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Un día en los juzgados: motivos para manifestarse por la abogacía y el turno de oficio

Un día en los juzgados: motivos para manifestarse por la abogacía y el turno de oficio
La abogada Begoña Trigo explica en esta columna dos días de trabajo en la abogacía del turno de oficio porque cree que hay motivos para protestar y manifestarse.
16/5/2023 06:30
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Actualizado: 15/5/2023 21:42
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El juzgado estaba relativamente cerca de la comisaría de la Policía Nacional. Quizá haya unos 500 metros, poco más poco menos. 

El pasado 26 de abril, miércoles, estaba de guardia y me designaron un asunto para celebrar un juicio rápido a las 9.40. Ya en el juzgado me llamó el Colegio de Abogados, sobre las 10.30, para indicarme que había dos personas detenidas en la comisaría y que me las asignaban también por la guardia.

Hablé con los funcionarios que llevaban el asunto del juicio rápido para decir que me iba a la comisaría, ya que estaba tan cerca, a asistir a estas dos personas y que luego volvía.

– No, no. Usted no se mueve de aquí, yo lo tengo todo preparado y estoy esperando a que venga la juez –me respondieron. Eran las 10.30.

– Bueno, yo en una hora, como mucho, estoy aquí porque voy a la comisaría –señalé.

– ¡No se le ocurra irse, que ustedes se van y no aparecen!» –me replicaron.

Bajé a hablar con mi defendido que estaba en los calabozos. A las 11.00 volví a preguntar, ya que no habíamos pasado todavía  

– Ya está, ya está todo –me volvía a decir la funcionaria–. Sólo falta que se conecte el fiscal.

El Colegio me volvió a llamar, ya eran casi las 11.30 y les dije que en el juzgado no querían que me fuera, porque íbamos a pasar ya, que mandaran otros abogados a la comisaría si era tarde.  

Me dijeron que les asistiera yo y que uno había cogido un abogado particular. 

A las 12.00 volví a preguntar y la misma funcionaria, con el mismo tono poco amable, me dijo lo mismo: que íbamos a pasar y que no se me ocurriera irme. 

A las 12.30 salió al pasillo.

Empezamos a pasar las declaraciones. Pasé a sala.

Era un asunto de violencia de género. Al cliente lo había asistido el día anterior en la comisaría. Declararon las partes y dos testigos y se celebró la comparecencia del artículo 544 ter de la Ley de Enjuiciamiento Criminal, porque se había solicitado orden de protección.

Terminamos a las 14.30 en la sala. Me levanté y me dirigí a la puerta. La funcionaria me dijo que tenía que esperar a que me notificara el auto de la orden de protección y el resto de resoluciones.

Estaba ya un poco enfadada, así que la contesté.

– No. Llevo aquí desde las 9.40, hemos pasado a las 12.30. Le he estado preguntando sobre cuando pasábamos y usted me ha dicho que enseguida, dándome largas. He perdido más de dos horas aquí mientras hay gente detenida, así que me voy –respondí.

– Usted se queda hasta que la notifique –me dijo en un tono autoritario, como ordenándome, pero yo ya había tomado la decisión de irme.

– Hay una persona detenida esperando desde las 10.00 de la mañana. No la he asistido porque me ha dicho que esperara y he estado dos horas muertas en el juzgado. Le repito que me voy –le expuse.

– Que pongan más abogados. Si se va no le pongo el sello hasta que le notifique –dijo.

Creo que estaba convencida que me iba a quedar, pero era justo lo contrario.

CERO EMPATÍA

En el turno de oficio, al parecer, ponen un sello del juzgado porque no se deben fiar de que trabajemos. Ese documento lo presentamos en el Colegio para cobrar los 200 euros que supone el procedimiento.

Otra humillación y cuestionamiento de nuestro trabajo que afecta a nuestra dignidad profesional. 

Me dirigí a ella. Todavía había estaban en sala ellas y la juez, pero ya me daba igual 

– Pues también podían poner más funcionarios competentes y organizar mejor los juzgados y los tiempos. Le repito que me ha tenido esperando dos horas de mi tiempo. Dos horas por no gestionar bien el suyo. No, señora, yo me voy, y no está en sus funciones fiscalizar el trabajo de los abogados ni decidir poner o no el sello. Y  desde luego, me parece una falta de respeto que me hable así, pero haga lo que quiera, ya pondré yo la queja correspondiente. Me voy igualmente, buenos días – repuse.

