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Opinión | ¿Sobrevivirá Trump a un «crack» en los mercados?

Opinión | ¿Sobrevivirá Trump a un «crack» en los mercados?
Jorge Carrera, abogado, exmagistrado, exjuez de enlace de España en Washington D.C., exconsejero de la REPER (BRuselas), y consultor internacional. En su columna analiza el panorama económico en que ha desembocado el mundo con las últimas decisiones de Donald Trump al mando del barco llamado EE.UU. Foto: Grok.
05/4/2025 05:36
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Actualizado: 05/4/2025 00:18
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El anuncio por parte del Presidente Donald Trump de su nueva política arancelaria ha desencadenado un desplome general de los mercados. El pánico se contagió a Asia y Europa, con pérdidas generalizadas por el miedo a una guerra comercial.

¿Por qué el desplome?

Los inversores temen que los aranceles y la más que posible guerra comercial derivada afecten las cadenas de suministro de sectores clave (tecnología, automotriz y consumo).

El petróleo, el oro e incluso el dólar se resintieron, mientras analistas advierten sobre riesgos de estanflación: un cóctel de estancamiento económico con inflación alta.

A todo ello se unió el anuncio por parte de China estableciendo aranceles adicionales del 34% a todos los productos estadounidenses, a lo que se añadirá la prohibición de exportar determinados minerales básicos para la industria tecnológica, baterías y vehículos eléctricos.

Trump minimiza el desplome: declaraciones oficiales

Pese a la magnitud de la caída bursátil, el presidente Trump ha mostrado una actitud desafiante y aparenta indiferencia ante el retroceso de los mercados.

Al ser consultado por la prensa sobre el desplome de los índices, Trump respondió escuetamente: “Creo que va todo muy bien”​.

El mandatario restó importancia a las pérdidas, comparándolas con los efectos secundarios de una cirugía necesaria: “Fue una operación, como cuando un paciente es operado y es algo importante. Dije que esto sería exactamente así”, comentó, insistiendo en que no se trata de una crisis sino de un “proceso necesario” para corregir desequilibrios comerciales estructurales​.

Lejos de admitir preocupación, Trump pronosticó una rápida recuperación: “Los mercados van a explotar, las acciones van a explotar, el país va a explotar”, afirmó, dando a entender que anticipa un “boom” económico una vez que los inversionistas asimilen las medidas​.

Esta postura desdeñosa quedó plasmada también en redes sociales: en su plataforma Truth Social, el presidente llegó a declarar metafóricamente “¡La operación terminó! El paciente sobrevivió y se está recuperando… estará más fuerte… que nunca”, en referencia a la economía nacional después del “shock” arancelario​.

Las declaraciones oficiales han seguido la misma línea de minimizar el impacto.

La nueva portavoz de la Casa Blanca, Karoline Leavitt, pidió calma a Wall Street y sostuvo que se debe “confiar en el presidente Trump”.

Aseguró que el Gobierno está “redoblando” la apuesta por la fórmula económica que -según ella- ya demostró su éxito en el primer mandato de Trump​.

Leavitt descartó categóricamente cualquier marcha atrás en las medidas, enfatizando que “el presidente dejó en claro ayer que no se trata de una negociación”​.

Incluso la vicepresidencia adoptó un tono despreocupado: J.D. Vance, vicepresidente de EE. UU., declaró a un medio afín que “nos sentimos bien” y que, de hecho, esperaba que la situación en los mercados podría ser peor” dado que el país atraviesa “una gran transición” económica​.

Estas declaraciones subrayan la aparente convicción del Ejecutivo de que las caídas bursátiles son un sacrificio transitorio, un precio que están dispuestos a pagar –y que piden que el país tolere– con tal de implantar su agenda de “independencia económica” y protección comercial.

Golpe a los inversores individuales y percepción pública

El derrumbe bursátil no es una abstracción en Wall Street: millones de estadounidenses con ahorros invertidos sintieron el impacto inmediato en sus finanzas personales.

Se calcula que aproximadamente el 58 % de las familias estadounidenses poseen acciones de alguna forma (ya sea directamente o a través de fondos de pensiones, planes 401(k) u otras cuentas)​.

La brusca caída del mercado eliminó en cuestión de horas el valor patrimonial equivalente a billones de dólares, reduciendo el saldo de muchas carteras de inversión y cuentas de jubilación.

