Entrevista | Andrés Sánchez Magro: «Un madrileño que no ha sido tabernario no puede considerarse como tal»
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03/1/2024 06:35
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Actualizado: 04/1/2024 13:12
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Si hubiera que definir la profesión de Andrés Sánchez Magro la cosa es fácil: magistrado, titular del Juzgado de lo Mercantil 2 de Madrid. Pero Sánchez Magro es mucho más que eso.
Se define como «mirón» y «disfrutón» de la vida. También se considera periodista. Fue, de hecho, periodista antes de ser juez.
No en vano, colabora con varios periódicos y tiene dos programas de radio.
Uno, «El Gato Gourmet«, un magazine semanal dedicado a mostrar en clave de actualidad los placeres de la buena vida: cultura, gastronomía y vino, y otro, «El club de los negocios raros«, que nada tiene que ver con su ocupación profesional.
De hecho, es un programa de novedades literarias.
Los dos en Intereconomía Radio. Lleva «el gusano» de la comunicación dentro.
Sánchez Magro, además, es escritor. Acaba de dar a la luz un libro publicado por Almuzara, la editorial de Manuel Pimentel, titulado «Tabernas de Madrid. Lo castizo en el siglo XXI».
Es una recopilación de la historia de 52 tabernas, antiguas y modernas.
Una pieza literaria también, porque Sánchez Magro escribe muy bien. Posee el secreto del «román paladino», en el cual suele el pueblo «fablar con su vecino», que dijo Gonzalo de Berceo en el siglo XIII.
Sobre esto trata esta entrevista, que tiene lugar, precisamente, en uno de los establecimientos que relata en su última producción.
Con una botella de champán sobre la mesa y un plato de jamón serrano para acompañar, como manda en una conversación como esta.
El libro que ha publicado se titula “Tabernas de Madrid”. Sin embargo, no es una guía estos establecimientos en Madrid. No da direcciones.
La guía hoy se llama Internet. Es un vademécum.
De hecho, es cierto que cuando uno lee su libro inevitablemente busca cada uno de estas tabernas en Internet.
Yo creo en el libro en papel. Porque tiene una pervivencia. Modestamente aspiro a dejar un sello personal sobre el mundo de la taberna de Madrid. Porque la taberna es un espejo de Madrid, de cómo ha evolucionado. Ha cambiado muchísimo.
No he aspirado a hacer una guía. Mi intención ha sido la de dejar mi visión sobre el mundo tabernario de Madrid.
Cada una de las 52 tabernas que recojo en mi libro están repletas de historias. Eso es lo que he querido contar.
La primera de las tabernas que abre su libro era la Taberna de Antonio Sánchez, cuyos orígenes se remontan a 1787. Reinaba entonces el rey Carlos III. El tataratatara abuelo del actual monarca, y no sé si se me pasa algún tatara más. ¿Cómo puede sobrevivir un negocio como ese a lo largo de 237 años?
Porque ha estado muy enraizada en una sociedad donde la taberna era realmente el centro social del barrio de Lavapies. Era una especie de ateneo popular o de centro cívico. Ha llegado a nuestros días pasando por varios propietarios. Muy vinculada al mundo de los toros.
Uno de esos propietarios fue Antonio Sánchez Huarte, maestro del toreo, que sufrió una tremenda cogida en 1929. La cabeza de Fogonero, el toro de su alternativa que tomó el 21 de agosto de 1922, cuelga desafiante a la entrada del tabernáculo.
Los actuales propietarios son gente romántica que han mantenido este negocio.
Es difícil que una taberna sobreviva más de 100 años, es cierto. Pero en Madrid tenemos varias, que son centenarias que, por cierto, han constituido una asociación.
En general están más o menos apoyadas por las instituciones porque son parte del patrimonio de la ciudad.
En Madrid hemos empezado a pensar como piensan en París. Los establecimientos, los comercios, las tabernas son parte del tejido histórico y moral de la ciudad.