La juez, que era nueva, se me quedó mirando, pero no dijo nada.

Otra funcionaria más sensible a la situación, vino hacia mí y me facilitó todas las copias. 

– Tenga letrada, firme aquí, que van todas las copias de las declaraciones y vaya a defender a su cliente –señaló.

Salí por la puerta y me fui. Tenía unas cinco llamadas de la comisaría. Hablé con ellos para decirles que acababa de salir del juzgado y que ya iba para allá.

Una de las cosas buenas de esa comisaria es que suelen dejar a los abogados que aparquen dentro de sus dependencias. Un derecho poco definido en general, como todos los nuestros. 

Los juzgados se retrasan y no sabemos si podemos irnos o debemos quedarnos. Fiscalizan nuestro trabajo y se permiten el lujo de no sellarnos las actuaciones hasta que no terminemos, como si fueran nuestros jefes.

También hay gente amable y competente, desde luego, pero suele estar callada, una pena. 

UN CAOS QUE SE REPITE TODOS LOS DÍAS

No nos tienen en cuenta a la hora de gestionar los tiempos. Un verdadero caos se repite todos los días, parece que anden sin cabeza y sin control y, desde luego, no son capaces de ponerle remedio y pensar en una organización más eficiente.

Al llegar a la comisaría me dice la policía que el señor no está, que se ha ido a comer. 

– ¿Pero no está detenido? –pregunté.

– No. Sólo ha venido a declarar, pero como está enfermo le he dejado que se fuera a comer. Tardará un rato. La he  estado llamando, pero debía estar ocupada –informó.

– Sí, estaba en sala –contesté.

Me senté a esperar en un cuartucho mugriento que tienen a la entrada. Eran las tres de la tarde.

Media hora después apareció un señor de unos 50 años, con una camisa medio desabotonada, un bastón y una pulsera de hospital en la muñeca. Iba andando despacito y con mucha dificultad para respirar.

– Buenos días. Creo que soy su abogada de oficio –me presenté.

– Sí, es que me fui a tomar algo. Llevo toda la mañana esperando – respondió.

– Ya, discúlpeme. No he podido salir antes. Siéntese. Bueno, cuénteme –le dije.

El hombre empezó a respirar de forma más acelerada. 

– Me dio un íctus hace unos meses. Antes de ayer vine a declarar y me desmayé y me ingresaron otra vez –empezó a relatar.

– Tómese su tiempo, no tenemos prisa –le indiqué.

Entretanto, entró una pareja a la sala de espera. Al ver la situación y que el hombre estaba un poco incómodo, salieron.

– No se preocupe, esperaremos fuera –comentaron.

Les di las gracias.

– A ver –comenzó a decir el hombre con cierta dificultad.

– ¿Está casado? –le pregunté.

– Sí, soy  muy católico –respondió, y rompió a llorar.

Le pregunté si quería que hablara con la policía por si podían citarlo otro día a declarar.

No quiso. 

– No, quiero acabar ya con esto. Mi mujer consume drogas, desde hace 20 años –dijo.

– ¿Tienen hijos? –le pregunté. Yo miraba mi cuaderno y apuntaba datos mientras él hablaba, como si no me impresionaran sus palabras. Mientras, notaba que se me iba haciendo un nudo en el estómago.

– Dos hijas. Una de 13 y otra de siete –explicó.

– ¿Trabaja? –pregunté.

GUARDIA DE SEGURIDAD

– Soy guardia de seguridad, trabajo por las noches. Llevo casi un año de baja por lo del íctus, creo que me van a incapacitar, no estoy para trabajar –contestó.

Realmente no lo estaba. Al menos en ese momento.

– Y las hijas, ¿quien las cuida? 

– Yo, por el día.

– ¿Y cómo puede con todo?

– No puedo, por eso me ha dado el íctus. Me ayudan mis padres.

– Bueno, su hija mayor ya le ayudará también… ¿Y qué ha pasado? Cuénteme.

– Que tengo el dinero en casa escondido en distintos sitios, por si encuentra uno -su mujer- que no sea mucho. A ella no le doy dinero para la droga.

Me contó que su hija pequeña tenía una discapacidad, y que mientras estuvo ingresado le dijo a su hija mayor dónde tenía dinero para que hiciera la compra. 

– La hice con ella por video llamada. Hablé con el carnicero y el pescadero y vi los productos. Nos apañamos así –expuso.

Parecía un poco más tranquilo a medida que iba hablando. Vino la policía que me había atendido al principio, a ver que tal íbamos.

