¿Quién se inventó la clasificación de asesinos en serie organizados, desorganizados y mixtos?
Sobre estas líneas, tres de los cuatro agentes del FBI que se inventaron esta clasificación: Roy Hazelwood, John Douglas y Robert K. Ressler. Tomaron como base "biblia" de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría, el DSM-IV.

¿Quién se inventó la clasificación de asesinos en serie organizados, desorganizados y mixtos?

La película “El silencio de los corderos”, marcó un antes y un después en la percepción que el gran público tenía sobre los asesinos y, en especial, sobre aquellos asesinos que mataban repetidas veces, conocidos como asesinos en serie.

Basada en el «best seller» del escritor Thomas Harris, en 1992 obtuvo cinco Óscars: a la Mejor Película, al Mejor Director –Jonathan Demme–, Mejor Actor –Anthony Hopkins, como el doctor Hannibal Lecter–, Mejor Actriz –Jodie Foster, como la agente del FBI novata Clarice Starling– y Mejor Guión –Ted Tally–.

No podía ser de otra forma.

Pero lo más importante de todo es que puso en el mapa mundial el trabajo que, hasta entonces, había venido llevando a cabo silenciosamente la Unidad de Ciencias del Comportamiento (BSU) del Centro Nacional para el Análisis del Crimen Violento del FBI.

Un departamento especializado en la investigación y captura de asesinos en serie por todos los Estados Unidos sobre el que después la industria del entretenimiento se inspiró para hacer la serie «Mentes Criminales».

La mencionada unidad nació en 1972 en la sede central del FBI en Quántico, Virginia, aunque recibió su gran impulso bajo los dos mandatos del presidente Ronald Reagan (1981-1989), como respuesta a los altos índices de criminalidad que asolaban a los Estados Unidos a principios de los años ochenta.

Un asesino en serie podía estar matando mujeres y hombres en varios estados –como así ocurrió- y debido a la inexistencia de una policía nacional estadounidense, como el Cuerpo Nacional de Policía o la Guardia Civil en España, y a la falta de coordinación entre las 50 policías estatales, 3.033 policías de condado y policías locales, podía pasearse por el país sin ser detectado siquiera.

Al disponer, el FBI de grandes medios humanos, materiales y un presupuesto reforzado, le permitió ocupar una posición de coordinación nacional en el campo de la investigación de crímenes de difícil resolución, en los que víctimas y asesinos no tienen ningún tipo de relación previa. Sirviéndose, además, de los más modernos medios informáticos del momento.

En más del 90 por ciento de los crímenes que suceden en el mundo, los asesinos son siempre personas que pertenecen al entorno de las víctimas.

EL DSM-IV, EL ORIGEN

Para abordar este desafío, el FBI se sirvió claramente de la psiquiatría y de su “biblia”, el DSM-III y su versión posterior, el DSM-IV. Ahí está el origen de su conocida clasificación de asesinos en serie organizados, asesinos en serie desorganizados y asesinos en serie mixtos, como reconocieron cuatro de los agentes originales que iniciaron la BSU: Robert K. Ressler, John Douglas, Roy Hazelwood y Dick Ault

Esta clasificación es, de hecho, una traducción al lenguaje policial y criminológico del DSM-IV y ellos son los padres.

“Necesitábamos una terminología que no estuviera basada en la jerga psiquiátrica para definir a los diferentes tipos de delincuentes y que los agentes de la policía y de otras fuerzas de seguridad lo entendieran”, admitió Robert K. Ressler[1].

“De nada sirve decirle a un agente que lo que está buscando es una personalidad psicótica si ese agente no tiene formación en psicología; necesitábamos hablar a la policía en términos que ellos pudieran entender y que eso les ayudara en su búsqueda de asesinos, violadores y otros criminales violentos. En vez de decir que una escena del crimen mostraba pruebas de una personalidad psicopática empezamos a decir al agente que la escena del crimen estaba ‘organizada’ y así era el posible delincuente, mientras que en otra el responsable podía ser un ‘desorganizado’, cuando algún desorden mental –esquizofrenia o psicosis- estaba presente”, AÑADIÓ.

La tercera categoría: la de asesinos en serie mixtos, los cuales representaban características de ambos grupos, como el estadounidense Jeffrey Dahmer, que asesinó a 17 hombres, o el español Manuel Delgado Villegas, “El Arropiero”, fue la última que crearon.

“Necesitábamos una terminología que no estuviera basada en la jerga psiquiátrica para definir a los diferentes tipos de delincuentes y que los agentes de la policía y de otras fuerzas de seguridad lo entendieran”, admitió Robert K. Ressler

ASESINO EN SERIE ORGANIZADO IGUAL A PSICÓPATA

En la clasificación del FBI el asesino organizado equivale a la definición del psicópata, del delincuente que sufre el trastorno antisocial de la personalidad. Este tipo de asesinos planifica sus crímenes con antelación y se sirve de trucos o engaños para reducir a sus víctimas, que suelen ser personas desconocidas.