Nadie puede entender Madrid sin Casa Ciriaco, por ejemplo. En Casa Ciriaco el anarquista Mateo Morral tira una bomba contra el cortejo nupcial de Alfonso XIII. Fue un hecho trágico y lamentable, sí, pero que forma parte de la historia de nuestra ciudad.
Nadie puede entender tampoco Madrid sin Casa Alberto, en la calle Huertas. Allí paraban los picadores antes de ir a la Plaza Vieja de las Ventas. Tomaban un trago de aguardiente para darse valor antes de ir a picar los toros montando los caballos sin peto.
En aquellos tiempos en los que los toros reventaban, literalmente, a los caballos.
Estas tabernas centenarias son repositorios históricos de un Madrid que vivió el final del siglo XIX, el desastre del 98, la abdicación del Rey, la proclamación de la República, la guerra civil y la posguerra.
Mantener ese patrimonio está muy bien. Y además que ese patrimonio coexista y conviva con nuevas manifestaciones tabernarias es muestra de vitalidad.
¿Cómo esta, en la que nos encontramos, Dis Tinto, a la espalda del Hotel Palace?
Como esta, sí, o como La Canibal o La Lorenza.
Son nuevos taberneros que tienen el mismo espíritu de sociabilidad, de casa abierta, de ese espíritu de barra del que le hablaba.
Usted afirma que en Madrid la gente vive en las tabernas, o en establecimientos públicos de este tipo, bares. Cuando lo estaba leyendo me ha hecho reflexionar. La literatura o el cine está lleno de “tabernas”, entre comillas. Como en “Los Miserables”, o el bar de “Star Wars”. El concepto de taberna en el centro neurálgico de la vida social.
La taberna comenzó a existir en Mesopotamia, en Egipto. En el mundo fenicio había tabernas. Y en Grecia y Roma. Se despachaba vino porque la cerveza es un fenómeno actual.
Y, por supuesto, España. Nadie puede entender el Siglo de Oro sin las tabernas de Madrid. El Madrid de Quevedo o de Lope de Vega era un Madrid tabernario. Había amoríos, desafíos, juegos. Todo pasaba por las tabernas.
Eso ha ido evolucionando. Las tabernas del siglo XVIII y XIX coexisten con las primeras botillerías, otro tipo de establecimiento donde se servían otro tipo de bebidas.
Luego recordar la taberna del Madrigal, en la calle de Toledo, de la que se decía que era una mancha roja… ¿Sabe por qué las tabernas tenían color rojo? Para que los analfabetos supieran que allí se despachaba vino.
Se ha explicado que metafóricamente era porque representaba el color del vino. La gente que pasaba hambre se tomaba un trago de vino para superar sus penalidades y sus afanes.
La taberna representaba esa alegría cotidiana, el centro de reunión donde se daban cita los vecinos. Lo que ha ido evolucionando siempre con el uso del vino. Un vino peleón que se traía en pellejos de Valdepeñas, de La Mancha, de Toledo, de la zona de la sierra de Madrid. Precisamente Madrid fue una gran despensa de vino a granel. Se servían en frascas. La cosa ha ido evolucionando.
El término chato ya ha desaparecido, ¿no?
Así es. También ha desaparecido la tradicional barra de estaño también, prácticamente ya no hay. Ha quedado en algunos sitios de manera testimonial, como Casa Alberto o Casa Dani. Sobre esa hilera de agua, ese chorrito, iban los taberneros mojando los vasitos de vino y ahí iban echando el vino de la frasca.
En principio sin denominación de origen. Era vino peleón, vino de metralla. Un vino que daba mucha alegría al pueblo.
«Por las tabernas pasó la política. Hablo de la política del siglo XIX, que fue el gran siglo político de nuestro país. Fue el siglo de las grandes conspiraciones, de los gobiernos inestables, de la Primera República. El siglo XIX fue el siglo tabernario por excelencia»
Las tabernas eran también foco de conspiraciones…
En las tabernas ha pasado de todo. A las tabernas iban los llamados rufianes y también los petimetres, también gente principal y gente de la baja estofa.
