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Obituario: En la muerte de Rafael de Mendizábal

Obituario: En la muerte de Rafael de Mendizábal
Javier Gómez de Liaño recuerda, con este obituario, quién fue Rafael de Mendizábal, fallecido el sábado, 11 de marzo pasado. La foto que lo ilustra fue tomada en 2015 en la Academia de Jurisprudencia y Legislación de la que era académico de número cuyo salón de plenos preside un retrato del Rey Carlos III. Foto: Carlos Berbell/Confilegal.
12/3/2023 10:03
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Actualizado: 12/3/2023 10:04
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Rafael de Mendizábal ha muerto. Por eso este obituario, que no me será fácil escribir, pues siempre que un gran hombre muere siento un inmenso vacío. Quizá sea porque piense que la muerte se lleva a los mejores para dejarnos vivos a los malos. De todos modos, no aspiro a decir la última palabra sobre él, ni creo que hubiera de conseguirlo por muchas veces que lo intentare.

Si un hombre es el soporte de una biografía, alguien de quien se dice que nació un día, que murió otro y que, entre tanto hizo cosas, los datos de la vida judicial de Rafael de Mendizábal son estos que, a renglón seguido y en apretada síntesis, paso a exponer.

Rafael de Mendizábal vino a este mundo hace 96 años. Para ser más preciso, en Jaén, el 10 de agosto, festividad de San Lorenzo. Licenciado y doctor en Derecho por la Universidad Central de Madrid, en 1953 ingresó en la carrera judicial.

Su primer destino fue el Juzgado de Primera Instancia e Instrucción de Medinaceli. Luego, los de igual clase de Castuera y El Burgo de Osma.

En 1961 tomó posesión como magistrado de Sala de lo Contencioso-Administrativo de la entonces Audiencia Territorial de Burgos.

En 1971 fue promovido a magistrado del Tribunal Supremo, donde permaneció hasta 1977, año en que es nombrado presidente de la recién creada Audiencia Nacional, cargo en el que permaneció hasta 1986, fecha que volvió al Tribunal Supremo para presidir la Sala de lo Contencioso-Administrativo.

En 1992 fue nombrado magistrado del Tribunal Constitucional.

Hasta aquí, parte de los cargos, con sus fechas.

MAESTRO DEL DERECHO Y HOMBRE DE LEY

A Rafael de Mendizábal, maestro del Derecho y un verdadero hombre de ley, la muerte le ha llegado creyendo en la Justicia a la que dedicó su vida por completo.

Algún día habría que escribir con hermosa letra de cuaderno de caligrafía que en la nómina de sus cualidades destacaba que para él, como para muchos jueces, fiscales y abogados, lo decente, con la toga puesta, no era triunfar, lo cual no pasa de ser una efímera flor de estufa, sino tratar de hacer justicia o suplicarla con la razón de la ley que es dura como el diamante.

Como quería el prudente Séneca, el hombre más poderoso es aquél que es dueño de sí mismo, o, por el camino contrario, nadie tan esclavo como el que se tiene por libre sin serlo.

Trabajador en constante vena creativa, siempre atento a todos los aconteceres, curioso de cuanto escuchaba y veía, y sagaz en lo que decía, Rafael de Mendizábal parecía un hombre de la Ilustración.

Sus conocimientos eran de los que yo llamo «múltiples» y, por ejemplo, ahí estaba el Mendizábal historiador o escritor.

De su trabajo como articulista son fieles testigos muchos periódicos y revistas jurídicas. En este instante, a la memoria me viene la espléndida Tercera de ABC que tituló Paz, piedad, perdón.

Su personalidad era tan judicial que él mismo, en su Codice con un juez sedente y que fue el discurso de recepción como académico de número de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, se definía con estás palabras: «visto la negra toga de los jueces, soy hombre de Derecho, soy un juez».

CULTO A LA AMISTAD

En este momento de pena en el que procuro huir de la estéril adulación, tan ajena a su talante y al mío, hay una faceta en la vida de Rafael de Mendizábal que quienes le conocieron siempre resaltaron.

Me refiero al culto que dispensaba a la amistad, ese sentimiento ilustre que muy pocos saben distinguir. Para él, contra lo que suele entenderse, la amistad no era un medio sino un fin. Decía que a la amistad se llega desde la generosidad y sabía que toda amistad interesada destruye su mayor encanto. La amistad no es hija de la utilidad, sino su madre.

Sí; Rafael de Mendizábal ha muerto. Es fugitiva la vida. La muerte es el reverso, la cruz de la moneda, el saldo de los gozos y de las amarguras. La muerte es ese pozo sin fondo en el que los hombres nos desbaratamos sin remisión posible.

El doliente Bécquer dice que al brillar un relámpago nacemos y aún dura su fulgor cuando morimos. La muerte llega tarde o temprano, pero siempre en su momento justo.

Con la muerte de Rafael Mendizábal en el mundo del Derecho y la Justicia hay un juez y un amigo menos a quien admirar. Siempre pensé que llegaría a ser un juez centenario. No lo ha sido por muy poco.

Y, además, que lo sería como fue siempre, un buen juez y un juez bueno, que sabía a la perfección que juzgar a los demás es un raro tejer y destejer de azotes y perdones.

Vivimos en el espacio, pero morimos en el tiempo.

De Rafael Mendizábal ya hablamos en pretérito, aunque, para mí, siempre perfecto. Si no lo recordáramos como se merece, él estaría más muerto y quienes presumen de haber sido sus amigos, no lo serían tanto ni tampoco justos. La vida es, ante todo, recuerdo, nostalgia y tristeza ante la ausencia del ser querido. Tres esencias que se destilan en el alambique del alma.

Nadie muere un minuto antes de que le toque. Es el destino el que decide nuestras vidas y nuestras muertes y contra el destino no hay quien pueda. Cierto. También que la tierra nos emparenta a todos. O sea, que nacemos iguales pero morimos iguales, aunque no lo es menos que no todos los muertos son iguales.

Sí. Rafael de Mendizábal y Allende ha muerto. Será enterrado hoy en el cementerio de La Paz. Allí dormirá su sueño eterno. Que la tierra le sea leve.

Descanse en paz este juez que desde muy joven se las prometió muy felices administrando justicia.

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