¿Por qué Álvaro de Luna, favorito del padre de Isabel la Católica, fue condenado a muerte en un juicio sumarísimo?
Colecta para sepultar el cadáver de don Álvaro de Luna, de José María Rodríguez de Losada. 1866. (Palacio del Senado de España, Madrid).

¿Por qué Álvaro de Luna, favorito del padre de Isabel la Católica, fue condenado a muerte en un juicio sumarísimo?

Los expertos suelen debatir mucho sobre si el cine de juicios forma un género en sí mismo o es un subgénero. La discusión quizá habría que plantearla en otros términos, como si gusta a la gente, si tiene éxito, gancho, arrastre.

La respuesta siempre es la misma, un sí rotundo. Todavía no se ha encontrado nada más atractivo para el gran público que una historia que termina en juicio y una sentencia final.

Conocemos las películas que se han realizado, pero todavía quedan muchas historias por hacer. Una de ellas, sin duda es la de Álvaro de Luna.

No, no se trata del famoso actor que se hizo famoso por su interpretación del Algarrobo en la serie Curro Jiménez, que protagonizó Sancho Gracia.

Nuestro Alvaro de Luna fue un noble castellano que vivió en el siglo XIV y que sufrió un juicio sumarísimo.

Álvaro de Luna poseía una inteligencia especial.

En 1410 comenzó su andadura en la corte de Castilla como paje, donde fue introducido por su tío, Pedro de Luna, arzobispo de Toledo.

Pronto, siendo un mero sirviente, se aseguró una gran ascendencia sobre el rey, Juan II –padre de Isabel la Católica-, que entonces era un niño.

Para decir verdad, Álvaro de Luna poseía un encanto natural. Era, además, un buen poeta, un elegante prosista y un buen lancero.

Con el paso del tiempo se convirtió en el hombre del rey, su amigo y su confidente.

El favorito, en una palabra.

SE ENFRENTÓ A LA PODEROSA ARISTOCRACIA

Su única lealtad era para su monarca, Juan II. Por defender sus intereses se enfrentó a la aristocracia más poderosa, capitaneada por los infantes de Aragón, primos carnales del monarca, y la nobleza castellana, cuya intención era la de convertirlo en una marioneta que sirviera a sus intereses.

Álvaro de Luna forjó una alianza con la pequeña nobleza, las ciudades, el bajo clero y los judíos, que se opusieron a los más poderosos. Aquello dio pie a una serie de miniguerras civiles, entre ambas facciones, que finalmente ganó Álvaro de Luna, el cual se convirtió, en 1423, en Gran Maestre de la Orden de Santiago.

Su poder entonces parecía incontestable.

La fuerza más poderosa no hubiera podido tumbar a Álvaro de Luna.

Lo que acabó con él, paradójicamente, fue la astucia y la influencia de una mujer, la reina Isabel de Portugal, segunda esposa del rey y madre de Isabel la Católica.

La reina convenció a Juan II de que Álvaro de Luna era un peligro para el reino y un traidor.

Fue la táctica de la «gota malaya». 

A fuerza de machacar, de repetir mil veces la mentira de que Álvaro de Luna era malo y un traidor (un claro antecedente de la estrategia empleada por el ministro de propaganda de Adolf Hitler, Joseph Goebbles, que acuñó la frase de que ‘una mentira que se repite mil veces se convierte en verdad’).

En 1453, finalmente el rey sucumbió a la presión continua y constante de su esposa.

Ordenó la detención de su favorito y su procesamiento.

Álvaro de Luna fue acusado de lo que hoy como denominaríamos tráfico de influencias y enriquecimiento ilícito.

La historia dice que el juicio fue una parodia.

La sentencia estaba cantada.

Álvaro de Luna fue condenado a muerte y ejecutado en Valladolid el 2 de junio de 1453.

El rey, viendo muerto a su amigo, presa de remordimientos, lloró sin consuelo durante varios días, después enfermó y apenas un año después murió en el mismo lugar.

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