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La suegra, según Max Scheler, Robert Graves y el Papa Francisco

La suegra, según Max Scheler, Robert Graves y el Papa Francisco
El profesor Valbuena aborda el pensamiento que tiene el Papa Francisco sobre las suegras, errado. En la foto, con los citados: Max Scheler, Robert Graves y el Papa Francisco.
16/3/2023 06:49
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Actualizado: 16/3/2023 01:25
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Un joven amigo me ha enviado un breve video en el que sale el Papa Francisco opinando sobre las suegras. Y me pregunta que qué pienso. Le he respondido que hace ya años que perdí interés por escribir sobre este Papa.

Mi amigo ha insistido y no he podido negarme. Vamos, pues.

Max Scheler se eleva con gran estilo cuando se ocupa de la suegra

Scheler escribió El resentimiento en la Moral (Madrid, Caparrós Editores). No voy a ocuparme del resentimiento sino de la figura de la suegra.

«… la *suegra+ y, en primer término, la madre del hijo, en cuyo caso, la diversidad de sexo entre la madre y el hijo querido complica aún más la relación. Soportar  ‑sin tener que reprimir odios y celos‑  que un ser amado desde su nacimiento, un ser para el cual se han tenido todo género de cuidados y cuyo amor se ha poseído plenamente, se vuelva de súbito a otro ser y, por añadidura, femenino, esto es, del propio sexo, se abrace a un ser que todavía no ha hecho nada por el objeto amado y que, sin embargo, se siente con derecho a exigirlo todo; tener que soportar esto y ademas que tenga que alegrarse y congratularse cordialmente por ello y aun abrazar con amor a la recién llegada, he aquí una situación que no hubiera podido ser imaginada másarteramente por el diablo mismo para probar a un héroe. No debe asombrarnos, por tanto, que la suegra aparezca como un ser malvado y pérfido en la poesía, en la leyenda y en la historia de todos los pueblos. Situaciones análogas son la de los segundones respecto al primogénito, la de la mujer vieja respecto al marido joven y otras parecidas» (2011:46).

En muy pocas líneas, Scheler escribe un retrato que puede dar para grandes obras literarias; incluso, ahora, para una serie. Observamos cómo esas pocas líneas recogen las experiencias de muchas mujeres y hombres cuando comentan la separación de sus hijos… y de sus hijas.

Ni mucho menos son malas personas las suegras cuyos hijos e hijas han salido mal parados/as  de su experiencia matrimonial.

Con ayuda de G. K. Chesterton, sí podemos matizar las últimas líneas de Scheler. Cuando se ocupó de Los Macbeth, Chesterton empezaba con esta afirmación: «Al estudiar cualquier tragedia eterna, la primera pregunta que surge es qué parte de la tragedia es eterna».

En el caso de los segundones, Alfred Alder hizo un pilar de su obra la posición de la criatura al nacer. Y dio mucho peso en la Historia a los personajes que habían sido los segundos.

El cambio de la suegra en Robert Graves

Este escritor inglés, que cambió Londres por Mallorca, escribió libros excelentes, como Los mitos griegos, o  Yo Claudio. También, Rey Jesús (Edhasa, 2003). Y en este libro se interesa por la suegra de Pedro.

«Cuando se dijeron las últimas plegarias, Jesús fue a hacer su comida de mediodía a la barca de Pedro y Andrés, que era tam­bién su morada. Encontró allí a la suegra de Pedro, gimiendo miserablemente sobre un montón de velas en un rincón oscuro, junto a la popa. Pedro se disculpó y explicó que la anciana sufría de fiebre, pero Jesús se acercó a ella, tomó su mano y susurró a su oído. Luego la ayudó a ponerse de pie y dijo en alta voz:

– ¡Mujer, tu fiebre ha desaparecido!

