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¿Por qué no multar a todo político en activo que se pruebe fehacientemente que ha mentido?

¿Por qué no multar a todo político en activo que se pruebe fehacientemente que ha mentido?
El columnista, Francisco Segrelles, propone que se apruebe una ley para sancionar a los políticos sobre los que se pruebe de forma fehaciente que han mentido en el ejercicio de sus cargos.
04/1/2021 06:47
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Actualizado: 02/6/2021 11:24
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Al mentiroso no le pasa nada.  Es rentable mentir porque la mentira queda impune. Son muchos y muy graves los problemas con los que estamos viviendo los españoles.

Sin embargo hay gran cantidad de esos problemas que desaparecerían sin tener que modificar la Constitución, sin necesidad de grandes leyes y sin tener que cambiar las que rigen a las principales instituciones del Estado.

Esta propuesta es de lo más sencilla y creo que le parecerá bien a un gran número de ciudadanos, sobre todo entre la gente honrada.

Se podría resumir así: aprobar una sola ley que sancionase administrativamente a todo político en activo de quien se pruebe fehacientemente que ha mentido hablando como tal político, no privadamente, dentro o fuera del recinto donde ejerce especialmente sus funciones, el Congreso, la Asamblea, etc.

He dicho que la sanción fuese administrativa porque no sería necesario que la pena fuera de cárcel o de mucha cantidad de dinero.

Bastaría con que fuese una pena llevadera, como la de la prevaricación, algo que no destruya el futuro del mentiroso.

Surtiría suficiente efecto que tuviera que abandonar el cargo durante unos años.

Por ejemplo, una legislatura, cuatro años de inhabilitación para cargo público, que podrían reducirse a uno si la mentira no ha producido un daño importante y concreto a otra persona.

Sólo como un toque serio de aviso, y que pasados los cuatro años de condena pudiera el mentiroso incluso volver a la vida pública pero con ese aviso a sus espaldas, como el muñeco que le cuelgan a algunos el día de los Inocentes.

Si hacemos un pequeño repaso de la cantidad de situaciones desagradables que hoy tenemos que soportar y que desaparecerían con ese llevadero castigo, sin más, nos asombraríamos.

Y no estamos pidiendo la luna. 

No mentir en el ejercicio del cargo, es algo que deberían cumplir todos sin necesidad de una ley específica que les obligue.

Así de claro.

NOS HEMOS ACOSTUMBRADO A PENSAR QUE LA MENTIRA ES NORMAL

De cualquiera con quien nos tratamos, esperamos que no nos va a mentir, los amigos, los simples conocidos y, por supuesto la familia.

Y, sin embargo, nos mienten sin parar aquellos en quienes hemos depositado nuestra confianza para que nos gobiernen, para que tracen las líneas maestras de nuestro futuro y el de nuestros hijos.

Es inconcebible y, con tanta mentira, nos hemos acostumbrado incluso a pensar que eso es lo normal.

Hasta en los negocios, el mentiroso tiene que llevar mucho cuidado para que si le conviene mentir en cualquier momento, hacerlo de manera que no le descubran y mucho menos le puedan probar que ha mentido, porque la mentira es una pesadísima carga con la que no se puede llegar muy lejos, excepto en la política.

Hay muy expresivos ejemplos de lo importante que otros pueblos consideran la mentira.

Un presidente de Estados Unidos podrá seguir adelante a pesar de los riesgos de tener una becaria en su vida, pero a un gran presidente como Nixon le costó su cargo, una mentira.

Mentir es más importante que robar, si nos roban, todavía podemos reconstruir nuestro patrimonio, la mentira produce daños irreparables.

Las hemerotecas son la Biblia de los políticos.

Permiten decir “está escrito” lo que dijo usted y era justamente lo contrario de lo que dice ahora.

Tanto si lo cierto es lo que dijo entonces como si es lo que dice ahora, aboga muy poco en favor de su credibilidad.

Si fuese seriamente castigada la mentira muchas de las injusticias y de las malas situaciones que soporta el pueblo, no tendrían lugar.

Mientras que al mentiroso no se le castigue, cada día serán más.

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