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No puede haber lugar para jueces prepotentes, irrespetuosos y maleducados

No puede haber lugar para jueces prepotentes, irrespetuosos y maleducados
Felicísimo Valbuena, periodista y consultor
12/12/2014 10:01
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Actualizado: 06/4/2016 12:04
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Felicísimo Valbuena, consultor y periodista

A muchos jueces no les gusta que les graben en vídeo

Aunque no dispongo de estadísticas, las informaciones que he recogido van en esta dirección: a buena parte de los jueces no les gusta que les graben en vídeo. Sí hay casos en los que los jueces reciben muy bien las grabaciones: los dos juicios contra Baltasar Garzón, en el Tribunal Supremo; los juicios del 11-S y el 11-M, en la Audiencia Nacional; otros muchos que se celebran en la citada AN, las Audiencias Provinciales, los Juzgados de lo Penal o los Juzgados de Instrucción.

Y aquí sólo cito la jurisdicción penal, pero no me olvido de la Civil, la Social o la Contencioso-administrativa.

Las grabaciones, o «copia judicial» sustituyen al acta de un juicio

Me estoy refiriendo a las grabaciones oficiales que se llevan a cabo durante las vistas públicas de los juicios y que han venido a sustituir al papel de los secretarios judiciales.

La decisión que se tomó en su momento era lógica. ¿A quién le cabe que, después de tres horas de vista oral, ciento y pico folios y mucho cansancio, un abogado se fuera a leer el acta del juicio, realizado por un secretario judicial a mano y con una caligrafía ininteligible?

Los abogados –tanto de la defensa, de la acusación particular y/o popular- y el fiscal firmaban lo que les ponían sin ni siquiera echar una hojeada (u ojeada, pues  los dos términos son sinónimos en el 99% de los casos). Porque hubiera sido inútil. Esto generaba una inseguridad jurídica evidente a la hora de apelar la decisión de Sus Señorías.

Con mucha lógica, gracias a la tecnología, las cámaras de televisión de circuito cerrado sustituyeron esa función que grababan el juicio en el disco duro de un ordenador y luego se transfería a un cd o un dvd.

Es lo que hoy se conoce como “la copia judicial”.

Las partes reciben una copia del juicio, debidamente sellada y oficializada, en el mismo día o días después.

A partir de ese material, los abogados y el fiscal pueden armar los recursos que consideren convenientes. Esto sí que da seguridad jurídica. Pero no «toda» la seguridad jurídica.

¿En qué consiste el principio de inmediación?

Son dos planos generales fijos y dos cámaras.

Una desde la pared que está detrás del juez y que toma a las partes y al acusado, testigo o perito que esté declarando en cada momento.

Y otro, desde el fondo de la sala, que toma a todos –el acusado, testigo o perito de espaldas-, incluyendo al juez y a la secretaria judicial.

Es el principio de inmediación en la práctica.

El principio de inmediación es lo que denominan en el mundo de la justicia a la suma de la banda no verbal- lenguaje corporal, o movimientos expresivos y paralenguaje, es decir, todo lo relacionado con la voz-, más la banda verbal o de contenido. En resumen: lo que necesitamos esencialmente para encontrar la verdad.

Pues bien, muchos jueces han mandado anular –en las salas de juicios de la Comunidad de Madrid– las cámaras que les encuadran y les graban durante la vista oral, lo mismo que al resto de las partes e intervinientes. En otras salas, debido a la resistencia de sus señorías, sólo se ha instalado una cámara. Resultado: ellos no salen.

Eso rompe de pleno el principio de igualdad que debe regir a todo acto judicial. En este caso se podría utilizar aquella norma que escribían los animales en Rebelión en la granja, de Gerorge Orwell: «Todos los animales son iguales pero unos animales son más iguales que otros».

Todos los intervinientes en un juicio son iguales, pero algunos intervinientes –los jueces- son más iguales que el resto a la hora de que los graben. Es decir, son rotundamente desiguales. Pero bueno, ¿quiénes se creen esos señores jueces que son? A los contribuyentes, que les pagamos, nos importa que les graben, porque resulta esencial para la confianza pública. Por tanto, no ofrecen «toda» la seguridad jurídica. Ahora voy a explicar por qué.

