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Kofi Annan versus COVID-19

Kofi Annan versus COVID-19
Carlos Perelló es economista, licenciado en derecho, especialista en concursal y socio fundador de de Perello&Biosca&Cabrera S.L.P. (administraciones concursales y reestructuraciones).
29/3/2020 06:30
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Actualizado: 28/3/2020 23:29
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Hace unos años tuve la oportunidad de traer a España a Kofi Annan (presidente de la ONU, 1997-2006 y Premio Nobel de la Paz, 2001) y pasar toda una mañana con él y con las personas que quisieron venir a escuchar su charla.

En ese discurso nos invitó a pasearnos con él repasando los problemas más importantes del Mundo y muchos  tuvimos, por momentos, dificultad en seguirle porque cuando nos comentaba que se reunía con Vladimir, George, Alan y Tony, no nos podíamos imaginar que realmente se refería al presidente ruso Putin, al presidente estadounidense Bush, al presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos Greenspan y al primer ministro británico Blair.

Al final de la presentación permitió cualquier tipo de pregunta, ejemplo a seguir, y tuve la suerte de que me viniera a la cabeza la siguiente pregunta que fue la que dio término a su presentación: ”Si tuviera el poder de hacer realidad un sueño que hiciera el mundo mejor, ¿cuál sería ese deseo?”.

Me acuerdo que estuvo unos 30 segundos en silencio, que para los que saben de esto, se hacen eternos enfrente de tantas personas y que hacen dudar a uno si el ponente se ha quedado mudo, o si está buscando cómo salir del paso sin responder o si está dudando entre diferentes alternativas o si realmente quiere dar solemnidad a la pregunta y a la respuesta.

La duda que generó se eclipsó una vez se escuchó la respuesta y en esta ocasión, como no podía ser de otra manera, ni dudaba, ni se escondía, ni se había quedado mudo, simplemente estaba eligiendo las palabras con sumo cuidado para que quedara claro lo que iba a decir.

Y dijo: “La diferencia de clases es la raíz de todos los problemas que tenemos en nuestro mundo, elimínala y estos problemas desaparecen”.  

El ruido de las manos golpeándose una contra la otra está más cerca de la realidad de lo que pasó a continuación más que llamarlo aplauso.

La eliminación de la diferencia de clases es lo que está haciendo el COVID-19 y es en lo que se apoya la sociedad para apostar que la solución está más cerca que lejos.

No es lo mismo una enfermedad en la esquina del cuerno de África, por muy virulenta que sea, a una enfermedad que le toca a cualquiera, aunque no haya salido del salón de su mansión.

El problema es cuando esa diferencia de clases se vuelve a materializar justamente por aquellos que se les supone defienden esta igualdad.

Claro que si la igualdad que defienden es la de ser todos igual de pobres, para eso no hace falta estudiar sino simplemente ser un pequeño Maduro.

BUENA IGUALDAD DE CLASES 

La buena igualdad de clases es la que motiva y da oportunidades al que quiere superarse y esforzarse para ser como los de arriba y una vez que haya llegado coger al siguiente para conseguir lo mismo y así uno tras otro sin descanso.

Y entre todos ayudar a los que, por un motivo u otro, no puedan llegar pero que realmente sabemos son una pequeña parte de la población.

Así se consigue una sociedad próspera, solidaria, igualitaria y ejemplar.

Dicho esto, hay momentos donde esta igualdad de clases puede no ser la mejor alternativa, como por ejemplo hoy en día.

La sociedad española entiende que la prioridad es ayudar a nuestro personal sanitario, Policía de toda condición, a la Guardia Civil, a los Militares, los trabajadores de alimentación, transporte y similares que hacen que podamos estar 40 días y 40 noches confinados sin que esto estalle.

Máscaras, tests, guantes, cubrezapatos, respiradores, todo debe ir a estos héroes antes que a cualquiera de nosotros (no tengo dudas que cualquiera de ellos cedería estos materiales a un niño infectado sin que se lo pidiera nadie).

Esta “desigualdad”, sabemos, salva vidas y es totalmente aceptable y lo que debemos hacer el resto de los ciudadanos es ayudarles.

En esa lista no entran nuestros políticos ni sus familiares porque el resto de los españoles estamos exactamente igual.

Todos tenemos amigos con la misma edad que nuestros políticos que han pasado el coronavirus en 14 días en sus casas con paracetamol, sin llamar o molestar a nadie.

Y si la situación se torna grave, se les ayudará como a cualquier español y con los mismos medios y prioridades.

Acepto que al presidente del Gobierno, al que ya le tocará responder por todo esto, se le pueda proteger más por el hecho de tener la representación del país ante instancias superiores internacionales o al Rey como capitán general de todos los Ejércitos pero a los vicepresidentes, sus familiares, saltándose la cuarentena como si hubiesen sido tocados por no sé qué poder, como si fueran imprescindibles al devenir de este país son perfectamente sustituibles y a veces sería hasta lo deseable.

Hoy en día el conductor de ese camión, el vendedor del supermercado, los «riders» a domicilio son los que mantienen al país unido sin grandes sobresaltos.

Si ni ellos mismos se dan cuenta de esto tan básico, cómo se van a dar cuenta de los problemas reales con los que nos vamos a enfrentar cuando esto pase.

Y todavía nos quedará escucharles horas y horas que demos las gracias que estaban ellos porque si no esto hubiese sido mucho peor.

Ésta es la única diferencia de clases que debemos aceptar, se le olvidó decir al señor Annan, la que salva vidas.

Y alguien me podrá preguntar, y cómo terminó lo del señor Annan, pues haciendo una sobremesa española con él y preguntándole  “would you like  coffee, Mr Kofi?”.

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