De hecho, en medio del caos bursátil de esta semana, numerosos estadounidenses –especialmente los mayores, próximos al retiro– temían mirar sus estados de cuenta y descubrir cuánto se habían erosionado sus ahorros para la jubilación​.

Una crónica del día describió cómo personas comunes observaban con pánico cómo sus fondos universitarios o de retiro perdían valor, mientras las pantallas teñidas de rojo recordaban las peores jornadas de la pandemia de 2020.

El impacto psicológico y político de esta volatilidad también es significativo.

Hasta hace poco, la confianza del consumidor en EE.UU. venía recuperándose lentamente, pero encuestas recientes muestran un vuelco negativo en las expectativas, con la mayoría de la población creyendo que la inflación va en aumento y que la economía empeora​.

Cabe recordar que muchos votantes apoyaron el regreso de Trump a la Casa Blanca con la expectativa de “mano dura” para bajar la inflación y revitalizar la economía; sin embargo, en lugar de eso, ahora se encuentran con señales de caos económico y merma en sus bolsillos​.

Esta disonancia está empezando a permear en la percepción pública sobre la gestión económica del presidente.

La oposición demócrata no ha perdido la oportunidad de criticar: destacados legisladores señalan que las caídas bursátiles son autoinfligidas” por la Casa Blanca y que reflejan falta de competencia en el manejo económico​. Incluso algunos votantes de base republicana moderados comienzan a expresar preocupación en redes sociales y foros financieros, preguntándose cuánto tiempo más estarán dispuestos a tolerar pérdidas en sus portafolios personales a cambio de las prometidas ganancias futuras de la política de “Estados Unidos Primero”.

En este clima, la popularidad de Trump en materia económica podría enfrentar vientos en contra.

Si bien sus partidarios más leales tienden a compartir la visión de que las dificultades actuales son temporales y necesarias, sectores más amplios de la ciudadanía podrían castigar políticamente una desaceleración pronunciada.

No hay que olvidar que, históricamente, el bienestar económico percibido por las familias influye fuertemente en la aprobación presidencial.

Aumentos en el costo de vida por los aranceles (la organización Tax Foundation estima un costo adicional promedio de 2.100 dólares anuales por hogar debido a los nuevos gravámenes)​, sumados a la disminución del valor de las inversiones, erosionan la confianza en la dirección económica.

Si esta tendencia continúa, la narrativa triunfalista de Trump podría verse contrarrestada por la realidad cotidiana de votantes con ahorros menguantes y precios más altos en el supermercado.

¿Puede Trump mantener esta postura frente al mercado a largo plazo?

La estrategia de Trump de restar importancia a las caídas bursátiles mientras impulsa políticas comerciales agresivas se enfrenta ahora a su prueba de fuego.

En el corto plazo, el presidente se mantiene firme: tanto él como sus altos funcionarios insisten en que esta turbulencia es pasajera y que finalmente “EE.UU. saldrá más fuerte” una vez se nivelen las condiciones de competencia con el extranjero​.

Políticamente, Trump aún se apalanca en un sólido núcleo de votantes que aplauden su dureza comercial y comparten su escepticismo hacia Wall Street.

Estos seguidores –que le dieron la victoria en 2024 buscando “máxima disrupción”– parecen dispuestos a tolerar un periodo de dolor económico si ello cumple la promesa de reconstruir la manufactura nacional y frenar los “abusos” comerciales de otros países​.

No es casualidad que desde la tribuna republicana se siga culpando a las élites económicas globales y a gobiernos extranjeros por las dificultades actuales; esa retórica refuerza la idea de que el sacrificio presente reivindicará la soberanía económica de Estados Unidos a largo plazo.

No obstante, persiste la pregunta de cuán sostenible es esta postura si las condiciones de mercado continúan deteriorándose.

Históricamente, pocos presidentes estadounidenses han podido sostener políticas que depriman los mercados sin enfrentar presiones para corregir el rumbo.

Por ahora, la fidelidad de la base trumpista actúa como contención: “hará falta más que una caída de la bolsa para romper el excepcional vínculo que el presidente mantiene con su base”, observan analistas​.

Wall Street, por su parte, ha perdido la confianza en la Casa Blanca –los operadores hablan de un entorno de incertidumbre inédita–, pero la influencia política de Wall Street sobre Trump es limitada dado su estilo heterodoxo.

