿Una prueba? Cada vez que Hitler recibía a una delegación de mujeres en el salón de la cancillería había que limpiarlo. No ocurría lo mismo cuando los invitados eran del sexo opuesto.

Pero para llegar a ese punto, hubo que empezar paso a paso.

Hitler fotografiado en 1930 durante uno de sus discursos. Foto: Bundesarchiv, Bild 102-10460 / Hoffmann, Heinrich.

Sus primeras “conquistas” fueron las mujeres de la clase alta alemana, como Elena Bechstein, esposa de un rico fabricante de pianos, que dio importantes sumas de dinero a Hitler para su partido. La relación de Elena Bechstein y Hitler fue calificada como “ligeramente maternal”.

Esa fue la versión en las filas del hombre. Se desconoce lo que deseaba la mujer.

A la amistad de Bechstein siguió la de Gertrud von Seidlitz, dueña de unas papeleras finlandesas, que también se convirtió en financiadora del movimiento nazi.

Pronto, un círculo de mujeres influyentes movieron los hilos para favorecerle con influencias y dinero: Carola Hoffmann, esposa del fotógrafo Heinrich Hoffmann, Winifried Wagner, Jenny Haug, Erna Hanfstängle, hermana del financiero Putzi, y la esposa del industrial Winter da Buxtehude, quien además de afiliarse a su partido le proporcionó el dinero para comprar una villa y un Mercedes, al que equipó con chófer y ayudante.

Todas estas mujeres representaban a los mundos del capital y el arte y a todas hizo sus aliadas. Sus camaradas del partido, al verle rodeado de mujeres tan elegantes durante este período muniqués le pusieron el sobrenombre de “El rey de Munich”.

Que se sepa, con ninguna de ellas tuvo relaciones sexuales, aunque es seguro que muchas de ellas lo deseaban.

¿Hubieran cambiado de conocer a fondo su visión nietzscheana de la mujer, un ser inferior que debía estar sometida al hombre, inútil para la política, sólo valida como fábrica de hombres para la patria o como amante? Nunca se sabrá.

LOS AMORES DE HITLER

En su juventud, sin embargo, Hitler siguió la senda de todo ser humano. Se enamoró a la edad de 15 años de una paisana suya de Linz, Austria, llamada Estefanía.

Le escribió poesías que nunca le entregó por timidez. En el período comprendido entre su juventud y su madurez se desconoce si existió alguna mujer que compartiera su vida como compañera de cama.

Lo que si está contrastado es que Hitler sentía una devoción que iba más allá del cariño por su sobrina Geli Raubal, la hija pequeña de su hermanastra Angela.

Geli tenía 17 años cuando su madre se trasladó con ella y con su otra hija, Field, de Viena a Munich con el fin de vivir con Hitler.

El líder nazi tenía entonces 39 años, casi la misma edad que Napoleón cuando se casó María Luisa, de 18.

El líder alemán tenía un magnetismo especial para las mujeres.

¿Le llegó a decir algo Hitler a Geli? Es improbable.

Quizá esperó que el tiempo y el roce hicieran el resto. Si fue así, le salió el tiro por la culata porque al poco tiempo Geli se enamoró perdidamente de Emile Maurce, uno de los jefes de escuadra del propio partido de Hitler, quien montó en cólera al saberlo.

Quería a Geli sometida a su voluntad, junto a él. Por eso le impidió que siguiera con sus estudios de canto en Viena.

La situación se hizo insostenible para la adolescente. El 17 de septiembre de 1931, tras una discusión con su tío, Geli le preguntó por última vez: “¿Entonces no me dejas ir a Viena”. “No”, contestó él de un grito, antes de meterse en el coche, rumbo a Hamburgo.

Poco antes de dejar Núremberg le llegó una nota urgente para que llamara a su segundo, Rudolf Hess.

Este le dio la peor noticia de su vida: “Geli se ha suicidado de un tiro, utilizando su pistola”. Quedó devastado. “Es la única mujer que he querido”, confesó en uno de sus momentos de debilidad.

Su adoración por su sobrina Geli continuó a lo largo del tiempo. Su retrato -al que se adornaba con flores en el aniversario de su nacimiento y de su muerte- le acompañó en la Cancillería hasta el final del III Reich.

Se ha sugerido que la joven no sólo se suicidó porque su tío le impedía ir a Viena a estudiar canto sino porque le obligaba a hacer cosas que no le gustaban como colocarse “de cuclillas sobre su cabeza y orinar” (sic).

No se ha podido, sin embargo, contrastar fehacientemente esta tendencia hacia la coprofilia del dictador alemán.

No fue la única mujer que se suicidó por él. Otras lo hicieron por motivos diametralmente opuestos, porque no las deseaba, como lady Unity Mitford, Inga Ley, esposa del ministro de Trabajo alemán, Martha Dodd, hija del embajador de los Estados Unidos, y Renée Muller; Gretel Slezak, se salvó por los pelos.

