Gran Bretaña impidió que España entrara en la Segunda Guerra Mundial con sobornos a gran escala
El primer ministro británico, Winston Churchill, dio orden de sobornar a los generales franquistas para que influyeran sobre Franco con el fin de impedir que España entrara en la Segunda Guerra Mundial; de izda. a dcha. algunos de los que recibieron dinero: Antonio Aranda, Nicolás Franco, Alfredo Kindelán, José Enrique Varela y Gonzalo Queipo de Llano. Foto de Winston Churchill: Yousuf Karsh.

Gran Bretaña impidió que España entrara en la Segunda Guerra Mundial con sobornos a gran escala

Gran Bretaña impidió que España entrara en la Segunda Guerra Mundial con una política de sobornos a gran escala a generales franquistas, entre los que se encontraba Nicolás Franco, hermano del caudillo -entonces embajador español en Lisboa-, y a otras personalidades del régimen que al cambio actual llegarían a los 700 millones de euros.

De acuerdo con documentos del MI6 -el servicio de espionaje exterior- desclasificados por el Gobierno británico, Winston Churchill, entonces primer ministro británico, ordenó destinar 14 millones de dólares (232 millones de euros al cambio actual) para sobornar a a generales pro monárquicos e importantes personalidades del nuevo régimen nacido de la guerra civil.

Entre los sobornados se encontraban los generales José Enrique Varela, ministro de Ejército entre 1939 y 1942, y Antonio Aranda, con dos millones de dólares cada uno, el falangista Valentín Galarza, a quien identifican como secretario general de Falange y que en 1940 sería ministro de la Gobernación, con un millón de dólares, y el general Alfredo Kindelán, capitán general de Cataluña, con medio millón de dólares.

Los británicos también citan a los generales Gonzalo Queipo de Llano, Luis Orgaz, Moreno, Alonso, Solchagar y Muñoz Grandes, aunque especifican que «de estos, sólo se paga a Queipo, Orgaz y Asensio».

Gran parte de los mandos «cuidados» por los británicos hubieran podido apoyar un golpe contra Franco, y la restauración monárquica en la persona del rey Alfonso XIII o del príncipe de Asturias, don Juan de Borbón, ante la eventualidad de que Franco se hubiera decantado en entrar en la guerra del lado de Adolf Hitler y Benito Mussolini, permitiendo que las tropas nazis cruzaran España para ocupar Gibraltar.

«Churchill era muy consciente del daño que la ocupación de España y Gibraltar por los nazis infligiría a la capacidad de Gran Bretaña de defender sus propias costas, porque cortaría la vital ruta de abastecimiento entre el Lejano Oriente y el Mediterráneo pasando por Túnez», cuenta el historiador Peter Day en su libro «Los amigos de Franco. Los servicios secretos británicos y el triunfo del franquismo«. 

«Cuando sustituyó a Chamberlain en el cargo de primer ministro, en mayo de 1940, decidió que la mejor táctica consistía en sobornar a los generales de  Franco para que no entrasen en guerra», cuenta en un volumen muy documentado.

Para ello, habló con el embajador del Reino Unido en España, sir Samuel Hoare, y dio personalmente instrucciones a un amigo personal suyo, destinado en Madrid, Alan Hillgarth, agente del MI6, para implementar esa estrategia de «fondo de reptiles» a gran escala con los españoles.

Hillgarth respondía exclusivamente ante el embajador Hoare, el director del MI6, sir Stewart Menzies, y el propio Winston Churchill.

Entre los colaboradores con los que contó Hillgarth en esta «campaña de evangelización» para su causa se encontraba David Eccles, presidente de la Anglo-Spanish Construction Company, al que Day cita textualmente diciendo: «Comprendí que no podíamos luchar por Gibraltar. Nada con qué luchar. De modo que sobornamos. Fui un apóstol del soborno».

Eccles fue después ministro en el Gobierno conservador de Winston Churchill, en la posguerra.

Documento secreto desclasificado, dirigido en su momento a Churchill, informándole de quiénes, en el círculo de confianza de Franco, estaban siendo sobornados. ABC.

LA BARCELONA TRACTION

El «hombre-puente» español del que se sirvieron para canalizar los fondos, a través de una cuenta de la Swiss Bank Corporation en Nueva York, fue el financiero Juan March, que ayudó de forma decisiva a Franco en su causa. March tenía contacto directo con más de treinta generales del régimen.

Los británicos también utilizaron, cuenta Day, otra fuente de financiación ajena al Tesoro Británico: la Barcelona Traction, Light and Power Company, compañía que suministraba la energía eléctrica a Cataluña y que suponía el 20 por ciento de toda la producción eléctrica de España, de cuyos fondos, al parecer, dispusieron en una cantidad aproximada a los 41 millones de pesetas (468.220.000 euros al cambio actual).

«Gran Bretaña había saqueado los saldos bancarios de Barcelona Traction durante la guerra para pagar los sobornos y la corrupción que hicieron que España continuase siendo neutral y garantizaron que Alemania no se apoderara del mineral de wolframio que necesitaba para su industria armamentística», dice el historiador británico.

El financiero Juan March y el agente del MI6, Alan Hillgart -amigo personal del primer ministro Winston Churchill- trabajaron muy estrechamente en esta estrategia de sobornos a gran escala.

Los propietarios trataron de impugnar tal declaración, comenzando un proceso judicial que terminó con el Tribunal Internacional de La Haya dirimiendo la cuestión entre Bélgica y España en 1970.

«La embajada comunicó a [Hugh] Ellis-Rees, el funcionario del Tesoro [que conocía del uso de los fondos reservados], que era la comidilla de Madrid que Gran Bretaña había sacado 41 millones de pesetas de la compañía para fines de información e inteligencia», relata Day.

«La temperatura subió al anunciarse que el antiguo presidente y director gerente de Barcelona Traction, Fraser Lawton, y el tesorero, Frederick Clark, británicos ambos, harían frente a 272 cargos por transferir ilegalmente millones de pesetas, oro y divisas extranjeras», sigue contando Day.

Tanto Lawton como Clark dejaron inmediatamente España pero sus propiedades y cuentas en nuestro país quedaron expuestas, a expensas de que pudieran ser confiscadas por los tribunales. Sus abogados insinuaron que si eso ocurría demandarían al Foreign Office.

Finalmente, la sangre no llegaría al río y March se hizo con el control de la empresa eléctrica.

Lo paradójico de todo es que, de ser cierta la versión de este historiador, el MI6 se sirvió de fondos, para sus fines, que procedían del bolsillo de los españoles consumidores de la energía eléctrica que servía la Barcelona Traction.

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