Dentro del Partido Republicano empiezan a surgir voces de inquietud detrás de bambalinas: legisladores de estados agrícolas exportadores y líderes tradicionalmente pro-empresa temen que una recesión provoque un castigo electoral en las elecciones legislativas de 2026.

Hasta ahora, el liderazgo republicano en el Congreso ha cerrado filas con el presidente, pero ese frente podría resquebrajarse si los donantes y votantes influyentes sufren pérdidas prolongadas.

En última instancia, la presión política interna irá en aumento si la situación bursátil negativa se traduce en desempleo al alza o en un frenazo del crecimiento. Incluso la narrativa de que “valdrá la pena” podría agotarse.

Algunos asesores económicos de Trump habrían preferido usar la amenaza arancelaria como táctica negociadora y no como medida permanente, y existe el riesgo de que comiencen a abogar por moderación si ven peligrar la expansión económica lograda en años previos​.

El propio presidente, famoso por seguir de cerca los índices cuando estos suben, podría cambiar de tono si intuye que los mercados bajistas amenazan sus objetivos políticos. Si la corrección se convirtiera en una recesión, y el “sufrimiento temporal” que la administración pide soportar se torna un dolor económico más permanente, incluso la lealtad de su base podría enfrentar su prueba más dura​.

Los próximos meses serán determinantes para ver si Trump y sus partidarios están dispuestos –y son capaces– de pagar el costo económico y político de mantener esta estrategia hasta las últimas consecuencias, o si deberán buscar algún tipo de acomodamiento frente a la realidad que imponen los mercados.

Precedentes históricos: presidentes vs. mercados en crisis

La actitud de Trump recuerda, en ciertos aspectos, a episodios históricos donde mandatarios estadounidenses desafiaron las señales de alarma de la bolsa.

Un caso paradigmático fue el del presidente Herbert Hoover a comienzos de la Gran Depresión. En 1930, tras el crash del ‘29, Hoover respaldó la aprobación de la Ley de Aranceles Smoot-Hawley, elevando drásticamente los impuestos a la importación de más de 20,000 productos en un intento de proteger la industria y agricultura nacional.

Lejos de estabilizar la economía, esa ola proteccionista provocó represalias del resto del mundo, contrajo el comercio global y es responsabilizada por agudizar la Gran Depresión, prolongando la crisis durante una década​.

Se cuenta que Thomas Lamont, alto ejecutivo de J.P. Morgan, casi se arrodilló” ante Hoover rogándole que vetara la ley, advirtiendo que desataría un nacionalismo económico generalizado​.

Hoover minimizó en público el pánico financiero de la época con declaraciones de excesivo optimismo (famosamente pronosticó que “la prosperidad [estaba] a la vuelta de la esquina”).

El resultado fue devastador: el Dow Jones perdió casi 90% de su valor entre 1929 y 1932, y la reputación de Hoover quedó irremediablemente dañada.

Este precedente histórico sugiere que ignorar las advertencias del mercado en pos de un dogmatismo económico puede conllevar consecuencias nefastas tanto para la economía como para el capital político de un presidente.

No todos los ejemplos son tan negativos.

Hubo también presidentes que, enfrentando caídas bursátiles, optaron por enfriar las preocupaciones de corto plazo y enfocar la atención en los fundamentos económicos, con mejor fortuna.

Obama encaró en 2009 el pánico y logró comunicar confianza. Su postura dio sus frutos. Foto: Grok.

Por ejemplo, en marzo de 2009, en plena crisis financiera global, el entonces presidente Barack Obama reaccionó a un desplome persistente de Wall Street instando a no sobre-reaccionar: “Los mercados son como las encuestas de los políticos; si te fijas demasiado en ellas, pierden su propósito a largo plazo. Yo no me fijo en las oscilaciones del día a día en los mercados, sino en la capacidad de EE.UU. y del mundo de recuperar el paso de su economía”​.

Obama buscaba así frenar el pánico y dar un mensaje de confianza en los fundamentos económicos, pese a que el Dow Jones tocaba mínimos de 12 años por entonces.

Su postura rindió frutos con el tiempo: la bolsa tocó fondo poco después y inició uno de los mercados alcistas más largos de la historia.