Los avances de la comunicación no verbal

La Comunicación No verbal ha avanzado mucho, pero mucho, como para que  podamos prescindir del lenguaje corporal de los jueces. Ya desde los años sesenta, Paul Ekman y Wallace Friesen elaboraron las categorías de la Comunicación No Verbal: emblemas, ilustradores, manifestaciones de afectos, adaptadores y reguladores. Sus señorías, los que se niegan a que les graben, harían muy bien en ver la serie norteamericana Lie to me (Miénteme) y así comprobarían que no pueden mantenerse como estatuas de sal. Por tanto, los contribuyentes pagamos para que la Administración de Justicia nos garanticen un juicio como deben ser los juicios. Sí, como los que salen en las buenas películas.

¿O es que sus señorías ignoran que una persona puede estar diciendo una cosa con sus palabras pero su lenguaje corporal y gestual puede estar diciendo otra? ¿O tampoco se quieren enterar de que los contribuyentes no son idiotas sino perspicaces y se dan cuenta de cuándo un@ juez@ es parcial? Y no sólo por lo que dice sino por cómo lo dice. Cuando alguien muestra un comportamiento coherente, la banda verbal y no verbal se complementan; cuando no, se contradicen. Ah, pero es que en los asuntos humanos, ya lo decía Eric Berne, es más importante muchas veces el ruido que la información.

No me cansaré de repetirlo: A los periodistas, psicólogos, policías, profesores, jueces… les pagamos para que detecten el ruido que hay en una información que reciben y, después, transformen ese ruido en información. Nada más. Y nada menos. Entonces, ¿en qué mundo se creen que viven ciertas personas con poder?

Esta interacción, de preguntas y observación de las respuestas de forma global es la esencial del principio de la inmediación.

Necesitamos ver las caras y los brazos de sus señorías

Las grabaciones actúan como «temor de Dios», por emplear un sintagma antiguo. Ahora decimos «temor a la opinión pública» o «piel social».  Aquí viene muy bien aquello que decía Catalina de Rusia: «Los filósofos [los juristas, diríamos hoy, añade Gustavo Bueno] escriben sobre el papel que todo lo resiste; los políticos, sobre la piel de los ciudadanos, que es muy irritable.» Pues claro que es irritable. Y más como sigan algún@ de Sus Señorías negándose a que les graben. La cámara que capta a los jueces evita que éstos sean maleducados con las partes, que menosprecien a unos y a otros, que hagan gestos de todo tipo expresando corporalmente que están cansados y que, «señores letrados, vayan terminando, que tengo otras cosas que hacer». No pocos meten presión ya desde el principio y ponen cara de resignación, de aburrimiento y de desprecio cuando ven que es inevitable el intercambio argumental prolongado. Los contribuyentes queremos ver todo eso con estos ojos que han de desaparecer algún día. Queremos vivir para observar los comportamientos de Sus Señorías.

Las cámaras evitan que los jueces se sientan dioses que están por encima del resto de los mortales. Como decía José Luis L. Aranguren: «Yo nunca llamaré “Magnífico” a un Rector, por muy magnífico que sea».

Y quienes pagamos a los jueces hemos de tener presente siempre el artículo 117 de la Constitución: «La justicia emana del pueblo».

El origen de su legitimidad, por lo tanto, somos los ciudadanos. No pueden actuar al margen de nuestros intereses. Por mucho que hayan sacado una oposición y que supuestamente tengan el trabajo asegurado de por vida.

Como servidores públicos deben responder a lo que se espera de ellos: respeto, educación, neutralidad e imparcialidad para todos. Esto es, Justicia para todos.

La grabación de sus señorías en juicio es, por lo tanto, esencial para cumplir esos objetivos y preservar la confianza pública en el sistema.

No hay lugar en nuestra administración de justicia para jueces prepotentes, irrespetuosos y maleducados.  

Los contribuyentes no podemos quedarnos sin el 55%

No me refiero a impuestos, no. Sigo abordando el asunto de las bandas no verbal y verbal. El profesor Alfred Mehrabian estableció, hace más de cuarenta años, en su libro Silent Messages, la regla según la cual, la importancia de la comunicación Verbal era del 7%; el Paralenguaje o Comunicación Vocal contaba un 38%; y el 55% o Comunicación Visual (Lenguaje Corporal) era el factor que más contaba.