Borra las huellas y los rastros que pudiera haber dejado y altera la escena del crimen para desorientar a los investigadores. Es un tipo de criminal que mejora con cada crimen. Se perfecciona a través de la experiencia y es muy difícil capturarlos.

Muchos llevan, cuando salen “de caza”, lo que se ha dado en llamar el “maletín del agresor”. Son cuerdas, esposas, cintas adhesivas o cualquier tipo de objeto que después le servirá para inmovilizar a su víctima.

Son tan inteligentes que es muy normal que, tras su captura, se hagan pasar por locos o que afirmen que han sufrido un trastorno mental transitorio, lo que implicaría, en ambos casos, que la persona no tenía el control de sí misma ni se daba cuenta de lo que estaba haciendo.

EL ASESINO EN SERIE DESORGANIZADO ES EL ENFERMO MENTAL

El segundo tipo de asesino en serie es el desorganizado, que se corresponde con el psicótico, el enfermo mental, casi siempre de tipo esquizofrénico, paranoide o delirante, como Francisco García Escalero, el “mendigo asesino”, autor de 10 asesinatos en Madrid.

Este criminal se ve movido por ideas delirantes y alucinaciones. “Oye” voces que le inducen a asesinar, se ve embargado por unos celos infundados, interpreta en su víctima gestos o miradas provocadoras, se siente perseguido, piensa que alguien le ha echado un maleficio o se cree un elegido que debe cumplir una misión por mandato divino.

El desorganizado no planifica sus crímenes ni escoge a sus víctimas de forma lógica. El lugar de la escena del crimen refleja la misma confusión y desorden que tiene en su mente. Las víctimas suelen presentar grandes heridas por la resistencia que presentan, al verse atacadas por sorpresa. En muchas ocasiones, dicha escena presenta características mixtas. El crimen puede haber comenzado como un asesinato organizado y devenir en desorganizado por diversos factores, como ocurrió en el caso de Manuel Delgado Villegas en el crimen de Garraf o como le sucedía a Edmund Kemper, un “armario” de más de dos metros, que mató a 9 personas.

Cuando este tipo de asesinos mata en tres o más ocasiones, con un periodo de enfriamiento entre cada crimen, el FBI los denomina “asesinos en serie”.

Hoy en día, ésta es la clasificación más extendida de estos depredadores tanto entre criminólogos y policías de todo el mundo como entre psicólogos y psiquiatras que trabajan en el mundo del delito.

PERFILACIÓN CRIMINAL  

Partiendo de esa clasificación, la BSU desarrolló una metodología de investigación propia a partir de las deducciones que se desprendían de la inspección ocular. En un principio fue bautizada con el nombre de “perfilación psicológica”, pero tuvo que cambiarse por las quejas que generó entre los profesionales de la sanidad. Lo cual era correcto porque los hombres del FBI no eran psicólogos.

Finalmente, recibió el nombre de “análisis de la investigación criminal”. Su intervención abarca hoy en día los campos del terrorismo y contra terrorismo, crímenes violentos y crímenes contra niños. 

Hoy en día, ésta es la clasificación más extendida de estos depredadores tanto entre criminólogos y policías de todo el mundo como entre psicólogos y psiquiatras que trabajan en el mundo del delito

La clave de todo está en la conducta del criminal, cuya personalidad se puede deducir de las huellas y datos que deja en la escena del crimen y que hay que saber descubrir y leer.

De hecho, los perfiles criminales que elabora esta unidad se basan en el principio del intercambio del francés Edmond Locard, padre de la ciencia forense moderna, que decía que cuando se produce un crimen siempre hay un intercambio de información física entre el criminal y la escena del crimen.

Sin embargo, la perfilación criminal, que en mayo de 2011 adoptó el CNP con la puesta en marcha de su Sección de Análisis de Conducta, no es una invención de nuestro tiempo.

La primera perfilación conocida de la historia la realizó el doctor británico Thomas Bond, el forense que realizó las autopsias a las cinco prostitutas que había asesinado Jack el Destripador, en una carta que envió al jefe de la investigación en noviembre de 1888: “El asesino en su apariencia externa es bastante probable que sea una persona de aspecto inofensivo, probablemente de mediana edad y vaya bien arreglado y de forma respetable. Creo que puede tener el hábito de llevar una capa o un abrigo porque de otra forma la sangre de sus manos o en sus ropas hubiera llamado la atención de la calle”.

Durante la Segunda Guerra Mundial, la Oficina de Servicios Estratégicos –el antecedente inmediato de la CIA estadounidense- encargó al psiquiatra William Langer la elaboración de un perfil psicológico de Adolf Hitler con el objetivo de saber cómo reaccionaría ante la derrota.

Langer predijo acertadamente que se suicidaría.

Los policías del FBI se sirvieron de recursos procedentes de la psiquiatría y la psicología para hacer frente al crimen, a los criminales y al mal con gran éxito, lo que supuso una revolución en su tiempo, demostrando su utilidad práctica. Los avances tecnológicos han contribuido a maximizar su eficacia como nunca antes en la historia.

Los asesinos en serie organizados, los psicópatas criminales, son lo más cercano a lo que Césare Lombroso definió, en el siglo XIX, como “criminal nato”.