Pero la situación de 2009 difería en un punto crucial: Obama no fue percibido como causante directo de la crisis bursátil, mientras que Trump hoy enfrenta la caída como reacción a sus propias políticas comerciales.

Otro paralelo histórico lo encontramos en 1987, cuando el presidente Ronald Reagan enfrentó el Lunes Negro (la mayor caída porcentual diaria del Dow Jones registrada, –22.6% el 19 de octubre de 1987).

En aquel entonces, Reagan también mantuvo la calma públicamente, asegurando que “los fundamentos de la economía siguen siendo sólidos” y evitando cambios drásticos en su política.

La Reserva Federal intervino agresivamente para proveer liquidez, lo que calmó a los mercados, y Reagan no tuvo que revertir sus reformas económicas.

Ronald Reagan tambien tuvo su «Lunes negro» pero logró superarlo. Foto: Grok.

La lección de 1987 fue que un presidente puede «sobrevivir» a un crash bursátil manteniendo la cabeza fría, siempre que tome las medidas de contención adecuadas entre bastidores.

En contraste, el enfoque de Trump de doblar la apuesta públicamente y descartar mitigaciones tradicionales (como diálogo con socios comerciales o apoyos de la Fed) lo deja en territorio poco transitado desde la Segunda Guerra Mundial.

En resumen, la historia económica estadounidense ofrece advertencias y guía: las posturas desafientes frente a Wall Street pueden alimentar la base populista de un líder (como parece ser el cálculo de Trump), pero si la situación se descontrola, terminan pasando factura. Hoover aprendió demasiado tarde que ignorar los mercados y aislar a EE.UU. con aranceles profundizó la crisis de los años 30.

Obama nos mostró que reconocer la ansiedad del mercado pero enfocarse en la recuperación real puede restaurar la confianza.

Trump está, en 2025, escribiendo su propio capítulo en esta historia: queda por ver si será recordado como un estratega que domó a la economía contra todo pronóstico, o como un líder que subestimó las señales del parqué con consecuencias adversas.

Reacciones internacionales: escalada comercial y efectos globales

La respuesta internacional a los aranceles de Trump ha sido rápida y contundente, aumentando la tensión en la ya frágil economía global.

China, el principal blanco de las medidas estadounidenses, no tardó en contraatacar. Pekín anunció aranceles del 34% a todos los bienes importados desde Estados Unidos​, replicando simétricamente la carga que –según afirma– Washington impuso sobre los productos chinos.

Adicionalmente, China llevó la disputa al terreno legal y estratégico: presentó una demanda formal ante la Organización Mundial del Comercio (OMC) alegando que los “aranceles recíprocos” de EE.UU. violan las normas internacionales​.

Paralelamente, el Ministerio de Comercio chino estableció controles de exportación para siete metales de tierras raras cruciales (como el gadolinio utilizado en equipos médicos de resonancia magnética, y el itrio empleado en productos electrónicos)​.

Esta movida busca golpear a industrias estadounidenses de alta tecnología y defensa que dependen de esos insumos, demostrando la capacidad de China de utilizar armas comerciales no convencionales en la escalada. La retórica desde Beijing también subió de tono: “Si lo que Estados Unidos quiere es una guerra… estamos listos para luchar hasta el final”, declaró un portavoz, en una muestra de firmeza poco habitual en conflictos comerciales recientes.

Los aliados tradicionales de EE.UU. también reaccionaron con preocupación y represalias selectivas.

En Canadá, país que inicialmente fue sorprendido por aranceles del 25 % a sus exportaciones hacia EE.UU. (justificados por la Casa Blanca bajo el argumento de la lucha contra el tráfico de opioides e inmigración)​, el gobierno optó por responder de manera proporcional.

El primer ministro Mark Carney anunció un arancel “espejo” del 25% a los vehículos y autopartes importados desde Estados Unidos que no cumplan con las reglas de contenido del tratado USMCA (T-MEC)​.

Esta medida, de carácter claramente «retaliatorio», apunta a la influyente industria automotriz estadounidense, ejerciendo presión sobre uno de los sectores de exportación más sensibles para Washington.

A su vez, Canadá se ha alineado con México (socio también afectado) para explorar acciones conjuntas y buscar mediación diplomática, aunque por ahora México ha mantenido una respuesta más cauta públicamente tras obtener ciertas exenciones temporales luego de negociaciones de último minuto con Trump​.

