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Gimeno Sendra: Una pérdida irreparable para el Derecho

Gimeno Sendra: Una pérdida irreparable para el Derecho
Vicente Magro, magistrado de la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo, recuerda en su columna quién fue su maestro, su director de tesis y su amigo, y lamenta su pérdida, una pérdida irreparable para el mundo del Derecho. Fotos: Carlos Berbell/Confilegal.
22/11/2020 19:21
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Actualizado: 22/11/2020 19:24
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Hay pérdidas que son irreparables. Y la muerte de Vicente Gimeno Sendra lo es. El mundo del derecho está de luto como nunca lo estado con el fallecimiento del maestro, del que fui discípulo suyo allá por el año 1982 en una incipiente Universidad de Alicante en la que Vicente, con aquellos 31 años que tenía, daba sus clases como si fuera ya todo un veterano.

Ahora recuerdo que a los alumnos de hace ya 38 años nos parecía una eminencia, porque tenía una facilidad extraordinaria para hacer una cosa que solo saben hacer los privilegiados, como es “transmitir los conocimientos”.

Tenía una mente privilegiada. Y eso de transmitir lo sabía hacer a la perfección Vicente Gimeno, y lo ha ido perfeccionando a lo largo del tiempo.

Pero se nos ha ido demasiado pronto por una injusta enfermedad. Porque Vicente se acababa de jubilar y ya iba a “ejercer el derecho” desde la tranquilidad que te da el tiempo del que dispones en la jubilación.

Sin prisas, sin exigencias horarias, pero él iba a seguir conectado con este apasionante mundo del derecho del que era un enamorado.

Fue quien me trasladó la necesidad de contar con una Administración de justicia equilibrada y con quien hablé por primera vez en la cafetería de la Universidad sobre qué opinaba acerca de que preparara judicatura.

Era cercano a los alumnos y ha dejado una tremenda línea de seguidores como si se tratara de un cantante de rock.

Vicente supo desde muy pronto que existía en la sociedad una tremenda necesidad de hacer aportaciones constantes en los organigramas de la justicia para estar en unos parámetros de mejora continua, al ser uno de los servicios públicos que se exigen que funcione nuestro Estado de derecho a la perfección.

Y lo plasmó en sus comentarios y en sus enseñanzas, así como a los responsables públicos.

Fuera quien fuera el que estaba en el poder.

Escuchar a Vicente Gimeno era una clase constante de derecho. No solamente las que nos impartió en la Universidad desde hace ya 40 años, sino en cada una de sus monografías, sus artículos doctrinales y sus excelsas lecciones que impartía en las conferencias, que, como él decía, predicaba por todas las provincias de nuestro país.

NO ENSEÑABA, PREDICABA

Porque cuando Vicente Gimeno salía a dar una conferencia solía acostumbrar a decir que lo que hacía era «predicar». Esa era la expresión que solía decir: «Me voy a predicar a…».

 Y esa era una auténtica expresión y verdad de lo que estaba haciendo, porque él predicaba lo que era la verdad absoluta dentro del mundo del derecho.

Lo que decía lo hacía con una seguridad aplastante que era difícil de rebatir y cambiar el argumento. Impartió su doctrina en la Universidad, así como la justicia en su paso por el Tribunal Constitucional del que quedan sus magníficas sentencias, así como en la doctrina sus tratados de derecho y colecciones como su Proceso civil práctico en el que muchos de sus amigos colaboramos.

Me dirigió mi tesis doctoral sobre la violencia de género y fue una de las personas que me han transmitido una ascendencia tal que hacía que cualquier comentario suyo, o recomendación, fuera absolutamente indiscutible y que no merecía contradicción alguna.

Si Vicente Gimeno opinaba de una manera, esa era la verdad y la respuesta al modo de una sentencia firme que no admitía ningún  tipo de recurso, ni modificación alguna, ante la contundencia de su afirmación.

Y ello lo hacía con esa típica sonrisa suya que evidenciaba también serenidad, tranquilidad y certeza en que esa era la conclusión, por una convicción absoluta tras haber debatido sobre el tema jurídico concreto.

Al igual que con la muerte de Córdoba Roda, el mundo del derecho está de luto y se queda huérfano de uno de las mejores juristas que ha dado este país.

Y en este caso se pone en práctica la verdad de que existen personas insustituibles y en cuyo caso es imposible rellenar ese hueco que dejan. Ahí queda su obra para siempre y un legado que nunca olvidaremos.

Vicente ayúdanos a seguir ese legado que construiste y dejaste desde allí arriba, porque seguro que nos examinarás a todos como no lo hagamos.

Gracias por tus aportaciones al derecho.

Nunca te olvidaremos.

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