– Le dije que para terminar este trámite, como iba a quedar en libertad lo mejor era que no declarara aquel día. Pedí si podíamos firmar en aquella sala porque no creía que mi cliente pudiera bajar las escaleras, a lo que accedió, y nos comunicó que al día siguiente sería el juicio rápido, que se había fijado para las 9.30.

– Mi mujer se ha enterado de que mi hija mayor ha cogido dinero para la compra y se ha enfadado porque a ella no le doy. Cuando llegué del hospital se metió en la cocina y empezó a romper botellas… Todo es por la droga –relató.

– ¿Estaba su hija?

– No, estaba en Voleibol. Hace deporte, le gusta mucho.

– ¡Qué bien! Yo jugaba al baloncesto. Está bien hacer deporte.

– Sí, se le da muy bien –comentó sonriendo.

– Imagino que luego se lo contaría alguien a su hija.

– Sí, la llamó su madre. Le dijo que me iba a denunciar y que no me soportaba más. 

– ¿Usted la pegó o la insultó?

– ¡Si yo no puedo ni andar! No le he pegado en mi vida!

– Si inicia el divorcio, ¿sus hijas se irían con su madre?  

– No. Mi hija viene conmigo al fin del mundo. Seguro. Les ha robado las joyas de la comunión y el dinero de Navidad. Llevamos muchos años con esto y está harta. Yo sólo quiero que esto acabe y poder estar tranquilo con mis hijas. Tenía que haberme divorciado antes –relató, comenzando de nuevo a llorar.

– No se preocupe, hable con su hija para ver qué le ha dicho exactamente su madre, pregúntele si quiere ir mañana a declarar, y esta noche me lo comunica. No creo que sea necesario que declare, pero es importante que vaya, si no le supone mucho trauma a ella, usted la conoce mejor que yo –le dije.

Nos despedimos y se fue andando despacito apoyado en su bastón. Eran las 16.30. Al día siguiente, jueves 27 de abril, había prevista una concentración de abogados, la más importante de nuestra escasa historia reivindicativa, y espero que la primera de muchas.

JUICIO RÁPIDO

Nos citaron para juicio rápido a las 9.30 pero, como siempre, había retraso. Cuando llegué al juzgado, estaba mi cliente con su hija de 13 años y los padres de él. La funcionaria del día anterior, al ver al hombre con su bastón y dificultad para respirar, se me quedó mirando.

– El señor de la declaración de ayer. Creo que ha sido de esperar tanto –le dije en tono sarcástico. 

– Cuando quiera le pongo el sello de ayer, ya la he notificado por Lexnet –me contestó en un tono más amable, preocupada al ver al hombre en esas condiciones.

– Gracias –añadí. No quise seguir más con el tema.

Mi cliente estaba muy nervioso y tenía dificultad para respirar. Empezó a marearse, y pedí que llamaran una ambulancia. 

– A ver, pues que pase la declaración y se tranquilice –contestó una funcionaria.

Algún día quizá declaren el síndrome de la burocracia como una enfermedad mental que produce la alienación del ser humano.

Un mal que le traslada a otro mundo, al modo de una especie de droga donde viven otra realidad distinta y lejana al del resto de los mortales, los burócratas y su mundo y sus extraños razonamientos y decisiones. Como dice la canción “mañana sol y buen tiempo”.

En los pasillos del juzgado estaba la pareja con la que coincidimos en la comisaria el día anterior, y se me acercó la mujer. 

– Ese señor se está ahogando, voy a llamar a mi marido, que es conductor de ambulancias y que envíen una ambulancia preparada porque aquí no se mueven. Además, aquí no van a tener instrumental para valorarle si ha tenido un íctus, tendrán que hacerle un electro –me dijo. 

Se lo agradecí. A mi cliente se le había acelerado considerablemente la respiración y sufría mareos, sin que nadie supiera qué hacer ni qué indicarle. Sus padres le intentaban tranquilizar y su hija, que había entrado en pánico, lo abrazaba con fuerza.

ATAQUE DE ANSIEDAD

Subió la médico forense de la mano de una funcionaria como si vinieran de un desfile.

– Le va a ver la médico forense –le dijo, haciendo la presentación 

– Parece un ataque de ansiedad, pero carezco aquí de instrumental para examinarlo más a fondo. Tampoco tengo medicación –apuntó.

Lo que ya sabíamos. La ambulancia llegó enseguida gracias a la señora de la comisaría y a su marido. Le metieron en una sala del juzgado y le empezaron a enchufar cables.

