La Declaración Universal de los Derechos Humanos, algo que Turquía desconoce
Tras la II Guerra Mundial, por primera vez, la Humanidad se topó de frente con su lado más oscuro y decidió tomar cartas en el asunto. En este contexto surgió la Declaración Universal de los Derechos Humanos, nacida en diciembre de 1948, convirtiéndose en un soplo de esperanza para un mundo saturado de terror y barbarie. Algo que estos días, Turquía ha vuelto a olvidar.
El citado texto, reconocía a nivel internacional, que todos los seres humanos poseían unos derechos y libertades fundamentales por el solo hecho de haber nacido, sin importar su edad, posición social, preferencia política, creencia religiosa, origen familiar, posición económica o cualquier otra condición.
Derechos, que basándose en el Declaración Universal de los Derechos Humanos, también reconoce nuestra Constitución o la Convención Europea de Derechos Humanos, entre otras.Una convención que el gobierno de Ankara ha decidido suspender temporalmente. Y es que es muy difícil amar las purgar sistemáticas cuando se han suscrito acuerdos internacionales que impiden esas prácticas contrarias a los Derecho Humanos.
A pesar de que la Declaración estipulaba claramente que su contenido era aplicable a todas las personas sin distinción, en pleno siglo XXI los derechos humanos continúan siendo violados en muchos países, mientras la sociedad y los gobiernos lo toleran y legitiman en todo el mundo.
Así, años después, muchos países guardan aún hoy en el cajón de las utopías los derechos humanos reconocidos en la citada Declaración….Y, desde luego Turquía es un claro ejemplo de ello. Y es que, por mucho que nos pese, la Humanidad todavía no ha aprendido a quererse a sí misma y, lo que es peor, no ha conseguido respetar los derechos de los demás.
En estos cerca de 70 años, la Declaración Universal de Derechos Humanos, se ha publicado en más de 360 idiomas, y ha inspirado las constituciones países y Estados, convirtiéndose en un punto de referencia que nos permite, o nos debería permitir, distinguir entre el bien y el mal. Pero, a pesar de sus buenos propósitos, no debemos confiarnos y hay que seguir luchando porque esos derechos sean una auténtica realidad en todo el mundo.
No conviene olvidar que en estos últimos años también han proliferado los conflictos armados y han cobrado fuerza otras formas de violencia, como el terrorismo o las mafias del crimen. Y que al amparo de muchos conflictos armados se esconde un suculento negocio. Sirvan como ejemplo, los millones de minas diseminadas por todo el mundo que cada año matan o mutilan a miles de civiles, principalmente niños. Los fanatismos, de cualquier signo que matan a las personas por tener creencias distintas y lo justifican mediante esas ideas. O las guerras que se originan por intereses económicos o petrolíferos, donde ningún bando respeta aquellos derechos fundamentales, que se supone todos tenemos.
Y como hemos visto, recientemente en Turquía, tras el fallido intento de golpe de Estado del pasado 15 de julio donde el Gobierno de Ankara, presidido por Recep Tayyip Erdogan, ha puesto en marcha una purga en las instituciones nacionales, especialmente en los sectores judicial, mediático y universitario.
Se calcula que cerca de 11.000 personas han sido detenidas, cifras difíciles de contrastar con fuentes independientes. Además, a todas ellas se les ha denegado la asistencia de un abogado defensor.
Además, Turquía también se encuentra bajo la lupa de Naciones Unidas y de muchas ONGs tras el acuerdo suscrito con la Unión Europea en materia de refugiados. Y no somos pocos los que nos preguntamos cómo va a valer los por por derechos de los refugiados un país, donde estos derechos no se respetan ni entre sus propios conciudadanos.
El respeto de los derechos fundamentales es un principio básico de cualquier sociedad civilizada, que todos debemos respetar y exigir. Sin embargo, a veces, demasiadas veces, a los dirigentes se les olvida.
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