Con la pompa adecuada al acto, Marchena se convirtió en Académico de Número de la Real Academia de Doctores
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27/10/2022 06:50
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Actualizado: 04/3/2023 02:44
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El paraninfo de la Universidad Complutense, situado en el 49 de la calle San Bernardo, es un espacio grandioso. Cualquier otro adjetivo no sería tan preciso. Ese fue, precisamente, el escenario en el que el presidente de la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo, Manuel Marchena, ataviado con el traje académico que le corresponde –de color rojo, birrete incluido–, en el que tomó posesión de la plaza de Académico de Número en la Sección de Derecho de la Real Academia de Doctores de España.
Uno de los grandes honores a los que se puede aspirar un jurista como él. Como tocar el cielo, vamos.
El evento contó con la presencia del presidente del Tribunal Constitucional, Pedro González-Trevijano, y del presidente interino del Supremo, Francisco Marín Castán –no así del presidente interino del Consejo General del Poder Judicial, Rafael Mozo– y una representación muy abultada de compañeros del Tribunal Supremo y del Tribunal Constitucional.
Como es preceptivo pronunció el consabido discurso. El suyo versó sobre «Inteligencia Artificial y jurisdicción penal», durante una hora. Una temática que conoce bien y que abordó, en un tono menos académico –y sin papel alguno–, en las conferencias que pronunció en Las Palmas, Barcelona y El Escorial en los últimos meses.
Marchena se lo sabía bien, pero para esta ocasión –que para un torero habría sido como tomar la alternativa en la Plaza de Las Ventas– se lo trabajó a conciencia. A la salida a todos los asistentes se nos entregó un librito con su conferencia y la contestación elogiosa de su compañero, Jorge Rodríguez-Zapata Pérez.
El presidente de la Sala de lo Penal no rechaza el uso de la Inteligencia Artificial pero no está de acuerdo en llegar a los niveles que han llegado algunos países, como Gran Bretaña o Estonia que aplican jueces robots de Inteligencia Artificial para asuntos de menos de 10.000 euros, en el primer caso, y de 7.000 euros, en el segundo, en la primera instancia.
Por ello advirtió de la posible «quiebra de derechos» si se acaba sustituyendo a jueces y fiscales por herramientas de inteligencia artificial. El magistrado ha mostrado su rechazo a que este tipo de tecnologías sean algo más que un «elemento auxiliar» a los profesionales de la carrera judicial y fiscal.
«La confianza ciega en la predicción implicaría una clamorosa vulneración de los derechos», afirmó. Porque una justicia robotizada corre el riesgo de dejar sin sentido la existencia de la Fiscalía o de los jueces de instrucción.
El acto estuvo nutrido de caras conocidas del mundo de la justicia, como Enrique Arnaldo y Antonio Narváez, magistrados del Constitucional, Pedro Crespo, fiscal jefe del tribunal de garantías, Julián Sánchez Melgar, Susana Polo, Carmen Lamela, Ángel Hurtado, Leopoldo Puente y Pablo Llarena, todos magistrados de la Sala de lo Penal del Supremo, Luis María Díez-Picazo, de la Sala de lo Contencioso, los fiscales Fidel Cadena, Jaime Moreno, Guillermo García Parnasco y Rosa Ana Morán –fiscal antidroga–, el presidente de la Audiencia Nacional, José Ramón Navarro, y el magistrado y exministro de Justicia, Juan Carlos Campo, el vocal del Consejo José María Macías, el magistrado Ricardo Rodríguez, el exmagistrado del Supremo Adolfo Prego, el abogado y catedrático de derecho procesal Nicolás González-Cuéllar y la profesora Alba Rosell.
También los abogados Manuel Ollé, Javier San Martín y Gregorio García Torres, el exdecano de los procuradores de Madrid, Gabriel María de Diego Quevedo, y su sucesor, Albergo García Barrenechea, el exsecretario de la Sala de Gobierno, Tomás Sanz, y su sucesor, actualmente en el cargo, Ángel Tomás Ruano Maroto, el secretario judicial de la Sala de lo Militar, José Palazuelos, la escritora Julia Navarro y su esposo, Fermín Bocos, entre otros.
Además de Sofía Perea, esposa de Marchena, y Manuel Marchena Perea, hijo del magistrado, quienes recientemente publicaron un libro, y que le aconsejó –según relató el nuevo académico de número– que «no se enrollase».
El acto llegó a su fin con los presentes cantando el «Gaudeamus Igitur» grabado. Como mandan los cánones.
No podía ser de otra manera.
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