Pero por su problema sexual, Hitler se sentía disminuido como hombre y en una posición de inferioridad sexual con respecto a la mujer.

No sintió nunca la fascinación por el sexo opuesto. Este era, en opinión del catedrático de la Universidad de Munich, Max von Gruber, así: “El rostro y la cabeza denotan una mala raza, es un mestizo. Frente baja, huidiza, nariz no hermosa, mejillas largas, ojos pequeños, cabellos oscuros; su expresión no es la de un conquistador con pleno dominio de sí mismo sino la de un exaltado frenético”.

EVA BRAUN

Adolf Hitler conoció a Eva Braun un año después de la muerte de Geli, en 1932. Era empleada del fotógrafo Hoffmann. Había nacido en un ambiente modesto.

Su padre, al que nunca presentará a Hitler, era maestro de escuela. No fue Hitler un amante al uso. Era un tipo raro. Durante el tiempo que duró su relación evitaron todo aquello que pudiera indicar que hubiera algún tipo de relación íntima.

Eva Braun pasaba por una secretaria más y evitaba relacionarse con las personas que rodeaban a Hitler.

Algún que otro autor ha sugerido que la relación entre Hitler y Eva Braun era sadomasoquista, que el caudillo alemán, en privado, era el pasivo y su amante el “ama” que le castigaba.

De ser así, el secreto se fue a la tumba con ellos, aunque no es menos cierto que Hitler tenía caprichos “extraños”, como el que le relató la propia Eva Braun a Elisabetta Cerruti, esposa del embajador italiano en Berlín desde 1932 a 1935.

Según Cerrutti, Eva Braun había comprado una mesa para el té y Hitler le había ordenado que colocara sobre ella un acuario con peces rojos. Hasta aquí no hay nada raro. Pero a continuación, su amante le dijo que cuando sirviera el té en aquella mesa debía servírselo vestida con un traje verde y transparente.

Adolf Hitler con su pareja de hecho, Eva Braun, con la que se casó minutos antes de suicidarse, en una foto tomada en el Berghof, la residencia oficial en el sur de Alemania.

Eva Braun vivía recluida en el viejo edificio de la Cancillería, en Berlín, junto al que se había construido uno nuevo, que albergaba a Hitler y a sus hombres. Solía almorzar y cenar sola en sus habitaciones.

A veces Hitler la invitaba a cenar, pero era siempre en presencia de otra gente. Eso sí, al final del día se unía a ella.

Parece ser que Hitler disfrutaba de esa situación equívoca y en ver como el poder era capaz de imponer, contra la ley y las convenciones sociales, las formas de convivencia más extrañas y como eran finalmente aceptadas por sus protagonistas.

No era Hitler muy dado a los regalos tampoco. Nunca le regaló joyas a Eva Braun; solo quincalla y bisutería barata.

El poco presupuesto que necesitaba era controlado por uno de los hombres de confianza del caudillo, Martin Borman.

LOS HOMBRES INTELIGENTES NECESITABAN A SU LADO MUJERES PRIMITIVAS Y NECIAS, SEGÚN HITLER

¿Por qué se conducía así con Eva Braun, una joven sana, que amaba los deportes al aire libre, los bailes, la vida?

Porque era un hombre calculador, frío e inseguro. Manteniendo a Eva Braun como amante esta no podía tener ninguna consideración oficial. Estaba a su merced.

Hitler, además, no se recataba de expresar, en su presencia, opiniones como esta: “Los hombres muy inteligentes deben tener a su lado una mujer primitiva y necia. Figúrense ustedes si tuviera yo una esposa que se entrometiera en mi trabajo. Lo que quiero es tener paz en mi tiempo libre… No podría casarme nunca. ¡Y menudo problema si tuviera hijos! Al final trataría de que mi hijo fuera mi sucesor. Y solo faltaría eso. Las personas como yo no tienen ninguna posibilidad de que los hijos les salgan inteligentes: una cosa que es la regla casi general en tales casos”.

Eva Braun amaba de verdad a Hitler, estuvo con él hasta el final e hizo el supremo sacrificio: morir a su lado.

El 28 de abril de 1945, veinticuatro horas antes de ingerir una pastilla de cianuro, contrajo matrimonio con Adolf Hitler en el bunker de Berlín.

Fue la única persona del círculo íntimo de Hitler que mantuvo la calma ante la muerte. En una ocasión Hitler le dijo a su arquitecto Albert Speer: “Llegará un día en que no tenga más que dos amigos: la señorita Braun y mi perro”. Y no se equivocó.


Este texto forma parte del libro «Los más influyentes amantes de la historia», del que es autor Carlos Berbell. Fue publicado por Ediciones Rueda J.M., S.A.

Noticias Relacionadas:
Lo último en Divulgación