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España está de luto

España está de luto
Ricardo Rodríguez, el autor de esta columna, es magistrado, consultor internacional, doctor en derecho y académico correspondiente de la Academia de Jurisprudencia y Legislación.
24/4/2020 06:30
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Actualizado: 24/4/2020 01:18
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¡Qué horror! 22.157 fallecidos por el coronavirus en España. Son cifras oficiales por cuanto -todos lo sabemos- son muchos miles más, quizás o cercano al doble por cuanto solo se computan los fallecidos que han sido previamente diagnosticados y no los fallecidos en sus domicilios y en residencias sin habérseles practicado el test de diagnóstico. Y no se hacen autopsias.

Más de 14.000 fallecidos en residencias de la Tercera Edad.

Solos, sin personal médico adecuado y sin medios para aliviar su último tránsito.

En una entrevista realizada hace unos días el director general de la entidad médica Sanitas, Iñaki Ereño, decía que “las residencias están para cuidar, no para sanar”.

¡Qué razón tiene!

Esto no es óbice que se depuren responsabilidades en los centros de mayores donde hubo (¿todavía hay?) graves negligencias -por decirlo de una forma suave- y, de hecho, sólo en Madrid hay catorce residencias intervenidas por el fallecimiento de la escandalosa cifra de 603 usuarios.

¿Cuántas más en el resto de Comunidades Autónomas?

Solo un dato: la Fiscalía General del estado, a través del fiscal delegado para la protección y defensa de los derechos de las personas mayores y la red de Fiscalías Provinciales, ha abierto 121 diligencias civiles y 86 penales en relación al amparo de los derechos individuales y colectivos de nuestros mayores, “personas en riesgo de vulnerabilidad”

Ancianos (permítanme la expresión, aunque lo correcto ahora es “tercera edad”, pero me gusta más esa palabra clásica y expresa mejor mis sentimientos) que han fallecido en la más absoluta soledad, sin atención médica adecuada y, en muchos casos, sin siquiera cuidados paliativos.

Han fallecido ahogándose.

Pero, ¿cómo puede ser esto? ¿No estamos en un país del primer mundo? ¿No postula nuestra Constitución que España se constituye en un estado social (artículo 1) y reconoce que todos tienen derecho a la vida (artículo 15) y el derecho a la protección de la salud (artículo 43)?

Es inexplicable.

Cierto es que se trata de una pandemia, que ha cogido a todos los países –a unos más que a otros- desprevenidos; que el sistema sanitario se colapsó, digan lo que digan los políticos.

Se hizo, en suma, medicina de guerra, una criba: no había medios para todos, no había respiradores y, en tal situación, era preferible salvar la vida de un joven a la de quien, prácticamente, ya la había vivido.

Estos ancianos fallecidos, que vivieron muchos, siendo niños, la horrible Guerra Civil, que la mayoría pasaron hambre en la posguerra, y todos fueron los que, desde la segunda mitad del siglo pasado, levantaron España con su esfuerzo.

Horas y horas de duro trabajo, sin apenas derechos, por sueldos infames, con “polvo, sudor y hierro” como se recoge en el poema «Castilla» de uno de nuestros mejores poetas del siglo XX, Manuel Machado.

Y lo consiguieron: de ser casi un país tercermundista (“Europa acaba en los Pirineos” decían los franceses, los alemanes e, incluso, nosotros mismos, cuando éramos niños) a ser hoy una de las quince potencias mundiales en términos económicos.

Aunque mucho, pero mucho, nos ha ayudado Europa con nuestro ingreso en la Unión Europe en 1986 (más de 160.000 millones de euros).

De ser receptor del dinero comunitario –en fondos estructurales y de cohesión- hemos pasado a ser contribuyentes netos.

Y sólo han pasado poco más de tres décadas.

MUERTOS EN SOLEDAD

Y este esfuerzo, este gran esfuerzo lo hizo esa generación que se está muriendo por miles por esta maldita pandemia.

Solos, sin el contacto y el cariño de los suyos. Sin abrazar a sus hijos, sin besar a sus nietos.

Pero es que, además, han muerto otros muchos miles de ciudadanos, de vecinos, de familiares.