Las tabernas eran muy populares y también muy democráticas. Por ellas ha pasado todo el mundo. Un madrileño que no ha sido tabernario no puede considerarse madrileño.
Que luego se han producido esnobismo y refinamientos y las tabernas tomaron una deriva popular o populista, pues sí. Pero ha sido el devenir de los tiempos.
Por las tabernas pasó la política. Hablo de la política del siglo XIX, que fue el gran siglo político de nuestro país. Fue el siglo de las grandes conspiraciones, de los gobiernos inestables, de la Primera República. El siglo XIX fue el siglo tabernario por excelencia.
Durante el siglo XX la taberna siguió siendo un espejo de lo que ha pasado en España.
¿Qué características comunes tienen los taberneros que ha conocido y que ha estudiado?
Todos los taberneros tienen algo que les identifica que es la gracia, el duende, la personalidad. Es un duende muy sabio. No es el gracejo zumbón andaluz, con el chiste.
En Córdoba, una ciudad muy tabernaria, se habla del tabernero senequista. Ese tabernero impertérrito, que dicta sentencias.
El tabernero de Madrid es abierto, sociable, gracioso sin chufla. Hospitalario. Siempre con la palabra justa. Es, sobre todo, un anfitrión.
En su libro se refiere al arte tasquero.
Lo hay. Hay quien lo tiene y quien no. Es algo indefinible. Pero se ve. Es una gracia especial. Es psicología tabernaria. Una psicología que yo reivindico que tenía que estar al alcance de muchas profesiones. Sobre todo, de los políticos.
En las tabernas se socializa mucho. No solo por el vino sino por compartir las relaciones con gente diversa. Las polarizaciones se suavizarían mucho de ir más a las tabernas.
Las nuevas generaciones de políticos no son de tabernas…
Las tabernas tienen que ser espacios no necesariamente confortables. Porque eso genera también calidez y comprensión de las dificultades ajenas.
En su libro habla de una cervecería a la que le tengo mucho cariño, la Cervecería Alemana, uno de los centros favoritos de Ava Gardner, y de Luis Miguel Dominguín.
La Cervecería Alemana tuvo su gran momento de esplendor en la postguerra, en la España del franquismo. Tuvo mucha personalidad. Los toros están muy presentes. La Cervecería Alemana fue muy taurina. Allí tuvieron su despacho los Dominguín.
Allí el famoso Domingo Dominguín hacía las contrataciones. Y con él su hijo, Luis Miguel, el gran matador.
Su romance con Ava Gardner fue un mito. Por esa taberna pasó toda la gente del teatro, como Fernando Fernán Gómez, los cómicos…
Al lado está el Teatro Español. Fernán Gómez era tasquero, ¿no?
Muy tabernario. Las contrataciones se hacían, muchas veces en las tabernas. Los intelectuales también acudían asiduamente a las tabernas. Las tertulias eran encuentros clásicos.
Era una manera de salir a la calle, de buscarse la vida.
En su libro hace una selección de 52 tabernas que van desde mediados del siglo XVIII hasta 2019. Los diez últimos nacieron entre 2004 a 2019, ¿qué parámetros ha utilizado para incluirlos?
Todos ellos, de alguna manera, con la actualización absoluta de la vida con que el vino, han nacido con esa alma tabernaria, de casa abierta, de centro de reunión, de gracejo del tabernero, de personajes, de buscar esa vitalidad tabernaria.
El español de ahora no tiene nada que ver con el de antes. Va con zapatos bien lustrados. Las alpargatas quedaron para la historia.
Ha recogido 52 tabernas. Pero se ha dejado muchas fuera.
Los libros se escriben siempre con mandatos editoriales. Yo escribí este en los meses de verano. Recopilé muchas experiencias únicas que tenía. Si hubiera tenido más tiempo seguramente el libro había sido el doble de gordo.
El libro se lo ha publicado la editorial Almuzara, que es de Manuel Pimentel. Y es un libro tremendamente bien cuidado. Es de calidad. ¿Por qué con Pimentel?
