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Igualdad, género y sexo

Igualdad, género y sexo
Susana Gisbert Grifo
28/8/2015 10:00
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Actualizado: 11/10/2018 17:33
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No voy a insistir en eso de que ha sido un verano negro para la violencia de género.

Sobra, por obvio.

Pero como la memoria es flaca, y más en estos tiempos en que lo que no es instantáneo ya es pasado, les invito a un pequeño paseo. Entren en las redes y busquen ese mismo término, el de una verano negro para la violencia de género.

Si bucean un poco, verán que esto no es nuevo, ni mucho menos un fenómeno, ya que fenómeno es algo extraordinario o inusitado y esto no lo es.

Seguro que encuentran exactamente el mismo término para referirse a lo que sucedió el verano pasado, al triste balance de esta realidad cotidiana que es la violencia de género. Algo que conviene recordar.

Pero permítanme que continúe guiándoles por este paseo imaginario. Y busquen el resultado de encuestas sobre el tema hechas el pasado invierno, o la pasada primavera.

Comprobarán que en los sondeos del CIS la violencia de género no figuraba, ni con mucho, entre las principales preocupaciones de los españoles.

Y, si siguen curioseando, podrán ver también que los adolescentes de hoy en día no distinguen el maltrato ni aunque lo tengan delante de las narices, y que muchos jóvenes ven normal el control de la pareja en la vía real o en la virtual.

Y convendrán conmigo que esto es para hacérselo mirar. Y que hay un importante punto de hipocresía en esas expresiones altisonantes que hablan del tema como una prioridad.

¿O no?

Pero, por si les ha quedado alguna duda, permítanme que insista, como dice el anuncio de la tele. Y no abandonen aún el navegador ni sus teclados.

Tecleen sobre el tema, y echen un vistazo a las referencias de noticias que al mismo se hicieron durante la temporada invernal.

Verán que muchas, muchísimas de las referencias, y de los ríos de tinta vertidos, se han debido más a la notoriedad del presunto sujeto activo que a la importancia del tema y sus posibles soluciones.

De un lado, un futbolista y un grupo de hinchas con consignas vergonzosas, que vapuleaban a la víctima y exaltaban al presunto maltratador ante miles de espectadores.

De otro, la posible implicación de un ex ministro, que finalmente parece haber acabado en un archivo de las actuaciones.

Y pensemos: ¿generó algo de ello una reflexión profunda sobre el problema?

La respuesta es obvia, y obviamente desazonadora, además. La cosa fue por otros derroteros. Y, en un caso, se siguió hablando de fútbol, clubes y aficiones, sin que siquiera la apología de la violencia machista a voz en grito y ante miles de personas tuviera ni la mitad de repercusión que las supuestas exaltaciones de otro tipo de violencia hechas en twitter hace unos cuantos años por un recién elegido concejal, por poner un ejemplo.

Esto último pareció imperdonable a un amplio sector de opinión, y produjo inmediatas consecuencias, aun con las declaraciones expresas de una ofendida que manifestó no estarlo.

Lo otro, mucho más grave a mi juicio, acabó quedando en una mera anécdota.

Pero las reacciones suscitadas en el otro caso a que he hecho referencia todavía dan más que pensar. Manifestaciones inaceptables que poco menos que se alegraban de que el ex ministro en cuestión tomara de su propia medicina, y munición para los detractores de la ley integral.

Cosas que no hace falta repetir, por ser de todos bien conocidas. Y de nuevo, el mito de las denuncias falsas sacado a pasear como un arma arrojadiza a pesar de las evidencias estadísticas.

Pero eso es otro tema que daría para un monográfico por si solo.

La cuestión es que no vale de nada rasgarse hoy las vestiduras. Que, cuando no hay un cadáver caliente encima de la mesa, y en circunstancias que despierten el morbo, esas conciencias de que tantos presumen parecen dormidas. Y, por supuesto, si en vez de un cadáver son varios, la respuesta se multiplica.

Pero no nos engañemos. El tema no ha sido una prioridad. Si así hubiera sido, no se hubiera recortado como se ha hecho el gasto en la materia.

No hubieran desaparecido más de la mitad de las oficinas de atención a las víctimas ni hubieran reducido su horario, no se hubiera paralizado la creación de juzgados especializados, no se hubiera pasado la tijera por los medios de las fuerzas y cuerpos de seguridad –que ellos mismos han denunciado- y, desde luego, no se hubiera olvidado que la ley integral es algo más que juzgados y penas.

Porque no hay que perder de vista que la justicia actúa cuando ha fracasado todo lo demás. Y ese fracaso parece importar poco.

La violencia de género nace, como todos sabemos -o debiéramos saber- de la desigualdad entre hombres y mujeres.

Algo que está arraigado en las raíces de nuestra sociedad, por más que las leyes digan lo contrario. Y que es necesario extirpar para que no crezca y dé sus frutos.

Y no hay otro modo de llegar a ello que a través de la educación, a la que se refiere expresamente la ley. Pero esa parte parece que se entiende como una mera declaración de intenciones. Y así nos va.

Como nos irá también si no se presta atención a esas partes de la ley que hacen referencia a los medios de comunicación, a la publicidad, parte del alimento del que se nutren los cerebros hoy en día.

Y de eso no leo nada.

Por mas que la encuesta entre jóvenes a que aludía al principio arrojara datos espeluznantes.

Así que dejemos los brindis al sol. Que el problema no se soluciona ampliando el concepto de género, revisando protocolos o haciendo declaraciones institucionales rimbombantes.

Eso ayuda, no lo niego. Pero lo que realmente ayuda es dotar de medios a quienes pueden hacer efectiva esta esta lucha.

Y, por supuesto, revisemos el punto donde se pone el acento, y retotraigamos la atención al origen del problema en vez de centrarnos en castigar sus consecuencias. Porque mientras mujeres y hombres no seamos de verdad iguales, mientras no lo crean así nuestros jóvenes, esto seguirá.

Y llegará otro verano negro, y volveremos a rasgarnos las vestiduras y a hacer declaraciones de condena y revisar protocolos.

Y otra vez y otra.

Y, ya puestos, permítanme que terminemos el paseo por la red con una reflexión.

La que debemos hacer muy seriamente. La culpa no es de otros. Es nuestra, de todos. Porque quizás si el tema hubiera preocupado a la sociedad más de lo que desvelaban las encuestas, quienes tienen la potestad de tomar medidas lo hubieran hecho. Quizás no se lo hemos pedido ni hemos gritado bastante fuerte. Y eso sí nos atañe.

Aun estamos a tiempo. Si no de salvar alas víctimas del pasado, sí de evitar las víctimas del futuro. Porque el problema es de todos, aunque a veces parezca que solo sea cosa de mujeres, y tal vez ahí radica parte del problema.

La pertenencia a uno u otro sexo no nos hace mejores ni peores ciudadanos. Por más que muchos vean guerras de sexos donde no hay otra cosa que búsqueda de una igualdad que aún no existe.

Ojala cuando termine el verano próximo no tenga que escribir lo mismo.

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