En la Unión Europea (UE), los aranceles de Trump (que afectan a prácticamente todo exportador, con tasas base de 10% y llegando hasta 20–30% para economías desarrolladas) cayeron como balde de agua fría.

La UE condenó la medida por “unilateral y contraria” a las reglas de la OMC, y si bien se declaró abierta al diálogo, comenzó a preparar contramedidas.

Una de las opciones bajo estudio es golpear a las grandes empresas tecnológicas estadounidenses (Big Tech) con nuevas regulaciones, impuestos especiales o multas, en represalia por lo que consideran un ataque injustificado a los productos europeos​.

Francia ya dio un paso concreto: el presidente Emmanuel Macron calificó la decisión de Trump de brutal e infundada” y urgió a las empresas europeas a suspender todas sus inversiones en Estados Unidos “hasta que se aclare la situación”​.

Esta recomendación, inédita entre socios occidentales, refleja la gravedad con que Europa percibe la crisis comercial. En paralelo, la Comisión Europea estudia reactivar aranceles sobre productos emblemáticos estadounidenses (desde el whisky bourbon hasta motocicletas y vaqueros, medida ya ensayada durante la disputa arancelaria de 2018) y coordinar una queja colectiva en la OMC junto con Canadá, Japón y otros aliados.

Los mercados financieros internacionales han internalizado este clima de represalias. Tras el jueves negro en Wall Street, las bolsas de Londres, Fráncfort, París y Madrid cayeron entre un 3% y 5% adicionales el viernes, tocando mínimos anuales​.

En Asia, la reacción fue igualmente severa: índices de Tokio y Hong Kong registraron descensos fuertes, y particularmente el Kospi surcoreano y el Taiex de Taiwán (economías muy dependientes del comercio) sufrieron caídas que las acercan a territorio bajista​.

Las monedas de países emergentes se han devaluado frente al dólar ante el temor de una menor demanda global de materias primas.

En suma, se observa un efecto dominó global: las acciones estadounidenses caen, arrastrando a las plazas extranjeras, y las tensiones comerciales alimentan la aversión al riesgo de los inversores en todo el mundo.

Organismos multilaterales y líderes globales han alzado la voz advirtiendo de los riesgos de esta escalada.

Kristalina Georgieva, directora del Fondo Monetario Internacional, alertó que los aranceles de Trump representan una amenaza significativa para la economía mundial” en un momento de crecimiento ya ralentizado​. Georgieva urgió a EE.UU. a reconsiderar las medidas y a las naciones afectadas a actuar con moderación en sus represalias, por miedo a desencadenar una espiral fuera de control.

En la misma línea, el Banco Mundial y la OCDE han emitido comunicados subrayando que un incremento generalizado de barreras comerciales podría restar más de un punto porcentual al crecimiento global este año y perjudicar especialmente a los países en desarrollo.

China, la UE y otros actores han sostenido conversaciones discretas para coordinar su respuesta sin precipitar un colapso del comercio. No obstante, si la posición estadounidense se mantiene inflexible, la probabilidad de una “guerra comercial” a gran escala –con efectos comparables a los de las disputas arancelarias de los años 30– se vuelve cada vez más real, algo que los mercados ya están descontando en sus valoraciones.

Proyecciones económicas y riesgos a mediano plazo

Economistas y estrategas de inversión están trazando escenarios sobre las consecuencias a mediano y largo plazo de esta política arancelaria inédita por su alcance. El consenso de varias firmas de Wall Street es que, de mantenerse las medidas actuales, Estados Unidos podría entrar en recesión en los próximos trimestres.

Un informe interno de JPMorgan Chase calificó el paquete arancelario como un “shock macroeconómico sustancial” que no estaba previsto en sus proyecciones base, advirtiendo que “probablemente llevarían a la economía estadounidense y mundial a una recesión este año” si se implementa en su totalidad​.

En términos de crecimiento, el banco de inversión UBS estima que los aranceles podrían recortar hasta 2 puntos porcentuales del PIB de EE. UU. en 2025, frenando drásticamente una economía que ya venía desacelerándose, e impulsar la inflación doméstica a alrededor del 5% anual (muy por encima de la meta de la Reserva Federal)​.

