Adolf Eichmann, el arquitecto del «Holocausto», fue raptado en Argentina y juzgado y ejecutado en Israel
A la izquierda Adolf Eichmann, como oficial de las SS, en el centro víctimas del Holocausto que propició, y a la derecha en Israel, en 1961, durante el juicio en el que fue condenado a muerte. Foto: Infobae.

Adolf Eichmann, el arquitecto del «Holocausto», fue raptado en Argentina y juzgado y ejecutado en Israel

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26/9/2021 06:47
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Actualizado: 26/9/2021 06:47
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Capturar a Adolf Eichmann, quien había sido teniente coronel de las SS (Schutzstaffel o Escuadras de Protección), organización militar, policial, política, penitenciaria y de seguridad al servicio de Adolf Hitler y del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, fue una de las principales prioridades del Mossad, el servicio secreto del Estado de Israel nacido en 1947.

Eichmann había sido el jefe de la sección judía del servicio de seguridad de las SS.

Su papel había sido crucial en la formulación y ejecución de la llamada “Solución Final para el Problema Judío”, un eufemismo que ocultaba un diabólico programa para la exterminación de todo hebreo dentro de las fronteras alemanas.

De los seis millones de judíos aniquilados en los campos de exterminio nazis, dos millones perdieron la vida en Auschwitz, de lo que Eichmann era directamente responsable.

El nazi, sin embargo, logró escaparse al terminar la contienda.

Pero antes destruyó todos los archivos referentes a su persona, quemó todas sus fotografías y se hizo pasar por un soldado de la Luftwaffe, las fuerzas aéreas alemanas.

Los norteamericanos llegaron a detenerlo en mayo de 1945, pocos días después de la rendición nazi, aunque no lo reconocieron.

El caos existente propició que el nazi consiguiera huir del brazo de la Justicia, a través de España y con papeles del Vaticano a algún lugar desconocido de Hispanoamérica.

Para Isser Harel, jefe del Mossad en 1957, Eichmann se había convertido en una obsesión.

El pequeño letón de manos duras y grandes que había emigrado en 1930 a Palestina, junto con su familia, sabía que los tiempos estaban cambiando. El mundo estaba empezando a olvidar.

La histeria anti-comunista en Estados Unidos estaba propiciando la aparición de corrientes neo fascistas que ponían en tela de juicio, incluso, que el holocausto hubiera existido.

EICHMANN, OBJETIVO PRIORITARIO DEL MOSSAD

Un grupo de ex combatientes de la brigada judía del Ejército británico que se hacían llamar los Hanokmin (Vengadores), en referencia a los ángeles vengadores de Dios de la Biblia, había estado operando desde el final de la guerra como comando.

Su único, y secreto, cometido era perseguir nazis y eliminarlos.

No era este el tratamiento que deseaba Harel para el nazi evadido. Su mente acariciaba la idea de llevarlo ante un tribunal judío para hacer recordar al planeta que no se podía ni se debía dejar de castigar a los responsables del holocausto.

Era un sueño que comenzó a materializarse una mañana de octubre de aquel año, 1957.

El último documento que se había añadido al dossier que tenía en su poder era una información secreta del fiscal general del estado alemán de Hesse, el doctor Fritz Bauer, también judío.

Bauer contaba que Lothar Hermann, un alemán medio judío y ciego -por culpa de su internamiento en el campo de exterminio de Dachau-, emigrado a Buenos Aires, Argentina, había informado al servicio secreto de la República Federal Alemana de que Eichmann podía estar en la capital bonaerense.

Y explicaba que su hija adolescente había salido con un joven de origen alemán, Nikolaus Klement, que elogiaba a Hitler por el holocausto.

La chica le describió al padre del joven.

Bauer estaba convencido de que era Eichmann.

Al final del folio figuraba una dirección: el número 4261 de la calle Chacabuco del barrio bonaerense de los Olivos. La dirección de Eichmann.

Isser Harel no lo tenía todo. Le faltaba el visto bueno del primer ministro, David Ben Gurion.

Harel era un hombre de la confianza de Ben Gurion desde mucho antes de la independencia de Israel, en 1948.

Del primer ministro recibió las órdenes para acabar con los grupos extremistas que azotaban al nuevo Estado; fue Ben Gurion quien le hizo jefe del Shin Bet, el FBI judío, y del Mossad, después, en 1952.

El encuentro duró pocos minutos. Harel resumió en pocas palabras el caso Eichmann.

– Quisiera luz verde para traerlo a Israel, dijo Harel.

– Adelante, respondió el primer ministro.

Isser Harel, el jefe del Mossad, el servicio secreto exterior israelí, bajo cuya dirección se secuestró a Adolf Eichmann en Buenos Aires en 1958 y llevado a Tel Aviv, Israel. Foto: Ceuta desconocida

OPERCIÓN GARIBALDI

Harel envió un hombre a Buenos Aires a comienzos de 1958 para vigilar la casa, pero Eichmann ya no vivía allí. Se había esfumado.

