«Argentina, 1985», una película sobre el juicio a la dictadura militar digna de un Óscar que no consiguió
Los actores Ricardo Darín como el fiscal Julio César Strassera, Peter Lanzani como el ayudante Luis Moreno Ocampo en la película "Argentina, 1985".

«Argentina, 1985», una película sobre el juicio a la dictadura militar digna de un Óscar que no consiguió

La primera vez que un tribunal civil juzgó y condenó a una dictadura militar fue en Argentina, después de siete años de actos de terrorismo y violencia estatal sistemática que resultaron en decenas de miles de muertes y desapariciones. Este es el mundo que nos ofrece «Argentina, 1985«, dirigida por Santiago Mitre y protagonizada por Ricardo Darín, que encarna al fiscal que condujo la acusación de violaciones de derechos humanos por parte de los militares, Julio César Strassera.

Es un título que se une a «El juicio de Núremberg» (1961), de Stanley Kramer, y «La pasión de Juana de Arco» (1928), de Carl Theodor Dreyer, como reinterpretaciones audiovisuales de los juicios más importantes. Y como tal, se ve en la tarea de lograr un equilibrio entre el retrato del contexto histórico y el afán de contar una historia atractiva y emocionante.

La sala de juicios es uno de los sitios predilectos de la ficción, especialmente en las películas, donde el barítono de Gregory Peck es la última defensa de la justicia y Tom Cruise puede reclamar la verdad agitando su puño en el aire.

Es un recurso efectivo que se presta para relatos cuya complejidad puede gradarse desde la moral más binaria hasta una complejidad que roza la que enfrentan los juzgados reales.

Y cuando los realizadores ceden ante la tentación de retratar procedimientos judiciales más conocidos en la pantalla de plata, se encuentran con que las reglas no cambian por tratarse de casos reales: pueden tratar los matices y sutilezas que reflejen el peso de la historia o pueden recaer en los esquemas de buenos y malos para ajustarse a unas dos horas de metraje.

La tensión de estas decisiones creativas se nota en la película, uno de los últimos ofrecimientos del género del «courtroom drama», que trata del Juicio de las Juntas, como se conoció el proceso judicial por el que se condenó a las figuras del Proceso de Reorganización Nacional, como se autodenominó la dictadura que gobernó el país entre 1976 y 1983.

Hagiografía de un fiscal

Una palabra que se repite a lo largo de «Argentina, 1985» es «héroe». Strassera es un héroe por aceptar el caso a pesar de los potenciales peligros que correría su familia y él mismo.

Es un héroe porque reconoce que no se puede dejar impunes a los militares que ordenaron y consintieron las torturas, asesinatos y desapariciones que marcaron una de las épocas más oscuras del país.

Es un héroe porque se niega a aceptar la intromisión de las fuerzas militares que colaboraron con la dictadura y lleva la acusación hasta sus últimas consecuencias. Y como héroe, recibe los aplausos de la población luego de su triunfo, empequeñeciendo a las figuras que lo rodean.

La centralidad de la figura del fiscal es un detalle que dibuja y relativiza a todos los personajes (y son personajes por presentarse tan mínimamente) que se relacionan con él.

Una de las víctimas más grandes de esta minimización es la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP), que figura en la forma de un archivo titánico del cual se aprovecha el equipo de Strassera para recopilar pruebas y testimonios.

El esfuerzo de meses, dirigido por el célebre escritor Ernesto Sábato y sin el cual el equipo del fiscal no podría haber preparado la acusación en el juicio sumario, dio como resultado el informe «Nunca más», expresión que Strassera admite copiar al dirigirse al tribunal y cuyo contenido replica milimétricamente Darín. El resultado fue la acumulación de alrededor de 9.000 casos documentados, de los cuales el fiscal presentó 709.

De la misma manera se omite el rol de Raúl Alfonsín, primer presidente de la democracia argentina, en la creación de la CONADEP. Su única aparición es un encuentro rápido con Strassera, en el que le pide prudencia al solicitar las condenas.

Es el mismo tratamiento que se lleva Antonio Troccoli, ministro de Interior de Alfonsín, al que se le acusa de «culpar a las víctimas» y ser un apologista de las Juntas Militares por su intervención televisiva, a pesar de que protegía al equipo de Strassera y apoyó la creación de la CONADEP.