Este último efecto obedece a que los gravámenes encarecen numerosos bienes de consumo importados; de hecho, las estimaciones de la Tax Foundation mencionadas antes sugieren un impacto directo en el bolsillo de las familias, que pagarían miles de dólares adicionales por año en productos básicos.

Otro riesgo señalado es el de la estanflación, un fenómeno de bajo crecimiento con alta inflación que recuerda a la economía estadounidense de la década de 1970.

“El temor a una combinación de menor crecimiento económico con inflación elevada… provocó caídas generalizadas en acciones, materias primas y divisas”, resumió Infobae al describir la reacción de los mercados internacionales​. Si la demanda interna decae por la menor confianza y las exportaciones se reducen por las represalias extranjeras, mientras los precios suben por los aranceles, se configuraría este escenario adverso para cualquier gobierno.

Desde la Reserva Federal (Fed) ya se insinúa un giro en la política monetaria: ante la amenaza recesiva, la Fed podría verse obligada a recortar las tasas de interés para estimular la economía​.

De hecho, la probabilidad de un recorte de tasas en la próxima reunión de la Fed ha subido abruptamente, a juzgar por los precios de los futuros en el mercado de bonos.

Sin embargo, los propios analistas advierten que estimular con política monetaria podría avivar aún más la inflación si los aranceles mantienen elevados los costos​.

La Fed enfrentaría así un dilema complejo y políticamente cargado, más aún considerando que Trump ha criticado abiertamente al banco central en el pasado por no apoyar suficientemente el crecimiento.

Los estrategas de inversión de grandes fondos también están revisando sus previsiones. Jim Zelter, presidente de Apollo Global Management, señaló que tras los últimos eventos la probabilidad de una recesión en EE. UU. en el próximo año es de al menos 1 en 2” (50%)​, cuando a inicios de 2025 era estimada en menos de 20%.

Goldman Sachs y Morgan Stanley han emitido notas a sus clientes señalando riesgos similares, aunque matizando que todo dependerá de la duración de la guerra arancelaria: un enfriamiento de las tensiones en la segunda mitad del año podría limitar el daño, mientras que una escalada y contramedidas adicionales podrían inclinar definitivamente la balanza hacia la recesión global.

Por otro lado, voces optimistas –aunque minoritarias– apuntan que si la estrategia de Trump lograra forzar acuerdos comerciales ventajosos o el retorno de manufactura al país, podría haber un rebote importante más adelante. La Casa Blanca insiste en que llegarán billones de dólares de inversión industrial a EE. UU. por parte de empresas extranjeras que preferirán producir localmente antes que pagar aranceles​.

Algunas compañías, como fabricantes automotrices asiáticos, ya evalúan planes de contingencia para ensamblar más vehículos en territorio estadounidense. Sin embargo, muchos economistas son escépticos sobre la viabilidad de un “renacimiento manufacturero” rápido: advierten que construir fábricas y trasladar cadenas de suministro toma años, mientras que el efecto contractivo de los aranceles se siente ahora.

De momento, el consenso de los pronósticos independientes es que la estrategia arancelaria restará crecimiento, sumará inflación y aumentará la volatilidad, al menos en el horizonte de 12 a 24 meses.

The Economist, en un duro editorial, llegó a calificar la política de Trump como “el error económico más profundo, dañino e innecesario de la era moderna”, advirtiendo incluso que podría sumir a la economía de EE.UU. en una Gran Depresión si el presidente escala aún más las medidas en respuesta a las represalias extranjeras​. Aunque ese es un escenario extremo, ilustra el nivel de preocupación que cunde en los círculos financieros y académicos.

Conclusión: Viabilidad y riesgos de la estrategia de Trump

La apuesta de Donald Trump de minimizar la importancia de las caídas bursátiles mientras implementa políticas comerciales agresivas constituye una estrategia de alto riesgo y de resultados inciertos.

Por un lado, Trump busca reescribir las reglas del comercio global en términos favorables para EE.UU., aun si eso significa soportar turbulencias financieras a corto plazo. Su discurso de que este es un “sacrificio necesario” pretende convencer a la opinión pública de que las pérdidas actuales en Wall Street son el precio a pagar por una economía más fuerte e independiente mañana.

Esta narrativa encuentra eco en parte del electorado, especialmente en aquellos desencantados con la globalización, que ven en las medidas de Trump una respuesta a décadas de desindustrialización y déficit comerciales.

