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Una inmoralidad, señor Gallardón

Una inmoralidad, señor Gallardón
Carlos Berbell, Director de Confilegal
28/9/2014 10:16
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Actualizado: 26/2/2016 10:28
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Señor Gallardón, usted anunció el pasado 24 de septiembre que se iba, que no sólo dimitía de ministro sino que, además, dejaba la política; abandonaba su escaño en el Congreso de los Diputados y su puesto en el Comité Ejecutivo del Partido Popular.

Se le veía muy emocionado. Fui testigo directo. Al final de la rueda de prensa, se abrazó con su hijo, Héctor, con el secretario de Estado, Fernando Román, y con todo aquel que quisiera abrazarse con usted y que se cruzara en su camino por los salones y pasillos del Palacio de Parcent. Yo hice todo lo posible para quitarme de su trayectoria.  Y lo conseguí.  No quería quedar plasmado para la posteridad fundido con usted ante las cámaras de televisión del mundo mundial.

No es nada personal, entiéndame. Pero yo no soy amigo suyo y no quería que la gente pensara lo que no era. Las personas que me importan, claro.

La noticia de aquel día era que Gallardón renunciaba, como una persona consecuente que supuestamente era. Su presidente, Mariano Rajoy, y su partido, le habían tumbado “su ley” del aborto. La cesta en la que había puesto todos sus “huevos políticos”.

Usted ya lo sabía desde principios de agosto. Lo reconoció, y aguantó en el cargo casi dos meses. Quizá tenía que haberse ido entonces. Pero bueno.

Ole, ole y ole. Por la puerta grande, sí señor, como se tiene que hacer, pensamos muchos. Gallardón tenía vergüenza torera. Muchos lo dudaban. Por su conocida querencia al poder, ya sabe.

Pero no, no ha sido así. Nada de puerta grande. En todo aquello había truco, señor Gallardón.

Con usted siempre hay truco. Porque usted es capaz de decir una cosa ante un auditorio y justo la contraria ante un segundo auditorio, horas después. No me lo han contado. He sido testigo directo.

¿Capacidad para la mentira? No lo ponga en mis labios, que yo no lo he dicho. Pero muchos que han tenido relación con usted lo piensan y lo creen.

El truco es que usted ya sabía que se iba al Consejo Consultivo de la Comunidad de Madrid. Un cementerio de elefantes muy bien remunerado. A partir de ahora va a pasar a cobrar 102.000 euros al año. O, para que nos entendamos, 8.500 euros brutos al mes.

Si mal no recuerdo, su sueldo como ministro de Justicia –disfrutó el cargo, ¿verdad?- fue de 64.054,79 €. A esa cantidad había que sumar 10.446,72 € en concepto de manutención y desplazamientos. Una y otra cantidad hacen un total de 74.500,51 euros.

Es decir, que usted, señor Gallardón, no sólo no ha perdido sino que ha ganado con el cambio.

Va a ganar 27.499,49 euros al año más.

Hasta que se muera, además. Porque el cargo es vitalicio.

Se dice que el ejemplo es el principio de la autoridad, señor ex ministro. Su pertenencia al Consejo Consultivo es legal, nadie lo niega. Pero es una INMORALIDAD, con letras mayúsculas. En caja alta, como se solía decir en nuestro mundo de la prensa.

Este «ejemplo» le resta toda la autoridad que le podía quedar. Autoridad moral. La importante.

Su gestión, ya sé que depende del punto de vista del que la mire –este es el mío, tan respetable como el suyo-, ha sido de lo peorcito que hemos tenido en Justicia en los últimos 37 años.

Ya lo dijo el presidente del Consejo General de la Abogacía Española, Carlos Carnicer, en este periódico digital: “Este es el peor histórico para la abogacía española en 37 años de democracia”.

Se refería a sus tres años de mandato. “Gracias” a su Ley de Tasas ha conseguido empobrecer a los abogados españoles. Ingresan un 40 por ciento menos, en un tiempo de crisis tan malo como este.