¿EN QUÉ LUGAR DEL CEREBRO ANIDA EL MAL?

¿Es algo biológico? Adrian Raine, catedrático del Departamento de Criminología de la Universidad de Pennsylvania y uno de los pioneros en la investigación sobre la psicopatía desde un punto de vista biológico, reconoce la perplejidad que embarga al mundo científico: “Hay algunos individuos que proceden de entornos familiares tremendamente estables. Han tenido padres cariñosos y atentos y han contado con todas las ventajas imaginables. Y, sin embargo, se han convertido en psicópatas. Es decir, monstruos violentos. Y uno se pregunta: ¿Cómo diablos ha podido pasar eso?”[2].

“En mi opinión, confluyen diferentes aspectos sociales, familiares, genéticos, aunque casi hemos excluido por completo estos últimos a la hora de comprender la violencia criminal y la psicopatía. Estoy absolutamente convencido de que, mediante procesos de investigación, es decir, aplicando métodos científicos, se podrá descubrir que existe un fundamento biológico en la conducta de los psicópatas”.

El doctor Raine es el pionero en el estudio de los cerebros de los psicópatas en el campo de la neurocriminología; estudios de neuroimagen en los que se ha servido de escáneres cerebrales –tomografías-. El último de ellos, llevado a cabo con 792 asesinos e individuos que padecían el trastorno antisocial y con una muestra de referencia de 702 personas normales.

“Los psicópatas saben que está mal matar a alguien. ¿Por qué lo hacen? No tienen el concepto moral. Yo no te clavaré un cuchillo porque sentiré tu dolor. Tengo empatía. Me puedo poner en tu piel. Ellos, no”, según Raine

Los resultados establecieron que en los primeros la corteza prefontal del cerebro, la zona más “moderna”, era de menor tamaño en comparación con la corteza prefrontal de las personas de la otra muestra. “La corteza prefontal se encarga de regular y controlar el comportamiento. Es la parte del cerebro que nos hace reflexionar antes de actuar. Es, digamos, nuestro cerebro de emergencia”, afirma Raine.

Es un mecanismo del que, al parecer, adolecen los psicópatas.

Y no es la única parte del cerebro que es diferente. También la amígdala, otra de las partes más antiguas del cerebro. En la amígdala reside la parte emocional, la empatía, lo que nos hace humanos. La amígdala de los psicópatas es un 17 por ciento más pequeña que la del resto de la gente normal. Y si la corteza prefontal y la amígdala tienen mala comunicación…

Los psicópatas saben que está mal matar a alguien. ¿Por qué lo hacen? No tienen el concepto moral. Yo no te clavaré un cuchillo porque sentiré tu dolor. Tengo empatía. Me puedo poner en tu piel. Ellos, no”, añade Raine.

PSICÓPATAS SUBCRIMINALES

Los psicópatas subcriminales, o exitosos, de acuerdo con los estudios de Raine, no presentan una reducción importante de la materia gris en la corteza prefrontal. El déficit está en el tamaño de la amígdala, lo que les hace menos empáticos. La incidencia de este trastorno en el mundo financiero es cuatro veces superior al de la población general, lo que les convierte en unos capitalistas ideales. Pueden cerrar empresas, destruir cientos de miles de empleos o inundar los mercados con hipotecas subprime sin sentir nada.

¿Hay solución a esto? “No estamos muy lejos de un futuro en el que seamos capaces de sustituir los mecanismos cerebrales disfuncionales por microchips”, afirma Raine.

¿Será posible, entonces, modificar los cerebros de los psicópatas criminales y convertirlos en personas “normales”, libres de sus impulsos homicidas?

Si eso se produce, la consideración judicial que se tiene de ellos en nuestros días –personas perfectamente imputables- tendrá que cambiar.

“En el momento en que se pueda certificar científicamente eso, que los psicópatas son así debido a un trastorno mental orgánico, irremisiblemente tendrán que ser considerados enfermos mentales y enviados a un hospital psiquiátrico en vez de a la cárcel, como ocurre ahora”, dice el profesor José Antonio García-Andrade.

Sea como fue, esto no es el siglo XIX sino el principio del siglo XXI. Los criminales ya no son esos desconocidos invisibles. El avance de la ciencia no sólo ha hecho posible ponerle cara y ojos al mal sino desarrollar métodos eficaces de investigación y disponer de tecnología que, para los antiguos sería poco menos que magia, para enfrentarse a él con éxito. Lo que siempre soñó Césare Lombroso.

Pero todavía queda un largo camino por recorrer para vencer definitivamente al crimen. ¿Se podrá, sin sacrificar algunas –o todas- las libertades que disfrutamos hoy en día? Como dice Bob Dylan, “la respuesta está en el viento”.


[1] I have lived in the Monster, Robert K. Ressler y Tom Shachtman, Nueva York, St. Martin’s Press, 1998.

[2] Psicópatas y asesinos en serie. Candice A. Skrapec. Centro Reina Sofía para el Estudio de la Violencia. Generalitat Valenciana.

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