En marzo mandó a otro hombre, Ephraim Elsom, un agente de policía de origen polaco y educado en Alemania que había perdido a casi toda su familia en campos de concentración nazis.

No consiguió nada. Harel no se dio por vencido.

Siguió la búsqueda.

Casi un año y medio después los hombres del Mossad recuperaron la pista del nazi. Se hacía llamar Ricardo Klement y trabajaba en la fábrica de Mercedes Benz.

Eichmann vivía con su familia en el número 14 de la calle Garibaldi, en el distrito de San Fernando.

Por ello, la operación fue bautizada con el nombre de Garibaldi. 

Durante varias semanas fue intensamente vigilado.

Las órdenes de Harel eran tajantes: Debían asegurarse al ciento por ciento de que el hombre era Eichmann. No podían equivocarse.

Pero, ¿cómo?

Fue el propio Eichmann el que se destapó inadvertidamente el 21 de marzo de 1960. Ese día Ricardo Klement, que regresaba del trabajo, bajó del autobús con un ramo de flores para su mujer.

Los agentes del Mossad pudieron escuchar voces y risas de celebración que procedían del interior de la vivienda.

¿Por qué? El 21 de marzo era el aniversario de las bodas de plata del matrimonio Eichmann.

DIEZ HOMBRES Y UNA MUJER, EL EQUIPO PARA SECUESTRAR A EICHMANN

Harel puso de inmediato la maquinaria en marcha. El jefe del Mossad eligió un equipo de diez hombres y una mujer, los mejores en sus respectivos campos.

El capitán del grupo era un joven oficial que había entrado en acción por vez primera a la edad de 12 años.

El resto estaba formado por un falsificador, un auténtico genio, capaz de generar cualquier tipo de documento -y había muchos- por difícil que pareciera; un especialista en disfraces, para transformar a sus compañeros en las largas horas de vigilancia, y un médico.

Otro de los hombres había sido un «hanokmin», y en su curriculum constaban varias ejecuciones de nazis huidos -era el elegido por Harel para atrapar y reducir a Eichmann-.

El encargado de interrogar al nazi vivía con el apodo del “inquisidor español”, lo que daba una idea de su grado de eficacia.

La chica, también agente del Mossad, debía jugar el papel de la novia del hombre que había alquilado el piso donde Eichmann iba a ser recluido, después de ser secuestrado.

Harel llegó a la conclusión de que la mejor manera de sacar a Eichmann de Argentina era por vía aérea. La única alternativa era un viaje de 60 días por mar.

Un avión de El Al, la línea aérea israelí, destinada a transportar a la delegación israelí que asistiría a la celebración oficial del 150 aniversario de la independencia de Argentina, fue el seleccionado.

El día que eligió Harel para el secuestro fue el 11 de mayo. La hora: las 7:34 p.m. Pero Eichmann no apareció.

Tampoco a las 7:40. Ni en los dos autobuses siguientes.

En el equipo del Mossad, distribuido en dos coches, casi cundió el pánico. Decidieron esperar unos minutos más.

A las 8:00 p.m. Eichmann bajó del autobús. En cuestión de segundos dos hombres lo agarraron y lo introdujeron en uno de los coches.

A los pocos minutos el nazi se encontraba en el piso franco y completamente desnudo. Tenía que ser examinado minuciosamente.

Bajo su sobaco ya no estaba tatuado su número en las SS; se lo había arrancado con una cuchilla cuando había estado bajo custodia estadounidense.

El resto de las marcas físicas eran iguales a las que se guardaban de Eichmann: la cicatriz del apendicitis, la cicatriz sobre la ceja izquierda, el tatuaje del grupo sanguíneo bajo el otro sobaco. Todas estaban allí.

EICHMANN COOPERÓ

Para su sorpresa, también para su disgusto, Eichmann cooperó desde el primer minuto de su secuestro.

Ya no era el arrogante oficial de las SS que había tenido a miles de hombres bajo sus órdenes.

Sin casi presión dijo a sus captores lo que necesitaban saber: «Me llamo Adolf Eichmann. El número de mi carnet del Partido Nacional Socialista es el 889895. Mis números en las SS eran el 45.326 y el 63752”.

A continuación recitó, para sorpresa del equipo, y en perfecto hebreo el sh’ma Israel, una de las oraciones sagradas judías: “Escucha, oh Israel, el Señor nuestro Dios, el Señor es uno…”.

No en vano había sido educado por un rabino.

Eichmann fue interrogado durante una semana. El propio jefe del Mossad acudió a ver al detenido en persona cuatro días después de su captura. Durante unos pocos minutos se miraron los dos hombres, pero no cruzaron palabra.

El 20 de mayo Eichmann fue drogado y vestido con un uniforme de tripulante de El Al.

En la cabeza le pusieron una venda para hacer creer que había tenido un accidente de coche durante su estancia en Buenos Aires. Harel dirigió toda la operación de embarque, que se desarrolló sin problemas, desde su puesto de mando, en el bar del aeropuerto de Buenos Aires.

Veinticuatro horas más tarde el hombre más odiado por los judíos estaba en Tel Aviv, recluido en una celda de máxima seguridad.