Había adivinado de inmediato la verdad. La esposa de Pedro, preocupada porque Pedro y Andrés no habían pescado esa semana, había comenzado a pensar: )qué sería de todos si no volvían pronto a su tarea? No se había atrevido a reprochar a Pedro, conociendo su temperamento violento y sabiendo que se había entregado de todo corazón a su nuevo maestro; y su madre había asumido sus temores. Jesús comprendió que no sólo estaba enojada con Pedro, sino con él mismo por ser la causa del ocio de Pedro, y también con su propia hija, que había complacido a Pedro preparando una espléndida comida para la ocasión. Había decidido entonces echar a perder la comida simulando alta fiebre. Las palabras que susurró Jesús fueron:

– Madre, si deseas la salvación, perdona a tu hijo, honra a tu huésped, y no ocasiones la vergüenza de tu hija.

Pedro y Andrés se sorprendieron ante el aparente milagro, y la anciana, que comió y bebió de buena gana, no los desengañó. Su hostilidad hacia Jesús se disipó cuando vio que él la trataba con mayor amabilidad y respeto que su propio yerno» (2003: 302).

Nos encontramos aquí con que:

a) Graves se interesa por la suegra de un hombre, no por la de una mujer. Con lo cual, introduce un cambio respecto de Scheler;

b) a diferencia de éste, que eleva muy bien el asunto, Graves se limita a ofrecer un retrato psicologista;

c) el gran mérito de Graves es conseguir la ironía dramática, es decir, cuando el autor nos deja, a quienes estamos leyendo, que nos enteremos de las cosas sin que los personajes secundarios las capten. Los hermanos, Pedro y Andrés, no se dan cuenta de lo que está ocurriendo; nosotros, sí.

d) Y muy importante, Jesús logra que la suegra de Pedro no hable.

El Papa Francisco y las suegras

«La suegra es un personaje mítico. Se la asocia con la maldad; no es que la asociemos con el diablo, pero cuanto más lejos, mejor, se dice. Pero te ha dado la maternidad de tu cónyuge. Te ha dado todo. Al menos, hacedlas felices; que sigan adelante en su vejez con felicidad. Si tienen algún defecto, que se corrijan. También a ustedes, suegras, les digo: “Tengan cuidado con la lengua, porque la lengua es uno de los pecados más feos de las suegras. Estén atentas».

El Papa, o sus asesores, han logrado tomar lo único desfavorable de Scheler, nada de lo positivo de Graves y añaden lo que podríamos denominar “una manera diabética de hablar”.

Dice que la suegra es un personaje mítico. Es posible afirmar también que no lo es, si seguimos el parecer de Chesterton. El Papa evita los dos grandes aciertos de Graves: Que aparezca la suegra de un hombre, de Pedro, y que ésta no pronuncie aquellas palabras que desea soltar.

Finalmente, un estilo de este Papa es comportarse como muchos diabéticos cuando sopesan los alimentos que van a tomar. Él puede empezar con una oración concesiva, pero la oración principal expresa lo contrario: “Aunque las suegras dan la maternidad a vuestros cónyuges, hay que reconocer que tienen el feo defecto de ser lenguaraces”.

O pueden empezar con una oración principal afirmativa y terminar con una adversativa: “Sí, vosotras traéis a este mundo a los varones y merecéis respeto y cariño, pero, por favor, no habléis más de la cuenta».

Así no hablan los Papas que saben comunicar. ¿Con qué se queda el oyente? ¿Con lo positivo o con lo negativo? O se alaba o se critica; hay un tiempo para cada cosa. No es conveniente hacerlo a la vez.

El Papa también se comporta como aquel personaje de Clarín que se acercaba a la mesa en que dos jugadores estaban disputando una partida de ajedrez, miraba brevemente el tablero y, después de apoyar las manos en los hombros de los jugadores, decía: “¿Qué? Ganando, ¿eh?”.

Termino esta columna reconociendo todo lo que ha hecho el sacerdote José María Méndez escribiendo sobre la Axiología o Teoría de los Valores. ¡Hay que ver lo que ha escrito sobre Nicolai Hartmann y sobre Max Scheler!

Y deseo que siga recorriendo con un vigor creativo tan impresionante sus noventa años avanzados. Lo demuestra en cada artículo semanal, en los Cursos que organiza y en los libros que sigue escribiendo.

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