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Opinión | Isabel Perelló, presidenta del CGPJ y del TS: pierde Bolaños
03/9/2024 19:35
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Actualizado: 04/9/2024 11:07
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La elección de Isabel Perelló Doménech supone un hito histórico. No solo es la primera mujer de la historia que ocupa la Presidencia del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) y del Tribunal Supremo. También es la segunda persona que es elegida de forma independiente por los 20 vocales que conforman el órgano de gobierno de los jueces. Sin interferencias políticas.
Sin que el presidente del Gobierno –en este caso su vicario, el ministro de Presidencia, Justicia y Relaciones con las Cortes, Félix Bolaños– y el líder de la oposición se hayan puesto previamente de acuerdo. Como ya ocurriera con sus antecesores, Antonio Herández Gil, Pascual Sala, Javier Delgado Barrio, Francisco Hernando, Carlos Dívar y Carlos Lesmes.
Su elección conecta con el primer presidente del CGPJ y del Supremo, Carlos Federico Sainz de Robles.
Perelló no fue, ni por asomo, la primera opción de Félix Bolaños, que hizo saber a los vocales afines que su preferida era Pilar Teso, compañera de Perelló en la Sala de lo Contencioso-Administrativo del Tribunal Supremo. Lo mismo que del presidente del Tribunal Constitucional, Cándido Conde-Pumpido, quien contó a su entorno que Teso iba a ser la elegida.
De ahí que Perelló no formara parte de las preseleccionadas en el elenco de siete candidatos que se plantearon en la primera reunión de los nuevos vocales del CGPJ. Las propuestas fueron Pilar Teso, Ángeles Huet, Ana Ferrer, Esperanza Córdoba Castroverde y Carmen Lamela. Por los hombres, Pablo Lucas Murillo de la Cueva y Antonio del Moral.
Y debía salir Teso. Bolaños dixit.
Pero no fue así. El bloque conservador aguantó el envite hasta conseguir, después de cuatro votaciones de bloqueo a 10 votos entre Pilar Teso y Pablo Lucas Murillo de la Cueva (ojo, los dos progresistas, pero la consigna desde el Ejecuitivo era que debía ser una mujer), que el abanico se abriera y se concentrara en dos personas: Ana Ferrer y Isabel Perelló.
Urgía. Porque pasado mañana el Rey Felipe VI debía presidir el solemne acto de apertura de tribunales y no podía permitirse que a su derecha se sentara el presidente interino del Tribunal Supremo, Francisco Marín Castán, porque los 20 vocales, elegidos dos meses atrás, no habían conseguido ponerse de acuerdo en quien debía ser el nuevo presidente del CGPJ y del TS. No era políticamente aceptable.
En contra de Ana Ferrer jugaba el hecho de que había sido la autora del voto particular en el caso de los ERE que abrió la puerta a que el Tribunal Constitucional pudiera tumbar la sentencia de sus compañeros del Supremo y darle la vuelta como un calcetín.
El bloque conservador no podía permitir que eso ocurriera. Pero estaba dispuesto a mantener el pulso.
Isabel Perelló era otra cosa
Magistrada progresista, miembro de Juezas y Jueces para la Democracia, pero no jacobina, catalana, mujer discreta, de carácter firme, políglota, exletrada del Tribunal Constitucional y expresidenta de la Asociación de Letrados del máximo tribunal de garantías, magistrada del Tribunal Supremo desde 2009, y muy celosa de la independencia del poder judicial, era el perfil ideal que la mayoría –consciente o inconscientemente– de los vocales del CGPJ estaban buscando.
Prueba de ello son los votos, 16 a 4, obtenidos por Perelló frente a Ana Ferrer (a quien votaron Bernardo Fernández Pérez, Ricardo Bodas, José María Fernández Seijo y Argelia Queralt).
Casi al límite de que sonara la campana, se impuso el sentido común y salió Perelló, amiga de la ministra de Defensa, Margarita Robles, con la que compartió Sala en el Supremo hasta que esta se marchó a la política.
Robles y su compañero, José Manuel Bandrés, fueron sus padrinos cuando tomó posesión como magistrada del Alto Tribunal, en el que su falla de «curranta» le precede.
Perelló es madre de dos jóvenes que estudian en el extranjero. Estuvo casada con un magistrado del Tribunal Constitucional portugués.
La mayoría de las fuentes que he consultado, coinciden en que con su nombramiento ha ganado la independencia del poder judicial.
Es lo que el Consejo precisamente necesita para hacer frente a su mayor reto en este nuevo Consejo recién nacido: recuperar su credibilidad ante la carrera judicial y, más importante, ante la ciudadanía.
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