Muchos han sufrido el fallecimiento de un familiar, todos conocemos por lo menos a una persona que ha fallecido cuando no varias.

La mayoría en hospitales, en la UCI. También solos, sin ver a sus seres queridos, sin notar su contacto físico, sin esa caricia, sin ese beso.

Pero hay más. El dolor se extiende también a sus padres, a sus cónyuges, a sus hijos, a sus nietos, a sus familiares, a sus amigos.

A quienes les quisieron y les amaron.

Y éstos no han podido, siquiera, despedirse de ellos, de estar con ellos en sus últimos momentos.

Muertos en los fríos hospitales, generalmente en la UCI. Sin poder hacerles unas exequias dignas de tal nombre.

Sin poder rezar por ellos, en cuerpo presente, los católicos, los ortodoxos, los judíos, los musulmanes, los budistas, sin un momento de recogimiento los agnósticos.

Sin poder darles el último adiós.

Sin poder estar la familia y amigos unidos, juntos, en tal triste trance.

Simplemente la entrega, varios días después del óbito, de una urna con sus cenizas, acompañándolos solo dos familiares a la inhumación, y sin contacto físico entre ellos.

MÁS MUERTOS EN UN SOLO DÍA QUE EN LOS  50 AÑOS DE TERRORISMO DE ETA 

¿Puede haber algo peor?

Sí. La de aquellos que, perdidos en la maraña administrativa derivada del caos producido por el ingente número de fallecidos diarios (hemos llegado casi a mil muertos ¡en un solo día! -950 el 2 de abril-, más de los que mató ETA a lo largo de su terrorífica y aciaga historia de más de cincuenta años) aún no han localizado las cenizas de sus seres queridos. Espero y deseo que lo consigan pronto.

La Administración, todas las administraciones, deben volcarse en ello.

Es una obligación prioritaria

Todos los días, a las ocho de la tarde, salimos a aplaudir a nuestros sanitarios –especialmente-, pero también a policías, bomberos, militares y otros muchos trabajadores que nos prestan servicios esenciales y sin los cuales no podríamos resistir al confinamiento decretado para intentar controlar esta grave pandemia que nos asola. Sin duda alguna se lo merecen.

Y mucho más.

En las televisiones, sea en los informativos o en los programas especiales sobre el coronavirus, no paramos de ver aplausos por los ingresados en hospitales que son dados de alta.

Qué alegría, y qué suerte han tenido, visto lo visto. España –justo es reconocerlo- es el país del mundo que más altas tiene por número de contagiados.

A esta fecha, casi noventa mil.

Sin duda alguna –que nadie lo discuta- por la magnífica labor de médicos y personal sanitario que, con grave riesgo para sus vidas (España es, también y por desgracia, el país del mundo donde más personal sanitario ha resultado contagiado, más de treinta mil, y varias decenas de fallecidos), con escasez de medios (asistenciales  para los contagiados –a nadie se le pueden borrar esas horribles imágenes de enfermos por los pasillos, en sillas, tumbados en colchonetas o, simplemente, tirados en el suelo de los grandes hospitales- y de protección para los propios médicos y personal sanitario –mascarillas artesanales, protectores de cara caseros, buzos hechos con bolsas de basura, etc.- que, al día de hoy, parecen más o menos superadas) hacen lo indecible para curar a los contagiados.

Pero, ¿no debemos, también, honrar a estos miles y miles de muertos –y los que por desgracia todavía faltan-?, ¿no merecen un homenaje?, ¿no creen que, respetando su memoria, todas las Instituciones del Estado deberían ondear las banderas, la bandera de España a media asta?, ¿no merecen, al menos, un minuto de silencio antes de empezar cualquier acto institucional?

Es el último y postrero homenaje que se merecen.

Son dignos de ello y se lo debemos.

Y, por supuesto, cuando esta pandemia pase –que pasará, no sabemos cuándo, pero pasará, no lo duden-, se deberá realizar un acto fúnebre institucional y decretar varios días de luto nacional, como ya se hizo en otros terribles sucesos, pero con menos, muchas menos víctimas.

España está de luto.

Honremos y homenajeemos a nuestros fallecidos por esta terrorífica pandemia.

Es lo mínimo que podemos hacer por ellos. Descansen en paz.

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