Porque cuida sus producciones. A las pruebas me remito, y [lo dice en medio de la risa] porque fue el único ministro que dimitió mandando un fax y pidiendo un taxi. Me parece una persona libre.
Para mí, Manuel Pimentel pertenece a esa tercera España que yo reivindico. Esa España no polarizada, abierta de mente y libre. Es un hombre muy culto que cuida también a los autores. Sospecho que no va a ser el último que publique con él.
¿Y qué hace un juez metido en estos temas?
Mi profesión fundamental es la de juez. Pero si tuviera que definirme, diría que soy un paseante de la vida. Un mirón. Y un disfrutón. En el sentido de compartir mi tiempo y mi existencia con los que me rodean.
Soy un madrileño enraizado. Me gusta mirar esta ciudad y me gusta contarla. Me siento periodista. Fui periodista antes de ser juez. Y lo seré siempre. Cuando me muera mi epitafio será “se fue un periodista que fue juez”.
Con este libro he querido contar mis amores y mis pulsiones por esta ciudad.
Las tabernas de Madrid son los escenarios en los que he vivido, he amado y me ha pasado todo. Si tuviera que escribir una biografía, que no soy tan pretencioso, lo haría a partir de las tabernas de Madrid.
«Mi profesión fundamental es la de juez. Pero si tuviera que definirme, diría que soy un paseante de la vida. Un mirón. Y un disfrutón. En el sentido de compartir mi tiempo y mi existencia con los que me rodean»
En su libro hay mucha técnica literaria. Esta, como se dice en román paladino, muy currado. Tiene mucha erudición, contiene mucho conocimiento. No es en absoluto una guía, porque no pretende serlo. Es un libro que construyera literatura.
Cuando escribí esto aspiraba a que cada tabernero, cuando viera su capítulo, primero, se sienta reconocido y me llamara, para decirme, “has visto algo que no veía”. O me has representado como yo quería que me representaras.
¿Y qué le han dicho después de leerlo?
Que he descrito cosas que no habían visto y que les he retratado como se ven.
O sea, ha conseguido su objetivo. Todos ellos morirán con las botas puestas…
Todos. Y yo también [se ríe].
¿Cuánto tiempo lleva siendo juez-periodista?
Soy periodista desde lo 15 años. Tengo dos programas de radio.
En Radio Intereconomía. ¿Qué se llaman?
Gato Gourmet y El club de los negocios raros.
¿De qué va El club de los negocios raros?
Es un programa de novedades literarias. Le voy a contar una anécdota que me ha ocurrido. En alguna ocasión me han mandado libros al Juzgado de lo Mercantil. La última vez el mensajero preguntó, “¿Es aquí donde está un tal don Andrés, del Club de los negocios raros?” [rompe a reír].
¿Cómo ha llevado las últimas reformas concursales?
Los que llevamos 17 o 18 años en un juzgado mercantil hemos vivido tantas reformas que hemos vivido al borde del infarto.
La última, ¿ha sido buena o mala?
La ley concursal no está funcionando. Además, hay pocos concursos. Hay 5 categorías: concurso sin masa, concursos de persona física y luego microempresas. Estas tres tienen poco contenido para el trabajo judicial.
Y luego hay dos concursos, las reestructuraciones, que es un preconcurso, con las que se mantienen los puestos de trabajo y los acreedores tienen una expectativa razonable de cobrar. Y está el concurso normal, de toda la vida. De esos apenas hay.
Se suponía que iba a haber una avalancha de concursos…
Los datos de la economía son raros. No se cuáles son los datos macro y los micro, pero hay un hecho: las calles, los comercios, los hoteles, los trenes, todo está lleno.
Quizá tenga una explicación: el COVID. La necesidad de la gente de vivir el momento, del “Carpe Diem”.
Han pasado 4 años. La cartera del “Carpe Diem” se acaba.
Y tampoco hay tantos ERES ni despidos colectivos como razonablemente uno pensaría que podría haber. Es una época equívoca incierta. Yo no soy economista pero es lo que hay.
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