Javier Junceda: «La nota que le pongo a la proposición de ley de amnistía no llega al cero patatero»
Javier Junceda acaba de publicar su último libro, "Tres años de España", una recopilación de sus columnas, auténticas perlas de claridad mental en estos tiempos revueltos en los que el "lawfare" confunde todo.

Javier Junceda: «La nota que le pongo a la proposición de ley de amnistía no llega al cero patatero»

Es autor de "Tres años de España. Crónica de tiempos destemplados"
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21/12/2023 06:45
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Actualizado: 21/12/2023 08:20
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Cuando un lector termina un buen libro, de esos que le dejan un gran sabor de boca y que les ha aportado, intelectualmente hablando, ya sea conmoviéndole, impactándole o haciéndole reflexionar, siempre queda un sentimiento de orfandad. La gran pregunta que se suele hacer es la de si el siguiente libro estará a la altura del que acaba de terminar.

A veces se tarda en encontrarlo. Otras veces la diosa Fortuna es benévola y le pone en sus manos otro mejor.

Este ha sido mi caso con «Tres años de España. Crónica de tiempos destemplados», que Javier Junceda, abogado, intelectual, profesor universitario y uno de nuestros juristas españoles más internacionales, acaba de publicar de manos de la editorial Aranzadi.

Como se suele decir, he disfrutado como un enano leyéndolo.

Porque si algo tiene Javier Junceda es que domina el lenguaje como pocos, en sus dos vertientes, la jurídica y la divulgativa. En este caso es la segunda.

Esto, que es un arte, explicar las cosas como explicó Gonzalo de Berceo en el primer castellano del siglo XIII, «en román paladino en la cual suele fablar el pueblo con su vecino» (quiero escribir en lenguaje llano, el que habla el pueblo, sería nuestra traducción actual), el autor lo domina a la perfección.

Ha sido, por lo tanto, un honor y un privilegio entrevistar a uno de nuestros más distinguidos columnistas. Que lo disfruten.

No sé si describir su libro como una joya de erudición o de divulgación. ¿Cómo lo define usted?

Ni como una cosa ni como la otra. He tratado de escribir un libro como el que me gustaría leer, que vaya directo a los temas e intente ser riguroso y veraz. Es el fruto de una personalidad observadora e inquieta, que busca con curiosidad dónde está la verdad.

Son 166 columnas las que componen “Tres años de España. Crónica de tiempos destemplados”. ¿Son los más destemplados que ha vivido como jurista y como ciudadano español, que recuerde?

“Destemplado” significa falto de temple y mesura para el Diccionario. Si nos hubieran dicho hace tres años lo que está pasando no nos lo creeríamos. Sí, no recuerdo tiempos más “distópicos”, y lo que hago es hilvanar esas columnas para intentar explicarlos.

En el libro toca todos los palos. Y muchos de ellos son de total actualidad. Por ejemplo, el “lawfare”. Unos la definen como judicialización de la política, pero los separatistas de Junts quieren decir lo contrario. Van más allá: prevaricación. ¿Puede hacer una definición que explique este concepto?

Lawfare es el uso de la justicia con fines políticos. En Hispanoamérica llevan años con eso. Aquí no puede hablarse de lo mismo porque nuestro poder judicial no es comparable en su independencia al del nuevo continente.

Estamos ahora hablando de este tema porque alguien necesita siete votos para ser presidente y está permitiendo a cambio que propaguen esa especie unos políticos repetidamente condenados o encausados por diversos delitos.  

«Es de película de Berlanga apoyar la amnistía a una gente que no deja de insistir en que volverán a cometer los mismos delitos cuando tengan la primera oportunidad»

¿Comparte usted las palabras de Francesco Carrara que usted cita: “Cuando la política entra en el templo de la justicia esta sale por la ventana”? ¿Hay solución?

Totalmente de acuerdo con él. No sé si hay solución, pero ayuda poco a esa imagen despolitizada de la justicia el tinte ideológico en un sentido u otro de cierto asociacionismo judicial.

Los que sostienen que hay sesgos políticos en el quehacer judicial suelen basarse en eso, sin reparar en que la mayoría de los jueces no están afiliados a ninguna asociación y son ejemplares en su discreto trabajo diario, imparcial y objetivo.   

Usted, como los buenos toreros, se pone a milímetros de los pitones del morlaco. Y se pregunta por un concepto muy novedoso, la prevaricación legislativa. Nunca pensé así sobre los padres de la patria, sinceramente. Explíquemelo.