Nada más aterrizar Harel se dirigió directamente al despacho del primer ministro, David Ben Gurion. Una vez en su presencia se permitió una pequeña broma: “Le he traído un pequeño regalo”.

Ben Gurion lo miró con cara de sorpresa. Sabía que Harel estaba tras la pista de Eichmann pero no tan cerca.

La noticia fue anunciada al día siguiente en el Knesset, el parlamento israelí, por el propio Ben Gurion, y recibida con una gran ovación.

El primer ministro David Ben Gurión, quien dio luz verde al secuestro de Eichmann en Argentina y a su traslado a Israel, para ser juzgado.

EL JUICIO CONTRA EICHMANN

El juicio contra Eichmann comenzó el 11 de abril de 1961. Eichmann declaró desde una cabina de cristal a prueba de balas.

Al comienzo del juicio, el magistrado Moshe Landau, presidente del tribunal colegiado, le leyó los 15 cargos de los que le acusaba. Lo hizo en hebreo, dejando una pausa después de pronunciar el delito para que le fuera traducido al alemán.    Los delitos incluyeron «causar la muerte a millones de judíos», «tortura», poner a «muchos millones de judíos en condiciones calculadas para acabar físicamente con ellos», deportación y, en suma, crímenes contra la humanidad.

La acusación fue articulada por el fiscal general de Israel, Gideon Hauser.

El proceso despertó un gran interés internacional porque recordó las atrocidades llevadas a cabo por los nazis.

Durante el mismo declararon supervivientes del Holocausto. Para muchos de ellos fue la primera vez que se sintieron capaces de compartir sus experiencias ante la opinión pública de su país, nacido como consecuencia de esa gran tragedia.

Después de la conferencia de Wannsee, llamada así porque tuvo lugar en la villa Gross Wannsee, 20, en el distrito del suroeste de Berlín que lleva ese mismo nombre, que tuvo lugar el 20 de enero de 1942 y en la que tomaron parte un grupo de representantes civiles, policiales y militares del gobierno nazi y en la que se decidió la «solución final de la cuestión judía», Eichmann se encargó de coordinar las deportaciones de los judíos de Alemania y de otras partes de Europa a los campos de exterminio.  

Adolf Eichmann en el juicio que lo condenó a muerte, sentado en una cabina con cristal a prueba de balas, y que se celebró en Israel en 1961.


Eichmann proyectó la deportación con todo detalle y sus hombres,
 Alois Brunner, Theodor Dannecker, Rolf Guenther, Dieter Wisliceny y de otros de las SS, la llevaron a cabo.

Y no sólo eso, también se aseguró de que su oficina, la llamada Sección IVB4 de la Oficina Central de Seguridad del Reich, se beneficiara de los bienes confiscados a los judíos ejecutados. De la misma manera, coordinó la deportación de diez mil gitanos.

El nazi fue, asimismo acusado, de pertenecer a las «organizaciones criminales» Tropas de Asalto, o SA, Servicio de Seguridad, SD, y las SS, las cuales habían sido declaradas como tales en el veredicto del juicio de Nuremberg, que tuvo lugar en 1946 y en la que fueron condenados los 24 principales dirigentes supervivientes del gobierno nazi capturados.

El acusado se defendió argumentando que su participación en el Holocausto fue el de un simple ejecutor de órdenes superiores -la doctrina de la obediencia debida- y no alguien importante.

Quedó demostrado que no era así y se probó más allá de cualquier duda que había demostrado un gran celo en la implementación de la «solución final». 

Cuando Heinrich Himmler, el Reichfhürer de las SS -máxima autoridad y jefe supremo de Eichmann-, al final de la Segunda Guerra Mundial, ordenó acabar con los asesinatos masivos de judíos, Eichmann continuó dando órdenes para que continuaran. 

Los jueces Benjamin Halevy, Moshe Landau -presidente- y Yitzhak Raveh, formaron el tribunal que condenó a muerte a Eichmann.


El veredicto del tribunal fue inapelable.
Tras cuatro meses de deliberación, el 15 de diciembre de 1961, a las 9.20 de la mañana, Adolf Eichmann, fue declarado culpable de todas las acusaciones. 

«El envío por el acusado de cada tren que transportaba 1.000 almas a Auschwitz o a cualquiera de los lugares de exterminio equivalía a la participación directa del acusado en 1.000 actos de asesinato premeditado», dijo el juez Moshe Landau, en la lectura de la sentencia. 

«Incluso si hubiésemos encontrado que el acusado actuó por obediencia ciega, como él alega, sin embargo, hubiéramos dicho que quien haya participado en crímenes de tales dimensiones durante años debe sufrir el mayor castigo conocido por el ley», añadió. 

Eichmann fue ahorcado entre la noche del 31 de mayo y la madrugada del 1 de junio de 1962. 

Las autoridades judías incineraron después su cuerpo y sus cenizas fueron arrojadas al Mediterráneo, lejos de las costas de Israel. 

Isser Harel sintió que a sus compatriotas ejecutados en los campos de exterminio nazis finalmente se les había hecho justicia.

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