Si el presidente logra mantener la cohesión de su base y evitar que el malestar económico se traduzca en descontento generalizado, podría sostener la postura el tiempo suficiente para cosechar eventuales beneficios (por ejemplo, concesiones de otros países o relocalización de fábricas).

En el mejor de los casos para Trump, un “éxito” de su estrategia significaría entrar a la campaña de reelección de 2028 proclamando que doblegó a China y refundó la economía estadounidense, con un mercado bursátil recuperado tras la tormenta.

Por otro lado, los riesgos de esta táctica son considerables. El más inmediato es que las fuerzas del mercado terminan imponiéndose: si los inversores perciben que las políticas gubernamentales van en detrimento del crecimiento, pueden provocar ventas masivas sostenidas, encareciendo el financiamiento de las empresas y erosionando la riqueza de los hogares.

Un mercado bajista prolongado o una recesión a destiempo podrían desbaratar el relato optimista de la Casa Blanca y debilitar políticamente a Trump y a su partido.

Además, está el riesgo de sobre-reacción internacional: otros países, acorralados, podrían adoptar medidas extremas (por ejemplo, un boicot coordinado a exportaciones estadounidenses clave o un acuerdo comercial multinacional que excluya a EE.UU.), lo que aislaría a la economía norteamericana y neutralizaría el poder de presión de los aranceles.

En el frente interno, una caída pronunciada de la actividad económica aumentaría el desempleo y reduciría los ingresos fiscales, contrarrestando los supuestos beneficios de protección industrial que Trump busca.

Incluso la estabilidad del sistema financiero podría tambalear si las empresas muy endeudadas enfrentan una doble pinza de menores ventas y aranceles elevados en sus insumos, aumentando el riesgo de impagos.

En términos de viabilidad política, Trump deberá calibrar cuánto tiempo puede restarle importancia a Wall Street sin perder apoyo fuera de su núcleo duro. Los indicadores de confianza, el índice de aprobación presidencial en materia económica y las elecciones parciales servirán como termómetros.

Si hacia finales de 2025 los indicadores no mejoran –es decir, si la inflación se mantiene alta, la bolsa no se recupera y el crecimiento sigue débil–, la presión sobre Trump para cambiar de rumbo será enorme, incluso dentro del Partido Republicano.

En tal caso, es plausible que la Administración busque una “salida decorosa” negociando acuerdos rápidos para eliminar algunos aranceles y aliviar a los mercados, aunque eso signifique traicionar parcialmente la retórica de mano dura.

Por el contrario, si Trump logra arrancar concesiones significativas a socios comerciales en los próximos meses (por ejemplo, mayores compras de productos estadounidenses o reformas en reglas de comercio internacional) podría justificar la continuidad de su línea dura, vendiendo al público esos logros como victorias tangibles.

En conclusión, Trump camina por una cuerda floja entre sus ambiciosos objetivos políticos y las duras realidades del mercado.

Su estrategia de minimizar las caídas bursátiles mientras libra batallas arancelarias simultáneas en múltiples frentes es una jugada sin mucho precedente en la historia reciente.

Los beneficios potenciales –reducir déficits comerciales, repatriar empleos manufactureros y reafirmar poder geopolítico– deben sopesarse con los costos reales ya evidentes: pérdida de riqueza financiera, encarecimiento de la vida para los ciudadanos y tensiones con aliados.

Si la “gran apuesta” de Trump falla, podría desencadenar justo lo que busca evitar: una economía debilitada y dependiente, y un electorado resentido por el daño auto infligido.

Si en cambio tiene éxito en doblar la mano de sus contrapartes, habrá reescrito las reglas comerciales a favor de EE. UU., aunque a un alto precio inicial.

En cualquier caso, el mundo observa con preocupación cómo la primera potencia económica transita esta arriesgada experimentación en política comercial.

Los próximos trimestres clarificarán si la indiferencia calculada de Trump hacia Wall Street era una muestra de visión estratégica o un costoso error de juicio.

Por ahora, los mercados han emitido su veredicto provisional en forma de números rojos, y queda por ver cuánto tiempo podrá el presidente ignorar ese veredicto antes de que la realidad económica le obligue a enfrentarlo directamente.

c.,

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