Por tanto, y de acuerdo con lo que afirmaba el profesor Mehrabian, no nos podemos quedar sin el 55% de lo que ocurre en un juicio. Y menos mal que contamos con el 38% de la voz grabada.

En esto entran también los jueces.

Y hay que decirlo claro. Los abogados no quieren, no se atreven y no les interesa, porque tienen que volver con ese juez o jueza con otro caso y les pueden coger ojeriza.

Hay muchos jueces que se pasan no uno, ni dos, ni tres kilómetros sino muchísimos kilómetros.  Si accediésemos a las grabaciones, nos proporcionarían muchos momentos de humor. Como afirmaba el Tracatus Coislinianus, siglos ha, los personajes de la Comedia son: los bufones, los irónicos y los impostores.

Atrévanse, letrados, y cuéntennos cosas. Queremos enterarnos.

En alguna ocasión, algún letrado se atreve y lo denuncia. Son los menos, advierto. Pero los hay, como la abogada Dña. Ana Hidalgo, que presentó una queja ante el Consejo General del Poder Judicial, el órgano de gobierno de los jueces, el pasado 30 de marzo.

La queja era contra el magistrado D. José Luis Martín Tapia, que había presidido el juicio por el tribunal del jurado contra sus defendidas, Leila Escofet Mohamed y Fátima Mohamed Laarbi, en la Audiencia Provincial de Melilla durante los días 18, 19 y 20 de febrero de este año.

En la queja, Hidalgo dijo de Martín Tapia que había dirigido el «juicio de manera que se dictara el veredicto de culpabilidad. Así mismo, vulneró el principio de igualdad de armas porque trató desigualmente al ministro fiscal y a la defensa –de la que yo formaba parte-; no interrumpió al primero, preguntara lo que preguntara, y sí lo hizo con nosotros, sobre todo en momentos clave de los interrogatorios».

Para concluir, la letrada dice que «Las pocas veces en que el magistrado preguntó directamente fue solo para recalcar puntos sobre la culpabilidad. De todo ello quedó constancia en las grabaciones videográficas del juicio».

La queja fue archivada. ¿Por qué? Porque en las grabaciones videográficas del juicio no aparecía Su Señoría, el magistrado Martín Tapia. Un solo plano, desde la pared de su espalda. Sólo se escuchaba su voz.

El 7 por ciento del proceso de la comunicación según el doctor Mehrabian. Era imposible que los del Consejo llegaran siquiera a la conclusión de la abogada.

«Todos los intervinientes en un juicio son iguales, pero los algunos intervinientes –los jueces- son más iguales que el resto a la hora de que los graben».

Y esto no puede ser. Ni puede durar un minuto más. Señores del Consejo: Pongan su reloj en hora científica. Están ustedes muy atrasados. Lean los muchos libros que ha escrito Desmond Morris, por ejemplo. Y yendo mucho más allá, lean el libro La expresión de las emociones en el hombre y en los animales, que Charles Darwin publicó en 1872, y se darán cuenta de que ustedes llevan casi siglo y medio de retraso.

El epílogo de la historia de Dña. Ana Hidalgo tuvo un final feliz. El Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, al que apeló la letrada, tumbó la sentencia del tribunal del jurado de Melilla y ordenó repetir el juicio.

¿Se hubiera conducido de otra forma Su Señoría Martín Tapia si hubiera sabido que se le estaba grabando en vídeo y que su conducta podría haber tenido consecuencias disciplinarias? Sí, sin duda alguna.

Hay que instalar cámaras en todos los juicios. Que graben a todos los intervinientes, incluyendo al juez.

Que se sienta el «temor al vídeo» en la sala. «Si se pasa, señor juez, si es un prepotente, un irrespetuoso y un maleducado sepa que eso puede tener consecuencias para usted y para su futuro. En sala, usted es esclavo de sus palabras y de cómo las exprese corporalmente y mediante su voz».

Porque no sólo es que su legitimidad, la legitimidad de su trabajo, emane del pueblo, como dice la Constitución. Es que somos nosotros, el pueblo, los ciudadanos, los que pagamos lo que usted cobra todos los meses.

Y eso sí que es sagrado, ¿verdad?

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