Esta posición ambivalente, conocida popularmente como la «teoría de los dos demonios», era tan popular como para ser sostenida incluso por los redactores del informe «Nunca más», y si ha sido superada históricamente, los personajes parecen haber llegado a la misma conclusión que el público que los observa.

No es justo, sin embargo, acusar a la película de propaganda. La mención de «30.000 desaparecidos» por parte de otro de los personajes, a pesar de que se habían contabilizado unos 8.000 hasta ese año, y el continuo uso de la modernísima expresión «facho» para calificar a los que apoyaban a las Juntas revelan un sesgo que no busca el proselitismo, sino a la eficiencia narrativa. «

Argentina, 1985″ es un drama que dirige la mirada a una historia complicada para hacer sentir a los espectadores los altibajos emocionales, la angustia y la presión de los protagonistas de un momento que ya sabían que sería histórico.

El Juicio a las Juntas en 1985: el tribunal, los fiscales y los acusados.

El conflicto social: demócratas contra «fachas»

En la presentación de la tercera edición de su libro, «Cuando el poder perdió el juicio», Luis Moreno Ocampo, que fungió como ayudante del fiscal en el Juicio de las Juntas, calificó la película de «una oportunidad única de transmitir a los jóvenes de hoy lo que pasó en 1985».

“Repone el tema en la agenda en un momento de baja autoestima nacional», apunta, sin dejar de destacar la importancia de que los jóvenes argentinos sigan informándose sobre los hechos. Su representación, a cargo de Peter Lanzani, es el acercamiento por antonomasia en la película del conflicto entre la población civil que pide justicia y los militares que siguen insistiendo en la necesidad de «aniquilar a los guerrilleros», expresión cuya semántica se discute durante el juicio.

Este conflicto se escenifica cuando vemos a Moreno Ocampo, de familia militar, interactuando con su madre, que reniega de sus esfuerzos y lo aleja de su tío, un coronel que defiende a «los comandantes que lucharon contra los subversivos».

Después de una de las escenas más inquietantes de la película, en la que una víctima da un testimonio extremadamente gráfico sobre las torturas que sufrió a manos de militares, la madre de Luis lo llama al teléfono.

Strassera, que lo acompaña, toma otro que encuentra convenientemente cerca para escuchar el arrepentimiento de una mujer que, como insiste varias veces en ocasiones anteriores, iba a misa con el dictador. «Videla tiene que ir a la cárcel», exclama, resignada. De un plumazo, se resuelve el conflicto social; los «fachas» le dan la razón al héroe.

El único signo de disconformidad después del clímax de la película es de parte de Roberto Eduardo Viola, miembro de la Junta Militar, que reparte «¡hijos de puta!» como caramelos después de la última intervención de Strassera.

Los aplausos lo ahogan. Una victoria definitiva.

Son pequeñas concesiones al molde ‘hollywoodense’ que empujan al hijo del fiscal, Javier Strassera, a afirmar que «el kirchnerismo se está apropiando de la película».

“Hay que acordarse del discurso de Néstor Kirchner cuando dijo que en veinte años de democracia nadie había hecho nada por los derechos humanos”, dijo en una entrevista con La Nación. “Es increíble porque en aquel momento Ítalo Luder (expresidente provisional del gobierno de María Estela Martínez de Perón y dirigente peronista) propiciaba la ley de auto amnistía”, apunta, haciendo referencia a una norma que hubiera permitido que los responsables del genocidio quedaran impunes.

La ilusión se rompe durante un segundo cuando el Strassera de la película piensa que su ayudante le acusa de archivar las investigaciones durante los años de dictadura.

En la cara de Darín aparece la complejidad de una época que aparece a retazos en dos horas y media. Un momento parecido es el de un testigo que colaboraba con la identificación de «subversivos», pero robaba archivos para probar las torturas.

Vistazos rápidos de una Argentina mucho más compleja, aquella que tal vez preferirían ver los juristas e historiadores al acercarse a la película, que a su vez se eleva cuando deja de buscar un héroe y se fija en las personas que lo rodean y lo apoyan.

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