Pero no es una cuestión de dinero, no se engañe. En un momento de crisis como este los ciudadanos no tenían más lugar al que acudir, para solucionar sus problemas, que la Justicia. Y usted les ha cerrado el camino con sus tasas.

¿Es lógico que, para recurrir una multa de tráfico de 100 euros tenga que pagar una tasa de 200 euros?

Ha reducido, es más que evidente, el derecho de todos a la tutela judicial efectiva.

Los procuradores también han tenido lo suyo. La reducción de ingresos ha sido de un 60 por ciento.

¿Y qué le voy a decir de jueces, fiscales, secretarios judiciales, funcionarios y a la ciudadanía en general? Ha puesto todo el sector patas arriba.

Ha conseguido lo que ningún ministro antes: que hubiera unanimidad en torno a usted. Que todos estuvieran en su contra. Que estuvieran de acuerdo en que tenía que marcharse. Rezaban para ello.

No me pida que le ponga nota, señor ex ministro, porque se vería obligado a repetir curso, y eso supondría que tendría que seguir otros tres años más. Y. a pesar de todo, no aprobaría.

La sensación, tras su marcha, por si no se lo han dicho, es de alivio. Alivio porque ya no está y alivio porque viene Rafael Catalá, que tendría que haber sido el ministro de Justicia en 2004 si el PP no hubiera perdido las elecciones.

Catalá es un negociador duro, todos lo sabemos. Pero cuando dice que sí, es que sí. Y cuando dice que no, es que no. Ahora le toca apagar los fuegos que usted ha dejado. Pacificar el sector. Devolver las aguas a su cauce. Va a ser duro.

Pero no perdamos el hilo. Cuando era ministro Mariano Fernández Bermejo la opinión generalizada es que no podía haber un peor ministro de Justicia. Sobre todo después del “affaire” de la cacería con Baltasar Garzón.

Nos equivocamos. Mis disculpas desde aquí al señor Fernández Bermejo.

Su antecesor, señor ex ministro, no fue malo. Todo es bueno o malo en comparación con otra cosa.

La comparación, en este caso, es su persona y su gestión al frente de Justicia.

Señor ex ministro, en su despedida, ante la prensa, se mostró muy orgulloso porque en estos tres años había impulsado 36 iniciativas legislativas, como si esa fuera la referencia definitiva de su “éxito” en el Ministerio de Justicia. Y lo pongo entre comillas porque no ha sido un éxito su mandato.

Y su salida, tampoco. No se ha ido por la puerta grande. Se ha tenido que marchar. Su partido le ha abandonado. Mira que debe doler eso.

Su presidente puso cara de póker cuando usted le dijo que iba a dimitir. Debió ser muy duro sentir la frialdad de Rajoy.

Dijo usted,  tres o cuatro veces, aquel día de su despedida que había tenido «comunicación, cercanía y complicidad» con el presidente. Debió repetirlo varias veces para creerselo. Le cuento que nosotros, no. Usted tampoco, seamos sinceros. En sus palabras había de todo menos sinceridad.

Seguramente en ese momento ya había pensado en el Consejo Consultivo de la Comunidad de Madrid como destino. La prueba es que se ha dado de alta 48 horas después de presentar la dimisión.

Es un lugar prestigioso. Que eso le tira a usted mucho. Y bien remunerado.

“Voy a ganar 27.500 euros más que ahora”, se dijo con toda probabilidad.

Usted, señor ex ministro, no necesita ese dinero. Usted tiene dinero de familia, ya sabe a lo que me refiero.

Los 74.500,10 euros que ganaba como ministro de Justicia no cubrían lo que necesitaba para vivir.

Tampoco necesita ahora los 102.000 euros del Consejo Consultivo.

Si quiere usted formar parte de ese cementerio de elefantes, me parece bien. Perfecto.

¿Pero quiere usted que se le reconozca la grandeza que tanto reclama? ¿Lo quiere de verdad? Le digo cómo: Renuncie al sueldo del Consejo Consultivo. Forme parte de ese órgano, pero no cobre un céntimo de euro.

Si lo hace, seré el primero en ponerme a la cabeza del desfile para reconocérselo. De otro modo, será una INMORALIDAD.

Atentamente.

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