Les comenté que mi cliente llevaba un informe médico, que hacía dos días estado en el hospital.

El hombre despacio y muy bajito comenzó a contarles su historia médica. Me salí fuera y me acerqué a su hija.

– Parece que está mejor, le están haciendo una prueba. Vamos a esperar un poquito –le dije.

Acto seguido fui a hablar con la compañera de la otra parte. Si algo bueno tiene esta profesión son los compañeros. En mis 20 años de ejercicio siempre han estado disponibles en los pasillos para cualquier aclaración, comentario, colaboración…

– ¿Que tal? No nos da tiempo a ir a la manifestación –me dijo.

– Yo querría acercarme, a ver cómo están hoy los funcionarios. Debíamos haber acabado esto ayer –apunté.

Me dijo que hablaría con su clienta y que me contaría.

– Te adelanto que ella tiene una adicción desde hace 20 años, ha ido al Caid varias veces y a los servicios sociales, la hija mayor me ha comentado que le ha robado dinero y joyas, están así desde hace años –expuso.

– Si tu clienta declara, dile que solicitaremos oficios para probar su adicción y declarará la menor. Ya me dirás.

Mi cliente estaba más tranquilo, entré a verlo y los médicos me dijeron que había salido bien el electro y el resto de pruebas y que le habían dado un ansiolítico.

– Parece que es una crisis de ansiedad, demasiado estrés para el estado de salud en el que se encuentra –explicaron.

–Podemos suspenderlo para otro día si quiere. ¿Usted cree que va a poder declarar así? No tiene por qué hacerlo –dije a mi cliente, que prefirió declarar aquel día y acabar ya con ello.

MANIFESTACIÓN ANTE EL CONGRESO

Eran ya las 12.00. Los grupos de WhatsApp de abogados se llenaban de fotos y vídeos en un ambiente de cierta alegría. No era para menos, por primera vez abogados de todos los rincones de España acudían unidos a realizar sus legitimas reivindicaciones.

Algunos respaldados por sus decanos, que habían facilitado el trayecto fletando autobuses. 

En el Colegio de Madrid tuvieron el detalle de organizar un desayuno para todos en muestra del apoyo a las reivindicaciones. Trece decanos valientes y responsables han representado a sus colegiados y favorecido esta unión tan necesaria. 

El CGAE ausente, como siempre, representado no sabemos quién. 

Más del 90% de los abogados estamos en pequeños y medianos despachos y las reivindicaciones nos afectan a todos, pero no les debimos parecer suficientemente importantes y al modo ya de los parlamentarios, ni aparecieron.

Mientras, se me acercó la compañera y me indicó que tenía dificultades de comunicación con su clienta, que ahora quería pedir una orden de protección. 

– Voy a volver a hablar con ella y te cuento –me dijo.

Yo entré de nuevo a ver a mi cliente, que parecía más tranquilo, así que no le dije nada hasta que me confirmaran la noticia.

– Estamos hablando con la abogada de ella, a ver si declara al final o no –le comenté, y él  se sintió un poco aliviado.

Vino de nuevo mi compañera, me dijo que no declaraba, pero con condiciones: Se iba ella de casa con sus padres, pero quería ver todos los días a sus hijas. Luego me dijo que por la mañana quería estar en casa, después que quería llevar a sus hijas al colegio… En fin, así un par de horas. 

Yo le trasladaba todo a mi cliente, que estaba convencido de que no iba a cumplir ni lo de ver a sus hijas ni lo de llevarlas al colegio. 

– Vamos a aceptarlo y salimos de aquí, ¿le parece? –indiqué a mi cliente. Le pareció bien, pero insistió en que ella no lo iba a cumplir. 

Por fin mi compañera me comunicó que aceptaba su cliente y que no declaraba. 

– Estupendo, mejor para todos –repliqué. Fui a ver a mi cliente y se lo trasladé, se quedó bastante más tranquilo. A la salida, su hija me preguntó si podía entrar a ver a su padre.

– Entra y si te dicen algo, te sales. Está ahí sentado en ese cuarto –señalé acompañándola. Entonces, se arrodilló abrazándose con fuerza a sus piernas como si se tratara de una tabla en medio del océano.

Se archivó el procedimiento y salimos del juzgado sobre las 13.00. La funcionaria me puso el sello, esta vez sin protestar, y por fin me pude ir.

– Voy a la concentración, ¿te vienes? –le dije a mi compañera.

