La Constitución de Cádiz y la Constitución de 1978: Dos hitos de un mismo viaje hacia la libertad
La Constitución de Cádiz de 1812 y la Constitución española de 1978, separadas por más de un siglo y medio, son dos momentos fundamentales en la historia política y jurídica de España.
Aunque sus contextos históricos son radicalmente diferentes, comparten un hilo conductor: la búsqueda de un equilibrio entre el poder y la libertad, entre la unidad y la diversidad, entre los derechos individuales y los intereses colectivos.
Pero, ¿cómo se conectan estos dos textos –el segundo cumple hoy 46 años– en su esencia? ¿Qué papel desempeñó “La Pepa” como madre fundadora tanto en España como en América?
Cádiz: La chispa de un cambio universal
Promulgada el 19 de marzo de 1812, la Constitución de Cádiz fue el primer intento de España por articular un sistema político basado en principios modernos. En un país dividido por la ocupación napoleónica, las Cortes Generales elaboraron un texto que introducía la soberanía nacional, la división de poderes y un catálogo de derechos individuales.
Su proclamación no solo buscaba reorganizar el Imperio, sino también dar voz a los «españoles de ambos hemisferios», un reconocimiento sin precedentes que incluía a los territorios americanos.
Este espíritu inclusivo, sin embargo, también fue paradójico: mientras en Cádiz se reconocía a los americanos como iguales, estos territorios ya se encontraban en pleno proceso de emancipación.
La proclamación de que “la soberanía reside esencialmente en la Nación” (artículo 3) se convirtió en un principio revolucionario que resonó con fuerza en ambos lados del Atlántico.
El eco de Cádiz en Hispanoamérica
En Hiberoamérica «La Pepa» fue mucho más que un documento español. Fue el primer modelo constitucional que los líderes independentistas pudieron adaptar a sus realidades.
Las nacientes repúblicas americanas, como México (1824), Colombia (1821) y Chile (1822), tomaron elementos esenciales de Cádiz para construir sus propios sistemas políticos. Elementos como la soberanía popular. El poder ya no residía en un monarca, sino en la nación, un principio que cimentó las bases de las repúblicas democráticas en el continente.
La división de poderes, también. Inspiradas en la Constitución de Cádiz, las nuevas constituciones americanas adoptaron la separación entre los poderes legislativo, ejecutivo y judicial. O los derechos individuales. Ideales como la libertad de prensa y la igualdad ante la ley fueron trasladados directamente desde el texto gaditano.
El jurista argentino Juan Bautista Alberdi destacó esta influencia, afirmando que «el constitucionalismo hispanoamericano encuentra en Cádiz su primer referente, aunque debió adaptarlo a una sociedad profundamente desigual y marcada por el caudillismo.»
Una llama que nunca se apagó
Mientras Hispanoamérica consolidaba sus naciones independientes, España vivió un siglo XIX turbulento, marcado por la alternancia entre liberalismo y absolutismo.
La Constitución de Cádiz fue derogada, restaurada y, en ocasiones, olvidada. Sin embargo, su legado permaneció como un ideal que renacería con fuerza en momentos de cambio.
La Constitución de 1978, elaborada tras la dictadura franquista, recogió muchos de los principios fundamentales de Cádiz y los adaptó a un contexto moderno: La soberanía popular, por ejemplo. Al igual que en 1812, la Constitución de 1978 establece en su artículo 1.2 que “la soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado”. Este principio conecta directamente con el espíritu de Cádiz.
Los derechos fundamentales. Hay que decir que si bien «La Pepa» –llamada así porque su aprobada en el día de San José– esbozó los primeros derechos individuales, la Carta Magna de 1978 los amplió considerablemente, incorporando derechos sociales, económicos y de igualdad de género.
Y la descentralización territorial. El municipalismo gaditano, que otorgaba protagonismo a los ayuntamientos, se transformó en nuestro tiempo en el Estado de las autonomías, un modelo descentralizado que reconoce la pluralidad de nacionalidades y regiones.
El jurista español Ignacio de Otto resumió esta conexión histórica precisando que “la Constitución de 1978 cierra un ciclo que comenzó en Cádiz: el ciclo del constitucionalismo español”.
Madre común para España e Hispanoamérica
La Constitución de Cádiz fue mucho más que un texto jurídico: fue una madre común para España e Hispanoamérica. En el Nuevo Mundo, ayudó a estructurar las primeras naciones republicanas, ofreciendo un marco conceptual y político para articular sus sistemas de gobierno.
En España, sobrevivió como un ideal que, pese a las vicisitudes históricas, encontró su plena expresión en 1978.
Este doble legado plantea preguntas esenciales: ¿cómo puede un mismo texto inspirar contextos tan diferentes?
La respuesta radica en la universalidad de sus principios, como la igualdad, la soberanía y la justicia. En palabras del historiador Javier Fernández Sebastián, “Cádiz fue la primera chispa que dotó a las revoluciones atlánticas de un lenguaje común para imaginar la libertad como proyecto político viable.”
Más de dos siglos después, la Constitución de Cádiz sigue viva en los valores que sostienen nuestras democracias.
Desde las primeras constituciones de Hispanoamérica hasta la Carta Magna española de 1978, su espíritu es un testimonio de la fuerza transformadora de las ideas.
La Pepa» fue más que un intento por reorganizar un imperio; fue un puente entre España y América, entre el pasado y el presente, y entre la aspiración y la realización de la libertad.
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