Hemos asistido en los últimos tiempos a iniciativas parlamentarias arbitrarias y a aprobadas a sabiendas de su injusticia. Que retuercen el derecho, como dicen en Alemania. Si esto lo hacen los funcionarios o los jueces, se exponen a inhabilitaciones y exigencias de responsabilidad civil.

Así las cosas, ¿por qué no extender eso a los que perpetran esos constantes desafíos a la Justicia y al derecho?… El Tribunal Constitucional, en alguna ocasión, ha considerado que determinadas leyes infringían el principio de interdicción de arbitrariedad.

Por ahí deberían ir los tiros, y someter al poder legislativo al mismo marco penal de los otros dos poderes. Si hay prevaricación judicial o administrativa debiera haberla también legislativa.

O sea, esta es una época con menor cantidad de células grises en la historia del parlamentarismo español, como diría Hércules Poirot.

Pues sí, desgraciadamente. No abundan los Castelar, Maura o los Melquiades Álvarez.

Su columna “Secesionismos” es de lo más preclaro que he leído. Y le cito: “En estos asuntos, como puede advertirse, o se gana el pulso o se pierde, debiendo de asumirse las lógicas secuelas de una u otra encrucijada, pero nunca actuar como si aquí no hubiese pasado nada”. Hasta ahora la cosa parecía que era así. ¿Los resultados de las últimas elecciones no han puesto todo patas arriba?

Es el día de la marmota, desde luego. Las últimas elecciones lo que han hecho es reverdecer las opciones de los perdedores en ese pulso secesionista porque hay alguien que necesita sus votos para aferrarse al sillón y le trae sin cuidado cualquier otra derivada, llámese integridad nacional, separación de poderes o igualdad entre españoles.

Como usted sabe, la proposición de ley de amnistía ha sido muy criticada, en especial la exposición de motivos, que contiene la afirmación de que dicha pieza legislativa no puede ser objeto de suspensión si se recurre su constitucionalidad ante el TC. Usted es muy crítico con las exposiciones de motivos de las últimas leyes. Si son tan malas como dice, ¿qué nota le pone a esta?

La nota que le pongo a la exposición de motivos de la proposición de ley de amnistía no llega al cero patatero. Se nota lo forzado de su redacción, para tratar de dar satisfacción al propósito político que le mueve. Mire, absolutamente nadie antes del día 23 de mayo de este año defendía ese desvarío.

Ni del medio judicial ni del político. Lo que ha escrito el maestro [Manuel] Aragón sobre este asunto lo abre y lo cierra. Y es de película de Berlanga apoyar la amnistía a una gente que no deja de insistir en que volverán a cometer los mismos delitos cuando tengan la primera oportunidad.

¡Y todo por siete votos!. Eso es algo impropio de una nación seria.

JAVIER-JUNCEDA copia
«Tres de años de España», el último libro de este influyente columnista, es, sin duda, una de sus mejores obras. Su lectura no deja indiferente al lector. Lo evidente es lo que nadie ve hasta que alguien lo explica con claridad. En este caso lo hace con maestría y amenidad. Foto: Confilegal.

Bismark dijo en el siglo XIX que España era una gran nación, que llevaba toda la vida tratando de autodestruirse y no lo había conseguido. ¿De dónde viene ese desafecto de muchos de nuestros compatriotas hacia nuestro país?

Nos hemos terminado creyendo la leyenda negra difundida por nuestros enemigos seculares. De todas formas, percibo en la gente joven mucho amor a España, más del que teníamos los de mi generación.

Necesitamos desde luego creérnoslo, empezando por la normalización del español en España, que en ciertas zonas se habla cada día menos. Pienso que hemos ido demasiado lejos con el Estado de las Autonomías, avanzando en ese desapego hacia la casa común.

No digo que deban desaparecer, pero si reforzar al Estado en determinados asuntos, por ejemplo en los educativos. Y potenciar nuestros vínculos atlánticos con esa España del otro hemisferio, como decía La Pepa.

Usted aborda en una de sus columnas la aportación del constitucionalismo estadounidense al pensamiento político: los pesos y contrapesos, acuñada por Hamilton y Madison. Un mecanismo que parecía funcionar en España. Actualice la reflexión: ¿tiene arreglo lo que está sucediendo?

Esa actual erosión de los pesos y contrapesos entre los tres poderes, concebida por el constitucionalismo norteamericano para que unos controlen a otros, la hubiera combatido frente a quien fuera. Mi defensa de la democracia es radical, y no responde a partidismo alguno.

