Candidato a la Sala de lo Social del Supremo abronca al CGPJ: “Ustedes se presentaban como a Fernando VII, el esperado, y como Fernando VII han decepcionado”
El magistrado Florentino Eguaras Mendiri abroncó a los miembros del CGPJ en su comparecencia para optar a una vacante a la Sala de lo Social del Supremo, denunciando inmovilismo y falta de mérito en los nombramientos. Foto: Poder Judicial.

Candidato a la Sala de lo Social del Supremo abronca al CGPJ: “Ustedes se presentaban como a Fernando VII, el esperado, y como Fernando VII han decepcionado”

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22/5/2025 05:40
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Actualizado: 21/5/2025 22:38
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Miércoles por la mañana. Al otro lado de la pantalla, aparece el magistrado Florentino Eguaras Mendiri, de la Sala de lo Social del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco. Está en su despacho.

Comparece por vía telemática ante la Comisión de Calificación del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), responsable de hacer la selección de candidatos a las vacantes del Tribunal Supremo sobre los que después tiene que pronunciarse el Pleno del órgano de gobierno de los jueces.

En este caso se trata de ocupar la dejada por la magistrada Mari Luz García Paredes, recientemente jubilada.

Nada de saludos protocolarios ni frases de manual. Eguaras arranca con una declaración de intenciones que ya deja entrever el giro: “Voy a dejar de lado lo que tenía preparado porque era prácticamente una reiteración de las anteriores comparecencias”. «Brillantes comparecencias», subraya.

No es un gesto de humildad, sino de hartazgo.

Esta es ya la sexta vez que se presenta a una plaza en la Sala Cuarta del Tribunal Supremo. Y, como si de un rito kafkiano se tratara, ha salido de todas igual: con la toga intacta, pero el asiento vacío.

FERNANDO VII

Entonces lanza la carga contra los miembros del CGPJ: “Ustedes se presentaban como a Fernando VII, el esperado, y como Fernando VII han decepcionado”. Y en esa frase, que suelta con una calma que amplifica el impacto, no hay retórica, hay historia. Porque Fernando VII fue eso: el regreso de la esperanza… que acabó siendo el retorno del absolutismo.

Según Eguaras, el CGPJ ha hecho algo parecido: prometer renovación y aferrarse a lo de siempre. La bronca en toda regla.

Sabe que su intervención es poco habitual. Y parece no importarle. Sabe también que sus méritos —años de experiencia, sentencias relevantes, más de 50 artículos publicados, docencia universitaria, compromiso con los derechos fundamentales y con los colectivos más vulnerables— no han sido suficientes para mover la balanza.

Lo dice con ironía y sin dramatismo: “Mi fotografía no se había manejado”. Y todos entienden lo que está diciendo. Eguarás está en la fase «de perdidos al río». Las consecuencias no le importan porque no puede haberlas. Ha tirado toda esperanza de llegar al Supremo.

Habla de “intercambio de cromos”, de acuerdos previos entre consejeros que luego el Pleno, muy digno, ratifica por unanimidad. Cita nombres sin levantar la voz: “la excelentísima señora doña Esther Díez” y “el excelentísimo señor Fernández Seijo”, mencionados en prensa por formar parte de esa supuesta cocina donde se guisan los nombramientos. No acusa, describe. Y eso duele más.

“Ustedes miran al pasado. Yo miro al presente y al futuro.” No es una frase de campaña. Es una constatación. Para Eguaras, el Consejo ha optado por una justicia estática, inmóvil, anclada en una “cultura egipcia”: “3.000 años de imperio. Y todo sigue igual, no se cambia nada”.

No cita a Giuseppe Tomasi di Lampedusa ni al término «gatopardismo» que acuñó, a través de su novela, «El Gatopardo» -escrita en la segunda mitad del siglo XX- y cuyo concepto que se resume en la frase: «Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie». Es lo mismo.

TAMBIÉN CRITICA A LA SALA DE LO SOCIAL DEL SUPREMO

La crítica no se detiene en el Consejo. La Sala Cuarta del Supremo —esa a la que aspira— también recibe lo suyo. Dice que sus miembros han dejado de actuar como jueces y se han convertido en notarios de una doctrina que ya no interpreta, sino que reproduce.

“No actúan como jueces, no llevan a cabo función jurisdiccional”, lamenta. Las causas —añade— pueden ser varias: “por un complejo de Edipo hacia quienes fueron nuestros instructores, por un servilismo opaco o por un complejo de inferioridad malentendido”.

Para él, la Sala ha sido “colonizada” por la Universidad, por la Academia, por esa doctrina que escribe mucho y pisa poco. Y como resultado —dice— se han olvidado de lo esencial: “la universalidad del Derecho del Trabajo, la irrenunciabilidad de los derechos de los trabajadores, y que la Seguridad Social se rige por el principio de solidaridad. No es un sistema de capitalización, ni un seguro privado”.

Cita al jurista alemán Günther Jakobs, aunque lo nombra como “Gulner” —un lapsus que no resta fuerza al argumento—, para denunciar que la Sala ha cambiado la interpretación por la “palabrería pretenciosa”. Y señala algo que otros prefieren callar: que el Tribunal de Justicia de la Unión Europea ha corregido más de una vez la línea restrictiva y estatocéntrica del Supremo español.

Y entonces viene la declaración de principios. Sin solemnidad, pero con firmeza. “El Derecho es para el hombre, no el hombre para el Derecho. El homo juridicus debe prevalecer frente al homo economicus”.

Lo dice como quien clava una lanza en tierra firme. Porque no está hablando solo de teoría: está hablando de lo que se ve cada día en los juzgados de lo social, donde se decide si alguien cobra o no, si come o no, si duerme en la calle o bajo techo.

UNA DESPEDIDA CON SORNA

Lamenta que, a su juicio, el CGPJ no haya querido asumir esos principios. Ni siquiera —dice— los valores fundacionales del Estado social y democrático de Derecho que proclama el artículo 1 de la Constitución: “libertad, justicia, igualdad y pluralismo político”.

Palabras grandes que, según él, a menudo se recitan sin llegar a aplicarse.

Y como quien ya sabe cómo acaba la historia, se permite una despedida con sorna: “Me voy hasta permitir felicitar a la compañera que ustedes elijan”. No hay rencor. Solo la resignación lúcida de quien ha peleado la batalla sabiendo que el campo ya estaba repartido.

Pero no se va sin hablarle a los suyos. A los juristas, jueces, abogados, sindicalistas y trabajadores que creen —como él— que el Derecho aún puede ser un instrumento de justicia y no solo de orden: “No se desanimen. No se desalienten. El Derecho es un instrumento potente, fuerte, de cambio social. Quedan muchos derechos por descubrir, muchos derechos a los que debemos dotar de titularidad”.

Y entonces, sí. Cierra con una frase aprendida en su época como suboficial de complemento: Ius clamat dominum, el derecho reclama a su dueño. Pausa. “No, no. Ojalá me hubiesen dicho esa. No, no. Es corto y cierro. Muchas gracias”.

No ha habido respuesta oficial del CGPJ. Tampoco hacía falta. El mensaje había llegado. Quien quiso entender, entendió. Y quien no… quizás no era el público al que iba dirigido.

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