– No puedo, sale mi hijo del instituto y no le he dicho nada –contestó.

– Me temo que habrá otras movilizaciones, a lo mejor hasta huelga –afirmé.

– Dicen que no podemos hacer huelga –dijo ella–. Sólo podemos trabajar sin cobrar y ser sus esclavos.

– Bueno, eso sería antes, ¿no? –repliqué.

Ahora, con 400.000 asuntos suspendidos y 500.000 demandas sin llegar al juzgado que han dejado los LAJs, con la huelga de funcionarios y jueces y fiscales… A ver quién nos dice que no tenemos derecho a la huelga, porque vulneramos el artículo 24 de Constitución.

– Por cierto -me dijo- esto no sé si lo vamos a cobrar, porque se ha retirado de la acusación y ellos entienden que no hemos hecho nada. ¡Es increíble!»

– Estamos en contacto. Me voy, a ver si llego. Para el civil le doy tus datos para que te llame el abogado que designen, mejor que lo gestiones con él antes de que cambien de idea –comenté

– Sí, cuanto antes mejor. Me da pena no ir a la manifestación, pero es que es muy tarde y mi hijo… –dijo mi compañera.

– Me temo que habrá más. Ya nos veremos –repuse.

– Hablamos. Estamos en contacto. Me voy a recoger a mi hijo –se despidió diciendo.

COBRAMOS EL 10 % DEL PRECIO DEL MERCADO

Yo cogí el coche y salí dirección a la Plaza de las Cortes. En el asiento tenía una carta de la agencia tributaria, no me estimaba la desgravación del gasoil como gasto de trabajo. No se cree que lo use para el trabajo, tenía que abonar unos 3.000 euros más al año, más una penalización.

En fin, cobramos el 10% del precio de mercado, tenemos que pagar dietas, transporte, gastos de cobertura social, aparcamiento, etc. y luego Hacienda no nos desgrava los gastos… Puse música en la radio.

Había quedado con unos compañeros a comer algo. Dejé el coche en la calle Delicias y cogí un taxi hasta Neptuno. Desde ahí fui andando subiendo por el Paseo de los Jerónimos, Se veían abogados con su toga paseando hacia arriba y hacia abajo. En el suelo, algún folio reclamando justicia para los abogados, y dignidad, sobre todo dignidad.

Mis compañeros me dijeron que había asistido mucha gente, pero que sólo salieron dos parlamentarios a acercarse a hablar con los abogados. La ministra se ha ido a la Feria de abril, dijo uno de ellos. Algunos no sabrán ni qué es el Turno de Oficio, seguro. 

Decidimos ir al Ateneo a tomar café y pasar allí un rato celebrando que por fin se había despertado nuestro espíritu reivindicativo para lograr esas mejoras tan necesarias, que tanto nos urgen y que afectan a nuestro día a día y al de nuestros defendidos.

Pensaba en una conversación con un cliente que es historiador. Decía que las injusticias no se paran, no han cesado a lo largo de la historia ni lo harán en el futuro, que es el desarrollo de la conciencia social lo que distingue unas etapas de otras.

El totalitarismo del siglo XX no fue más cruel que los regímenes anteriores, por ejemplo los de la época medieval. Pero en el siglo XX había ya más conciencia social y escocían más las injusticias. Siempre se van a crear situaciones injustas, por eso hay que cuidar la educación y la conciencia social, por supervivencia.

Según esa teoría, no tenemos una conciencia social suficientemente desarrollada para entender lo importante que es un sistema de justicia eficaz, en un estado democrático donde se reconocen derechos fundamentales.

La manifestación no era sólo por reivindicaciones salariales, que también, y en el Turno de Oficio más necesarias que en otros sectores. Queremos  una concienciación suficiente  de la importancia de la justicia y lograr así el desarrollo de los derechos de los ciudadanos, de nuestros derechos.

Es necesario el cese inmediato de esta situación de maltrato institucional de la justicia y el Turno de Oficio, más propia de otras épocas, donde, como decía mi amigo, la escasa conciencia social, normalizaba y mantenía en el tiempo situaciones de abuso e injusticia. 

Estuvimos un rato en el Ateneo charlando de todo un poco, contentos de conversar libremente sobre lo de siempre, el bien y el mal y sus a veces, difusas diferencias. Coincidimos en algo: necesitamos una Justicia y un Turno de Oficio eficaz y digno, respetado y valorado por las instituciones y por la sociedad, vayamos por ese camino.

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