Nunca he militado en ningún partido, aunque tenga mis ideas. Pienso que el problema aquí es sobre todo de personas, y quien intentó en su día perpetrar un pucherazo en su propio partido lo esperable es que siga por esa línea de nulo respeto a las reglas que rigen un sistema de libertades. 

Si lo que están haciendo lo hicieran otros, estarían ardiendo las calles. Hemos de enfrentar las amenazas a la democracia, vengan de donde vengan y con independencia del color de las banderas.

También aborda otro de los males, lo que describe como “infoxicación”. Jamás antes hemos tenido tanta información y conocimiento al alcance de nosotros. Jamás antes ha habido tan poco interés como ahora. ¿La infoxicación conduce a la ignorancia?

Conduce a un empacho descomunal, del que legiones de ciudadanos salen desnortados. Y es también una colosal autopista para la mentira. Los bulos, el relato, la posverdad, las realidades alternativas se cuecen en esa infoxicación. La verdad ya no nos hace libres, desgraciadamente.

Y va más allá. Habla de zombis. De suicidios, que a día de hoy ya se elevan a 4097 al año (en 2022). Casi cuatro veces que muertos en accidentes de tráfico (1.115). Y muy superior que el número de asesinadas en 2022, 49. ¿Le encuentra usted razón o causa a eso?

Cuando se deja de creer en Dios se cree en cualquier cosa, dijo Chesterton. Creo como él. Y también está la falta de normatividad en las familias y en la sociedad, esa cultura extendida de los derechos sin deberes. El ser humano necesita reglas y horizontes, no solo materiales y económicos. Cuando faltan, la vida carece de sentido. La crisis del fentanilo en Estados Unidos es pavorosa, y se ceba especialmente en jóvenes.   

¿Me podría explicar qué es el constitucionalismo del bien común, que pregona el jurista de Harvard, Adrian Vermeule?

Sostiene que la interpretación constitucional debe guiarse por valores que redunden en el beneficio de la nación. Es decir: por principios de corte iusnaturalista, alejados del positivismo que lo aguanta todo. Me recuerda al ius cogens del derecho internacional, basado en criterios de orden moral que deben ser siempre respetados.

Frente a la letra y el espíritu del constituyente, Vermeule apuesta por actualizar la constitución sobre una idea de bien común enraizada en principios compartidos por la sociedad. No nos iría nada mal seguir aquí su propuesta.  

¿La inteligencia artificial es una oportunidad para el hombre o su próximo amo?

Detrás de la IA hay hombres a los que hay que impedir que se conviertan en nuestros amos y que se limiten a ayudarnos. Cuento en el libro que Baumann, en su última obra, advertía que en la fábrica del futuro solo habría dos seres vivos, un hombre y un perro. El hombre alimentaría al perro y el perro garantizaría que el hombre no tocara nada. Espero que esto no suceda así y que la IA sea una oportunidad y no una multiplicación del paro tecnológico.  

En su libro hay algo que me ha llamado mucho la atención: su fijación por la responsabilidad patrimonial de las caídas por la calle. ¿Por qué?

Porque vivimos rodeados de lo que llamo Ovnis (Objetos viandantes no identificados). No paran de llegar a los juzgados demandas sobre estos temas. Y no puede ser que se indemnice a quien no mira hacia donde debe mirar cuando deambula. Y en ocasiones es así.

De todos los personajes que usted menciona en su libro me ha llamado mucho la atención el del intelectual polaco Wladyslaw Bartoszewski, que tenía un lema: “Vale la pena ser decente, aunque no siempre se encuentre recompensa. Y aunque pueda compensar ser deshonesto, nunca vale la pena”. La honestidad no es un valor que hoy cotice al alza en la bolsa de valores de nuestro mundo, ¿no le parece?

Así es. Bartoszewski debiera tener su nombre grabado en el mármol de los mejores europeístas. Sufrió los horrores y errores del siglo XX. Su trayectoria y obra es ejemplar, por su lucha contra los extremismos y su apuesta por la moderación y la sensatez. Un perfecto desconocido que espero que deje de serlo al hablar aquí de él.

¿De dónde le viene la pasión por escribir, por divulgar?

Tal vez porque me gusta leer. Y porque me entretiene, en un ocio laborioso.

No me resisto a hacerle esta pregunta, insigne jurista asturiano: Asturias sigue siendo España y lo demás es tierra conquistada, ¿no?

¡Siempre!

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